Coerción para recuperar hegemonía
La primera potencia mantiene su influencia desplegando fuerzas militares. El Comando Sur de Miami que supervisa este control, cuenta con más personal civil dedicado a Latinoamérica, que todos los departamentos asignados a la misma zona en Washington. Esta preeminencia del Pentágono se acentuó con la instalación de siete bases de gran alcance en Colombia. En ese país impera desde hace décadas el terrorismo de estado, el asesinato de sindicalistas y el desplazamiento forzoso de campesinos. La CIA, la DEA y otras agencias secretas participan también en forma activa en la guerra social que ya dejó más de 60.000 muertos en México. Han aprovechado este conflicto para diseñar planes de militarización (Aspan 2005, Mérida 2007), intervenir en la
modernización del ejército e influir en el dictado de leyes contra-insurgentes. Incluso han negociado con los Carteles a espaldas de las autoridades locales. Inspiraron, además, la ideología del miedo que se utiliza para justificar la acción cotidiana de los gendarmes.
Esta injerencia se desarrolla bajo un
estandarte hipócrita de lucha contra las drogas, que encubre el rol protagónico
de Estados Unidos como mercado y refugio financiero del narcotráfico. En los
bancos de ese país se lava el 70% del dinero generado por ese negocio. Bajo
vigilancia norteamericana, Colombia persiste como el principal productor
regional y Perú aumentó su plantío en un 55% en la última década[1].
La misma presencia yanqui se verifica en la
guerra contra las bandas delictivas de Centroamérica (maras). Su persecución es
esgrimida para atropellar a los pobres y apañar ejecuciones en los barrios
carenciados. También en las posesiones coloniales del Caribe, el Pentágono
multiplicó sus instalaciones militares (Islas Vírgenes, Puerto Rico), en
estrecha asociación con Holanda (Curazao) y Francia (Martinica).
Cualquiera de estos hechos desmiente la
ingenua creencia en la “pérdida de interés estadounidense por América Latina” o
en el inminente “abandono de la doctrina Monroe”. Existe un llamativo divorcio
entre esa sensación de repliegue y la creciente presencia imperial en toda la
zona.
Desde el embarque de la IV Flota (disuelta en
1950 y reinstalada en el 2008), el total de militares latinoamericanos
entrenados por el Pentágono superó el promedio de las décadas precedentes
(195.807 efectivos en 1999-2011). La asistencia militar-policial involucra
altísimas sumas (6.821 millones de dólares en 2009-2013) y se incrementaron los
tratados para compartir información sensible. Estados Unidos mantiene
desplegados 4000 uniformados en forma permanente para acciones de emergencia.
Sus drones operan sin ninguna restricción en todo el hemisferio[2].
La función geopolítica central de América
Latina para el imperio no ha cambiado y el manejo de esa supremacía con
instrumentos de coerción y consenso, tampoco se ha modificado. Esa estrategia
siempre implicó una complementación bipartidista del garrote (Eisenhower,
Reagan, Bush I y II) con la zanahoria (Clinton, Carter), sin rígidas distinciones
entre Republicanos y Demócratas. Como Obama necesita reorganizar drásticamente
las formas de intervención retoma la tradición afable. Recompone paulatinamente
esta injerencia, enmendando el lastre que dejaron las infructuosas guerras de
Bush.
El margen de acción directa de los marines ha
quedado recortado en América Latina desde el fracaso del ALCA, el declive de la
OEA y la irrupción de organismos distanciados del mandato imperial (UNASUR,
CELAC). La embajada yanqui ha perdido peso en varios países de Sudamérica, el
espionaje genera inéditas protestas y dos denunciantes de esas actividades han
recibido ofertas de asilo en la región (Snowden por parte de Venezuela y
Assange de Ecuador). El intento yanqui de penalizar estas reacciones con la
“retención” en vuelo del presidente de Bolivia no dio ningún resultado.
Tal como ocurrió en los 70, Obama intenta
restablecer la capacidad de acción de Estados Unidos. Repite el sendero que
transitó Carter para atemperar los efectos de Vietnam y Watergate. Estados Unidos
procesa esta adversidad, con los recursos de la única potencia que ejercita la
custodia del capital a escala global. Esa supremacía militar le otorga una gran
ventaja sobre sus competidores europeos y asiáticos.
Estrategias
y rivales
Los recursos naturales del Sur son la
prioridad de las empresas del Norte. El imperio apetece los minerales, el
petrolero, el agua y los bosques de América Latina. El Departamento de Estado
tiene mapeadas estas reservas y atesora datos ignorados por el resto del hemisferio.
