Introducción
A 160 años del natalicio de José Martí acercarnos a su
ensayo «Nuestra América», escrito en circunstancias muy particulares dentro su
prolongada estancia en los Estados Unidos e inmerso en su afán por alcanzar la
independencia de Cuba, representa, sin dudas, la expresión más nítida de un
pensamiento que no solo se construye literalmente con un estilo depurado y
propio, sino que es expresión, también, de dimensiones que sobrepasan a su
época y contextos, siempre presentes en el devenir latinoamericano y en el aliento vital y renovador con que nuestros pueblos han de luchar para conquistar y hacer realidad, como expresara Cintio Vitier, «los fantasmas de la redención americana».
época y contextos, siempre presentes en el devenir latinoamericano y en el aliento vital y renovador con que nuestros pueblos han de luchar para conquistar y hacer realidad, como expresara Cintio Vitier, «los fantasmas de la redención americana».
Estos análisis se inscriben dentro de un pensamiento social
radical de nuestro continente, precursor junto con nuestros próceres de la
independencia, de proyecciones que apuntan a defender conceptos y actuaciones
que nunca se han logrado alcanzar, a pesar de una historia común en las que
sobresalen páginas gloriosas de lucha, pero que en incontables ocasiones no han
podido sobrepasar más allá de sus circunstancias. Es un mérito indiscutible de
Martí, el que desde la visión independentista mirara más allá y reflexionara en
torno a elementos claves, para obtener lo que sabía indispensable, la soberanía
de nuestras repúblicas con un sentido diferente y donde primara la fuerza y
dignidad del hombre americano, como el portador de la plena liberación, que en
su caso era definitorio del hombre múltiple y de su identidad: cultura y
participación comprometida en lo político y en lo social, sin dejar de
considerar lo económico dentro de esa sumatoria de factores.
En este afán por reconocer y reconocerse en el hombre
americano, supo advertir no solo el crisol de sus cualidades por desarrollar,
sino sobre todo el compromiso ético que debía primar en sus acciones para
enfrentar el poder --que sentía omnímodo--, de la nación del norte y sus
pretensiones de dominación total en nuestras repúblicas nacientes. Representa
uno de los ejes esenciales de «Nuestra América», pero no el único, porque su
larga estancia en los Estados Unidos contribuyó a una mirada abarcadora, en los
que supo apreciar el impulso interior de su desarrollo económico y cultural,
pero también las limitaciones particulares que hacían de sus ciudadanos hombres
egoístas y desprovistos de gestos de hermanamiento y solidaridad, por lo que
auguraba un futuro prominente pero a la vez depredador y avasallador con los
más débiles de su entorno, los que en esos tiempos se encontraban delineando su
provenir como nación después de las luchas por alcanzar la independencia.
Para el vecino del norte, nuestros países eran considerados
bárbaros, incultos pero, para su mal, con enormes recursos materiales
codiciados por ellos. Ya se sentían capaces de ejercer un dominio imperial a
escala expansiva y, nada más oportuno, que en su patio trasero. Este fenómeno
de expansión imperialista y sus rasgos distintivos constituyen en el
pensamiento martiano una visión superior de su época, interpretada como
profética por algunos, pero que, si se estudia analíticamente, resume la
expresión de un pensamiento político latinoamericano que conforma las bases de
una modernidad que se entronca con lo más avanzado, coherente y actual de
nuestra intelectualidad en el plano de la teoría social.
De esa forma, muy sucinta, se puede resaltar la
contemporaneidad intrínseca de «Nuestra América», al extenderse su presencia en
las propuestas de cambio que se sustentan hoy en la región, donde se incluyen
ejes que van desde el compromiso por recuperar la plena identidad del hombre
americano en su diversidad y también en su unidad, como base primaria para
entender las formas y los modos propios de cómo obtener la plena independencia
que fuera cercenada por la nación del norte y por coyunturas propias. En esos
espacios se ubican corrientes y tendencias en las que se cruzan posiciones más
radicales y de izquierda con las más conservadoras, con la necesidad imperiosa
de construir no solo el proyecto de nación que cada país debe y requiere hacer,
sino esencialmente para pensar en el compromiso de un nuevo siglo y milenio que
nos obliga a diseñar espacios superiores donde los ejes de poder político, la
hegemonía, la soberanía y la plena identidad sean las fuerzas dominantes y
contrastantes para enfrentar de una vez por todas al «gigante de las siete
leguas».
