Especial para La Página |
Entre
los muchos gritos que se escuchan en diversas manifestaciones en el país, llama
la atención aquel que reza: “El pueblo unido avanza sin partido”. Si bien la
primera parte de la frase nos resulta más que familiar, conviene detenerse en
la segunda parte. Es claro que hay un divorcio entre los emergentes movimientos
sociales y los partidos tradicionales de todo el espectro político. Dicho con
toda franqueza, los partidos no están de moda o, peor aún, han perdido toda su
“aura” como instituciones portadoras de grandes valores. Esto resultaba
impensable en nuestro país hace algunas décadas donde lo político era
administrado, precisamente, por los diferentes partidos. Esta suerte de
partitocracia desplazó del imaginario chileno, con escasas excepciones, los movimientos
autónomos.
Con
todo, sería precipitado decretar el ocaso del partidismo en nuestra sociedad.
Lo que sí podemos afirmar es que la relación entre los partidos políticos y los
diversos movimientos se ha tornado mucho más laxa y de baja intensidad. Las
causas de este fenómeno son variadas y se pueden encontrar en los nuevos
contextos locales y globales en que se inscriben los partidos y los movimientos
sociales en la actualidad. El mundo de hoy es muy otro respecto de aquel orden
republicano e ilustrado que presidió lo político en nuestro país durante buena
parte del siglo pasado.
En
el caso específico de nuestro país, es indudable que el bombardeo e incendio de
la Moneda – macabra metáfora de una tragedia -
marca un antes y un después para los partidos políticos. Recordemos que
la dictadura militar se ocupó, muy especialmente, de reprimir y desarticular
tanto los movimientos sociales como los partidos políticos opositores,
utilizando el asesinato y el terror. Este hecho traumático pone fin a un orden
económico y político, pero al mismo tiempo inaugura un tiempo alterno que
permanece obstinado en el orden institucional plasmado en una constitución
apenas maquillada.
En
el presente, los partidos políticos se ven constreñidos a entidades
administrativas portadoras de una “marca” o, en el mejor de los casos, de una
“memoria” que no siempre capaz de “seducir” a las nuevas generaciones. Un mundo
de consumidores que tiende a abolir la “convicción” en favor de la “seducción”
es, en principio, adverso a militancias estrictas. Un mundo, en fin, que va
dejando atrás la masificación “broadcast” en favor de la personalización
“podcast”, no es un mundo propicio a grandes partidos políticos sino, más bien,
a extensas “redes sociales”virtualizadas.
Lo
interesante del momento actual es que los anhelos y demandas de las mayorías
siguen siendo, en gran medida, las mismas de antaño. Amplios sectores de
trabajadores han visto acentuada la precariedad en sus empleos, los bajos
salarios y la privación de sus derechos. Los estudiantes sienten en carne
propia los costos que significa para ellos y sus familias una educación
mercantilizada. Por último, cualquier ciudadano sabe que el actual estado de
cosas no garantiza en absoluto el acceso a la salud o la previsión social. En
suma, la cuestión de fondo en el Chile actual es cómo canalizar políticamente
estas demandas sociales: Una tarea pendiente para los partidos políticos.