Dante y Beatrice ✆ Henry Holiday |
también su esencia, aunque fugazmente.
El "habla", según los ministerios de los
lingüistas, es monólogo que aspira a ser diálogo, es la mitad de la vida, según
Gracián. La otra mitad es sueño, ficción al cuadrado. Un discurso interno
substancioso, asequible a la traducción plástica, literaria, musical, lírica o
trágica, ora articulado (proposicional), ora murmurado (onomatopéyico), ora
instintivo (emotivo), sólo tiene lugar en hombres con consciencia plena (‘Cheng
Chung Ming’, conceptualmente, o Buda o Jesús, o Sócrates), es decir, en hombres
de personalidad fortísima, doctísima. Bajtin, entre los tales, interpola al
estoico Marco Aurelio, al cristiano San Agustín y al impresionable Epicteto.
¿Para qué exordiar parando mientes en los nombres dichos? Para entender la
estructura de todo mito, hijo éste del discurso, siendo el discurso "barro
mortal" y "cincel inepto", forma equívoca, oblonga, y substancia
esquiva, blanda, escurridiza.
El ‘Quijote’, más que un libro de literatura o de
caballería, es un mito, un habla, una forma de hablar, un tono, una
respiración, un fárrago de gestos, ristra de exclamaciones y admiraciones,
manojo de interrogaciones o dudas, una cosmovisión, y todo junto forma una
frasis, arquetipo discursivo o cuasi gramática. No hay lenguaje "y" hombre: hay el lenguaje "del" hombre. No hay "un" hombre típico que habla:
hay un habla que forma hombres. En el inicio, dicen los religiosos y los
místicos judíos (de Avicebrón a Scholem y de Porfirio a Santo Tomás), fue el
Verbo, el Logos, el Mito. ¿Por dicha podríamos construir una jirafa con ojos
humanos de cera, con piernas humanas de cera y con ubres humanas de cera? No
por cierto. Podríamos, si talento poseemos, hacer un hombre con visos de
jirafa, una calamidad.
Un mito, anótese, redoma es de rescoldos e ideas primitivas
que sirve para construir o para reconstruir, mediocremente, exégesis del mundo.
Retornemos al ‘Quijote’ con Alberto Gerchunoff, del que Borges pudo decir que
tenía encanto, cándido don para hacer del protervo Quijano un Quijote mítico.
Juan Montalvo, fehaciente hincado ante el mito quijotil, trató de juntarse al
abolengo cervantino redactando en cervantino estilo. Leamos lo que el nervudo
Gerchunoff de él dice: "Y tal vez
Don Juan Montalvo haya supuesto que su prosa era positivamente cervantesca y
meritoria por su casticismo, por su tufo arcaizante y su dejo arqueológico. Con
ello se ejercitó talentosamente en un deporte suntuario de la inteligencia, sin
acercarse a Cervantes, inclasificable entre los escritores castizos,
constreñidos a la celosa pureza verbal y a la tradición gramaticalista de la
lengua". Registro las palabras anexas: "casticismo", "arcaizante",
"arqueológico", "pureza", "gramaticalista".
Tiempo hermenéutico es…
¿Qué es la gramática? Lo que a mojicones puristas distancia
la materia, la verdad, del discurso. ¿Qué es la "pureza verbal"? La
escrupulosa querencia de lo latino, del lexema apegado a Roma. ¿Qué es un
"dejo arqueológico"? Es una manera sintagmática, un aliento.
¿Arcaísmo? ¿Casticismo? Holguémonos en explicaciones eruditas, y consintámonos
algo de Galdós, novelista culmen de la española literatura decimonónica y parafraseador
de técnicas cervantinas (‘La princesa y el granuja’): "Bien seguro estaba
Pacorrito de haber hecho tilín a la dama. Esta le miraba, y sin moverse ni
pestañear ni abrir la boca, decíale mil cosas deleitables, ya dulces como la
esperanza, ya tristes como el presentimiento de sucesos infaustos". ¿Qué
mitos han endulzado la esperanza y cuáles han hecho de la intuición
heideggeriana una tristeza? Gloriándose, el Cristianismo, sus sermones, hechos
con más raigambre diatribesco que retórico, según Bajtín. ¿Y no es la plúmbea
diatriba hija de la onomatopeya, del "tilín" del corazón? ¿Por qué y
cuándo nacen las onomatopeyas? Cuando el lenguaje incapaz se muestra de
describir o de narrar fenómenos.
El mundo, más que teatro, como pensaba Shakespeare, es
carnaval, y el tal, dice nuestro ruso en su libro llamado ‘Problemas de la
poética de Dostoievski’, "es un
espectáculo sin escenario ni división en actores y espectadores. En el
carnaval, todos participan, todo el mundo comulga en la acción". Los
mitos, como la onomatopeya, sirven para explicar con alegorías lo que la
ciencia ignora. Perfumistas napolitanas, hechiceras gallegas, brujas de
Zugarramurdi, hombres lobo germánicos, tréboles, zodíacos y oráculos símbolos
son, elementos de sendos mitos que esquilman la ciencia. Pero pasemos revista
ejemplar, citemos a Poe (‘La máscara de la muerte roja’): "Había cosas
chocantes y cosas fantásticas, mucho de lo que después se ha visto en ‘Hernani’.
Había figuras arabescas, con miembros y aditamentos inapropiados". El ojo,
como todos los sentidos, al no reconocer lo que ve refiere lo desconocido a lo
conocido (el soplo marítimo se hace canto de sirena, la fe se muda al azabache,
el puño sombrío se hace moro, como en el ‘Quijote’), hace de lo ondulado,
oblongo, equívoco, entes "arabescos". Presenciamos, véase, el
nacimiento de un mito.
Contrariamente, citemos un texto preciso y poco apto para
urdir mitos, uno de Apollinaire (‘Aventuras de un joven Don Juan’): "Un
día que estaba sentado en el viejo sillón de cuero de la biblioteca con la
anatomía abierta frente a mí, en la página de los genitales de la mujer, sentí
una erección tal que me desabotoné y saqué mi pene". Cual nigromantes,
troquemos lo real en quimera, lo irreal y mitológico en realidad futura. El
mexicano avezado es en tales menesteres, y Paz, poeta de México, ha escrito (‘Máscaras
mexicanas’): "El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos
del exterior: el ideal de ‘hombría’ consiste en no ‘rajarse’ nunca. Los que se ‘abren’
son cobardes". Mitos vemos, ‘vanitas
vanitarum’. Tal ideal de "hombría", tal mito, ¿de dónde procede?,
¿vendrá de la historia bélica del país?, ¿de la historia de su Conquista?,
¿será el mexicano un aficionado al ‘catch’, a la lucha teatral en la que no hay
puñadas, sangre y dolor real?
El argentino, decía Borges, gusta de las historias de
gauchos porque los gauchos son solitarios, duros, rasgos que el argentino desea
y no tiene. Barthes, ilústranos (‘El mundo del catch’): "En el judo, un hombre que cae, trata de no permanecer en tierra,
rueda sobre sí mismo, se sustrae, evita la derrota o, si es evidente, sale
inmediatamente del juego; en el catch, si un hombre cae se queda exageradamente
ahí, llena hasta el extremo la vista de los espectadores con el espectáculo
intolerable de su impotencia". El mundo, tumultuoso, explicado debe
ser, sea con mitos (‘geomancia’, ‘pyromancia’, ‘sortes homericae’), sea con
gritos (aullidos, ladridos de perros), sea con imágenes (amuletos, fotografías
con los pies en el aire) o con sonidos (timbales, flautas que encantan
sierpes). He aquí la substancia del mito.