Martin Heidegger, uno de los grandes nombres de la Filosofía
del siglo XX, se unió al Partido Nazi el 1 de mayo de 1933, exactamente 10 días
después de ser elegido rector de la Universidad de Friburgo. A pesar de que
sólo un año más tarde se distanció del curso de los acontecimientos, no dejó de
pertenecer al partido hasta que fue desmantelado, después de la II Guerra
Mundial. Las razones por las que los más selectos pensadores de la Alemania
nazi elaboraron todo tipo de justificaciones favorables a Hitler es el hilo conductor
del ensayo que Yvonne Sherratt publica bajo el título ‘Los filósofos de
Hitler’, que publicará en inglés la Universidad de Yale y en el que analiza el
paso de la esvástica por el pensamiento alemán.
El caso de Heidegger es quizá el más angustioso y Sherratt
detalla en su libro los episodios
en los que se vistió de militar nazi para dar conferencias, la forma en que se deshizo de sus colaboradores judíos e incluso la traición a su propio maestro, Edmund Husserl. La mayor parte de estos hechos eran anteriormente conocidos, pero la novedad de la obra radica en la demostración de que en modo alguno fueron estos filósofos forzados o coaccionados y que aquellas conductas no fueron consecuencia del miedo o las amenazas, sino de la ambición.
en los que se vistió de militar nazi para dar conferencias, la forma en que se deshizo de sus colaboradores judíos e incluso la traición a su propio maestro, Edmund Husserl. La mayor parte de estos hechos eran anteriormente conocidos, pero la novedad de la obra radica en la demostración de que en modo alguno fueron estos filósofos forzados o coaccionados y que aquellas conductas no fueron consecuencia del miedo o las amenazas, sino de la ambición.
Alasadir Palmer, del diario ‘The Telegraph’, que ha tenido
acceso al documento completo, destaca como conclusiones el hecho de que “el
comportamiento de aquellos filósofos puede definirse como racional en el
sentido de que sigue la lógica de la búsqueda de poder. Se dieron cuenta de que
para poder continuar con sus carreras estas tenían que transcurrir en línea con
la abrumadora fuerza del imperio que surgía. Y, en coherencia con esto, se
deshicieron de sus colegas judíos”. Palmer subraya que se trata de una serie de
trayectorias profesionales “moralmente despreciables, pero que respetan la
racionalidad que se espera de un filósofo”.
En el libro parece quedar claro además que los pensadores
alemanes del Tercer Reich no fingieron su admiración por Hitler, sino que
sinceramente llegaron a creer que el nazismo traería el bien de Alemania, lo
que lleva al lector inevitablemente a poner en duda su capacidad para el
pensamiento, dado que no fueron capaces de reconocer el sufrimiento, la
tortura, la persecución y el genocidio sobre el que se sustentaba la ideología
nazi. Su aportación a la cultura alemana y mundial debe ser, a la luz del
ensayo de Sherratt, puesta en cuestión.