- Hoy 25 de junio se cumple el treinta aniversario de la muerte del filósofo que revolucionó las formas de entender el poder, el saber y las resistencias.
Michel Foucault ✆ Gato Teo |
Amador
Fernández-Savater | Una escena puede servirnos para
arrancar esta reflexión sobre la actualidad del pensamiento político de Michel
Foucault, en el treinta aniversario de su muerte. A finales de 1977, socialistas y comunistas discuten la
elaboración de un "programa común" para presentarse conjuntamente a
las elecciones generales francesas de marzo 1978.
Ha llegado ya el momento, piensan algunos, de traducir la revuelta de Mayo del 68 en una victoria electoral e institucional a través de la necesaria "unidad de la izquierda". Es hora de la "política con mayúsculas" y de las cosas serias, tras tanta autogestión, tanta democracia directa y tanta autoorganización, inconsistentes para transformar la realidad.
Al mismo tiempo, dos publicaciones organizan un encuentro
entre personas comprometidas en la intervención en ámbitos específicos de la
sociedad como la educación, la asistencia sanitaria, el urbanismo, el medio
ambiente o el trabajo.
Michel Foucault, tal vez la estrella más luminosa en el
firmamento intelectual del momento, acude al encuentro y se inscribe en el
taller "medicina de barrio". Le Nouvel Observateur (N° 670) recoge
sus impresiones al finalizar los trabajos en una breve entrevista titulada: "Una movilización cultural".
Entre otras cosas, Foucault dice:
"Yo escribo y trabajo para personas como las que están ahí en ese taller, gentes nuevas que plantean preguntas nuevas. Son las preguntas de las enfermeras o de los guardias de prisiones las que deberían interesar a los intelectuales. Son infinitamente más importantes que los anatemas que se lanzan a la cabeza los profesionales de la intelectualidad parisina. ""Durante los dos días de intensos debates y discusiones profundamente políticas, ya que se trataba de cuestionar las relaciones de poder, de saber, de dinero, ninguno de los treinta participantes del grupo 'medicina de barrio' usó las palabras 'marzo 1978' o 'elecciones'. Esto es importante y significativo. La innovación ya no pasa por los partidos, los sindicatos, las burocracias, la política. Se trata de un cuidado individual, moral. Ya no preguntamos a la teoría política qué hacer, ya no son necesarios los tutores. El cambio es ideológico, y profundo"."Un gran movimiento se ha activado durante estos últimos quince años, del que la anti-psiquiatría es el modelo y Mayo del 68, un momento. En las capas que una vez garantizaban la felicidad de la sociedad, como por ejemplo los médicos, ahora hay poblaciones enteras que se vuelven inestables, que se ponen en movimiento, en búsqueda, fuera del vocabulario y las estructuras de costumbre. Es una... no me atrevo a decir revolución cultural, pero sin duda una movilización cultural. Políticamente irrecuperable: se siente que en ningún momento el problema para ellos cambiaría si hubiese un cambio de gobierno. Y eso me alegra."
El gesto es altamente provocador. Para el filósofo más
grande, un modesto taller es más relevante que la discusión sobre el "programa
común" de socialistas y comunistas, es ese taller lo que está en línea
directa con Mayo del 68 y no la posible victoria electoral del frente de
izquierdas, la invención política pasa por un pequeño grupo de gente que se
muestra indiferente al cambio eventual de gobierno. Como si estar "a la
altura del momento" consistiese en colocarse muy abajo, como si "la
política con mayúsculas" se escribiese en realidad con minúsculas.
Provocador sí, pero no caprichoso. El gesto de Foucault es
perfectamente coherente con sus desarrollos teóricos de la época. ¿Qué entendía
entonces Foucault por poder (si no se trataba del poder político)? ¿Cómo
pensaba las resistencias (por fuera del paradigma del partido)? ¿En qué
consistía para él una aportación intelectual a las prácticas de emancipación
(si no pasaba por firmar manifiestos u opinar sobre la coyuntura)?
Poder, saber y resistencias son tres problemas fundamentales
a lo largo de toda la trayectoria del filósofo francés. No soy especialista en
su obra, ni me atrevería a intentar restituir en unas pocas líneas toda la
complejidad de su meditación sobre estos problemas, pero querría apuntar
algunos elementos para tratar de entender mejor dónde residía el valor de esa
"movilización cultural" y en qué sentido me parece que la seguimos
necesitando hoy.
