- En esta nota quiero llamar la atención sobre la crítica del economista marxista inglés Maurice Dobb a la teoría del valor basado en la utilidad, o teoría subjetiva del valor, contenida en Economía política y capitalismo, (México, FCE, 1973, publicado originalmente en inglés en 1937).
Maurice Dobb © Oldrich Kyn |
Es que, desde el punto de vista formal, las relaciones que gobiernan y conectan las variables de un sistema económico, se establecen con un sistema de ecuaciones,
para cuya resolución debe existir una “constante” que pueda ser conocida con independencia de cualquier otra variable del sistema. “Es una cantidad, como si dijéramos, traída desde fuera del sistema de hechos a que se refieren las ecuaciones; y en un sentido importante, de ese factor externo es del que se hace depender toda la situación” (p. 12). Cuando se habla de “constante”, aclara Dobb, no se quiere significar que se trata de una cantidad invariable, sino que es independiente de las otras variables del sistema. Lo cual es necesario a fin de evitar el razonamiento en círculo.Por ejemplo, si decimos que el valor de la mercancía A está determinado por el salario y el beneficio (el enfoque del “costo de producción”), estamos remitiendo el valor de A al valor del trabajo (salario). Pero entonces hay que preguntarse qué determina el salario. Si respondemos que depende del valor de las mercancías que entran directa o indirectamente en la canasta salarial, seguimos en el mismo problema; y si A integra los bienes básicos, el razonamiento es claramente circular. Algo similar ocurrirá si nos preguntamos por el valor de los medios de producción que intervienen en la generación de A. En cualquier caso, se incurre en la circularidad del razonamiento, ya que los salarios y la ganancia contenidos en el valor de A están influenciados por el valor de A, y el valor de A está determinado por los salarios y la ganancia. Por eso, cuando se trata de la teoría del valor, “las constantes determinantes deben expresar una relación con una cantidad que no sea ella misma valor”. Es lo que hizo Marx, cuando sostuvo que el valor es generado por el trabajo, pero éste no tiene valor. En este respecto, agregamos que la teoría del valor de Marx supera la inconsistencia lógica que persiste en Ricardo, quien procuraba explicar el salario por el “valor del trabajo”. Para terminar este punto, Dobb subraya que tanto la teoría del valor-trabajo y la del valor-utilidad, cumplen, en principio, con el requisito lógico de partir de constantes que son independientes de las variables que se quieren explicar.
Segundo requisito, el aspecto cuantitativo
Dobb también plantea que una teoría del valor debe poder
formularse cuantitativamente, en dimensiones que sean reales. Lo cual exige la
reducción a alguna sustancia en común. Por ejemplo, si decimos que el valor de
A está determinado por el deseo y los obstáculos para obtenerla, será necesario
encontrar alguna medida en común para ambos. Si afirmamos que A vale 5 unidades
de deseo, y 1 unidad de obstáculo, y B vale 1 unidad de deseo y 4 unidades de
obstáculo, no tendríamos forma de decidir si A es más o menos valiosa que B, a
menos que establezcamos alguna magnitud común entre “deseo” y “obstáculo”. Lo
mismo sucede si decimos que el valor está generado por el trabajo y la
naturaleza; o por el trabajo del obrero y la abstinencia de consumir del capitalista.
En estos casos, deberíamos encontrar alguna forma de unificar cuantitativamente
trabajo y naturaleza, o trabajo y la abstinencia. Por eso, Marx plantea que “es
preciso reducir los valores de cambio de las mercancías a algo que les sea
común, con respecto a lo cual representen un más o un menos” (1999, p. 46, t.
1). La teoría del valor trabajo cumple con este requisito. En este punto,
aclaremos también que sraffianos como Garegnani, y marxistas influenciados por
la obra de Sraffa, como Dobb, pensaron que la teoría del valor de Marx se
reducía a esta única problemática, la relación cuantitativa en el intercambio.
No comparto esta idea -la teoría de Marx encierra también una crítica social-
pero es un hecho cierto que la teoría del valor trabajo de Marx contiene el
aspecto cuantitativo.