El Che cerca de una foto de José Martí, 1958 |
En esa escala superior, la historia reciente de América
Latina registra un hecho sustancial cuyo significado llegó a trascender
fronteras, que no es otro que el triunfo de la Revolución cubana en enero de
1959. Resulta muy propio de este proceso la unión de tendencias y proyecciones
en las que se suman lo más autóctono de nuestro pensamiento revolucionario,
donde, por supuesto, Martí alcanza un lugar cimero, definido por Fidel Castro,
líder de la Revolución, como el autor intelectual del Movimiento 26 de julio y
por consiguiente del proceso radical y de total transformación que se proponía
ejecutar en el proyecto de nación a reconstruir. Es importante advertir que en
el proceso cubano desarrollado en la segunda mitad del siglo XX no solo
estuvieran presentes los presupuestos conceptuales martianos sino que
estuvieran imbricados en ellos el pensamiento marxista dentro de su ideario, lo
que en nuestro caso no significó una ruptura diacrónica, porque aun cuando
Martí y su filosofía no pertenece a esa línea de pensamiento, sus concepciones
políticas y sociales se sitúan en lo más sobresaliente y actual de las
aspiraciones libertarias de Cuba y América y le dan un verdadero sentido a su
contemporaneidad.
Dentro del pensamiento revolucionario que distingue a la
Revolución cubana, el ejercicio de una praxis política consecuente con el ideal
martiano y marxista, postulado en momentos cumbres como en el preludio de la
invasión mercenaria en abril de 1961, donde se declara el carácter socialista
de la Revolución, junto con Fidel y como parte de nuestra vanguardia
revolucionaria, se distingue de modo particular el pensamiento creador y la
acción práctica de Ernesto Che Guevara, expresión de esa simbiosis, al articular
de forma natural el pensamiento filosófico y revolucionario de Marx y del
marxismo latinoamericano con el pensamiento radical cubano, condensado en el
pensamiento martiano.
El paralelismo entre Martí y el Che puede establecerse desde
diferentes ángulos e incluso visiones para demostrar la verticalidad de
construcciones teóricas y posiciones prácticas, que aun cuando diverjan en
fundamentos filosóficos aparenciales o no, encuentran propósitos y similitudes
que los acercan y unen. La trascendencia y contemporaneidad, además de probar
lo expresado en cuanto a su quehacer teórico en función de una práctica
revolucionaria acorde con su época y circunstancias, se distinguen por la
unidad común en cuanto a proyección de cambio y de futuro, lo que otorga un sentido
de universalidad a posturas y definiciones que se engarzan, en lo global, con
la necesidad de una mirada transformadora y de compromiso del mundo, y en lo
particular, con el renacimiento de una verdadera América Nuestra.
Pudiera parecer casual o un mero ejercicio académico, la
similitud de propósitos y líneas conceptuales en trabajos emblemáticos de Martí
y Che, como los ensayos «Nuestra América» y «El socialismo y el hombre en
Cuba», aunque no los únicos. Se identifican procesos de búsqueda, propuestas de
tesis y como solución la lucha revolucionaria para propiciar los cambios que se
interrelacionan sobre bases comunes: el hombre como portador de los cambios y
sujeto activo, la ética como soporte indispensable para construir proyectos
emancipatorios y de expresión popular y la identificación de la existencia de
un eje distorsionador en la región, como lo ha sido y es los Estados Unidos.
1. El sujeto
americano: emancipación y liberación política
El sujeto, esencia de una filosofía que distingue al hombre
como centro de su accionar y destino, se encuentra presente en muchas
corrientes de pensamiento y, fundamentalmente, en aspiraciones concretas dentro
del proceso civilizatorio del hombre a través de todos los tiempos.
Es el hombre sujeto portador u objeto subordinado de esos
procesos, en dependencia de su propia evolución, producto de violentos
enfrentamientos en aras de alcanzar poderes superiores, traducidos en
pensamientos que se sitúan en pro o en contra de esas posiciones. En el
transcurso de esas fases, la interrelación entre sujeto y ética conforma un
binomio singular, porque muchas veces no se ha sabido o querido expresar su
verdadero sentido y necesidad como elementos sustanciales en el momento de
percibir los cambios y las transformaciones exigidas. La usurpación del papel
sustancial que le corresponde desempeñar al hombre en la sociedad es limitada
por poderes omnímodos, convertidos en sus representantes absolutos sin advertir
que por fuerza bruta o por vías más dúctiles, sin la acción del hombre no se
puede alcanzar propósito alguno.
