Foto: Emir Sader |
Sader es autor de un artículo, “La batalla de las ideas”, publicado en la edición del sábado 7 de
marzo del periódico argentino Página12.
En él presenta de modo conciso varias ideas características de la corriente
intelectual que apoya, desde el progresismo, la reestructuración capitalista.
Si bien ninguna de ellas es original, corresponde someterlas a crítica dada la
influencia que alcanzaron.
En primer término, conviene hacer un par de aclaraciones. Sader tiene por objetivo hacer pasar un proceso que fortalece el dominio del capital sobre la sociedad como si se tratara de una revolución sui generis, dirigida a repartir la riqueza de modo más igualitario. Para ello tiene que construir un enemigo que sirva de justificación a las tareas emprendidas por los gobiernos latinoamericanos: el neoliberalismo. Ahora bien, y puesto que el proceso latinoamericano está dirigido a satisfacer las necesidades del capital, Sader se encuentra obligado a romper toda conexión entre el neoliberalismo y la lucha de clases entre capital y trabajo. Sólo así es posible afirmar que se encuentra en marcha “la liberación latinoamericana de los poderes centrales”, “la construcción de la Patria Grande” y otros lemas grandilocuentes proclamados en la última década. Como el proceso latinoamericano fue dirigido desde arriba, Sader también está obligado a ignorar el carácter de clase del Estado, en tanto garante del orden social capitalista. Ambas tareas son realizadas en su noción de neoliberalismo, que transcribo a continuación:
“El neoliberalismo buscaba destruir la imagen del Estado –especialmente en sus aspectos reguladores de la actividad económica, de propietario de empresas, de garante de derechos sociales, entre otros—, para reducirlo a un mínimo, colocando en su lugar la centralidad del mercado. Fue la nueva versión de la concepción liberal, de polarización entre la sociedad civil –compuesta por individuos– y el Estado.”
El artículo de Sader es importante por lo que omite antes
que por lo que afirma. En dichas omisiones se encuentra el núcleo de la
concepción progresista de la sociedad, que poco o nada tiene que ver con el
intento de transformarla a favor de los trabajadores. Sader nos quiere hacer
creer que el neoliberalismo es una alternativa dentro del capitalismo
(podríamos llamarla “el mal capitalismo”), dirigida a destruir la capacidad
regulatoria del Estado, en perjuicio de los trabajadores y demás sectores
populares. O sea, el Estado es el bien a preservar en contra del embate
neoliberal.
“Construir alternativa al modelo neoliberal supone la reconstrucción del Estado alrededor de su esfera pública, rescatando los derechos sociales, el rol de inducción del crecimiento económico, la función de los bancos públicos. Haciendo del Estado un instrumento de universalización de los derechos, de construcción de ciudadanía, de hegemonía de los intereses públicos sobre los mercantiles.”
El Estado deja de ser un órgano de opresión de clase. La
sociedad deja de estar dividida en clases enfrentadas entre sí. Por obra de la
palabra de Sader, el Estado pasa a ser un instrumento en disputa que puede ser
usado para cualquier cosa, inclusive para favorecer a los oprimidos y demases. Sólo así puede entenderse esta
perorata que combina derechos sociales, crecimiento económico y bancos
públicos. Pero la realidad manda. Desde que el capitalismo es capitalismo (y, a
pesar de sus omisiones, no dudo que Sader esté de acuerdo con que vivimos en
una sociedad capitalista), el aumento de las ganancias del capital requiere de
un incremento de la explotación de los trabajadores. Dicha explotación es
sostenida de múltiples maneras por el Estado, el cual se encuentra conectado
por innumerables vínculos con el capital (que van, desde el financiamiento
mismo del Estado hasta la forma en que éste gestiona los conflictos sociales).
