Paul Cézanne ✆
Bodegón con una cesta |
Especial para La Página |
Hace mucho tiempo, cuando me enteré de que en el siglo de
Ben Jonson escribir infolios teatrales era una actividad de subordinados como
lo es hoy
redactar guiones para la televisión o para la radio, me propuse una dura tarea: aprender a trazar con sonidos imágenes y a hacer que las imágenes llegaran a sonar. Lo que a las sienes me vino primero fue recordar una enseñanza que Chateaubriand plasmó en su infinito libro sobre el Cristianismo. Son las campanas, argüía con sentimiento hidalgo el francés, los únicos objetos que nos llevan hasta el pasado.
redactar guiones para la televisión o para la radio, me propuse una dura tarea: aprender a trazar con sonidos imágenes y a hacer que las imágenes llegaran a sonar. Lo que a las sienes me vino primero fue recordar una enseñanza que Chateaubriand plasmó en su infinito libro sobre el Cristianismo. Son las campanas, argüía con sentimiento hidalgo el francés, los únicos objetos que nos llevan hasta el pasado.
Entonces, ¿cómo escribir con campanadas? Luego recordé que
James Joyce, padre de las páginas literarias que parecen páginas para aprender
a tocar agudos pianos, había perfeccionado el arte de hacer que las palabras
quedasen inertes y como meros y puros cuerpos aislados, substanciales,
vibrantes. Entonces, ¿cómo tocar campanas que en el viento escriban? Me puse a
ver el 'Bodegón con una cesta' (*), pintado por Cézanne en 1890, y aprendí lo que a
continuación se cuenta con cuentera voz de guitarra, que necesita de la cordura
de un acorde para no caer en la locura.
Hartos manuales de autores famosos y oscuros he leído, pero
mucho he olvidado y mucho más incomprendido, siendo la incomprensión uno de los
modos del error, siendo éste uno de los orígenes del misterio, causa eficiente
de la duda, forma de la inteligencia. En todos los manuales e historias sobre
estética, desde los absolutos axiomas de Hegel hasta los griegos postulados de
Winckelmann, he leído que la pintura es un arte de impresiones, de
simultaneidad, mientras que la literatura es un arte temporal, disgregador.
¿Cómo escribir apartándome de la lógica y del silogismo?
¿Cómo pintar con palabras momentos históricos coherentes? Todos los libros
tienen un inicio y un fin, y tal estructura la entendió Miguel Ángel, que
siempre pintaba, según los análisis del italiano maravilloso Giovanni Papini, Génesis
y Apocalipsis. Dante, a su vez, decía que podíamos leer su Comedia de cuatro
formas, siendo la literal una de las más pobres. Escoto Erígena testimoniaba
que la Sagrada Escritura era como el plumaje de un pavo real, y que aunque
muchos colores refleja jamás deja de ser plumaje. Y Spinoza, por su lado, ha
escrito que todas las cosas son meras extensiones de los atributos de Dios.
Podría hacer una lista infinita de autores dueños de
filosofías infinitas e insuperables, pero creo que con los supracitados
ejemplos es más que suficiente. Dicen los historiadores del arte en Harvard que
con Cézanne empezó la pintura moderna, y que con Picasso se abrieron las
incómodas puertas del cubismo. La pintura moderna, como la 'action painting' o
como esa pintura improvisada en las farragosas cuerdas del aire llamada jazz,
busca romper viejos órdenes o postulados, pues para poder expresar bruscos
sentimientos nuevos que palabras no tienen que les designen, es menester acudir
a nuevas técnicas, modos y perspectivas.
¿Qué hay de moderno en el bodegón de Paul Cézanne? El caos,
al cual le decimos así porque simplemente esconde un orden geométrico detrás de
sus muchas caras. Esa pintura es, como pensaría el sociólogo Baudrillard, un
sistema de objetos. La pintura religiosa, más que explicar quería retratar y
revelar. La moderna, al contrario, busca sistematizar. La pintura clásica,
imperada por ciertas técnicas, que son los rituales de la creación, mostraba
rostros y cuerpos definidos pero portadores de pasiones indefinidas, mientras
que la moderna muestra cuerpos y rostros indefinidos que comunican emociones
precisas, como las que se viven en el paisaje urbano, eufemismo del
Infierno.
El bodegón de Cézanne es un sistema de maderas, frutos y
porcelanas, o para hablar como sociólogos, es un sistema de blancas reliquias
(pasado amanerado), de tradiciones de madera (estamos hechos de lo que hay
sobre nuestras mesas de madera, parodiando a Shakespeare) y de vivos residuos
de la naturaleza (presente alimenticio). Traducir esto al lenguaje de la
escritura sería pensar que los textos deben combinar dulzura tonal, lijados
argumentos y finezas.
Experimentemos. ¿Cómo podríamos decir la palabra
"amariello" sin tener que escribirla o pronunciarla y con todo
transmitir más amarillos que la palabra misma? Borges enseñó que quien nos
habla de "amariello" sabe que ya hemos visto limones, puestas de sol
y trigo, y tal vez oro. ¿Cómo podríamos reducir la maestra prosa de Cervantes,
prosa que invierte muchedumbres de palabras para explicar ideas claras? Más que
decir que el `Quijote´ gastaba saliva, fuerza, cordura y sueños en busca de
sabiduría o de refranes, que son "sentencias breves sacadas de la luenga y
discreta experiencia", podemos decir que el loco caballero andante
"bebiendo los vientos va" (viento: sueños, suspiros, almas,
aventuras, etc.), si me autorizan citar poesía argentina de gauchos.
¿Y cómo describir la penosa condición de Rocinante? Así: él
fue un "overo rosao" de espíritu. La pintura de Cézanne no presume
modelados, pero sí un uso del color que pretende hacernos imaginar más que
analizar. Esos frutos son burbujas en la tierra, burbujas como las que en el
agua hay, según el parecer de un personaje ideado por Shakespeare, redactor de
tragedias que teatralmente, que silogísticamente tenían errores argumentativos,
pero que eran certeras para que sus actores pintaran cuadros escénicos en su
teatro llamado ‘El Globo’.
(*) Nota del editor: Llamado también Naturaleza muerta con cesta de frutas