No por casualidad el 98% de las comunicaciones de la región pasan por algún
centro informático estadounidense.
El interés económico de la primera potencia
por el resto del hemisferio no ha decaído. Se mantiene al tope en el ranking de
inversores externos de la región y en el 2012 esas colocaciones fueron cinco
veces superiores al quinquenio precedente. Las exportaciones al mismo destino
crecen por encima de las ventas a otras zonas[3].
Pero este terreno no está exento de
competidores. Durante los años 80 y 90 Europa incrementó su presencia en la
región a través de España. El ingreso de ese país al euro y la
internacionalización de sus empresas condujeron a un inédito aumento de las
empresas hispanas en sus antiguas colonias. Durante el boom de las privatizaciones,
esa inversión se situó incluso por delante de Estados Unidos.
Pero el futuro de España en la zona es una
incógnita. Latinoamérica ha sido la tabla de salvación de muchas compañías
ibéricas desde el estallido de la crisis global. Financiaron sus desbalances
con transferencias de las filiales situadas en el Nuevo Continente. Pero este
rescate se ha combinado con cambios de propiedad en los paquetes accionarios y
nadie sabe quién terminará manejando esas compañías.
Europa continúa negociando tratados de libre
comercio con la región, pero la expectativa de una gran mercado iberoamericano
se está diluyendo. Los mandantes del Viejo Continente disputan negocios, pero
no la preeminencia de Estados Unidos en el hemisferio.
El desafío que introduce China presenta otro
alcance. En la última década el gigante asiático se convirtió en el gran
mercado de las materias primas exportadas por la región. Absorbe el 40% de esas
ventas y algunas estimaciones consideran que cada punto de incremento del PBI
chino arrastra un 0,4% de su equivalente latinoamericano.
También las inversiones de la potencia
oriental se expanden en forma vertiginosa. Subieron de 15.000 millones de
dólares (2000) a 200.000 (2012) y llegarían a 400.000 (en 2017). China se está
convirtiendo en una gran fuente de crédito. Entre el 2005 y el 2011 concedió
préstamos por más de 75.000 millones de dólares, superando los montos otorgados
por Estados Unidos o el Banco Mundial[4].
Aunque esos préstamos se negocian en mejores
condiciones, su principal destino son proyectos de minería, energía o
commodities, que afianzan la especialización latinoamericana en la provisión de
insumos básicos.
China introduce una amenaza comercial a la
supremacía estadounidense. Pero al igual que Europa no aspira al control
geopolítico de la región. Hay rivalidad económica, sin consecuencias
político-militares a la vista.
Incluso llama la atención la aceptación yanqui
de la presencia oriental en áreas vedadas. Hay empresas chinas en Panamá y la
construcción de un nuevo canal, que atravesaría Nicaragua ha sido adjudicada a
constructores de ese origen, sin desatar la reacción del Departamento de
Estado. Esa tolerancia ilustra el interés que también tienen las compañías
estadounidenses en la ampliación de las transacciones marítimas con Oriente.
La
contraofensiva del Pacífico
La estrategia económica estadounidense gira en
torno a los tratados de libre comercio. De los 20 acuerdos de este tipo que ha
suscripto en todo el mundo, la mitad se localiza en la región. Con el ALCA
aspiraban a forjar un gran mercado sin barreras para las compañías del Norte.
Pero ese proyecto fracasó en el 2005 por la resistencia que desplegaron varios
países. No se pudo concretar el gran bazar que promovía Washington para manejar
las exportaciones desde Alaska a Tierra del Fuego.
Estados Unidos comenzó a suscribir convenios
bilaterales para reemplazar el fallido acuerdo hemisférico y ahora ensaya otro
paso con la constitución de la Alianza del Pacífico. Motoriza esta iniciativa
mediante giras presidenciales y promesas de todo tipo. Ya concretó un bloque
con Perú, México, Chile y Colombia, se apresta a sumar a Panamá y Costa Rica y
tienta a Uruguay y Paraguay con el status de observadores[5].
Los tratados buscan incrementar las ventas
estadounidenses a mercados que se tornan cautivos, a medida que la apertura
arancelaria destruye la competitividad local. También refuerzan el patrón de
especialización minero-petrolera de América Latina, para asegurar el
abastecimiento de insumos básicos a las empresas yanquis.
El proyecto apunta, además, a la triangulación
mundial. Está concebido como un puente con los dos convenios gigantescos que la
primera potencia promueve con 28 naciones de la Unión Europea (Tratado de
Sociedad Transatlántica de Comercio e inversión, TTIP) y con 11 países
asiáticos (Acuerdo de Asociación Transpacífico, TPP). Estos acuerdos se amoldan
a las necesidades de las empresas más globalizadas, que fabrican en distintas
localizaciones y lucran con la movilidad de capitales y mercancías.
