Juan Rulfo y sus libros ✆ Foto: Rogelio Cuellar |
Gabriel García Márquez solía contar que cuando leyó Pedro Páramo, la primera novela completa del mexicano Juan Rulfo, sufrió una conmoción que solo había vivido con La metamorfosis, de Franz Kafka. Llevaba pocos meses en México y aunque ya había escrito cinco novelas (algunas de ellas aún eran inéditas) se sentía atascado en su oficio. “¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!”, le había dicho su amigo el escritor Álvaro Mutis, quien le regaló el libro.
“Aquella noche no pude dormir mientras no
terminé la segunda lectura –escribió Gabo en 1986 en la revista Araucaria
de Chile–. AI día siguiente leí ‘El llano
en llamas’, y el asombro permaneció intacto. El resto de aquel año no pude leer
a ningún otro autor, porque todos me parecían menores”. Gracias a ese
encuentro afortunado, el colombiano encontró el tono para seguir contando
historias y años más tarde escribió sus obras maestras.
La
historia no es tan extraña. Juan Rulfo, nacido en Apulco (Jalisco), en 1917,
influyó a muchos de los escritores que luego integraron el llamado boom de la
literatura latinoamericana, como se conoce a los que, entre los años sesenta y
setenta, revolucionaron las letras en español. Hoy se le considera uno de los
escritores más grandes de todos los tiempos y Pedro Páramo está en la lista de
los clásicos infaltables de la literatura universal.
Este
año su nombre ha vuelto a las primeras planas porque el 16 de mayo se cumplen
100 años de su nacimiento, y universidades y centros culturales a lo largo del
continente programan actos de homenaje y reconocimiento. En Colombia, por
ejemplo, el Fondo de Cultura Económica prepara una lectura dramatizada de sus
obras en la Feria del Libro de Bogotá.
Resulta especialmente llamativo que el mexicano logró entrar al olimpo de la literatura universal con solo publicar tres libros en sus 68 años de vida. Como dice Eduardo Becerra, profesor deliteratura hispanoamericana en la Universidad Autónoma de Madrid, “es probablemente el narrador que con menos páginas ha tenido un mayor impacto en la tradición narrativa de las letras hispanas”. Algo que logró gracias a la calidad de su escritura y a la forma revolucionaria en la que utilizó el lenguaje para contar sus historias.
Rulfo
perdió a sus dos padres cuando aún no había cumplido los 12 años y creció en
San Gabriel, un municipio de Jalisco ubicado en una zona rural donde el culto a
los muertos, los mitos y las supersticiones son el pan de cada día. De allí
sacó la materia prima para sus relatos. En esa misma época se enamoró de las
letras gracias a la biblioteca de un sacerdote que guardaba sus libros en la
casa de su familia.
Y
aunque una huelga le impidió entrar a la Universidad de Guadalajara, pudo
asistir como oyente a los cursos de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional de México (Unam), donde aprendió de literatura,
historia y antropología. Sin embargo, no escribió formalmente sino a mediados
de los años cuarenta, cuando empezó a publicar sus cuentos en la revista Pan de
Guadalajara. Mientras tanto trabajó como agente de inmigración y viajó por todo
su país. Sus dos primeros libros aparecieron en la década del cincuenta: El
llano en llamas (1953), una colección de cuentos, y Pedro Páramo (1955). El
tercero fue El gallo de oro, una historia escrita para cine que publicó como relato
en 1980, seis años antes de morir.
Para
César Valencia Solanilla, director de la maestría en literatura de la
Universidad Tecnológica de Pereira, la obra de Rulfo es fundamental porque
“revela un extraordinario mundo real, mítico y simbólico que parte de la
aparente simplicidad de lo rural, pero que termina por retratar asuntos claves
de la condición humana y de la identidad hispana”. Sus relatos mezclan el mundo
campesino que conoció en Jalisco, lleno de mitos y leyendas fantásticas, con
temas universales como la muerte, las relaciones familiares o el amor. A eso se
le suma su gusto por el cine y la fotografía –también recorrió todo
México con su cámara– que le enseñó otra manera de contar las historias.
Rulfo también fue fotógrafo y recorrió todo México retratando a los campesinos y las zonas rurales. Esta imagen corresponde a una muestra que la Fundación Rulfo trajo a Bogotá en 2010.
Rulfo también fue fotógrafo y recorrió todo México retratando a los campesinos y las zonas rurales. Esta imagen corresponde a una muestra que la Fundación Rulfo trajo a Bogotá en 2010.
“Recuperó los registros orales de su región
natal y los supo volver literatura. Narró tan bien usando las expresiones y la
forma de hablar de los campesinos de esa zona de México, que cuando uno lo lee
piensa que los está escuchando”, explica Becerra. Aprovechó al máximo esa
característica –que representó una innovación en español– en Pedro Páramo,
donde cuenta la historia de un hombre que vuelve a Comala, su pueblo natal,
para buscar a su padre, a quien no conoce.
En
esa novela, además, Rulfo llevó a cabo un experimento narrativo sin precedentes
en América Latina: mezcló diferentes relatos a lo largo de la historia, que
aparecen de repente sin que en la narración quede claro el cambio de tiempo y
de espacio. Para Cristo Figueroa, profesor de literatura en la
Universidad Javeriana, el libro se acerca mucho a una secuencia
cinematográfica: “El lector debe ordenar
y hacer las conexiones entre las escenas, pues Rulfo no lo entrega todo tan
fácilmente. Hay que intuir algunas cosas. Y solo al final uno entiende por qué
escribió así toda la historia”.
Todo
eso sin descuidar la narración, en la que lo fantástico y lo mítico suenan
realistas. “Es una novela muy bella, las
palabras y los sonidos están muy bien escogidos, y alcanza una gran síntesis”,
cuenta Domingo Alberto Vital, coordinador de Humanidades en la Universidad
Nacional de México y experto en la obra de Rulfo.
El
escritor, de hecho, duró varios años dándole forma a la historia (hay registros
de que la estaba escribiendo desde 1947) y solo la pudo terminar gracias a una beca
del Centro Mexicano de Escritores. Tal vez por ese perfeccionismo solo publicó
tres libros en toda su vida. “Venía de
una tradición de autores muy cuidadosos, muy exigentes y muy estrictos –cuenta Vital–. Él mismo se definía
como un aficionado de la literatura y cuando sentía que un texto no estaba
muy bien logrado lo descartaba”. De hecho, en muchas entrevistas habló de
La cordillera, una novela que nunca terminó. Y escribió un sinfín de relatos
que no se publicaron, algunos de los cuales han aparecido como anexos en las
últimas ediciones de sus obras.
Pero
a pesar de lo escaso de sus páginas, su legado no solo alcanzó a escritores
como García Márquez o Carlos Fuentes, sino que también influyó la cultura
popular en América Latina. En Colombia, por ejemplo, se han hecho dos versiones
para telenovela de El gallo de oro:
una homónima en 1982 y otra llamada La
Caponera en 1999.
Por
eso, la celebración de su centenario es una oportunidad perfecta para conocerlo
mejor. Como dice Becerra, “Rulfo es un
clásico que se sigue leyendo, pero no mayoritariamente, como lo merecería un
escritor de su categoría. Esta coyuntura tal vez permita que muchos se acerquen
a su obra. Seguramente, como le ha pasado a tantos antes, apenas lo hagan
quedarán enganchados”.
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