Eduardo Zeind Palafox
Especial para La Página |
La propaganda política tiene sus raíces en la comunicación
de masas, y la comunicación de masas tiene sus orígenes en la ideología. La
ideología es estudiada por ciertos tipos de estructuralismo, y el
estructuralismo más profundo es el lingüístico. Todo el mundo sabe, o al menos
lo saben los que han leído algo de Saussure o de Bajtin, que dentro del
lenguaje van implícitas las cosmovisiones. Todas las cosmovisiones, cuando no
están ligadas a la ciencia, se hacen concepciones del mundo, y todas las
concepciones del mundo que no están estibadas sobre las ciencias son
mitologías.
Recordemos que el saber humano, según el buen Vico, tiene
sus orígenes en nuestro "instinto de animación" y en nuestra variada
capacidad para darle rasgos humanos a todas las cosas. ¿Por qué tenemos dicho
vicio? Porque no sabemos distinguir entre ideas e ideologías. Una idea es un
ente confuso, sin forma, sin contornos, mientras que una ideología es todo un
sistema de pensamientos, axiomas y creencias, las cuales jamás se rompen cuando
se estrellan contra las ocurrencias o contra el ego. Las ideologías son creadas
por el Estado para que la población no se tome la molestia de pensar. Los
tópicos son remedios caseros para evitar el dolor de cabeza.
Cuando un orador va a lanzar un discurso, los redactores
profesionales, y lo digo por experiencia profesional, lanzan al aire, es decir,
al cielo, o mejor dicho, al espacio de la consciencia social dos tipos de
arengas: las sonoras y las metafóricas. Cuando creamos metáforas los conceptos
son más sencillos de entender. Pero cuando escribimos o hablamos dejando caer
el peso semántico sobre la red que es el sonido, todo se complica para las
masas. Recordemos que toda la Comunicación de Masas está fundamentada en la
Sociología de la Comunicación, ciencia que estudia el comportamiento de los
públicos. Cuando un político habla y junta en una misma proposición conceptos
que además de abstractos son contradictorios, nadie entiende nada. Es por eso
que la función maestra de la filosofía es la de trazar una línea de demarcación
entre conceptos e ideas útiles e inútiles.
Pensemos en algunos ejemplos. ¿Qué percibe la gente cuando
escucha la proposición ‘Partido Acción Nacional’? Más adelante lo sabremos.
¿Qué piensa el público cuando oye la proposición ‘Partido Revolucionario
Institucional’? ¿Qué razona el pueblo cuando escucha patrañas como ‘Partido de
la Revolución Democrática’? Las palabras son los primeros signos que percibimos
en las cosas que observamos. Ya lo dijo el buen Borges: "El nombre es
arquetipo de la cosa". Todo el esfuerzo que hizo Marx para separar
conceptos que estaban unidos y para hozar las carencias de Smith ha sido
pisoteado por las masas, que practican el analfabetismo político.
Los nombres, decía, mantienen las viejas ideas. Pero oigamos
a Lenin (‘El Estado y la Revolución’): "Pero los nombres de los ‘verdaderos’
partidos políticos nunca son absolutamente adecuados; el partido se desarrolla
y el nombre queda". Las circunstancias en las que nacen las palabras se
van, y las palabras pretenden seguir explicando el mundo. Hay que renovar el
lenguaje, y una vez renovado se renovará, como decía Confucio, la política. Los
nombres permiten que en una misma proposición convivan términos
contradictorios, y esto es hacer un mal uso del lenguaje (Wittgenstein). Y usar
mal el lenguaje equivale a echar a perder todo lo ganado políticamente.
El analfabetismo político es, sobre todo, un analfabetismo
filosófico. Despreciar la filosofía es despreciar la precisión. Quien no sabe
filosofía no sabe discernir entre lo bueno y lo malo, entre el bien y lo bueno,
entre el mal hombre (ambicioso) y el maleante (necesitado). Todo el pueblo cree
que el Estado es la materialización de la moral, que es una idea, y que es,
entiéndase de una vez, algo que siempre será confuso, ideal, utópico. Y no
pasemos por alto que las dos fuentes de la ideología burguesa son: el
"idealismo moral" y el "economicismo" (‘Lire le Capital’).