En Martí, hombre de su tiempo y de raigambre americana, que
aprehendió de las fuentes nutricias de la independencia y que vio crecer a ese
hombre americano, sujeto-actor de ese proceso, muchas veces mancillado y olvidado,
se encuentra presente no solo la defensa a ultranza de ese hombre, sino sobre
todo el destacar su estirpe de raza, portador de una cultura autóctona y de una
voluntad puesta a prueba en circunstancias crueles y despiadadas, como lo fue
la conquista y la colonización.
Para Martí, el camino hacia escalones superiores por parte
de nuestros pueblos, debía centrarse en el crecimiento espiritual y cultural de
ese hombre ingenuo e ignorado, enfatizando que esa obra era y es de todos,
porque solo así se podrá construir y alcanzar una América propia. En esa razón,
se erige como una necesidad imperiosa otorgar a la ética un papel rector para
establecer el verdadero sentido a los pueblos que renacen de la barbarie, para
que aprendan con sentido de equidad a construir naciones emancipadas y de
hombres libres y plenos, defensores de sus intereses ante la depredación de
poderes foráneos, como siempre lo fueron los Estados Unidos, advertido no solo
por Martí, sino por el propio Bolívar y otros próceres de Nuestra América.
A pesar de esas advertencias, explícitas y preclaras en
«Nuestra América», el poder del norte se impuso con toda su fuerza despiadada,
convertido en el yugo hegemónico de las repúblicas americanas. Así ha sido
hasta el presente, aun cuando se ha avanzado y retrocedido a la vez y que ha
habido hombres que, como Martí, han luchado por construir una América libre y
soberana.
En Cuba hemos contado con un la presencia activa de Fidel y
el Che, convertidos, además, en referente de los pueblos que han abogado por
cambios profundos, portadores, el primero, de un proyecto de liberación total
para su pueblo, y el segundo, no solo parte de ese proyecto, sino también
diseñador y actor de un proyecto de cambio que abarcara la América toda y donde
estuvieran presentes rasgos y signos distintivos del proceso cubano, pero sin
calco ni copia como expusiera Mariátegui en su tiempo, con el objetivo supremo
de otorgarle al hombre americano el verdadero papel que le corresponde en estos
tiempos, hechos a golpe de acción y en la búsqueda de una ética superior que
los conduzca por el camino de la solidaridad y la unidad como los ejes
particulares capaces de nuclear el espíritu latinoamericano que, como Gran
Semí, regó por las naciones del continente y que conforman, a no dudar, los
preceptos que distinguen a los gobiernos más progresistas del continente.
El Che, hombre de acción y de pensamiento, comprendió
plenamente la esencia humanista del marxismo y que, de forma incipiente, se
construye a partir de los viajes que realizara en su juventud por el
continente. La solidaridad y el espíritu de compromiso con los desposeídos
fueron sus primeros componentes, seguido por su decisión de luchar al
comprender que solo mediante esa acción directa el hombre puede alcanzar su
máxima plenitud, basado sustancialmente en el principio marxista de resaltar el
factor subjetivo como el actor principal de todo proceso revolucionario y dueño
de su destino histórico, que para el Che no era otro que el socialismo. Como
advierte ese es un proceso en extremo complejo y difícil, donde se puede
contemplar desde su surgimiento «al hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no
está todavía acabada […]. Lo importante es que los hombres van adquiriendo cada
día más conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y, al
mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma […]. El camino es
largo y desconocido en parte; conocemos nuestras limitaciones. Haremos el
hombre del siglo XXI: nosotros mismos.» [1]
El punto de partida y su posterior evolución transita con el
propio acontecer de la Revolución cubana. Esa mirada, en la que se vislumbra un
futuro alternativo a la barbarie capitalista desde el pleno ejercicio del poder
mismo, refleja una visión integradora de un nuevo tipo de sociedad a alcanzar
en lo intelectual y moral y que debe pasar por la conquista gradual de la
igualdad, la justicia social, la plena dignidad humana y la defensa de los
derechos humanos como verdadero contenido moral de la política, los que
representan indicadores de una validez incuestionable para los movimientos
sociales de mayor o menor radicalidad.