En el plano geopolítico la Alianza del
Pacífico busca neutralizar cualquier proyecto de autonomía latinoamericana. Por
eso se ha sustituido la suscripción dispersa de los TLC por un plan articulado
de bloque regional.
México es el ejemplo más avanzado de esa
estrategia. En dos décadas de vigencia del NAFTA, el país se ha transformado en
una plataforma de petróleo y maquilas para el mercado estadounidense. Los
neoliberales celebran esta asimilación difundiendo inverosímiles imágenes de
progreso, que ocultan la desarticulación de la economía azteca[6].
La industria que México forjó durante la
sustitución de importaciones ha quedado desmantelada. Por cada dólar que se
exporta a Estados Unidos hay cuarenta centavos de importaciones del comprador.
Esta atadura supera a Canadá y presupone un sometimiento absoluto. La
formalidad de un tratado tripartito oculta una sociedad entre dos poderosos que
subordinan al integrante latino. México vende el 90% de sus productos a su
vecino, tiene sus riquezas naturales atadas a ese mercado y drena mano de obra
para realizar trabajos descalificados al otro lado de la frontera[7].
Esta dependencia extingue la autonomía de
política exterior que exhibía México en los años 60, cuando mantenía relaciones
diplomáticas con Cuba desafiando al resto del continente. Esa actitud ha
quedado demolida con el NAFTA, que impera borrando la memoria de la enorme
confiscación territorial que Estados Unidos le impuso a su vecino durante el
siglo XIX.
La alta burguesía mexicana participa del
acuerdo con el Norte ampliando sus propios sus negocios. Ha desarrolla grandes
compañías internacionalizadas y comparte con sus pares brasileños el tope del
ranking regional. De las 100 principales empresas locales de la región ese
binomio aglutina no sólo 85, sino también 35 de las 50 más rentables. El peso
de Cemex, Alfa, Modelo, Telmex o Bimbo es tan relevante, como el poder logrado
por Slim, que se ha ubicado en la crema de los multimillonarios globales[8].
Aquí radica la gran diferencia con los
pequeños países centroamericanos. Ese pelotón no incluye economías medianas, ni
semi-periféricas y cuenta con pocos grupos capitalistas integrados a los
grandes negocios. En lugar de gestar un imperio Slim, la insignificante
burguesía hondureña recrea la trayectoria de las elites del banano y sus pares
de Panamá se limitan a lucrar con la intermediación del canal o el comercio en
las zonas francas.
Las variantes
de la Derecha
La mayoría de los gobiernos que participan en
el bloque del Pacífico presentan un cariz derechista. Esta correspondencia no
es casual. Están subordinados a Estados Unidos, incentivan la militarización y
se amoldan a la etapa neoliberal.
Los dos sexenios del PAN (2000-12) y la nueva
presidencia del PRI en México son ejemplos de esta congruencia. Peña Nieto
combinó viejas prácticas de manipulación electoral con el sostén mediático de
Televisa para llegar a la primera magistratura. Se dispone a implementar la
agenda de contrarreformas que exige la clase dominante en el plano energético,
fiscal y educativo.
Para privatizar PEMEX ya derogó la enmienda
constitucional que impide celebrar contratos con empresas privadas. Destruye la
compañía nacionalizada que simboliza la gesta del Cardenismo. Con un incremento
del IVA buscará financiar la eventual caída de ingresos fiscales que generaría
esa entrega. También encarece el transporte público, desarticula el sector
eléctrico y avasalla los derechos de la docencia[9].
Colombia es un segundo caso de estrecha
asociación entre gobiernos derechistas y adscripciones librecambistas. Aquí el
alineamiento político-militar con Estados Unidos fue determinante para el
liderazgo reaccionario que encarnó Uribe. Aterrorizó a los campesinos, preservó
los privilegios de los latifundistas, facilitó la violencia de los paramilitares
y renovó la ideología anticomunista del Pentágono.
Su sucesor Santos persigue los mismos
objetivos, pero reinició las fallidas negociaciones de 1982-86 y 1998-2002 con
la insurgencia. En una sociedad más urbanizada, con clases dominantes
embarcadas en ampliar la frontera de la minería y agro-negocio, el fin de las
hostilidades es la llave de nuevas inversiones. Pero los viejos hacendados se
oponen y el gobierno juega a dos puntas: mantiene la represión y negocia un
acuerdo que convalide la concentración de tierras, perpetrada con
desplazamientos y destrucciones comunitarias.