En primer lugar, la
cuestión del poder
"En el
pensamiento y el análisis político, aún no se ha guillotinado al rey",
escribe Foucault en 1976. ¿Qué significa eso? Foucault alude aquí a la figura
de un poder majestuoso, concentrado en un lugar determinado, siempre lejano y
en lo alto, que irradia verticalmente su voluntad sobre sus súbditos/víctimas.
Se sustituye al rey por el Estado, el imperio de la ley o la
dominación de clase, pero se reproduce una forma de entender el poder: una
especie de "sala de mandos" situada en la cúspide de la sociedad.
Todo el trabajo de Foucault apunta a romper ese esquema conceptual/mental.
En lugar de un poder que se concentra o se deduce de las
grandes figuras (Estado, ley, clase), Foucault nos propone pensarlo como un
"campo social de fuerzas". El poder no desciende de un punto
soberano, sino que viene de todos los lados: millares de relaciones de fuerza
atraviesan y configuran nuestra forma (práctica) de entender la educación, la
salud, la ciudad, la sexualidad o el trabajo.
Esas relaciones de fuerza no se codifican únicamente en
términos jurídicos (lo que se puede y no se puede hacer según la ley), sino que
consisten en una pluralidad infinita de procedimientos extra-legales que
funcionan ajustando los cuerpos y los comportamientos a normas (diferentes de
una ley). Pensemos por ejemplo en una prisión: su ley explícita dice que se
trata de un espacio para la reinserción del preso en la sociedad, pero mil
procedimientos cotidianos producen algo bien distinto: un marcaje, una
estigmatización del delincuente como delincuente, una exclusión. El análisis
exclusivamente jurídico del poder es ciego a esas fuerzas determinantes.
En ese campo social de fuerzas hay, sin duda, "puntos
de especial adensamiento": el Estado, la ley, las hegemonías sociales...
Son los nodos más grandes de la red de poder. Pero Foucault nos propone
pensarlos (invirtiendo radicalmente la perspectiva normal) como "formas
terminales". Es decir, no tanto causas como efectos del juego de
las relaciones de fuerza. No tanto instancias primeras y generadoras, como
segundas y derivadas. Perfiles, contornos, puntas de un iceberg... Los aparatos
estatales, las leyes y las hegemonías sociales son las figuras visibles que se
recortan sobre el fondo oscuro y en permanente ebullición de la pelea
cotidiana.
Formas terminales, pero no pasivas. Las figuras visibles del
poder son el resultado del campo social de fuerzas y se apoyan en él, pero a la
vez lo fijan (aunque nunca definitivamente). Es decir, encadenan distintas
relaciones de fuerza concretas y locales produciendo de ese modo efectos
globales y estrategias de conjunto. Una cita muy clara de Foucault al respecto,
discutiendo con el marxismo dominante en los años 70: "No me parece que
sea la clase burguesa (o tales o cuales de sus elementos) la que impone el conjunto
de las relaciones de poder. Digamos que esa clase las aprovecha, las utiliza,
las modifica, trata de intensificar unas y de atenuar otras. No hay, pues, un
foco único del que todas ellas salgan como si fueran por emanación, sino un
entrelazamiento de relaciones de poder que, en suma, hace posible la dominación
de una clase social sobre otra, de un grupo sobre otro".
En la famosa
entrevista de Jordi Évole a Pepe Mujica, el presentador catalán le preguntó
al presidente uruguayo si había cumplido su programa electoral: "Qué va", contestó riendo
Mujica, "¿usted cree que un
presidente es un rey que hace lo que quiere?" Y le vino a dar a Évole
una pequeña "lección foucaultiana" explicándole cómo lo que puede y
no puede hacer el poder político está condicionado por el campo social de
fuerzas (el entramado jurídico que construye el neoliberalismo a su medida, los
mismos deseos y expectativas de los sujetos sociales, etc.).
El poder no es un objeto que se encuentre en un lugar
privilegiado que se pueda ocupar o asaltar: el paradigma revolucionario
hegemónico en el siglo XX entra aquí en crisis. Sin relación con el campo
social de fuerzas, ese lugar está vacío y ese poder es impotente. Hay que
repensarlo todo de nuevo, no para desechar la exigencia revolucionaria, sino
para reactivarla desde una mirada nueva.
En segundo lugar, la
cuestión de las resistencias
"Allí donde hay
poder, hay resistencias", reza una célebre máxima foucaultiana. La
idea de que el poder no se concentra en un único punto (los dirigentes, la
casta política, etc.), sino que se genera y brota desde todos los rincones de
la sociedad no es una tesis pesimista sobre la omnipotencia de la dominación.
