“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

29/11/12

La sintaxis política como herramienta de persuasión

La hermenéutica política y el uso de la semiótica en el discurso político.

Eduardo Zeind Palafox

Especial para La Página
La propaganda política tiene sus raíces en la comunicación de masas, y la comunicación de masas tiene sus orígenes en la ideología. La ideología es estudiada por ciertos tipos de estructuralismo, y el estructuralismo más profundo es el lingüístico. Todo el mundo sabe, o al menos lo saben los que han leído algo de Saussure o de Bajtin, que dentro del lenguaje van implícitas las cosmovisiones. Todas las cosmovisiones, cuando no están ligadas a la ciencia, se hacen concepciones del mundo, y todas las concepciones del mundo que no están estibadas sobre las ciencias son mitologías.

Recordemos que el saber humano, según el buen Vico, tiene sus orígenes en nuestro "instinto de animación" y en nuestra variada capacidad para darle rasgos humanos a todas las cosas. ¿Por qué tenemos dicho vicio? Porque no sabemos distinguir entre ideas e ideologías. Una idea es un ente confuso, sin forma, sin contornos, mientras que una ideología es todo un sistema de pensamientos, axiomas y creencias, las cuales jamás se rompen cuando se estrellan contra las ocurrencias o contra el ego. Las ideologías son creadas por el Estado para que la población no se tome la molestia de pensar. Los tópicos son remedios caseros para evitar el dolor de cabeza.

Cuando un orador va a lanzar un discurso, los redactores profesionales, y lo digo por experiencia profesional, lanzan al aire, es decir, al cielo, o mejor dicho, al espacio de la consciencia social dos tipos de arengas: las sonoras y las metafóricas. Cuando creamos metáforas los conceptos son más sencillos de entender. Pero cuando escribimos o hablamos dejando caer el peso semántico sobre la red que es el sonido, todo se complica para las masas. Recordemos que toda la Comunicación de Masas está fundamentada en la Sociología de la Comunicación, ciencia que estudia el comportamiento de los públicos. Cuando un político habla y junta en una misma proposición conceptos que además de abstractos son contradictorios, nadie entiende nada. Es por eso que la función maestra de la filosofía es la de trazar una línea de demarcación entre conceptos e ideas útiles e inútiles.

Pensemos en algunos ejemplos. ¿Qué percibe la gente cuando escucha la proposición ‘Partido Acción Nacional’? Más adelante lo sabremos. ¿Qué piensa el público cuando oye la proposición ‘Partido Revolucionario Institucional’? ¿Qué razona el pueblo cuando escucha patrañas como ‘Partido de la Revolución Democrática’? Las palabras son los primeros signos que percibimos en las cosas que observamos. Ya lo dijo el buen Borges: "El nombre es arquetipo de la cosa". Todo el esfuerzo que hizo Marx para separar conceptos que estaban unidos y para hozar las carencias de Smith ha sido pisoteado por las masas, que practican el analfabetismo político.

Los nombres, decía, mantienen las viejas ideas. Pero oigamos a Lenin (‘El Estado y la Revolución’): "Pero los nombres de los ‘verdaderos’ partidos políticos nunca son absolutamente adecuados; el partido se desarrolla y el nombre queda". Las circunstancias en las que nacen las palabras se van, y las palabras pretenden seguir explicando el mundo. Hay que renovar el lenguaje, y una vez renovado se renovará, como decía Confucio, la política. Los nombres permiten que en una misma proposición convivan términos contradictorios, y esto es hacer un mal uso del lenguaje (Wittgenstein). Y usar mal el lenguaje equivale a echar a perder todo lo ganado políticamente.

El analfabetismo político es, sobre todo, un analfabetismo filosófico. Despreciar la filosofía es despreciar la precisión. Quien no sabe filosofía no sabe discernir entre lo bueno y lo malo, entre el bien y lo bueno, entre el mal hombre (ambicioso) y el maleante (necesitado). Todo el pueblo cree que el Estado es la materialización de la moral, que es una idea, y que es, entiéndase de una vez, algo que siempre será confuso, ideal, utópico. Y no pasemos por alto que las dos fuentes de la ideología burguesa son: el "idealismo moral" y el "economicismo" (‘Lire le Capital’). De la religión hemos extraído la mayor parte de la ideología burguesa, que engaña al pueblo con promesas utópicas y paradisiacas, con emplazamientos y con frases bonitas y altisonantes y sin significado alguno.