Chile constituye el tercer ejemplo de la misma
conexión entre tratados de libre comercio y regímenes derechistas. Allí ambos
procesos se recrearon mediante la Constitución Pinochetista, que ratificaron
los demócrata-cristianos y socialdemócratas convertidos al credo neoliberal. La
Concertación garantizó los privilegios del ejército (10% de las utilidades de
la empresa estatal de cobre), un nivel de desigualdad superior al promedio regional
y un agobiante sistema de endeudamiento personal, para acceder a la educación
superior. El período pos-dictatorial ha estado signado por la represión, la
pobreza y la baja sindicalización[10].
En su segundo mandato Bachelet promete hacer
lo que omitió en su gobierno anterior. Afirma que limitará la privatización de
la educación y ampliará la participación estatal en un sistema de pensiones
privadas que otorga jubilaciones ínfimas. Pero la enorme abstención que rodeó a
su triunfo electoral (59% del padrón), ilustra la desconfianza que existe en la
concreción de esas medidas. Cualquier paso estará sujeto al filtro restrictivo
de la Constitución.
También Perú ha permanecido alineado con el
bloque libre-cambista-derechista. El presidente actual (Ollanta Humala) retoma
la trayectoria de gobiernos explícitamente neoliberales (Toledo) o de origen
nacionalista (Alan García), que redoblaron la represión para expandir la
mega-minería. Sus promesas progresistas se diluyeron al acceder a la
presidencia. Apalea movilizaciones sociales, congela salarios y viola derechos
laborales. Incorporó oscuros personajes a su gestión y autorizó la presencia
masiva de militares estadounidenses. Su comportamiento retrata un caso
mayúsculo de travestismo político.
Los condicionamientos políticos que generan
los TLC tienen un alcance abrumador en los pequeños países de Centroamérica.
Estas repúblicas arrastran una historia de sometimiento al poder estadounidense
que se ha renovado con las remesas y la emigración. Los presidentes privatizadores
de Panamá, Guatemala o Costa Rica han reforzado esa dependencia hasta extremos
inéditos.
Golpismo
institucional
La derecha ha logrado reciclar su preeminencia
en el bloque pro-norteamericano a través de sucesivos comicios. Estas
votaciones no amenazan los privilegios de los acaudalados, ni implican un
ejercicio real de la democracia. En los pocos casos de mandatarios electos que
atemorizaron a las minorías poderosas volvió a irrumpir el golpismo, esta vez
con disfraz institucional. Las asonadas fueron propiciadas por el Parlamento,
los medios de comunicación y la embajada estadounidense. Tres casos ilustran
esta modalidad.
El presidente Aristide de Haití fue capturado
y expatriado en el 2004 y las presidencias posteriores quedaron en manos de
personajes permeables a los intereses de las fuerzas de ocupación extranjeras
(MINUSTAH). Con esta cobertura las empresas foráneas han lucrado con la
tragedia humanitaria que afronta la isla luego del terremoto. Realizaron
grandes negocios con la simple remoción de escombros. El peligro de hambruna
sobrevuela siempre a un país que en 1972 se autoabastecía de alimentos y ahora
importa el 82% de su principal consumo (arroz).
Los gendarmes extranjeros introdujeron,
además, una epidemia de cólera que produjo 7.000 muertos. Apañan las
violaciones que soportan los haitianos en la frontera con República Dominicana
y desprotegen a la población frente a la criminalidad del narcotráfico. Se
estima que el 12% de la cocaína ingresada a Estados Unidos pasa por Haití[11].
En Paraguay bastó la introducción de algunos
tibios cambios para desatar en el 2012 la reacción macartista contra el
presidente Lugo. Armaron una farsa parlamentaria y consumaron en pocos días la
acción destituyente. El mandatario que asumió posteriormente (Cartes) está muy
involucrado con el narcotráfico y el contrabando.
En Honduras el golpe fue perpetrado para
sepultar las reformas y la política externa autónoma de Zelaya. Luego de un
record de asesinatos consumaron un fraude, comprando votos, vendiendo
credenciales y manipulando actas para impedir el triunfo de la coalición
opositora[12].
La derecha también intentó golpes fallidos
contra Chávez (putch petrolero), Morales (ensayo de secesión territorial) y
Correa (levantamiento policial). Estos fracasos demostraron los límites que
afronta el proyecto reaccionario a escala regional. Por eso sus ideólogos
conservadores suelen transmitir más desencanto que satisfacción[13].