Afirmar que el enemigo es el neoliberalismo y no el capital
implica tomar partido por el capitalismo. Sostener que el Estado (capitalista)
puede ser instrumento de liberación supone aceptar las reglas de juego del
Estado, que son, precisamente, las reglas de juego del capitalismo. Así, en vez
de apostar por la organización de los trabajadores como herramienta para
combatir al capital (única opción posible si el objetivo es luchar contra el
capitalismo), Sader prefiere recostarse en el Estado, que todo lo puede y todo
lo soluciona. Además, y esto no es menos importante para intelectuales como
Sader, el Estado es fuente de puestos bien remunerados por tareas casi
inexistentes.
Del planteo de Sader se desprende que la contradicción de
nuestras sociedades no es la existente entre Capital y Trabajo. ¡Dios nos libre
y guarde caer en semejante anacronismo! Para nuestro autor, la cosa es mucho
más relajada:
“Pasaron a proponer como campo teórico de enfrentamiento la polarización entre estatal y privado, escondiendo lo público, buscando confundirlo con lo estatal. Mientras que el campo teórico central de la era neoliberal tiene como eje la polarización entre lo público y lo mercantil. Democratizar es desmercantilizar, es consolidar y expandir la esfera pública, articulada alrededor de los derechos de todos y compuesta por los ciudadanos como sujetos de derechos. La esfera mercantil, a su vez, se articula alrededor del poder de compra de los consumidores, del mercado.”
El conflicto primordial se da, pues, entre lo público y lo
mercantil. Sader aclara que ni lo público es lo estatal, ni lo mercantil es lo
capitalista. Ahora bien, por más que le demos vueltas a la cosa, invocando al
“giro lingüístico”, las palabras no cambian la dura realidad. Sin recursos
materiales, lo público gira en el vacío. En cambio, lo mercantil se apoya en
algo mucho más firme que las palabras de Sader: la propiedad privada. Claro
está que hablar de lo público y lo mercantil suena más agradable que los viejos
términos capitalismo y Estado, pero ¿cómo democratizar sin recortar el poder
del capital?, ¿cómo construir ciudadanos sujetos de derechos cuando en nuestros
países conviven chozas – muchas – y palacios – pocos-? Por supuesto, estas
preguntas carecen de sentido en el esquema mental de Sader.
A esta altura es conveniente hacer notar un comportamiento
curioso: a mayor profundización de la desigualdad social, mayor desprecio de
los intelectuales onda Sader hacia las teorías y los conceptos que aluden al
capitalismo como sistema basado en la explotación, a la lucha de clases, al
Estado como órgano de dominación. No es, por cierto, una opción científica,
desinteresada. Adoptar el punto de vista de la lucha de clases desde los
trabajadores (Sader no tiene ningún problema – salvo el de mencionarlo – en
adoptar el punto de vista de la clase dominante) implica dejar de lado las
ventajas materiales que ofrece el sistema a los intelectuales. Evidentemente,
Sader no está para esas patriadas.
Sader se define a sí mismo como “de izquierda”. Es una
izquierda modesta, por cierto, que propone cosas como ésta:
“… la izquierda tiene que construir sus gobiernos y su hegemonía. El Estado, refundado o reorganizado alrededor de la esfera pública, es un agente indispensable para la superación de los procesos de mercantilización diseminados por la sociedad. (/) Una de las condiciones del rescate de la capacidad de acción del Estado es recuperar su capacidad de tributación, para dotarlo de los recursos que tantas políticas nuevas requieren.”
Para Sader, la izquierda tiene que ser la cobertura
ideológica del Estado capitalista. Ni más ni menos. Así, la épica de la lucha
contra el neoliberalismo gira en torno a…la reforma tributaria. Pero la
realidad es un poco más compleja que estas ilusiones. En Argentina, por
ejemplo, donde uno de cada tres trabajadores padece el trabajo en negro, donde
la precarización laboral garantiza niveles de superexplotación capitalista,
donde el “gatillo fácil” (asesinato sumario) de la policía contra los jóvenes
trabajadores es moneda corriente, las palabras de Sader suenan a falsedad
vieja.