Los nombres, es decir, las palabras, dice Althusser, son los símbolos que representan a las ideas, que en estado organizado se llaman "ideologías", sistemas de pensamiento. Un Freud interesado en la política diría que la ideología es la zona inconsciente del imaginario social. Hegel sostenía que el Estado era la idea de la moral hecha materia. Y es justo lo material, el nombre de Dios pronunciado, lo que impide que el pueblo note cómo y cuándo es burlado. Escuchemos a Engels, que siempre se expresó de manera precisa, y no como Hegel, al que Williams James tachó de mal escritor: "Según la concepción filosófica, el Estado es la ‘realización de la idea’, o sea, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios sobre la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la eterna verdad y la eterna justicia". Magnífico, claro y evidente me resulta Engels.

Vayamos analizando. ¿Qué es un partido? Es una organización de hombres que desean adquirir poder, control y vigilancia sobre el pueblo. ¿Qué es una Comuna? Es una organización de hombres que desean abolir el poder, el control y la vigilancia sobre el pueblo. Un partido parte, divide, debilita a un país. Una comuna comunica, hace que las ideas del pueblo sean llevadas a cabo por el pueblo mismo, "desde abajo". Cuando leemos ‘Partido Acción Nacional’ (PAN) estamos leyendo una contradicción, pues todo partido es antinacionalista (y es que hasta el nacionalismo es burgués, pues cae en el "defensismo"), y lo es por su estructura burocrática, que trabaja "desde arriba". Cuando leemos ‘Partido Revolucionario Institucional’ (PRI) también estamos leyendo estupideces, pues teórica y pragmáticamente (Marx siempre demostraba sus argumentos por medio de teorías y de comparativas históricas) una revolución no puede institucionalizarse, pues de lo contrario dejaría de ser una revolución "revolucionaria".

Tenemos, por fuerza, que caer en la tautología, única herramienta útil para desdoblar las palabras, para sacar de ellas secretos "llenos de espuma", como dice Neruda. Sigamos. Y cuando leemos ‘Partido de la Revolución Democrática’ (PRD) también, sí, también estamos leyendo disparates. Confundir la esencia con la existencia, el nombre de una forma de gobierno con la esencia de una teoría política, es confundir la alta política con la ‘real politik’, disciplina que versa sobre la administración pública, es decir, sobre los problemas concretos, que a largo plazo son menos importantes que los problemas teóricos.

Los marxistas luchamos por los matices, por los relieves, por lo esencial. Sólo los poetas saben captar lo esencial. B. Brecht, poeta preocupado por la política, escribió un poema llamado ‘El analfabeto político’. Con este poema podemos pensar mejor. Apliquemos, sí, un método sencillo proveniente de la lingüística, y desembocemos con él cómo los políticos y ricachones engañan al pueblo. Contrastemos alegórica y filológicamente lo que significa cada palabra del poema. Dice Brecht: "El peor analfabeto, es el analfabeto político". ¿Qué entiende el pueblo por "analfabetismo"? No saber leer y escribir. ¿Qué entiende, por su lado, el político mentiroso cuando profiere la palabra "analfabetismo"? No conocer las grandes obras de arte de la humanidad. Cuando un hombre desconoce las ideas ajenas también desconoce los límites de su mundo. ¿Qué entienden las masas por "política"? Chismorreo político, charloteo de nombres, pavimentación, alumbrado. Las limitaciones de mis imágenes, de mis sonidos y de mi lenguaje serán las limitaciones de mi mundo. Luego, ser un "burro" en estética es ser un provinciano. Todo lo anterior, toda la educación tiene que darla el Estado porque es "su" obligación.