Al contrario: definir el poder como una relación de fuerzas significa
entenderlo como la relación entre una acción y otra acción. Una acción de mando
y otra acción que le responde. La fuerza no se ejerce sobre un objeto pasivo,
sino sobre otra fuerza siempre capaz de acción y de una respuesta no
previsible.
En una entrevista de 1977, Foucault llama "la
plebe" a todas esas resistencias. En primer lugar, la plebe es una
respuesta concreta, local y situada a un procedimiento de poder igualmente
concreto, local y situado. Ahí está de hecho su potencia: responde al poder
allí donde se ejerce y no en otro lado. "La plebe es menos el exterior de
las relaciones de poder que su envés, su límite, su contrapunto; es lo que
responde a cualquier avance del poder con un movimiento para deshacerse de
él".
En segundo lugar, la plebe no es una realidad sociológica
(aquellos que comparten condición social o intereses), sino más bien una falla
en las identidades dadas. No es el pueblo, ni los pobres, ni los excluidos:
"hay plebe en los cuerpos, en las almas, en los individuos, en el
proletariado, también en la burguesía, pero con una extensión, unas formas,
unas energías y una irreductibilidades diversas". No hay división binaria
entre el bloque de poder y el bloque de las resistencias: poder y resistencia
lo atraviesan todo (y a cada uno).
Por último, la plebe no es una sustancia, sino una acción.
"La plebe no existe pero hay plebe". Como cuando decimos
"la amistad no existe, pero hay pruebas de amistad". Es algo que pasa
o simplemente no existe. Es un hecho, una manifestación, un acontecimiento.
¿Puede "organizarse" la plebe, una realidad tan
móvil, heterogénea y compleja? La respuesta es sí. Igual que el poder encadena
y entrelaza distintas relaciones de fuerza concretas y locales produciendo
estrategias globales, las resistencias pueden ser "codificadas
estratégicamente" produciendo efectos generales: revoluciones.
¿Cómo? Se trata de evitar al menos dos inercias a la hora de
pensar la organización: 1) la simplificación (sólo puede organizarse lo
idéntico) y 2) la separación (para organizarse hay que "salir" de los
lugares concretos donde las resistencias se desarrollan). Los "sujetos
políticos" que hemos conocido a lo largo del siglo XX (el partido político
o el grupo armado) siguen ese modelo: pensándose a sí mismos como la cabeza y
la articulación de las resistencias, se construyen en realidad como espacios
homogéneos, cerrados y aislados de los mundos donde las resistencias viven.
¿Entonces? Se trataría de reimaginar la organización en
términos de "circulación" entre los distintos puntos de resistencia.
Asumir el carácter disperso y situado de las resistencias, no como un obstáculo
a conjurar, sino como una potencia. Pensar, no de qué manera englobar las
resistencias bajo formas centralizadas y sin relación orgánica con sus mundos,
sino cómo construir "lazos transversales de saber a saber, de un punto de
politización a otro, los cruces y los intercambiadores".
La plebe se organiza comunicando y extendiendo sus prácticas
de resistencia. Seguramente, si Foucault disfrutó tanto esos talleres de 1978
fue porque abrían un espacio donde las resistencias podían encontrarse y
compartir sin poner entre paréntesis sus diferencias y sus mundos propios.
Y por último, la
cuestión del saber
"Cada vez que
intenté hacer un trabajo teórico, lo hice a partir de elementos de mi propia
existencia, siempre en relación con procesos que yo veía desarrollarse en torno
a mí", explica Foucault. Para elucidar la experiencia vivida, Foucault
podía irse realmente lejos en el tiempo y el espacio (siglos remotos,
personajes oscuros, textos perdidos), pero toda su erudición está puesta al
servicio de pensar los "problemas, las angustias, las heridas y las inquietudes"
del presente.
Es la diferencia entre pensar al pie de la calle y pensar al
pie de la letra. En el pensar al pie de la letra, los libros remiten a libros.
En el pensar al pie de la calle, los libros resuenan con los problemas de la
vida individual y colectiva.
Uno sale más fuerte, más inteligente, más alegre después de
leer a Foucault y sin embargo él no hace sino complicarlo todo. ¿Cómo es
posible? Mi intuición es esta: la alegría en el pensamiento no tiene que ver
con lo reconfortante de las conclusiones a las que se llega, sino con el hecho
de descubrirnos capaces de llegar a un sitio por nosotros mismos. Es una
experiencia que deja una huella duradera: si hemos sido capaces de pensar algo
(lo que sea) por nosotros mismos, podremos volver a hacerlo.
