Especial para La Página |
Mis alumnos, los que acuden a mi clase los martes y los
jueves a las once de la mañana, son magníficos, pues se han interesado en la
antropología marxista y en la sociología.
Hoy hablamos durante más de dos horas
de Marcel Mauss. Llevé ‘El oficio de sociólogo’ (de Bourdieu), libro
imprescindible para cualquier hombre que desee conocer los fenómenos sociales.
El texto que analizamos se llama ‘La definición provisional como instrumento de
ruptura’, título que encubre ‘La oración’, texto redactado por Mauss.
¿De qué hablamos? Hablamos sobre la construcción de un
objeto de estudio sociológico. Resulta que los científicos sociales no contaban
con instrumentación adecuada para observar los acontecimientos de la sociedad.
Usar las herramientas de la biología, de la química, de la física o de las
matemáticas para contabilizar las acciones, reacciones y atracciones de los
seres humanos es como recaer en la vieja concepción de Galileo, que creía que
el mundo era un libro abierto, un ente enorme que se manifestaba por medio de
círculos, triángulos y rectángulos. Toda la ciencia naturalista, matemática,
fue necesaria, pero insuficiente, para conocer las causas y los efectos de, por
ejemplo, el ritual de la "oración".
Las viejas metodologías buscaban comprobar la efectividad de
sus instrumentos, pero no la veracidad de sus teorías. Pensar así es como ir
hasta una pirámide sólo para comprobar si nuestro pequeño martillo es capaz de
romper piedras. Romper piedras y encontrar hallazgos, entendámonos, no es hacer
ciencia, es jugar a la ciencia. Y romper la barrera de lo material no es hacer
metafísica. Algo hacía falta. Éramos muy ingenuos, y nos tragábamos el cuento
contado por la "objetividad". No existe la "objetividad",
no existe la verdad total (noción extraída de la religión, que siempre habla de
un Dios totalizador), pero sí existen ciertas condiciones específicas para
lograr que un fenómeno se repita (Bacon).
Crear laboratorios es útil a la hora de estudiar manzanas,
pero no al estudiar la psicología o las necesidades metafísicas que re-producen
la "oración". Toda definición es provisional, es genética y se
reproduce (Freud le llamaba "elasticidad" a dicha reproducción). Sólo
los filósofos verdaderos aceptan las contradicciones constantes. Para ser
científicos hace falta tener un "espíritu científico", según
Bachelard. Pero, ¿no es acaso la palabra "espíritu" un remanente de
las viejas metodologías? Recordemos que la religión sigue imperando en nuestras
prenociones. Los métodos científicos están obsesionados con el sufrimiento, con
la disciplina, con el sudor de la frente, con la inmaculada perfección de un
observador omnipresente.
En la calle oímos cosas de esta clase: "si quiere azul
celeste que le cueste", "no podemos tenerlo todo en la vida" y
"todo a su tiempo". El científico social siempre pasa por un
"momento obligado del rigor", por un momento que le obliga a urdir
una teoría y a romper con su personalidad. Las teorías impregnadas de
personalidad se llaman "obras de arte", no obras científicas. Antes
creíamos que podíamos observar directamente las cosas. Los griegos, por
ejemplo, podían hacerlo. Los griegos crearon la filosofía realista
("realista" viene de "res", de "cosa"), pues
confiaban en sus sentidos. Pero no conjeturemos y hagamos, como aconsejaba Marx,
un atrevido análisis histórico.
Los griegos fueron educados bajo los preceptos de Homero,
que recomendaba la valentía, la fuerza, la templanza, es decir, la certeza. En
`La Ilíada´ encontramos hombres, héroes y dioses. Los griegos que ostentaban el
poder se agenciaron la genealogía de los héroes, y así, se ganaron el derecho a
tener esclavos. Con esclavos tenemos tiempo para pensar, para hacer filosofías
(matemáticas, geometría euclidiana). Los griegos jamás sufrieron incertidumbres
("nada teme y todo fía de su espada y su valor", dice un pirata, que
tiene que leer el mundo para guiarse). Muchos pensadores modernos se han
ayudado con la filosofía antigua para aprender a pensar mejor, más
directamente.
E. Husserl, fundador de la Fenomenología, quería observar
los objetos desde todos los ángulos posibles. Pero hacerlo sólo es posible con
mucha imaginación o ayudándonos con la tecnología, tal como la fotografía. Los
filósofos, ante esta imposibilidad, prefirieron pensar cosas en lugar de pensar
"en" las cosas. Pensar cosas es ir directamente a los objetos, es ir
directamente a las instituciones, como decía Mauss, que son los átomos de toda
sociedad.
La "exigencia durkheimiana de la definición
previa" hizo que los sociólogos pusieran primero la "teoría" y
después la "observación". ¿Qué pasa con la "teoría"
mientras observo? ¿Las proposiciones cambian como cambian los fenómenos físicos
y sociales? Si hemos aprendido a desconfiar de las apariencias, no hemos
aprendido a desconfiar, del todo, de nuestras proposiciones. Esto es, según
Mauss, una "sociología espontánea", un empirismo lingüístico
inocentón. Hablamos de objetos de estudio (emigración) y de métodos o
instrumentos de estudio (encuestas), pero jamás nos hemos puesto a pensar seriamente
en qué pasaría si dejáramos de usar el lenguaje para manipular nuestros métodos
o instrumentos de estudio. ¿Se emigra de la nación, del lenguaje y también del
`folk´?
