“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

26/10/15

Homenaje al cineasta griego Costa Gavras

Foto: Costa Gavras
Pepe Gutiérrez-Álvarez   |   Constantin Gavras (Loutra Iraias, Grecia, 1933) acaba de ser objeto de una exposición en el marco del Festival Lumière en Lyon, con un éxito que ha obligado a los organizadores a prolongarla. Se han pasado todas sus películas, algo que no podríamos hacer digamos artesanalmente porque algunas de ellas no nos han llegado, aunque ya hubo una antológica en Valladolid 1/.

Costa-Gavras se inició como bailarín antes de viajar a Francia para estudiar la carrera universitaria de Filología en la Sorbonne, pero poco después ingresó en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos, algo que en Francia se tomaban muy en serio. “Loco por el cine”, trabajó durante cerca de diez años como ayudante de directores del prestigio de Yves Allègret (uno de los animadores del grupo “Octubre” en los años treinta, compuesto por surrealistas-trotskistas), el ya arcaico René Clair o de Jacques Demy… Nacionalizado francés en 1956, a mediados de los sesenta debutó como director con Los raíles del crimen (1965), gracias a la ayuda prestada por algunos amigos actores que accedieron a intervenir en la película sin cobrar sueldo. Basada en una novela de Sebastien Japrisot, este largometraje se articularía como un thriller opresivo que mostraba los aspectos más siniestros del entorno cotidiano, un “noir” de los buenos interpretado con convicción por el clan familiar compuesto por Simona Signoret, Ives Montand y Catherine Allègret, fruto del matrimonio entre Simona e Ives Allègret.

Le siguió Sobra un hombre (1966), una potente evocación de la resistencia francesa como telón de fondo que incide en el análisis de las relaciones humanas y la turbiedad moral que puede ocultar la persona más aparentemente anodina, una temática antifascista que cuenta con un particular homenaje al maquis republicano español a través de una potente voz que canta Carmona tiene una fuente… El mismo contenido antifascista que vuelve a surgir de manera recurrente en otros títulos comenzando por Z, que se convirtió en una suerte de película-manifiesto del cine militante aupado por el mayo del 68, que dio lugar a interminables colas en el París en el que todavía se olían las barricadas. Esta película es también un ejemplo de cómo el “noir” ayuda a crear una trama policíaco-política con la que describir el “caso Lambrakis” (Ives Montand convertido en su actor fetiche). Con ella Constantin consiguió el Oscar (1969) a la mejor película en su condición de habla no inglesa. En El sendero de la traición (1988), refleja el racismo latente de alguien que parece un buen tipo en la Norteamérica profunda. Aunque su obra maestra quizás sea La caja de música (1989), un melodrama con actores magníficos que gira alrededor de los genocidas nazis ocultados en (y por) los Estados Unidos tras la caída del régimen de Hitler. Bajo la apariencia de abuelitos bondadosos y apacibles trabajadores agrícolas puede esconderse, como reflejan estas cintas, un asesino racista de judíos o negros al que ni su familia ha llegado a reconocer nunca en esta faceta, hasta que un determinado suceso provoca el desmoronamiento de la apariencia. Una película que permitiría un debate apasionante adaptándolo un poco a nuestra historia más próxima.

Devorado por esa etiqueta del “cine político”, cualquier intento de huida por parte de Costa Gavras hacia otros territorios ha sido sistemáticamente rechazada por la crítica y los espectadores. Clair de femme (1977), sobre la crisis existencial de una mujer afectada por la muerte de su hijo, o Mad City (1997), thriller protagonizado por John Travolta y Dustin Hoffman, han marcado los grandes fracasos de taquilla, pero que convendría redescubrir. En ese sentido, Le Petite Apocalypse (1993) aparece como un punto de inflexión en su trayectoria cinematográfica: se trata de una dura sátira en torno a los revolucionarios de Mayo de 1968 y su progresivo ascenso en la escala social capitalista gracias al poder propagandístico de los medios de comunicación de masas.