Por otra parte, Dobb señala que la teoría de la utilidad
también permitiría, en principio, esa unificación cuantitativa: los salarios se
determinan comparando la utilidad del salario con la desutilidad del trabajo,
las mercancías se igualan por las utilidades marginales, la tasa de interés se
deriva de preferencias intertemporales, etcétera. Por eso, Dobb concluye que
las dos teorías del valor más importantes, la de la utilidad y del trabajo,
“han procurado cimentar su estructura sobre una cantidad ajena al sistema de
las variables de los precios, e independiente de ellas: en un caso un elemento
objetivo en actividad productiva, en otro, un factor subjetivo subyacente en el
consumo y la demanda” (p. 16). Sin embargo, la progresión del análisis pondrá
en evidencia que la perspectiva individualista -esto es, no social- de la
teoría del valor basado en la utilidad, la lleva a un quiebre teórico.
La teoría del valor-utilidad, inconsistencias
La teoría de la utilidad, tal como fue formulada a en las
últimas décadas del siglo XIX, sostuvo que el valor es el resultado “de una
relación subjetiva entre las mercancías y los estados individuales de
conciencia como la constante determinante del sistema de ecuaciones” (Dobb, p.
24); considerando ahora los incrementos de utilidad en el margen, no en el
agregado. El principio implicaba entonces que las constantes económicas
dependían “de la conciencia humana” (Pigou, citado por Dobb). Por eso, podía
aplicarse a todo bien, y a cualquier clase de sociedad humana. En otros
términos, era de alta generalidad (sus defensores alegan que este hecho
determina la superioridad del enfoque basado en la utilidad por sobre el basado
en el trabajo humano). Sin embargo, la teoría del valor-utilidad tiene una limitación
fatal, que se asocia a la imposible derivación de fenómenos intrínsecamente
sociales, como lo son los precios y las variables distributivas, a partir del
individuo.
Para ver por qué, tengamos presente que, de acuerdo a la
teoría subjetiva del valor, los fenómenos económicos están regidos por una
serie de relaciones contractuales, que son libremente asumidas por los
individuos independientes. De esta manera, las utilidades determinan los
precios. Pero para que exista esta determinación, es necesario que las
elecciones de los individuos sean independientes de los precios. Lo cual supone
que la voluntad, o la elección, son independientes de las relaciones del
mercado en que está inmerso el individuo; y más en particular, son
independientes de la distribución del ingreso. Pero este supuesto está en
contra de toda evidencia y criterio realista.
Lo mismo puede verse cuando se analizan las variables del
ingreso. Por ejemplo, la teoría subjetiva del valor sostiene que la preferencia
por los bienes presentes, en relación a los bienes futuros, determina la tasa
de interés (la tasa de interés sería la razón de intercambio entre dos tipos de
bienes, presentes y futuros). Sin embargo, esa preferencia está influenciada
por la distribución del ingreso, ya que no es igual la preferencia por el
presente del que recibe un ingreso de 500 dólares por mes, del que recibe
10.000 dólares por mes. Pero esto implica que la distribución del ingreso es
lógicamente anterior a la determinación del interés; que es una variable del
ingreso que a su vez es clave para explicar el precio de las mercancías. En
consecuencia, las preferencias no pueden tomarse como “dadas”, como hace la
teoría del valor subjetivo. En términos más generales, las curvas de
indiferencia no pueden postularse con independencia de la distribución del
ingreso y de la posición social del individuo, ya que la voluntad y la
subjetividad están influenciadas por las relaciones de mercado.
Veamos todavía otro caso, el salario. De acuerdo a la teoría
de la utilidad, los agentes económicos optimizan entre la desutilidad del
trabajo y la utilidad del salario. Sin embargo, en la realidad, la elección
entre trabajar como asalariado y no hacerlo será muy distinta si el individuo
es propietario, o no, de tierras, o de medios de producción. Pero esto implica
que el salario no puede determinarse con independencia de la situación
distributiva en que se encuentra el individuo. En palabras de Dobb: “Un hombre
desprovisto de tierras, estimará el “sacrificio” o “desutilidad” que supone
alquilar su trabajo en mucho menos de lo que lo estima un campesino dueño de
una parcela y de instrumentos de producción… (…) … la postulación de
cualesquiera valores normales, requiere la postulación previa de una cierta
distribución de los ingresos y, por tanto, de una cierta estructura de clases.
