Luis Roca Jusmet
Especial para La Página |
Giorgio Agamben (1942) forma parte del conjunto de los
grandes filósofos vivos. Discípulo de Heidegger, traductor de Benjamin al
italiano y muy influenciado por Michel Foucault, que es el punto de
partida del presente libro. De entrada ya hay que advertir que este escrito, uno
de los últimos del filósofo, pertenece a su obra menor. Su obra clave continua
siendo la serie de 'Homo sacer' , tan polémica cómo fecunda. Pero Agamben tiene
la virtud de no estancarse en la temática que le ha dado más reconocimiento y
producir siempre nuevos y variados trabajos filosóficos.
En esta ocasión utiliza la filosofía de Foucault, como éste mismo recomendaba, como caja de herramientas. No se centra en la problemática habitual de las relaciones de poder o del cuidado de sí, que son los temas que ocupan el interés actual sobre Foucault sino sobre su primera temática, la de la arqueología del saber.
En esta ocasión utiliza la filosofía de Foucault, como éste mismo recomendaba, como caja de herramientas. No se centra en la problemática habitual de las relaciones de poder o del cuidado de sí, que son los temas que ocupan el interés actual sobre Foucault sino sobre su primera temática, la de la arqueología del saber.
El título del libro parece algo equívoco, ya que hace
alusión a lo que plantea exclusivamente en el segundo capítulo. Porque de lo
que trata globalmente Agamben es de lo que dice el subtítulo, del método. No
para plantear una fórmula, una vía, sino más bien para poner de manifiesto la
imposibilidad de un Método, con mayúsculas. No se trata de negar que hay un
camino posible para el conocimiento, sino de plantear una complejidad necesaria
que nunca podemos resolver del todo, que siempre deja un resto no resuelto. En
la introducción ya nos avisa Agamben que en toda doctrina hay siempre
interpretación, que nunca es pura y que además siempre hay un punto oscuro,
algo no dicho que hay que asumir porque no puede ser explicitado.
Precisamente la noción de signatura rerum señala muy bien, en el pensamiento renacentista, la manera como estructuramos lo significativo. ¿ Qué es lo que hace que delimitemos las cosas de una determinada manera ? Porque ya sabemos que conceptualizar es delimitar y siempre hay una función implícita que posibilita hacerlo de una manera y no de otra. En el segundo capítulo, el titulado Signatura rerum lo ejemplifica en el contexto medieval-renacentista-barroco, que se disuelve en la Ilustración. Pero lo que resulta algo desconcertante del libro es pasar del planteamiento crítico del primer capítulo (que continuará en el último) a analizar los presupuestos de la astrología o de la cábala, cómo hace en el segundo. Éste es bastante una prueba de fuego para el lector, que por un momento duda que el libro tenga un hilo conductor consistente y no se disperse en elucubraciones puramente retóticas. Pero hay que superar éste obstáculo porque con paciencia captamos, ya en el último capítulo, la lógica global del ensayo. Así la noción de arqueología filosófica que aparece al final del libro enlaza muy bien con las nociones de paradigma y episteme de la primera parte. Arqueología filosófica que, cómo bien nos recuerda, fue inventada por Kant y plantea siempre la paradoja de querer ser a la vez una historia empírica y pero también racional, ya que le atribuimos el desarrollo de la lógica interna de la propia filosofía.
Precisamente la noción de signatura rerum señala muy bien, en el pensamiento renacentista, la manera como estructuramos lo significativo. ¿ Qué es lo que hace que delimitemos las cosas de una determinada manera ? Porque ya sabemos que conceptualizar es delimitar y siempre hay una función implícita que posibilita hacerlo de una manera y no de otra. En el segundo capítulo, el titulado Signatura rerum lo ejemplifica en el contexto medieval-renacentista-barroco, que se disuelve en la Ilustración. Pero lo que resulta algo desconcertante del libro es pasar del planteamiento crítico del primer capítulo (que continuará en el último) a analizar los presupuestos de la astrología o de la cábala, cómo hace en el segundo. Éste es bastante una prueba de fuego para el lector, que por un momento duda que el libro tenga un hilo conductor consistente y no se disperse en elucubraciones puramente retóticas. Pero hay que superar éste obstáculo porque con paciencia captamos, ya en el último capítulo, la lógica global del ensayo. Así la noción de arqueología filosófica que aparece al final del libro enlaza muy bien con las nociones de paradigma y episteme de la primera parte. Arqueología filosófica que, cómo bien nos recuerda, fue inventada por Kant y plantea siempre la paradoja de querer ser a la vez una historia empírica y pero también racional, ya que le atribuimos el desarrollo de la lógica interna de la propia filosofía.
Resulta muy interesante la reflexión sobre la noción de
paradigma, inicialmente muy renovadora pero hoy convertida en tópico. Sobre
toda la precisión con que diferencia el aspecto de matriz disciplinar aspecto
de ejemplo significativo, que no es otra cosa que una relación analógica, no
lógica, con lo que representa. Es interesante la pregunta sobre la relación de
esta noción con la de episteme, que es la que utiliza Foucault. También lo es
la reflexión sobre lo que posibilita que un enunciado tenga sentido, lo cual
sin saber exactamente lo que es, no puede reducirse ni a las pautas de la percepción
ni a las reglas del lenguaje. Lo mejor que tiene toda la reflexión
epistemológica de Agamben es mostrar como siempre hay un resto, algo que se nos
escapa pero que no podemos ni debemos negar.
El tema es espinoso, el análisis es conceptualmente muy
denso y siempre estamos en el eterno problema que plantean este tipo de
filósofos, que es el de dudar sobre si realmente lo que dicen tiene un sentido
real, es decir que lo podemos entender de manera concreta, o se pierde en galimatías
retóricos. Finalmente creo que hay que darle el voto de confianza de considerar
que, aunque a veces nos perdemos por la propia densidad conceptual y hemos de
volver pacientemente sobre lo dicho, el libro tiene una coherencia y un
interés. Pero sólo lo puedo recomendar con una doble condición. Por una parte
la de tener una cierta familiaridad con la problemática epistemológica de la
que habla ( sobre todo las nociones de paradigma, episteme y arqueología
filosófica ). Y por otra parte la de tener una afinidad con este grupo de
filósofos que, como Foucault y Agamben, tienen un aire de familia muy peculiar,
que despierta en algunos entusiasmo y en otros rechazo. En este sentido y cómo
no me canso de repetir en estos casos, ni lo uno ni lo otro me parecen
aceptables, ya que hay que mantener este sentido crítico pero a la vez receptivo
que, yendo más allá del sistema de filias y fobias a las que tan acostumbrados
nos tiene el sectarismo de las escuelas filosóficas, recojan lo mejor de cada
una sin dejarse fascinar por ella.