Tanto en Martí como en el Che sobresale una ética política
que se destaca en lo teórico y en lo práctico por actuaciones y pensamientos,
que colocan al sujeto como centro rector de una visión y compromiso consigo
mismo y a la vez con su entorno, capaz de concientizar tanto en su accionar
individual como en la toma de conciencia del accionar colectivo, en aras de
superarse a sí mismo para construir una proyección cualitativamente superior
que dignifique la solidaridad y la dignidad plena del hombre y que pudiera
centrarse en una tesis sustancial: La interrelación entre pensamiento y acción
representan el centro de sus acciones, expresadas en un espíritu de compromiso
con el sujeto como eje primordial de todo proceso de cambio que aspire a un
mundo mejor y que, en sus casos, transitó a lo largo de sus vidas, cuyo ciclo
culmina con su entrega sin límites, haciendo cierta el apotegma martiano de
que, «nadie tiene el derecho de dormir tranquilo mientras haya un hombre
infeliz…» [2]
2. Poder político / Dependencia
y dominación vs. independencia y soberanía
Aunque parezca alejado en tiempo en cuanto a propósitos a
alcanzar, cuando se estudian en Martí y el Che los temas referidos a la
política y el poder, sobre todo los referidos a la obtención de la
independencia y la soberanía como un bloque compacto de acciones para
alcanzarlas, contrastantes con la dominación y la dependencia impuesta por las
políticas hegemónicas de los Estados Unidos hacia la región, la similitud de
intereses y posibles soluciones para alcanzarlas, determinan las raíces
históricas comunes que desde las luchas por la independencia colonial española
percibieron ambos como un hilo perceptible donde reconocernos todos.
Para Martí, quien postula como primer elemento que el
problema de la independencia no era un cambio de formas, sino un cambio de
espíritu y donde advierte, además, que «urge decir, porque es la verdad, que ha
llegado para la América española la hora de declarar su segunda
independencia»,[3] es
lógico entender su concepción precisa acerca del camino que debía seguir la
política y la estrategia a seguir en nuestras naciones. Cuando define que en la
política, lo real es lo que no se ve y que es el arte de combinar, para el
bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, y de
salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás
pueblos, están presentes argumentos pensados y expuestos teniendo en cuenta su
vasta experiencia y conocimiento directo de los Estados Unidos y el significado
de su amenaza permanente, realizando un retrato fiel de su composición y
estructura, al haber sido criado en la esperanza de su dominación continental;
en el ansia de mercados de sus industrias pletóricas y en la ocasión de imponer
a naciones lejanas y a vecinos débiles su protectorado, como característica de
su ambición política, rapaz y atrevida.
En ello encuentra razones suficientes para mirar, desde la
independencia real no alcanzada aun, el peligro de la dominación de un pueblo
que mira con codicia a los pueblos menores. Con visión íntegra precisó que si
dos naciones no tienen intereses comunes no pueden juntarse, porque «si se
juntan chocan». Quedan pendientes hoy las advertencias martianas cuando llamaba
a inquirir sobre cuáles eran las fuerzas políticas del país que convidaba y los
intereses de los partidos y de sus hombres, además de insistir en la necesidad
de indagar e investigar a qué unión nos convocaban, porque de lo contrario
haría mal a América en seguirlos.
Dentro de ese contexto, algunos de los postulados expuestos
por el Che en sus escritos y discursos en torno a la forma clara y precisa de
abordar el tema de la soberanía y cuyos ejes esenciales estaban conformados por
la obtención de la soberanía política primero y la independencia económica
después, representan ópticas de significados y propósitos idénticos, más allá
de circunstancias y coyunturas concretas que las particularizan.
La visión esclarecedora que sostuvo el Che al analizar la
expansión del capitalismo y del imperialismo como su línea central dentro de
una relación específica de un poder político diseñado para ello y, donde lo
social y lo político intervienen en toda su contradicción, por ser expresión
intrínseca del imperialismo como fenómeno histórico, se conjuga con lo
advertido por Martí.