De la religión hemos extraído la mayor parte de la ideología burguesa, que
engaña al pueblo con promesas utópicas y paradisiacas, con emplazamientos y con
frases bonitas y altisonantes y sin significado alguno.
Los nombres, es decir, las palabras, dice Althusser, son los
símbolos que representan a las ideas, que en estado organizado se llaman
"ideologías", sistemas de pensamiento. Un Freud interesado en la
política diría que la ideología es la zona inconsciente del imaginario social.
Hegel sostenía que el Estado era la idea de la moral hecha materia. Y es justo
lo material, el nombre de Dios pronunciado, lo que impide que el pueblo note
cómo y cuándo es burlado. Escuchemos a Engels, que siempre se expresó de manera
precisa, y no como Hegel, al que Williams James tachó de mal escritor:
"Según la concepción filosófica, el Estado es la ‘realización de la idea’,
o sea, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios sobre la tierra, el
campo en que se hacen o deben hacerse realidad la eterna verdad y la eterna
justicia". Magnífico, claro y evidente me resulta Engels.
Vayamos analizando. ¿Qué es un partido? Es una organización
de hombres que desean adquirir poder, control y vigilancia sobre el pueblo.
¿Qué es una Comuna? Es una organización de hombres que desean abolir el poder,
el control y la vigilancia sobre el pueblo. Un partido parte, divide, debilita
a un país. Una comuna comunica, hace que las ideas del pueblo sean llevadas a
cabo por el pueblo mismo, "desde abajo". Cuando leemos ‘Partido
Acción Nacional’ (PAN) estamos leyendo una contradicción, pues todo partido es
antinacionalista (y es que hasta el nacionalismo es burgués, pues cae en el
"defensismo"), y lo es por su estructura burocrática, que trabaja
"desde arriba". Cuando leemos ‘Partido Revolucionario Institucional’
(PRI) también estamos leyendo estupideces, pues teórica y pragmáticamente (Marx
siempre demostraba sus argumentos por medio de teorías y de comparativas
históricas) una revolución no puede institucionalizarse, pues de lo contrario
dejaría de ser una revolución "revolucionaria".
Tenemos, por fuerza, que caer en la tautología, única
herramienta útil para desdoblar las palabras, para sacar de ellas secretos
"llenos de espuma", como dice Neruda. Sigamos. Y cuando leemos ‘Partido
de la Revolución Democrática’ (PRD) también, sí, también estamos leyendo
disparates. Confundir la esencia con la existencia, el nombre de una forma de
gobierno con la esencia de una teoría política, es confundir la alta política
con la ‘real politik’, disciplina que versa sobre la administración pública, es
decir, sobre los problemas concretos, que a largo plazo son menos importantes
que los problemas teóricos.
Los marxistas luchamos por los matices, por los relieves,
por lo esencial. Sólo los poetas saben captar lo esencial. B. Brecht, poeta
preocupado por la política, escribió un poema llamado ‘El analfabeto político’.
Con este poema podemos pensar mejor. Apliquemos, sí, un método sencillo
proveniente de la lingüística, y desembocemos con él cómo los políticos y
ricachones engañan al pueblo. Contrastemos alegórica y filológicamente lo que
significa cada palabra del poema. Dice Brecht: "El peor analfabeto, es el
analfabeto político". ¿Qué entiende el pueblo por
"analfabetismo"? No saber leer y escribir. ¿Qué entiende, por su
lado, el político mentiroso cuando profiere la palabra
"analfabetismo"? No conocer las grandes obras de arte de la
humanidad. Cuando un hombre desconoce las ideas ajenas también desconoce los
límites de su mundo. ¿Qué entienden las masas por "política"?
Chismorreo político, charloteo de nombres, pavimentación, alumbrado. Las
limitaciones de mis imágenes, de mis sonidos y de mi lenguaje serán las
limitaciones de mi mundo. Luego, ser un "burro" en estética es ser un
provinciano. Todo lo anterior, toda la educación tiene que darla el Estado
porque es "su" obligación.
Para la alta diplomacia la política es un problema
intelectual, es un problema antropológico, pues continuamente se hace esta
pregunta: ¿qué es el hombre? Sigue el poema: "No oye, no habla, no
participa de los acontecimientos políticos". El pueblo no sabe oír porque
está educado en una cultura de la imagen. El pueblo no habla porque tiene la
cabeza vacía, porque el Estado se ha encargado de eliminar toda la literatura
diversa, extraña, profunda. No existe el marxismo, no existe la izquierda en
México. En los puestos de revistas no hay revistas marxistas (¿hay ‘Pravdas’,
hay alguna ‘Die Fackel’?). En los planes de estudio no hay bibliografía
marxista, pues ha sido relegada a sótano de la ideología, es decir, al lugar de
los refranes, utopías y sueños.
