Giorgio Agamben |
Profesor Agamben, cuando lanzó la idea en marzo de un ‘Latin imperium’ contra la dominación germana en Europa, ¿podría haber imaginado la potente resonancia que tendría esta afirmación ? Mientras tanto, el ensayo ha sido traducido a numerosos idiomas y discutido apasionadamente por medio Continente …
GA: No, no me lo esperaba. Pero creo en el poder de
las palabras, cuando se habla en el momento adecuado.
GA: Me gustaría dejar claro que mi tesis ha sido exagerada por los periodistas y, por tanto, tergiversada. El título, “Un Imperio latino contra la hiperpotencia alemana”, se lo pusieron los editores de Libération y fue retomado por los medios de comunicación alemanes. No es algo que yo haya dicho. ¿Cómo podría contraponer la cultura latina a la alemana, cuando cualquier europeo inteligente sabe que la cultura italiana del Renacimiento o la cultura de la Grecia clásica son hoy parte completamente de la cultura alemana, que lo reconcibieron y se lo apropiaron!¿La fractura en la Unión Europea es realmente entre las economías y formas de vida del “germánico” y del sur ‘latino’.
Por tanto, ¿no un “imperio latino” dominante? ¿no “germanos” incultos?
GA: En Europa, la identidad de cada cultura siempre se
encuentra en las fronteras. Un alemán como Winckelmann o Hölderlin podría ser
más griego que los griegos. Y un florentino como Dantese sintió tan alemán como
el emperador Federico II de Suabia. Eso es precisamente lo que hace de Europa
lo que es: una particularidad que una y otra vez sobrepasa las fronteras
nacionales y culturales. El objeto de mi crítica no era Alemania, sino más bien
la manera en que la Unión Europea se ha construido, es decir, atendiendo a
criterios exclusivamente económicos. Así que no solo han ignorado nuestras
raíces espirituales y culturales, sino también las políticas y legales. Si esto
se ve como una crítica a Alemania, es solo porque Alemania, dada su posición
dominante y a pesar de su excepcional tradición filosófica, parece incapaz de
concebir por el momento una Europa basada en algo más que en el euro y la
economía.
¿De qué manera la UE ha negado sus raíces políticas y legales?
GA: Cuando hablamos de la Europa de hoy, nos enfrentamos a
la gigantesca represión de una verdad dolorosa y sin embargo evidente: la
llamada Constitución europea es ilegítima. El texto que se ha hecho pasar bajo
este nombre nunca fue votado por los pueblos. Y cuando se sometió a votación,
como en Francia y los Países Bajos en 2005, fue rechazada frontalmente.
Legalmente hablando, por tanto, lo que tenemos aquí no es una Constitución,
sino por el contrario un tratado entre gobiernos: derecho internacional, no ley
constitucional. Recientemente, el respetado jurista alemán Dieter Grimm recordó
el hecho de que una Constitución Europea carece del elemento democrático y
fundamental, ya que a los ciudadanos europeos no se les ha permitido decidir al
respecto. Y ahora todo el proyecto de ratificación ha quedado silenciosamente
congelado.
Ese es, de hecho, el famoso “déficit democrático” del sistema europeo …
GA: No debemos perder de vista eso. Los periodistas, sobre
todo en Alemania, me han reprochado no entender nada de la democracia, pero
deben tener en cuenta en primer lugar que la Unión Europea es una comunidad
basada en los tratados entre Estados, y simplemente disfrazada con una
constitución democrática. La idea de Europa a partir de una constitución fuente
de poder es un fantasma que ya nadie se atreve a evocar. Pero las instituciones
europeas solo podrían recuperar su legitimidad con una constitución válida.
¿Significa esto que ve la Unión Europea como un organismo ilegal?