La amplitud y la cercanía de la mirada social y política de Costa Gavras le ha llevado a preocuparse por el pasado y el presente de países azotados por el imperialismo al que desafía sin titubeo en obras tan palpitantes como Estado de sitio (1972) o Missing (Desaparecido), que tratan de la tortura, de las desapariciones sistemáticas, del mal radical de regímenes dictatoriales auspiciados por el Imperio a través de la CIA. En la primera de ellas se trata de Uruguay, en la segunda, de Chile con. Missing fue rodada en inglés para Hollywood con actores del prestigio de Jack Lemmon y Sucy Spacek. Demostraba la complicidad de Estados Unidos con el golpe de Augusto Pinochet, un golpe aplaudido por las élites. Una denuncia que en otro tiempo habría suscitado oleadas de manifestaciones, pero que ahora quedaba como un testimonio más del dolor que podían causar los que mandan. Servidor no olvidará nunca que al salir del cine mi pareja de entonces me pidió por favor que no la llevara a ver más películas en las que lo único que se conseguía era sufrir y comerte la impotencia. Una reacción parecida fue la escuché a la salida de ver Amén, en la que Costa-Gravas denunció las buenas relaciones que hubo entre el Vaticano y Hitler Entre el grupo de personas que salían con nosotros se creó una áspera discusión porque una parte de los presentes se quejaba de los otros le hubieran llevado a ver películas de nazis en las que lo único que se conseguía era sufrir.

Durante los sesenta-setenta, Costa-Gravas se erigió en el principal referente del cine de denuncia, un género tan apasionante como lo pueda ser cualquier otro, solamente que exigía estar a la contra del cine político dominante, o sea, del que era del agrado de los Reagan-Thatcher-Wotyla -de Felipe no, porque decía que él no iba al cine-. Su compromiso no era partidario ni maniqueo, se movía por terrenos muy diversos. Así, de la mano de un guión de Jorge Semprún y en compañía de Ives Montand y Simona Signoret realizó La confesión (L’aveu, Francia, 1970), que adoptaba la obra de Arthur London, antiguo comunista y brigadista que había sufrido en sus propias carnes el acoso y el terror del estalinismo en su Checoslovaquia natal 2/. Costa ya había trabajado con Semprún en Sección especial (Francia, 1975) que ofrecía un retrato despiadado de la judicatura del colaboracionismo del gobierno de Vichy con los invasores nazis, pero su obra más controvertida y “maldita” es Hanna K (1974), por la que fue acusado de antisemita, de manera que la película apenas sí fue vista. Creo que pasarla por algunos sitios resultará “como un estreno”.

En cierto momento Costa-Gavras fue reclamado por los estudios de Hollywood y, una vez allí, no se olvidó de hablarles de sus miserias. Al regresar a Europa tropezó con el Vaticano en una película –Amén– que yo obligaría a ver cada día al cardenal Cañizares y al ministro Fernández Díaz en programa doble con otra que denuncia las angustias de los emigrantes. Pero como estas cosas no se pueden hacer, las incluiría en un ciclo junto a otras como Arcadia, que nos ayudaría a tratar del paro o El capital que nos permitiría estudiar los mecanismos de la democracia realmente existente.

En definitiva, su cine compone una crónica política de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI Con 82 años, Gavras, como nuestro Ken Loach –con el que le unen tantos vasos comunicantes- mantiene un combativo espíritu joven que ha asombrado a los jóvenes que en el festival de Lyon se han encontrado con la obra de uno del 68 que solamente se arrepiente de los pecados que no ha cometido.
Notas
1/ De traidores y héroes El cine de Costa-Gavras obra de  Esteve Riambau Paperback (2003) Semana Internacional del Cine de Valladolid, Valladolid.
2/ Cuando se estrenó esta película, el magnífico poeta e indecente estalinista Louis Aragón salió en defensa de London, y dijo cosas como que no todos los trotskistas y militantes del POUM eran quintacolumnistas, rectificando lo que el propio London había llegado a creer en 1937. Este mismo argumento –no todo…-, fue el que reprodujo Federico Melchor en el acto que desde el Mundo Obrero organizó sobre esta película, que acababa con el famoso “affiche” de Lenin llorando ante el desfile de los tanques del Pacto de Varsovia que estaban arruinando el propio concepto de “socialismo”.
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