Es lo contrario de lo que Foucault llamó "la posición
profética", asociándola a menudo al marxismo: un pensamiento movilizador
que en realidad consigue la desmovilización del pensamiento. ¿Cómo? 1)
Confundiendo la necesidad histórica y los objetivos a alcanzar, como si estos
estuviesen ya escritos en el curso mismo de lo real ("llega el fin del
capitalismo", etc.); 2) tapando "el aspecto sombrío y solitario de
las luchas": las dificultades, las contradicciones y los claroscuros de la
realidad, las fases de silencio e invisibilidad en las que una lucha no goza
del protagonismo mediático o la atención de los focos; y 3) buscando todo el
rato nuestra adhesión a unas tesis, pero sin requerirnos ningún tipo de trabajo
personal.
En lugar de la posición profética de superioridad, que es
como la voz en off que describe lo que pasa sin que sepamos nunca de donde
sale, Foucault entiende la teoría como una "caja de herramientas". No
como un sistema teórico válido siempre, sino como un instrumento adecuado para
descifrar la lógica propia de una relación de fuerzas concreta. No como un
diagnóstico cerrado y perfecto, sino como lentes que uno debe aprender a
graduar por sí mismo. Un pensamiento inacabado que requiere (en los dos
sentidos) la activación del otro. "Querría producir efectos de verdad que
sean tales que puedan utilizarse en una batalla posible, conducida por quienes
lo deseen, en formas por inventar y organizaciones por definir, dejo esa
libertad al término de mi discurso a quien quiera hacer algo con ella".
El intelectual (cualquiera) que entiende la teoría como una
caja de herramientas no es un gurú, un oráculo ni un guía, sino lo que Foucault
llamó un "intelectual específico". No el portavoz de valores
universales, sino de situaciones concretas. No quien traza líneas a seguir,
sino quien aporta herramientas que pueden usarse libremente. No la voz en off
que todo lo sabe, sino la prolongación de la potencia de una lucha.
Pensar en plural
En esos talleres de 1978 se desarrollaron discusiones
"profundamente políticas", pero sin embargo Foucault preferió hablar
de "una movilización cultural". ¿Por qué? Creo que lo que Foucault
percibió allí fue una modificación en las maneras de ver y pensar. Es decir, un
cambio cultural o de paradigma. Algunos elementos de la "nueva imaginación
política" que él reclamaba.
Podríamos tal vez definir así uno de esos elementos: pensar
en plural. Por ejemplo, no entender el poder como un monopolio del Estado,
sino como un campo social de fuerzas. No entender las resistencias como un
monopolio de los partidos políticos, sino como posibilidades al alcance de
cualquiera, en cualquier lugar. No entender el saber como un monopolio de los
especialistas y las Voces Explicadoras, sino como una caja de herramientas sin
autor ni propietario, de la que todos podemos servirnos y a la que todos
podemos aportar.
Nuestro momento histórico es por supuesto muy distinto de
los años 70, pero ¿no sigue siendo imperiosa la necesidad de pensar en plural,
sin centro? ¿Pensar y hacer el cambio social, no como algo que pasa por un solo
plano (partidos-elecciones-poder político), sino a través de una pluralidad de
tiempos, espacios y actores?
Un criterio para distinguir entre "vieja política"
y "nueva política" podría ser, mejor que un simple criterio temporal,
esta clave: pensar en plural o pensar en uno mismo (como centro).
Así, la vieja política sería aquella que re-centraliza todo
el tiempo, absorbiendo todas las energías sociales en torno a unos pocos
tiempos, lugares y actores. Esos pocos centros acumularían poder a costa de la
pasividad y la desertización del resto (siempre en nombre de la eficacia,
etc.).
Por su lado, la nueva política sería la que que vacía una y
otra vez el centro potenciando lo demás. La que abre posibilidades de
intervención política en lugar de acotarlas a unos espacios privilegiados, la
que multiplica las capacidades de cualquiera (de hacer, de decir, de pensar) en
lugar de producir espectadores, la que activa conversaciones y no monólogos.
Una de las lecciones foucaultianas que podemos recoger hoy
es que la madurez del pensamiento político no consiste en pasar de lo pequeño a
lo grande o en "saltar" de las calles a las instituciones (ni en lo
contrario), sino en guillotinar por fin al rey e inventarnos lenguajes y mapas
para empujar un cambio que será (en) plural o no será.
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