GA: No es ilegal, pero sí ilegítima. La legalidad es una
cuestión de normas de ejercicio del poder, la legitimidad es el principio que
subyace a estas reglas. Los tratados legales no son ciertamente sólo formales,
sino que reflejan una realidad social. Es comprensible, pues, que una
institución sin constitución no pueda seguir una política real, sino que cada
Estado europeo continúa actuando de acuerdo a su interés egoísta—y hoy en día
esto significa, evidentemente y por encima de todo, un interés económico. El
mínimo común denominador de la unidad se logra cuando Europa aparece como un
vasallo de los Estados Unidos y participa en guerras que de ninguna manera son
de interés común, por no hablar de que contravienen la voluntad de las
personas. Varios de los países fundadores de la UE—como Italia, con sus
numerosas bases militares estadounidenses—están más en el camino de ser
protectorados que de Estados soberanos. Política y militarmente hay una alianza
atlántica, pero sin duda no europea.
Por tanto, prefiere un imperio latino, a cuyo modo de vida los “germanos” tendrían que adaptarse, a esta UE …
GA: No, tal vez fui más provocador al tomar de Alexandre
Kojève el proyecto de un “Latin imperium”. En la Edad Media, la gente por lo
menos sabía que una unidad de las diferentes sociedades políticas tenía que
significar algo más que una sociedad puramente política. En ese momento, el
vínculo de unión se buscaba en el cristianismo. Hoy creo que esta legitimación
debe buscarse en la historia de Europa y en sus tradiciones culturales. A
diferencia de los asiáticos y los americanos, para quienes la historia significa
algo completamente diferente, los europeos siempre encuentran su verdad
dialogando con su pasado. El pasado significa para nosotros no solo una
herencia y una tradición cultural, sino una condición antropológica básica. Si
ignoráramos nuestra propia historia, solo podríamos penetrar en el pasado
arqueológicamente. El pasado, para nosotros, sería una forma de vida distinta.
Europa tiene una relación especial con sus ciudades, sus tesoros artísticos,
sus paisajes. En esto consiste realmente lo que es Europa. Y aquí es donde se
encuentra la supervivencia de Europa.
Así que Europa es ante todo una forma de vida, un sentido de vida histórico.
GA: Sí, es por eso que en mi artículo insistí en que tenemos
que preservar incondicionalmente nuestras distintas formas de vida. Cuando
bombardearon las ciudades alemanas, los aliados también sabían que podían
destruir la identidad alemana. De la misma manera, los especuladores están
destruyendo hoy el paisaje italiano con hormigón, autopistas y autovías. Esto no
sólo significa robarnos nuestra propiedad, sino nuestra identidad histórica.
¿Debería la UE enfatizar las diferencias en lugar de buscar la armonización?
GA: Quizás no haya otro lugar en el mundo, fuera de Europa,
donde sea perceptible tan gran variedad de culturas y formas de vida —al menos
en los momentos valiosos. Hace mucho, en mi opinión, la política se expresó en
la idea del imperio romano, más tarde en el imperio romano-germánico. Sin
embargo, las particularidades de los pueblos siempre quedaban intactas. No es
fácil decir quá podría surgir hoy en su lugar. Pero, con toda seguridad, una
entidad política con el nombre de Europa sólo puede proceder de la conciencia
del pasado. Es precisamente por esta razón que me parece tan peligrosa la
crisis actual. Ante todo, tenemos que imaginar la unidad tomando conciencia de
las diferencias. Pero, contrariamente, en todos los Estados europeos, las
escuelas y las universidades están siendo demolidas y socavadas
financieramente, cuando son las instituciones que deben hacer perpetuar nuestra
cultura y despertar el contacto vivo entre pasado y presente. Este minado se
acompaña de una creciente museificación del pasado. Lo vemos despuntar en
muchas ciudades que se transforman en zonas históricas, y en el que los habitantes
se ven obligados a sentirse turistas en su propio mundo vital.
¿Esta progresiva museificación es la contrapartida de un progresivo empobrecimiento?