Para la alta diplomacia la política es un problema intelectual, es un problema antropológico, pues continuamente se hace esta pregunta: ¿qué es el hombre? Sigue el poema: "No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos". El pueblo no sabe oír porque está educado en una cultura de la imagen. El pueblo no habla porque tiene la cabeza vacía, porque el Estado se ha encargado de eliminar toda la literatura diversa, extraña, profunda. No existe el marxismo, no existe la izquierda en México. En los puestos de revistas no hay revistas marxistas (¿hay ‘Pravdas’, hay alguna ‘Die Fackel’?). En los planes de estudio no hay bibliografía marxista, pues ha sido relegada a sótano de la ideología, es decir, al lugar de los refranes, utopías y sueños.

El pensador marxista sabe, sobre todo, distinguir, acotar. Oigamos a Lenin, magnífico teórico de la política: "El marxismo se distingue del anarquismo en que reconoce la necesidad del Estado para el tránsito hacia el socialismo, pero –y esto lo distingue, a su vez, de Kautsky y Cía.– no de un Estado al modo de la república parlamentaria burguesa, democrática al uso, sino de un Estado como la Comuna de París de 1871, como los Soviets de Diputados Obreros de 1905 y de 1917". Nótese que Lenin tiene perfecta conciencia de los cambios que sufren los significados de las palabras luego de una revolución, fenómeno social que cambia de posición todas las cosas, y que cambia, por ende, la posición, la sintaxis y el significado de todas las palabras.

Un parlamento burgués no es lo mismo que un parlamento proletario. Un parlamento burgués pretende ser eterno, eterno como Roma  ("ciudad eterna"), capital del charloteo. En cambio, un parlamento proletario es una corporación para la acción, es un lugar lleno de gente pagada modestamente y ejecutora de tareas modestas, tanto que cualquier habitante debería poder hacerlas. Pero el poder burgués no quiere mezclarse, no quiere mancharse con la moral proletaria, que está acostumbrada a la mancha del error, de la praxis. Del error o de los acontecimientos históricos Marx aprendía todos los días. Pero el puritanismo, noción extraía de la religión, repudia que la realidad se le anteponga. Toda esta herencia podemos encontrarla en los textos antiguos. Aquí un ejemplo (Píndaro): "Al Hado estatuido no le ataja ni fuego ardiente ni acerado muro". Error fatal, señores burgueses.

Sobra que un hombre desee, como el Quijote, cumplir sus sueños a fuerza de "voluntad tenaz" (Gramsci) para que una ideología se venga abajo. Tal vez por todo lo anterior ‘El Quijote’ sólo pudo haber sido de La Mancha. Pero sigamos con Brecht, que dijo que el analfabeto político "no sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas". El pueblo cree que los precios son impuestos por la naturaleza, siempre justa. ¡Otra noción religiosa! Los precios son determinados por los caprichos de los políticos, por sus manejos bancarios, contables, jurídicos. Por eso Lenin decía que una tarea primordial de toda revolución era la de unificar los bancos y la de abolir el secreto comercial, que está protegido por el mito del secreto confesional. La Iglesia hace, día a día, investigación de mercado cualitativa en los confesionarios. El Padre Brown me lo dijo.

El analfabeto político cree que participar en los fenómenos políticos es votar (Badiou), pero no intervenir en la fijación de los precios, en la distribución de la riqueza, en la producción del conocimiento (resolución de problemáticas, diría Balibar) y en el consumo de ideologías (condicionamiento histórico, diría Gramsci). El ignorante político, dice Brecht, "es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política". ¿No es el orgullo un valor burgués? Decía Spinoza que la humildad y el arrepentimiento no son virtudes, pues son manifestaciones de impotencia. ¿Es el orgullo una virtud potente, una que nos hace ser mejores en nuestro propio ser? No, pues el orgullo está enraizado en el silencio, en la polisemia, en la ambigüedad.

Abramos más el oído, que está en el pecho: "No sabe [el analfabeto político] que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos, que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales". Un zafio de la política no sabe que carece de los medios necesarios porque alguien ha decidido que así sea, y como carece de los medios para la manutención de sus hijos hace que sus hijos sean menores abandonados, y hace, sí, que su mujer sea una prostituta, pues la moral burguesa no acepta que una mujer use medios revolucionarios para salir de sus apuros. No hay ser más revolucionario que una mujer que deja de creer en el amor para empezar a creer en la utilidad y en la igualdad.