El pensador marxista sabe, sobre todo, distinguir, acotar.
Oigamos a Lenin, magnífico teórico de la política: "El marxismo se
distingue del anarquismo en que reconoce la necesidad del Estado para el
tránsito hacia el socialismo, pero –y esto lo distingue, a su vez, de Kautsky y
Cía.– no de un Estado al modo de la república parlamentaria burguesa, democrática
al uso, sino de un Estado como la Comuna de París de 1871, como los Soviets de
Diputados Obreros de 1905 y de 1917". Nótese que Lenin tiene perfecta
conciencia de los cambios que sufren los significados de las palabras luego de
una revolución, fenómeno social que cambia de posición todas las cosas, y que
cambia, por ende, la posición, la sintaxis y el significado de todas las
palabras.
Un parlamento burgués no es lo mismo que un parlamento
proletario. Un parlamento burgués pretende ser eterno, eterno como Roma ("ciudad eterna"), capital del
charloteo. En cambio, un parlamento proletario es una corporación para la
acción, es un lugar lleno de gente pagada modestamente y ejecutora de tareas
modestas, tanto que cualquier habitante debería poder hacerlas. Pero el poder
burgués no quiere mezclarse, no quiere mancharse con la moral proletaria, que
está acostumbrada a la mancha del error, de la praxis. Del error o de los
acontecimientos históricos Marx aprendía todos los días. Pero el puritanismo,
noción extraía de la religión, repudia que la realidad se le anteponga. Toda
esta herencia podemos encontrarla en los textos antiguos. Aquí un ejemplo
(Píndaro): "Al Hado estatuido no le ataja ni fuego ardiente ni acerado
muro". Error fatal, señores burgueses.
Sobra que un hombre desee, como el Quijote, cumplir sus
sueños a fuerza de "voluntad tenaz" (Gramsci) para que una ideología
se venga abajo. Tal vez por todo lo anterior ‘El Quijote’ sólo pudo haber sido
de La Mancha. Pero sigamos con Brecht, que dijo que el analfabeto político
"no sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la
harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones
políticas". El pueblo cree que los precios son impuestos por la
naturaleza, siempre justa. ¡Otra noción religiosa! Los precios son determinados
por los caprichos de los políticos, por sus manejos bancarios, contables,
jurídicos. Por eso Lenin decía que una tarea primordial de toda revolución era
la de unificar los bancos y la de abolir el secreto comercial, que está
protegido por el mito del secreto confesional. La Iglesia hace, día a día,
investigación de mercado cualitativa en los confesionarios. El Padre Brown me
lo dijo.
El analfabeto político cree que participar en los fenómenos
políticos es votar (Badiou), pero no intervenir en la fijación de los precios,
en la distribución de la riqueza, en la producción del conocimiento (resolución
de problemáticas, diría Balibar) y en el consumo de ideologías
(condicionamiento histórico, diría Gramsci). El ignorante político, dice
Brecht, "es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que
odia la política". ¿No es el orgullo un valor burgués? Decía Spinoza que
la humildad y el arrepentimiento no son virtudes, pues son manifestaciones de impotencia.
¿Es el orgullo una virtud potente, una que nos hace ser mejores en nuestro
propio ser? No, pues el orgullo está enraizado en el silencio, en la polisemia,
en la ambigüedad.
Abramos más el oído, que está en el pecho: "No sabe [el
analfabeto político] que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor
abandonado, y el peor de todos los bandidos, que es el político corrupto,
mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales". Un
zafio de la política no sabe que carece de los medios necesarios porque alguien
ha decidido que así sea, y como carece de los medios para la manutención de sus
hijos hace que sus hijos sean menores abandonados, y hace, sí, que su mujer sea
una prostituta, pues la moral burguesa no acepta que una mujer use medios
revolucionarios para salir de sus apuros. No hay ser más revolucionario que una
mujer que deja de creer en el amor para empezar a creer en la utilidad y en la
igualdad.