GA: Es evidente que no estamos simplemente ante problemas
económicos, sino ante la existencia de Europa como un todo —a partir de nuestra
relación con el pasado. El único lugar en el que el pasado puede vivir es el
presente. Y si el presente ya no percibe su propio pasado como algo vivo,
entonces las universidades y los museos se convierten en un problema. Es
evidente que hay fuerzas funcionando en la Europa de hoy que tratan de
manipular nuestra identidad, de romper el cordón umbilical que todavía nos une
con nuestro pasado. Las diferencias están más bien niveladas. Sin embargo,
Europa sólo puede ser nuestro futuro si somos conscientes de que esto
significa, ante todo, nuestro pasado. Y esto último está siendo liquidado.
¿Es la crisis que está presente por doquier la forma de expresión de todo un sistema de gobierno, dirigido a nuestra vida cotidiana?
GA: El concepto “Crisis” se ha convertido de
hecho en un lema de la política moderna, y durante mucho tiempo ha sido
parte de la normalidad en cualquier segmento de la vida social. La misma
palabra expresa dos raíces semánticas: la médica, en referencia al curso de una
enfermedad, y la teológica, del juicio final. Ambos significados, sin embargo,
han sufrido hoy una transformación, quitándoles su relación con el tiempo.
‘Crisis’ en la medicina antigua implicaba un juicio, cuando el médico fijaba el
momento decisivo de si el enfermo iba a sobrevivir o a morir. La comprensión
actual de la crisis, por otro lado, se refiere a un estado duradero. Así que
esta incertidumbre se extiende hacia el futuro, de manera indefinida. Ocurre
exactamente lo mismo con el sentido teológico; el Juicio Final era inseparable
del fin de los tiempos. Hoy, sin embargo, el juicio se divorcia de la idea
de resolución y es reiteradamente pospuesto. Así que la posibilidad de
una decisión es cada vez menor, con un interminable proceso de decisión que
nunca concluye.
¿Significa eso que la crisis de la deuda, la crisis de las finanzas estatales, de la moneda, de la UE, es algo de nunca acabar?
GA: La crisis actual se ha convertido en un instrumento de
dominación. Sirve para legitimar las decisiones políticas y económicas que, de
hecho, desposeen a los ciudadanos y les privan de toda posibilidad de decisión.
En Italia eso está muy claro. Aquí se formó un gobierno en nombre de la crisis
y Berlusconi volvió al poder a pesar de ser algo básicamente contrario a la
voluntad de los electores. Este gobierno es tan ilegítimo como la llamada
Constitución Europea. Los ciudadanos de Europa deben tener claro que esta
crisis sin fin —al igual que el estado de emergencia— es incompatible con la
democracia.
¿Qué perspectivas le quedan a Europa?
GA: Debemos empezar por restablecer el sentido
original de la palabra “crisis”, como un momento del juicio y de elección. Para
Europa, eso significa que no podemos posponerlo a un futuro indefinido. Hace
muchos años, un alto funcionario de la Europa embrionaria, el filósofo
Alexandre Kojève, asumió que el homo sapiens había llegado al final de la
historia y que solo quedaban dos posibilidades. O el “american way of life”,
que Kojève vio como la vegetación poshistórica. O esnobismo japonés,
simplemente celebrando los rituales vacíos de la tradición, ahora despojados de
todo sentido histórico. Sin embargo, creo que Europa podría darse cuenta de la
alternativa, la de una cultura que se mantiene al mismo tiempo humana y vital,
ya que está en diálogo con su propia historia y, por tanto, adquiere nueva
vida.
Por tanto, ¿una Europa entendida como cultura y no sólo como espacio económico, podría proporcionar una respuesta a la crisis?
GA: Durante más de 200 años, las energías humanas se han
centrado en la economía. Muchas cosas indican que ha llegadoel momento para que
tal vez el homo sapiens organice de nuevo la acción humana, más allá de esta
única dimensión. Precisamente en eso, la vieja Europa puede contribuir de
manera decisiva al futuro.