La realidad es que la crisis global que arranca en 2008 no
es una simple desviación de un camino que debería conducir a mayor bienestar
para todo mundo. Es, en realidad, otra trayectoria. Algunos rasgos del paisaje
los conocemos y nos son familiares, pero este nuevo sendero conduce a lugares
desconocidos y peligrosos.
La crisis global ha ido transformándose desde que nació en
2008. Primero se presentó como un descalabro en una parte de los mercados
financieros en Estados Unidos. Las autoridades monetarias y fiscales pensaron
que era posible contener el problema y limitar los daños al mercado
hipotecario. Las técnicas financieras que rodearon el desarrollo del mercado
inmobiliario hicieron eso imposible: los vehículos de inversión mezclaron
créditos buenos con préstamos imposibles de rembolsar y la securitización
condujo estos productos tóxicos a todos los rincones del mercado financiero en
el mundo. El apalancamiento y las operaciones con otros productos derivados
hicieron el resto. La metástasis de la crisis en el mercado hipotecario fue la
primera etapa de la crisis. En septiembre de 2008 Lehman Brothers inició el
procedimiento de concurso mercantil por quiebra, porque tenía una exposición
desmedida en el mercado hipotecario. La decisión política de dejar caer a este
banco de inversión sacudió los cimientos del sistema financiero mundial y
mostró su fragilidad y la profundidad de sus interdependencias. La crisis no
sólo se había transformado, también había invadido la economía del planeta
entero.
En unos cuantos meses la crisis dejó sentir sus efectos en
Europa y aquí pasó por su segunda mutación: de una crisis generada en y por el
sector privado, la hecatombe mudó de piel. Los medios y la corta memoria
hicieron que mucha gente pensara que la causa de la crisis estaba en el sector
público y su derroche de dinero fácil. Todo esto vino a reforzar el catálogo
ideológico del neoliberalismo y la catástrofe económica fue presentada como una
crisis de deuda soberana. La historia que sigue es bien conocida, con los
esquemas de austeridad fiscal hundiendo cada vez más a las economías europeas
en una recesión más profunda y duradera.
En su tercera etapa la crisis llega a China, la gigantesca
economía que había sido presentada como un triunfo indiscutible del
capitalismo. Sus tasas de crecimiento anual llegaron a alcanzar hasta 17 por
ciento en algunos años, lo que fue presentado como un éxito portentoso por la
prensa de negocios internacional. China se convirtió en el mejor ejemplo de las
virtudes del capitalismo, sacando a millones de personas de la pobreza. Pero la
realidad siempre ha sido más compleja.
Es cierto que a primera vista la crisis llegó a China
mediante el colapso de sus mercados de exportación más importantes. Pero casi
todos los datos sobre la estructura de la economía del gigante asiático
muestran que China ya estaba en serios problemas desde hacía más tiempo.
Un proceso de acumulación de capital puede avanzar muy
rápido, pero ese desarrollo se presentará normalmente con grandes distorsiones
intersectoriales, por una parte, y entre el sector real y el sector financiero,
por la otra. China nunca fue una excepción. Si duró tanto tiempo el experimento
chino fue porque los controles sobre el sector financiero se mantuvieron firmes
hasta hace una década y los planes de inversión en el sector industrial también
fueron administrados desde los comités del partido. Pero en los pasados cinco lustros
la sobreinversión en todos los sectores y ramas de la actividad económica se
llevó a cabo de manera desbocada, y hoy China es un ejemplo a escala histórica
de niveles altísimos de capacidad instalada ociosa. O sea que China es un
ejemplo, en efecto, pero de la inestabilidad que trae aparejada consigo el
capitalismo. Este fue el año en que los chinos descubrieron que su versión del
capitalismo no es distinta.
La economía mundial se adentra en un periodo de
estancamiento que puede ser largo. Quizás habría que decir que no hay por qué
alarmarse. Este es el sendero normal de una economía capitalista. Las fuerzas
contradictorias que impulsan la acumulación de capital son las que también se
erigen en obstáculos a la expansión económica. El destino de la economía
capitalista ha sido objeto de preocupación desde que nace la economía política.
Para Ricardo, en el interior del proceso de acumulación de capital se gestan
fuerzas que conducen a una caída en la tasa de ganancia. Y para otros autores,
como Sismondi, la competencia y la producción para un mercado ampliado podían
conducir a distorsiones y desequilibrios como los que hemos descrito aquí. La
crisis económica no es una desviación anormal, sino el signo más puro de la
naturaleza del sistema capitalista.
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