Walter Benjamin ✆ Jim |
I. Hendiduras del tiempo: felicidad y redención
El 16 de marzo de 1937, comentando su texto sobre Eduard
Fuchs, Max Horkheimer le escribe a Benjamin: «La afirmación de la no
definitividad de la historia es idealista, si en ella no queda incluida la de
la definitividad. La injusticia pasada acaeció y está definitivamente
concluida. Los muertos están verdaderamente muertos... Si se pretende tomar en
serio la afirmación de la no-definitividad hay que creer en el juicio
universal. Acaso respecto de la no-definitividad exista una diferencia entre lo
positivo y lo negativo, es decir, la injusticia, los horrores, los dolores del
pasado son irreparables. La justicia realizada, las alegrías, las obras entran
en relación con el tiempo de manera distinta, pues su carácter positivo queda
ampliamente negado por la caducidad».
Benjamin incluye esta carta entre los
materiales preparatorios para la obra sobre los Pasajes de París, añadiendo el siguiente comentario: «el correctivo
de estos razonamientos está en la consideración de que la historia no sólo es
una ciencia, sino también, y no menos, una forma de la rememoración [Eingedenken]. Lo que la ciencia ha
establecido puede ser modificado por la rememoración. La rememoración puede
transformar lo incumplido (la felicidad) en un cumplido y lo cumplido (el
dolor) en un incumplido. Esto es teología, mas en la rememoración nosotros
tenemos una experiencia que nos prohíbe concebir la historia de manera
fundamentalmente ateológica, si bien no se nos permita escribirla en conceptos
inmediatamente teológicos» (GS, II, 1333).
Estamos convencidos de que en estas palabras se condensan
algunos de los elementos más importantes de la concepción benjaminiana de la
historia, cuyo foco está justamente en la posibilidad de una correspondencia,
de una conjunción peculiar, que enlace pasado y presente en una constelación
inseparable, gracias a la cual el pasado se redescubra actual y, por ende,
incumplido. De hecho, es muy probable que mientras escribía estas palabras, Benjamin
tuviese presente una de las tesis que su amigo Scholem había pensado en
regalarle en 1918, para su cumpleaños número 26: «El tiempo del w hahipuk [inversión] es el tiempo
mesiánico» 2. Como recuerda Agamben, el sistema verbal hebraico distingue las formas
verbales no tanto según los tiempos —pasado, presente—, sino según los aspectos
—cumplido, incumplido—; y el w de inversión transforma la calidad de la acción
indicada por la forma verbal, de suerte que se podría decir que agregando el w hahipuk la acción cumplida se vuelve
incumplida, mientras que la incumplida se presenta como cumplida. Si esto es
así, el tiempo del Eingedenken es el
tiempo mesiánico por excelencia, pues es el tiempo de la inversión de los modos
del tiempo, en el cual pasado y presente, «así fue» y «no aún», se entrelazan
generando un cortocircuito, en cuyo relampagueo se cela la posibilidad de una
redención del dolor y del sufrimiento de las generaciones de vencidos que nos
han precedido. El tiempo del Eingedenken
no es instante extra-temporal, no es un fuera-del-tiempo, sino más bien una
contracción cargada de tiempo hasta estallar.
Aquí está el punto de mayor divergencia entre la concepción
benjamianiana de la temporalidad y la concepción de un autor que Benjamin amaba
mucho, como Marcel Proust. Como recuerda Peter Szondi, a pesar de los muchos
elementos en común que pueden encontrarse entre el escritor francés y el
filósofo alemán, y a pesar de las innumerables imágenes proustianas diseminadas
a lo largo de toda la obra de Benjamin, la
búsqueda del tiempo perdido no persigue el mismo objetivo en estos
pensadores. La afinidad es sólo aparente: «Proust
se lanza en la búsqueda del tiempo perdido, que es el pasado, para intentar
escapar [...] de los límites que el tiempo le impone. La búsqueda del tiempo
perdido como pasado para Proust tiene como objetivo de la pérdida o disolución
del tiempo como tal» 3. La felicidad para Proust es algo extratemporal;
posible sólo cuando una interferencia entre un momento del pasado y un momento
del presente permite escapar a las amenazas del tiempo —a su caducidad—,
observar y gozar de las cosas en su esencia a-histórica; de ahí que el objetivo
que el escritor francés persigue sea el de la liberación del terror de estar
sometidos a las «leyes del tiempo». Benjamin, en cambio, no quiere deshacerse
de la temporalidad, más bien busca en el pasado «las huellas del futuro». No se
trata de una evocación de lo perdido para liberarlo, en el recuerdo, del peso
insoportable del «así fue», sino antes bien de descifrar el futuro que ha
quedado atrapado en el pasado, ese futuro que pudo ser y no fue, futuro sólo en
potencia, que un shock o la ruptura de la tradición podrían hacer emerger. El
pasado, entonces, no esta definitivamente concluido; debajo de las cenizas de
lo que fue se esconden las brazas de lo nuevo, del noch-nicht. Y es por ello
que «existe una cita secreta entre las generaciones pasadas y la nuestra»; es
por ello también que «a nosotros, como a cada una de las generaciones que nos
precedieron, se nos ha dado una débil fuerza mesiánica, sobre la cual el pasado
tiene derecho» (GS, I.2, 692. Esta exigencia, escribe Benjamin, no es fácil de
cumplir, mas sólo en tal búsqueda reside para el hombre una felicidad posible.
La peculiaridad de la reflexión benjaminiana, entonces, está
en su intento de pensar el lugar temporal de ese pequeño milagro que es la
felicidad, cuya imagen, se lee en las tesis
Über den Begriff der Geschichte, «está impregnada del color del tiempo al
cual hemos sido asignados». En un texto de los años 30, el filósofo alemán
escribía: «Él [el ángel] aspira a la felicidad: el contraste en el cual el
éxtasis de la unicidad, de la novedad, del aún no vivido, se une a la beatitud
de la repetición, de la recuperación de lo vivido. Por ello para él la
esperanza de la novedad no tiene otro camino que el del retorno, allí adonde
conduce consigo a otro nuevo ser humano. Así como yo, apenas te he visto por
primera vez, contigo he vuelto hacia allí de donde he venido» (GS, VI, 523). En
las páginas siguientes analizaremos la estructura del tiempo mesiánico que
Benjamin intenta pensar, desde el punto de vista de su indisoluble conexión con
los conceptos de felicidad y redención. El modo en el cual estos conceptos se
conjugan con la figura tardía del Eingedenken
determinan la especificidad y la riqueza de una reflexión sobre el tiempo y la
historia en un contexto, como es el de la primera mitad del siglo XX, en el
cual se multiplican los intentos de pensar una nueva forma de temporalidad,
capaz de hacer estallar el tiempo lineal y cronológico que las ciencias del
espíritu han tomado del modelo de las ciencias naturales. Nuestro recorrido se
detendrá sobre todo en los escritos de juventud del filósofo alemán, pues ya en
ellos la constelación felicidad-redención adquiere una fisionomía definida,
conjugándose además con una crítica elegante y puntual de la modernidad como
tiempo del dominio de lo mítico. Por otro lado, el análisis de los escritos y
fragmentos juveniles debería permitirnos ver, en contraluz, el desplazamiento
conceptual que la figura del Eingedenken
introduce en la reflexión del filósofo.
Nota del Editor: El presente ensayo
fue publicado en ISEGORÍA, Revista de Filosofía Moral y Política, N° 45,
julio-diciembre de 2011, Págs. 575-594
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