Dar una forma precisa a las relaciones de cambio de una sociedad determinada
requiere, no simplemente la disposición mental de un individuo abstracto, sino
también el complejo de instituciones y relaciones sociales de las cuales el
individuo concreto forma parte. Y un poco más arriba, había señalado que cuando
se habla de la preferencia de un individuo, la misma “dependerá de su ingreso,
con el resultado circular de que la naturaleza de los costos fundamentales que
afectan el valor de las mercancías y la remuneración de los factores de la
producción estará determinada, a su vez, por la distribución del ingreso” (p.
113).
A lo anterior, Dobb agrega una segunda razón por la cual las
preferencias no pueden tomarse como “dadas”, y es la influencia de lo
convencional y la propaganda. “El gusto humano, más allá del nivel primitivo,
se ha desarrollado evidentemente a través de un proceso de educación en el cual
la costumbre y lo convencional han jugado un papel principal, junto a otros
factores del medio ambiente” (p. 115).
El quiebre de la teoría del valor-utilidad
A la vista de estas dificultades, Dobb señala que los
economistas tendieron a abandonar el concepto de utilidad, o a definirlo de
manera empírica. Se sostiene que la economía es una “ciencia positiva”, que
sólo debe registrar los intercambios y suponer que los individuos demandan los
objetos según una escala de preferencias, sin brindar explicación del principio
ordenador de esas preferencias. “Si todo lo que se postula es simplemente que
los hombres eligen, sin decir cómo eligen o qué es lo que determina su
elección, la Economía no podría proporcionarnos más que una especie de álgebra
de las elecciones humanas, nos indicaría ciertas formas más o menos evidentes
de las relaciones entre las elecciones; pero nos diría muy poco respecto al
modo como se desarrolla una situación real” (Dobb, p. 115). La tendencia se
prolonga hasta hoy; la hipótesis de las preferencias reveladas es la cumbre de
este criterio puramente empirista, sin sustento en teoría alguna (ver aquí).
Pero el giro positivista implica que no hay ley que rija los
intercambios. Por eso, la crítica de Dobb podría enriquecerse incorporando la
noción hegeliana de “proporción”, o “razón”, a la que apela Marx en el capítulo
1 de El Capital, cuando pasa del valor de cambio (el mundo del precio) al
valor. Si las mercancías se cambian proporciones o razones más o menos
constantes (hablamos de intercambios repetidos y sistemáticos), es claro que
los valores de cambio no son aleatorios. Debe buscarse entonces alguna ley que
gobierne las proporciones o razones de los cambios. Por eso, la necesidad de
buscar un sustrato que habilite la comparación entre los valores, está
vinculada a la búsqueda de esta ley. En este punto, podría ampliarse la crítica
incorporando las dificultades (reconocidas por los propios neoclásicos) de
medición de la utilidad.
Dobb no aborda la cuestión desde este ángulo, aunque
implícitamente lo alude, al señalar que el enfoque positivista de la economía
moderna implica renunciar a encontrar el factor independiente, la constante,
que se demostró antes que debe ser la base de una teoría del valor. Y si la
explicación de los precios neoclásica carece de ese pilar, de nuevo no hay
forma de evitar el razonamiento circular. Si los deseos solo pueden registrarse
empíricamente, nada nos autoriza a suponer que tales deseos no sean
íntegramente criaturas de los movimientos de precios (Dobb, p. 119). Esto es,
los precios debían explicarse por los deseos y preferencias, pero los deseos y
preferencias, carentes de determinación autónoma, también pueden explicarse por
los precios.
En resumen, no hay manera de fundar en la subjetividad el
fenómeno objetivo del mercado y los precios. Parece claro también que hoy la
creciente formalización de la microeconomía apenas puede disimular este hecho.
Detrás de la profusa matemática, no hay contenido. Es una cáscara vacía. La
crítica de Maurice Dobb, a pesar de los años, conserva su vigencia.