La interrelación de ambas visiones deviene paradigmática,
porque forman parte de dimensiones similares, unidas en análisis
complementarios, capaces de demostrar la validez de un pensamiento y una
práctica revolucionarias que partieran de un análisis crítico del imperialismo
combinado con un involucramiento activo en lo personal, con la presencia muy
propia de combinar la práctica política con la ética en un compromiso que los
distinguió en toda su trayectoria.
Con mirada actual, la expresión martiana de que lo primero
en política es aclarar, prever y alertar a América sobre el vecino rapaz y
ambicioso en la batalla que se preparan a librar con el resto del mundo, se une
la centralidad del Che de destacar la interrelación entre imperialismo y
revolución, el papel de la acción humana para enfrentar el fenómeno
imperialista y la profundización de las desigualdades , que de manera constante
mina la capacidad de las naciones para actuar, porque como dijera Martí «sobre
serpientes, ¿quién levanta pueblos?» [4]
La batalla advertida por Martí muy a tiempo y de innegable
solidez y vigencia, fue asumida en su momento por el Che dentro de un camino
más complejo y violento, que lo llevan a una lucha directa para enfrentar esa
fuerza mayor que definiera en el «Mensaje a la Tricontinental»: «Toda nuestra
acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad
de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de
Norteamérica» [5] y
que solo con la conjunción de fuerzas sociales y políticas unidas se podrá
alcanzar un pleno proceso de liberación humana.
3. Imperialismo y
revolución / Presencia en los paradigmas emancipatorios de América Latina
La historia reciente de nuestros pueblos se suma a las
páginas que esclarecedoramente fueron advertidas por pensadores y
revolucionarios y por páginas estremecedoras de generaciones que lucharon y
luchan por hacer de nuestro continente un todo indivisible. Todavía está por
responder en su total dimensión la interrogante escrita por Martí en 1889, y
que sintetiza nuestra fatídica historia compartida: «¿Y han de poner sus
negocios los pueblos de América en manos de su único enemigo, o de ganarle
tiempo y poblarse, y unirse, y merecer definitivamente el crédito y respeto de
naciones, antes de que ose demandarles la sumisión el vecino…?» [6]
Es sabido que las acciones y percepciones acerca de cómo
obtener caminos comunes y dignos obedecen, en ocasiones, a circunstancias y
coyunturas muy particulares, de no poca importancia en cualquier análisis que
se necesite hacer para interpretar o juzgar una etapa o período de la historia,
lo que sin dudas representa una singularidad pero también contribuye a una
profundización de fenómenos que por su relieve e importancia pertenecen al todo
imaginario de nuestras culturas y a los modos de abordar nuestras realidades y
posibles soluciones.
Pasado los años, hemos transitado por un bicentenario
independentista, expresión de luces y sombras, pero singularmente conformado
por caminos similares aunque no idénticos en sus particularidades. Se observan
alternativas diversas no solo en los modos de repensar nuestra realidad, sino
sobre todo en los modos de accionar con la misma, incluyendo las que por
diferentes modos, circunstancias y maneras no se avienen o no corresponden a
los momentos actuales. Aun cuando el binomio imperialismo-revolución pase por
gradaciones y manera de asumirlo, lo real es que se mantienen como un par
indivisible aunque los tiempos obliguen a replantear su comportamiento,
centrado esencialmente en los nuevos paradigmas en los que intervengan con un
sentido más participativo, de igualdad, solidaridad y pleno cambio con su pleno
sentido revolucionario, si en verdad deseamos hacer realidad el precepto
martiano expresado en «Nuestra América» de: «…injértese en nuestras repúblicas
el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas…» [7]
En la raíz de nuestros paradigmas, y como exigencia mayor,
se erige como un monolito el llamado de Martí en ese prédica permanente por
hacer de nuestras repúblicas un todo indivisible para su propia defensa y
desarrollo, la presencia de Bolívar: «…así está en el cielo de América,
vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el
haz de banderas a los pies; así está él calzadas aún las botas de campaña,
porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hoy; porque Bolívar tiene que
hacer en América todavía…» [8]
Esa voluntad de hacer está aun por conquistar porque a
través de la independencia real es que se logra «el equilibrio del mundo». Ese
equilibrio del mundo invocado por Martí es una sentencia vital en nuestros
tiempos de nuevo siglo y nuevo milenio, cuando se habla de un mundo global,
pero excluible para la mayoría y que nos conmina a un análisis reflexivo que
permita acercarnos, de modo inobjetable, a lo expuesto por el Che en múltiples
análisis, cuando articuló una visión transformadora revolucionaria, popular y orgánica
a la vez, de lo nacional, incluyendo, además, su carácter internacionalista y
solidario.
