Foto: Costa Gavras |
Costa-Gavras se inició como bailarín antes de viajar a Francia para estudiar la carrera universitaria de Filología en la Sorbonne, pero poco después ingresó en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos, algo que en Francia se tomaban muy en serio. “Loco por el cine”, trabajó durante cerca de diez años como ayudante de directores del prestigio de Yves Allègret (uno de los animadores del grupo “Octubre” en los años treinta, compuesto por surrealistas-trotskistas), el ya arcaico René Clair o de Jacques Demy… Nacionalizado francés en 1956, a mediados de los sesenta debutó como director con Los raíles del crimen (1965), gracias a la ayuda prestada por algunos amigos actores que accedieron a intervenir en la película sin cobrar sueldo. Basada en una novela de Sebastien Japrisot, este largometraje se articularía como un thriller opresivo que mostraba los aspectos más siniestros del entorno cotidiano, un “noir” de los buenos interpretado con convicción por el clan familiar compuesto por Simona Signoret, Ives Montand y Catherine Allègret, fruto del matrimonio entre Simona e Ives Allègret.
Le siguió Sobra
un hombre (1966), una potente evocación de la resistencia francesa
como telón de fondo que incide en el análisis de las relaciones humanas y la
turbiedad moral que puede ocultar la persona más aparentemente anodina, una
temática antifascista que cuenta con un particular homenaje al maquis
republicano español a través de una potente voz que canta Carmona tiene
una fuente… El mismo contenido antifascista que vuelve a surgir de manera
recurrente en otros títulos comenzando por Z, que se convirtió en una
suerte de película-manifiesto del cine militante aupado por el mayo del 68, que
dio lugar a interminables colas en el París en el que todavía se olían las
barricadas. Esta película es también un ejemplo de cómo el “noir” ayuda a crear
una trama policíaco-política con la que describir el “caso Lambrakis” (Ives Montand convertido en su actor fetiche). Con
ella Constantin consiguió el Oscar (1969) a la mejor película en su condición
de habla no inglesa. En El sendero
de la traición (1988), refleja el racismo latente de alguien que parece
un buen tipo en la Norteamérica profunda. Aunque su obra maestra quizás
sea La caja de música (1989),
un melodrama con actores magníficos que gira alrededor de los genocidas nazis
ocultados en (y por) los Estados Unidos tras la caída del régimen de Hitler.
Bajo la apariencia de abuelitos bondadosos y apacibles trabajadores agrícolas
puede esconderse, como reflejan estas cintas, un asesino racista de judíos o
negros al que ni su familia ha llegado a reconocer nunca en esta faceta, hasta
que un determinado suceso provoca el desmoronamiento de la apariencia. Una
película que permitiría un debate apasionante adaptándolo un poco a nuestra
historia más próxima.
Devorado por esa etiqueta del “cine político”, cualquier
intento de huida por parte de Costa Gavras hacia otros territorios ha sido
sistemáticamente rechazada por la crítica y los espectadores. Clair de femme (1977), sobre la
crisis existencial de una mujer afectada por la muerte de su hijo, o Mad City (1997), thriller protagonizado
por John Travolta y Dustin Hoffman, han marcado los grandes fracasos de
taquilla, pero que convendría redescubrir. En ese sentido, Le Petite Apocalypse (1993) aparece
como un punto de inflexión en su trayectoria cinematográfica: se trata de una
dura sátira en torno a los revolucionarios de Mayo de 1968 y su progresivo
ascenso en la escala social capitalista gracias al poder propagandístico de los
medios de comunicación de masas.
