Willard Van Orman Quine ✆ Romayke |
El estado de esa crisis, su resolución, nos devolvía, en su opinión, a la
situación existente antes de que empezara este último episodio. Su impresión
era que la crisis del popperismo nos
volvía a colocar cultural, filosóficamente, en la situación inmediatamente
anterior al momento en el que la variación de Popper sobre la tradición del
Círculo de Viena dio esperanzas de una continuación sistemática, productiva, de
la filosofía de la ciencia. Sin embargo, era verdad que aunque nos
encontráramos otra vez como a principios de siglo, en el sentido de estar
completamente desprovistos de certezas fundamentadoras, según la tradición
kantiana de la filosofía de la ciencia, el recorrido de la historia de la
filosofía moderna de la ciencia podía verse de todos modos como una espiral.
Nos encontramos así en una situación parecida a la de principios de siglo,
pero, en cambio, enormemente enriquecidos con conocimientos de todo tipo, desde
los lógico-formales hasta los filosófico-materiales y de filosofía general,
pasando incluso por capítulos de creciente densidad hacia todos, como la
filosofía de la inducción.
Eso no quitaba, proseguía, que aun teniendo ese importante enriquecimiento filosófico podía hablarse propiamente de situación crítica. Las personas de hoy recuerdan mucho los momentos de sabia desesperanza y de docta ignorancia de algunos neopositivistas decepcionados, como la célebre metáfora de la barca, del navío que simbolizaría nuestro conocimiento, porque carece de fundamento, va navegando y se va reconstruyendo en la misma navegación, sin que se pueda esperar de un lugar que esté en el puerto, o que esté fondeando, y aún menos en un dique seco en el que ya no pudiera hundirse nunca.
Eso no quitaba, proseguía, que aun teniendo ese importante enriquecimiento filosófico podía hablarse propiamente de situación crítica. Las personas de hoy recuerdan mucho los momentos de sabia desesperanza y de docta ignorancia de algunos neopositivistas decepcionados, como la célebre metáfora de la barca, del navío que simbolizaría nuestro conocimiento, porque carece de fundamento, va navegando y se va reconstruyendo en la misma navegación, sin que se pueda esperar de un lugar que esté en el puerto, o que esté fondeando, y aún menos en un dique seco en el que ya no pudiera hundirse nunca.
Tanto era así, tanto reproducía esta situación
la inseguridad de principios de siglo, señalaba, que el viejo Quine, “que ahora ya debe ser realmente viejo, pero
sigue siendo muy legible”, en uno
de sus últimos libros había llegado a ocuparse de los problemas de
fundamentación de la ciencia, él que siempre los había rehuido, y esta vez de
forma incluso provocadora, negando que tuviera sentido alguno disputar acerca
de la racionalidad en ciencia: lo que había que hacer era trabajar en ella y ya
era suficiente, y que los mismos problemas analíticos y de fundamentación se
tenían que resolver sin tener el menor reparo en proceder circularmente, es
decir, utilizando la misma teoría científica de cuya imposible fundamentación
se trata. Comenta Sacristán que esta posición de Quine, “dicho sea de paso y
puestos a ser nostálgicos y cultivadores de la docta ignorancia”, se parecía
tanto a las poéticas frases de Aristóteles cuando se le preguntaba en torno a
la justificación del conocimiento, “que podía sugerir la vanidad de toda
ocupación en filosofía del conocimiento sino fuera por el otro aspecto de la
cuestión a que me he referido antes: por el importante enriquecimiento en
conocimientos no definitivamente fundamentadores, pero sí aclaratorios y
potenciadores de nuestra capacidad analítica”, por lo que, concluía, no hacía
falta decir que la crisis de la filosofía de la ciencia en absoluto la
eliminaba o la hacía caduca “y si me tengo que ocupar aquí del paso de la
filosofía de la ciencia a la política de la ciencia eso no ocurrirá en ningún
sentido apocalíptico. No, la filosofía de la ciencia sigue teniendo el valor
que realmente tuvo siempre por debajo de las grandes esperanzas trascendentales
de fundamentación de tradición kantiana”. Sin embargo, lo que sí podía suceder,
señaló Sacristán, era que la crisis ampliara las perspectivas de la
epistemología contemporánea. La exporizara, en un sentido amplio, introduciendo
en ella no sólo motivaciones intelectuales, históricas en sentido estricto,
sino también sociales. No tenía interés alguno una salida demagógica de la
situación, concebida al modo de “el hacer filosofía de la ciencia es
contemplarse el ombligo; vamos a pasar a la política de la ciencia sin más”.
Parafraseando a Lakatos, eso serviría, remarcaba Sacristán, para hacer
probablemente política de la ciencia a ciegas. Quine no fue, en ningún caso,
una referencia ocasional para Sacristán. El lógico norteamericano fue para él
un clásico de la lógica y la filosofía contemporáneas, capaz de agitar
enriquecedoramente las aguas de ambas disciplinas. De él tradujo cinco ensayos
esenciales, a él se aproximó en sus primeros escritos tras la vuelta de
Alemania, Quine está presente en su memoria para las oposiciones de 1962 y, sin
duda, la obra de Quine fue referencia usual en sus clases de Metodología de las
Ciencias Sociales tras su regreso a la Universidad barcelonesa después del fallecimiento
del asesino general golpista. Un clásico, escribió Sacristán en su célebre
presentación del Anti-Dühring, por regla general, no es, “para los hombres que
cultivan su misma ciencia, más que una fuente de inspiración que define, con
mayor o menor claridad, las motivaciones básicas de su pensamiento”. Eso
significó, en su opinión, la obra de Quine para la lógica y la filosofía
contemporáneas.
Referencia: Primer capítulo de: Manuel Sacristán y la obra del lógico y filósofo norteamericano Willard van Orman Quine de Salvador López Arnal | Ediciones del Genal, Málaga, 2015
Referencia: Primer capítulo de: Manuel Sacristán y la obra del lógico y filósofo norteamericano Willard van Orman Quine de Salvador López Arnal | Ediciones del Genal, Málaga, 2015
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