Para el Che su teoría revolucionaria del cambio social y su
estrategia política se sustenta en el principio de alcanzar un proyecto de
liberación nacional socialista, donde se destaca el aspecto activo de la
política en su carácter emancipatorio y liberador de la fuerza hegemónica del
poder centrado en el imperialismo norteamericano. Tanto Martí como el Che
pudieron analizar la esencia de los centros de poder del capitalismo, para el
primero, los análisis que en su tiempo realizara sobre esas proyecciones,
expuestas en sus escritos sobre la Conferencia Monetaria efectuada en Nueva
York en 1889, y para el Che sus tesis tercermundistas, sobresalen por su
extraordinaria capacidad analítica y su extraordinaria visión de futuro, las
que mantienen la esencia de sus fundamentos.
La dimensión teórica y práctica de esas tesis del Che
permiten acentuar, en los movimientos populares, la búsqueda en la revolución
de un proceso de emancipación de los individuos como una estrategia válida para
cualquier movimiento socialista. Es por ello, que tanto en Martí como en el Che
sobresalen sus orientaciones acerca de la lucha contra las desigualdades y
dependencias entre las naciones, como consecuencia de la hegemonía
instrumentada en el mundo por poderes omnímodos, con predominio de un profundo
contenido moral capaz de rescatar un pasado común y la recuperación histórica
entre la cultura y la política en la obtención de un poder global para todos,
con un desarrollo que trace como objetivo el poder avanzar por un camino propio
y crear un modelo integral de solidaridad y ética para todos.
En el caso de América la proyección martiana queda como
tesis pendiente a alcanzar y como guía señera para la acción : «¿A dónde va la
América, y quien la junta y la guía? Sola, y como un pueblo, se levanta. Sola
pelea. Vencerá sola.» [9]
Notas
[1] Ernesto Che Guevara: “El socialismo y el hombre en
Cuba”, en revista Contexto, no. 5, México, 2007, pp. 89 y 99.
[2] José Martí: “La verdad sobre los Estados Unidos”,
publicado en Patria el 23 de marzo de 1894, tomado de José
Martí. Antología mínima, T. I, Editorial Ciencias Sociales, ICL, La Habana, p.
450.
[3] ________: “Congreso Internacional de Washington. Su
historia, sus elementos y sus tendencias” I, publicado en La Nación los
días 19 y 20 de diciembre de 1889, tomado de José Martí. Antología mínima,
ob. cit., p. 272.
[4] Ibídem, p. 333.
[5] Ernesto Che Guevara: “Crear dos, tres … muchos Viet Nam,
es la consigna” en revista Contexto, ob. cit., p. 137.
[6] José Martí: “Congreso Internacional de Washington”, ob.
cit., p. 284.
[7] ________, “Nuestra América”, publicado en El
Partido Liberal el 30 de enero de 1891, tomado de José Martí.
Antología mínima, ob. cit., p. 311.
[8] ________, “Bolívar”, publicado en Patria el 28
de octubre de 1893, tomado de José Martí. Antología Mínima, ob. cit., pp.
380-381.
[9] ________, “Madre América”, discurso pronunciado el 19 de
diciembre de 1889, tomado de José Martí. Antología mínima, ob. cit., p.
302
Bibliografía Consultada:
Ariet García, Ma. del Carmen: El pensamiento político
de Ernesto Che Guevara, Ocean Sur, México, 2010.
________________________: Che Guevara: fases integradoras de
su proyecto de cambio social, Ocean Sur, México, 2008.
________________________: “Política y revolución en el Che
Guevara”, en revista Contexto, no. 12, México, 2010, pp.
100-107.
Guevara Ernesto Che: Justicia Global. Liberación y
socialismo, Ocean Press, Melbourne, 2002.
Martí José: José Martí. Antología mínima, T. I, ICL, La
Habana, 1972.