La amplitud y la cercanía de la mirada social y política de
Costa Gavras le ha llevado a preocuparse por el pasado y el presente de países
azotados por el imperialismo al que desafía sin titubeo en obras tan
palpitantes como Estado de sitio (1972) o Missing (Desaparecido), que tratan de la tortura, de las
desapariciones sistemáticas, del mal radical de regímenes dictatoriales
auspiciados por el Imperio a través de la CIA. En la primera de ellas se trata
de Uruguay, en la segunda, de Chile con. Missing fue rodada en inglés para Hollywood con actores del
prestigio de Jack Lemmon y Sucy Spacek. Demostraba la complicidad de Estados
Unidos con el golpe de Augusto Pinochet, un golpe aplaudido por las élites. Una
denuncia que en otro tiempo habría suscitado oleadas de manifestaciones, pero
que ahora quedaba como un testimonio más del dolor que podían causar los que
mandan. Servidor no olvidará nunca que al salir del cine mi pareja de entonces
me pidió por favor que no la llevara a ver más películas en las que lo único
que se conseguía era sufrir y comerte la impotencia. Una reacción parecida fue
la escuché a la salida de ver Amén, en la que Costa-Gravas denunció las
buenas relaciones que hubo entre el Vaticano y Hitler Entre el grupo de
personas que salían con nosotros se creó una áspera discusión porque una parte
de los presentes se quejaba de los otros le hubieran llevado a ver películas de
nazis en las que lo único que se conseguía era sufrir.
Durante los sesenta-setenta, Costa-Gravas se erigió en el
principal referente del cine de denuncia, un género tan apasionante como lo
pueda ser cualquier otro, solamente que exigía estar a la contra del cine
político dominante, o sea, del que era del agrado de los Reagan-Thatcher-Wotyla
-de Felipe no, porque decía que él no iba al cine-. Su compromiso no era
partidario ni maniqueo, se movía por terrenos muy diversos. Así, de la mano de
un guión de Jorge Semprún y en compañía de Ives Montand y Simona Signoret
realizó La confesión (L’aveu, Francia, 1970), que adoptaba la
obra de Arthur London, antiguo comunista y brigadista que había sufrido en sus
propias carnes el acoso y el terror del estalinismo en su Checoslovaquia
natal 2/. Costa ya había trabajado con Semprún en Sección especial (Francia, 1975)
que ofrecía un retrato despiadado de la judicatura del colaboracionismo del
gobierno de Vichy con los invasores nazis, pero su obra más controvertida y
“maldita” es Hanna K (1974), por
la que fue acusado de antisemita, de manera que la película apenas sí fue
vista. Creo que pasarla por algunos sitios resultará “como un estreno”.
En cierto momento Costa-Gavras fue reclamado por los estudios
de Hollywood y, una vez allí, no se olvidó de hablarles de sus miserias. Al
regresar a Europa tropezó con el Vaticano en una película –Amén– que yo obligaría a ver cada día al cardenal Cañizares y al
ministro Fernández Díaz en programa doble con otra que denuncia las angustias
de los emigrantes. Pero como estas cosas no se pueden hacer, las incluiría en
un ciclo junto a otras como Arcadia, que
nos ayudaría a tratar del paro o El
capital que nos permitiría estudiar los mecanismos de la
democracia realmente existente.
En definitiva, su cine compone una crónica política de la
segunda mitad del siglo XX y principios del XXI Con 82 años, Gavras, como
nuestro Ken Loach –con el que le unen tantos vasos comunicantes- mantiene un
combativo espíritu joven que ha asombrado a los jóvenes que en el festival de
Lyon se han encontrado con la obra de uno del 68 que solamente se arrepiente de
los pecados que no ha cometido.
Notas
1/ De traidores y héroes El
cine de Costa-Gavras obra de Esteve Riambau Paperback
(2003) Semana Internacional del Cine de Valladolid, Valladolid.
2/ Cuando se estrenó esta película, el magnífico poeta e
indecente estalinista Louis Aragón salió en defensa de London, y dijo cosas
como que no todos los trotskistas y militantes del POUM eran quintacolumnistas,
rectificando lo que el propio London había llegado a creer en 1937. Este mismo
argumento –no todo…-, fue el que reprodujo Federico Melchor en el acto que
desde el Mundo Obrero organizó sobre esta película, que acababa con el famoso
“affiche” de Lenin llorando ante el desfile de los tanques del Pacto de
Varsovia que estaban arruinando el propio concepto de “socialismo”.
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