Una cosa es el campo de experimentación y otra lo que está
en juego en el campo de experimentación. El campo de experimentación de la
nueva sociología es el lenguaje. Mauss afirma que es necesario unificar los
conceptos de la ciencia social, que jamás será una socialización de la ciencia
(Bourdieu abogaba por una sociología destructora de mitos y acuerdos sociales).
Un sociólogo recién llegado de las ciencias naturales ve en las sociedades
"evolución", mientras que un sociólogo recién llegado de las ciencias
del lenguaje ve en las sociedades meros "intercambios" de partículas
sintácticas, morfemas y gramáticas. "Nos resta determinar el método que
conviene más a nuestro objeto", dicta Mauss.
Pero pensemos en la "oración". ¿Qué es orar? ¿En
dónde oramos? ¿Por qué oramos? Según Foucault un acto legítimo está hecho de
una situación (espacio), de objetos (retórica u orden visual), de lenguaje
(tiempo) y de cuerpos (orden moral). Imaginemos una gran catedral. En ella hay
paredes, un sacerdote, unas pinturas, unos libros y misas. Bajo estas
condiciones no diríamos que un creyente hincado está contándose un chiste en
secreto o haciendo un plan para jugar mejor ajedrez (¿mezcla en palabras impías
un chiste a una maldición?): diríamos, seguramente, que el creyente está
"orando", llorando con el alma, horadando el cielo con gemidos. Si
buscáramos oradores en la calle nos enfrentaríamos a la invisibilidad. Hay que
construir a nuestros oradores. ¿Cómo? Pensando en cómo el creyente sustituye o
compensa lo que ya no tiene "a la mano", lo que tenía en la catedral.
Si no hay sacerdote, habrá un confidente. Si no hay
pinturas, habrá un amuleto, una imagen del Señor de las Maravillas, por
ejemplo, o un relicario. Si no hay muros silenciosos habrá, al menos, silencio,
silencio obtenido en un automóvil o en una recámara. Y si no hay oración habrá
improvisación, plegarias sentimentales. Siempre, siempre buscamos sustitutos
para reproducir los rituales que le dan sentido a la vida. ¿Hasta dónde llega
el ritual de la "oración"? Resulta que el creyente, antes de viajar,
se persigna, y que antes de cobrar su primera venta también se persigna. Ambos
son actos económicos. Pero tenemos, además, que el creyente "no" se
persigna antes de cortejar a una mujer, y menos antes de jugar ajedrez.
¿Hay una conexión directa entre el léxico de las oraciones
oficiales y los espacios o situaciones en los que se practica la oración
improvisada? Analicemos el `Pater Noster´: "Padre nuestro, que estás en el
cielo, santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad
tanto en la Tierra como en el Cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día".
Al menos dos palabras connotan la idea de la economía, a saber:
"reino" y "pan". Pero tomar estas dos palabras es agarrarnos
de simples impresiones. Tenemos, como sugirió Wittgenstein, que redefinir qué
es un "dato". "Se trata de saber qué hechos merecen ser
calificados como oraciones", dice Mauss.
Un hombre "solitario" que "besa" la
imagen del Señor de las Maravillas "dentro" de su automóvil, ¿está
orando? Y el que la besa mientras camina, ¿está orando o está agradeciendo
algo? La solución más fácil para responder consiste en transformar las
palabras, y todo para que éstas se adecuen a nuestras teorías. Decir, como
escribe Mauss, que las "oraciones" son "cantos religiosos"
es transmutar la semántica de las palabras. Y al transformar las palabras
también estamos transformando los "signos exteriores" observados, las
percepciones. Dice un poema de Sor Juana: "Este que ves, engaño colorido,/
que del arte ostentando los primores,/ con falsos silogismos de colores/ es
cauteloso engaño del sentido". Ese arte, esa percepción, esos primores y
esos silogismos u objetos preformados tienen que ser cribados, filtrados. ¿Cómo
cribar una ambigüedad y hacer que termine siendo unívoca? Generando consensos,
fusionando conceptos, compartiendo sueños, como decía Borges.
El libro que comento sirve para hacer todo lo mencionado. Es
imperioso crear una institución sociológica que emita cuáles sí y cuáles no son
los términos y léxicos oficiales. En la química hay puntos de partida, tales
como las moléculas, los átomos, la energía y demás. En la lingüística hay
puntos de partida, tales como los sintagmas o morfemas. Sin embargo, no sabemos
cuál es el punto de partida de la sociología, pues el "individuo" es
propiedad de la antropología y de la psicología. ¿No queda más remedio que
hacer que las instituciones sean los puntos de partida de nuestros análisis?
Cierro con una cita de Mauss: "Una institución no es
una unidad indivisible, distinta de los hechos que la expresan; una institución
es el sistema de los hechos". ¿Qué hay de común entre el ‘Pater Noster’ y
el ‘Abracadabra’? Un idealista, un hombre acostumbrado a pensar en la
naturaleza (que es una simple idea sintética), se negaría a aceptar que hay
parecidos entre la religión y la magia. ¿No ha dicho Schopenhauer que todos los
hombres tenemos necesidades metafísicas? Para explicar tales necesidades
podemos apelar a la "magia", a la "teología", a las
"mitologías", pero la múltiple palabrería no borrará el hecho
siguiente: todos los hombres necesitan sostenerse de algo, como quería el
mágico y religioso Lutero. Y dicho "algo" tiene que ser nuestro punto
de partida epistemológico.