“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

8/12/12

Oscar Niemeyer y los ‘condenados de la tierra’

Salim Lamrani
Especial para La Página

¿Qué se puede recordar de Oscar Niemeyer, el más famoso arquitecto brasileño cuya obra artística ya forma parte del patrimonio de la humanidad? ¿La espléndida y extraordinaria catedral de Brasilia? ¿El fabuloso Palacio da Alvorada? ¿La imponente y magistral sede de las Naciones Unidas en Nueva York? ¿La majestuosa Universidad Houari Boumediene de Argel? ¿La sorprendente Casa de la Cultura de Le Havre? Niemeyer era un revolucionario del espacio, un subversivo de la armonía, un eterno amante de lo insólito cuyas realizaciones suscitan pasión y admiración por todo el mundo.

Pero lo esencial está en otra parte. Si sólo se hubiera que recordar una cosa del genial arquitecto, sería la lealtad a sus principios, la fidelidad de su compromiso comunista y su amor por los pobres de la tierra. «Es necesario ante todo conocer la vida de los hombres, su miseria, su sufrimiento para hacer arquitectura, para crear», decía. 
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Niemeyer jamás ocultó su aversión por las injusticias de nuestra época y no dejó de repetir que era importante emprender un «combate común por un mundo mejor». Y la esperanza se encuentra en América Latina que debe convertirse en «un polo de combate, un polo de resistencia contra el imperialismo estadounidense». Las fuentes de inspiración son numerosas: la resistencia y la dignidad del pueblo cubano frente a la despiadada agresión de Estados Unidos, el fervor y el entusiasmo revolucionarios de los hijos de Simón Bolívar en Venezuela y el regreso de Túpac Amaru a Bolivia, así como en el resto del continente.

Las nuevas generaciones de artistas deben seguir el ejemplo de Niemeyer, que hizo suya la máxima: «No hay arte sin ética», con esa permanente preocupación por la suerte de los «condenados de la tierra». Gracias Oscar.