Soderbergh es un director reconocido en el mundo del séptimo
arte y premiado por sus cintas Traffic y ErinBrokovich por los críticos de
Hollywood, reconocimientos que le dieron el aval para crear toda una
expectativa internacional desde el momento en que se rodó su proyecto
cinematográfico “El
argentino” y “Guerrilla” que juntas tienen una duración de
cuatro 4 horas y 28 minutos. Este trabajo cinematográfico contó con un
despliegue considerable de recursos económicos y humanos en el que muy
acertadamente contó con el papel central de Benicio del Toro galardonado en el
Festival de Cannes y premio Goya 2009 al mejor actor y protagonista. Sin
embargo, estas dos cintas tienen un toque distinto y me dio la sensación de que
se empezó con un panorama amplio en la primera parte de la película con
destrezas y buen manejo del lenguaje de la imagen con una versatilidad de
planos logrando dinamismo y mayor expectativa, horizonte que se fue disipando
en “Guerrilla” como el efecto del zoom de un gran angular a un teleobjetivo,
conduciéndonos de una manera severa a esa “Crónica de una muerte anunciada” con
una escasa fotografía dejándome con el dejo del desencanto, pensando siempre
que se podía horadar aún más sobre esos personajes circunstanciales e
históricos en torno al Che o como ese incondicional apoyo de los mineros que
pagó con sangre su lealtad en aquella masacre de la noche San Juan al otro lado
del foco guerrillero.
Expectativa que bien podía ser lograda con un dinámico
libreto para ese singular despliegue de actores de cine de primer nivel de los
cuales es ponderable el trabajo profesional del elenco boliviano como el de
Cristián Mercado que hace el papel del guerrillero Inti, Daniel Larrazábal como
el Ñato, Antonio Peredo (sobrino) interpretando a Coco, Diego Ortiz en el rol
de Willy Cuba, Jorge Arturo Lora como el Chapaco, Ariel Muñoz interpretando al
Camba, Roberto Guilhon como Freddy Maimura, Daniel Aguirre como Aniceto y
nuestro reconocido actor Luis Bredow en el papel del campesino Honorato Rojas.
Sin embargo es una película de un loable esfuerzo para una
buena causa porque nos invita a la reflexión y nos sitúa en los acontecimientos
de aquel aciago pasaje de la historia que aún tiene mucho por narrar y porque
se va retomando el trabajo del séptimo arte con un sentido crítico y rompiendo
esa muralla a ratos infranqueable del mercantilismo cinematográfico, un camino
cada vez más perceptible en la línea por aproximarnos hacia esa cuestionada
realidad y que antónimamente se va dando en el seno mismo del país del norte.
También adquiere relevancia esta película porque actualiza
el ideario del Che más allá de los métodos de lucha y las vicisitudes que le
toca vivir se plantea implícitamente la necesidad de instaurar al hombre nuevo,
un ser solidario, trabajador, justo de apegado a la verdad, que vele por el
bien común, que sea capaz de reconocer los errores y las virtudes de los otros
y a la vez implacable como la espada de Damocles al momento de la falacia y la
traición, esta última miseria humana es registrada en “Guerrilla” como una de
las consecuencias que le llevó al Che a pagar con su vida más allá de los
errores de estrategia y cálculo político ya que la traición es más lastimero y
abominable cuando viene de los propios correligionarios de lucha en cuyo
accionar se movió el Partido Comunista Boliviano a la cabeza de Mario Monje,
Jorge Kolle Cueto, Simón Reyes y toda la cúpula de aquel partido por la
cobardía y el apetito insaciable de poder y liderazgo descalificándolo al Che
con el eufemismo de ser extranjero.
Este último periplo del Che plasmado en el celuloide sirve
también para reforzar la conciencia colectiva de los pueblos para así evitar
esa frágil memoria en el que incurre nuestro continente de vez en cuando como
opinara la escritora Isabel Allende hace poco haciendo referencia a la memoria
de América Latina y porque lo registrado en las imágenes en movimiento nos
ayuda a crear conciencia de la realidad tan desaforada como aquellas balas que
destrozan el cuerpo y desvanecen el aliento hasta el último estertor.
“¡Póngase sereno y
apunte bien va a matar a un hombre!” le dijo el Che a su verdugo el
suboficial Mario Terán, quien por un instante quedó pasmado y suspendido al
toparse con la mirada fija del Che, éste, una vez recobrado el ánimo, resuelto
oprime el gatillo de su carabina, descargando así una ráfaga que lo destroza
las piernas y la segunda le perfora el corazón.
Este transito postrero pasó a registrarse en la retina de la
historia y captada por el lente acucioso de la imagen. Desde entonces fueron
varias las reproducciones plasmadas en el celuloide sobre este último
itinerario del Che por aquellas tierras agrestes e indómitas del sudeste
boliviano donde imperan las cactáceas, los reptiles y el vuelo de los
gallinazos circundando el firmamento.