Esa frustración aumentó con el primer año del
nuevo Papa, que es un importante actor de la política regional. La derecha
percibe que no habrá repetición latinoamericana de la cruzada desplegada por
Juan Pablo II en Europa Oriental durante los años 80. Francisco tiene olfato
político y capta la inexistencia de condiciones para reproducir esa acción. Por
eso difunde mensajes alejados de la retórica convencional. Antes de adoptar
cualquier estrategia de política exterior debe atenuar el descalabro de
corrupción, pedofilia y pérdida de fieles que soporta la Iglesia.
La
ambivalencia de Brasil
La continuada gravitación militar de Estados
Unidos, la contraofensiva librecambista del Tratado del Pacífico, la variedad
de gobiernos derechistas y complementos golpistas determinan un escenario ajeno
a la tesis pos-liberal. En ese segmento se verifica una nítida continuidad del
neoliberalismo. Si ese bloque constituyera el único escenario de la región
confirmaría la vigencia de un “consenso de commodities”.
Pero la complejidad de Latinoamérica radica en
la coexistencia de esa articulación con un segundo eje geopolítico liderado por
Brasil. Este segmento alienta el regionalismo capitalista con estrategias
político-económicas más autónomas. El país que encabeza esta estrategia alcanzó
un PBI de 2,4 billones de dólares en
2011 y se ubica en el tope de las economías latinoamericanas. Cuenta con 14
multinacionales de proyección global y motoriza inversiones externas en función
de un plan estratégico (IIRSA) con financiación estatal (BNDES).
Este papel de Brasil tiene raíces en la
historia del país que preservó dimensiones continentales. A diferencia de
Hispanoamérica, su conformación nacional no estuvo acompañada de fracturas
territoriales. En la segunda mitad del siglo XX se convirtió en una economía
mediana, con mercados internos más extendidos y cierta diversidad exportadora.
Estas características tipifican un status
semiperiférico. El lugar de Brasil en la división internacional del trabajo
tiene más parecidos con España que con Nicaragua o Ecuador. Se ubica en un
espacio intermedio entre las grandes potencias y la periferia relegada.
El mantenimiento de esta posición exige
exhibición de poder. Brasil moderniza su ejército, ensaya intermediaciones en
conflictos alejados (Medio Oriente, Irán, África) y ambiciona el mismo asiento
permanente en el Consejo de Seguridad que otras sub-potencias. Ninguna otra
nación latinoamericana intenta jugar a ese nivel.
Pero al mismo tiempo, Brasil amolda su
política exterior al logro de cierta coordinación hegemónica con Estados
Unidos. Por un lado, protege militarmente la Amazonía de las 23 bases que
maneja el Pentágono en la zona. Y por otra parte, comanda la ocupación de Haití
en total sintonía con el Departamento de Estado. Sus empresas participan en el
negocio de reconstruir la isla, alientan la creación de zonas francas y
disputan privilegios de exportación.
La dualidad de la política exterior brasileña
tiene incontables manifestaciones. Dilma evitó participar en la cumbre regional
de repudio al atropello yanqui-europeo contra el avión presidencial de Bolivia,
pero también canceló una visita de estado con Obama para protestar por el
descarado espionaje de la CIA.
Este camino intermedio fue ratificado
recientemente con la decisión de sustituir la compra de aviones militares
estadounidenses por unidades de Suecia. Se evitó el choque frontal que hubiera
implicado la adquisición de modelos rusos o chinos y se optó por un
equipamiento escandinavo, que incluye componentes de empresas norteamericanas[14].
El mismo péndulo ha seguido la diplomacia de
Itamaraty en la última década. Durante el 2003-2011 predominó el
distanciamiento hacia Estados Unidos y en el 2011-2013 prevaleció un gran
acercamiento, que en los últimos meses parece concluido.
Brasil oscila sin poder imitar a otras
sub-potencias que detentan arsenales atómicos (como Rusia o India) o despliegan
efectivos en su radio de influencia (Turquía). Intenta forjar su propio
espacio, instalando un colchón que atempere las presiones estadounidenses sin
confrontar con la primera potencia. No promueve rupturas con el imperio, ni
tampoco acepta la subordinación neocolonial al mandato yanqui.
Mercosur
y Unasur
Brasil
promueve con Argentina la creación de un área comercial con gran participación
de las empresas extranjeras, pero estructura arancelaria propia. El MERCOSUR pretende
actuar como una asociación unificada en las negociaciones con otros bloques.
Pero este proyecto no ha podido avanzar a lo
largo de dos décadas. Mientras Estados Unidos impulsa la iniciativa con la
Alianza del Pacífico, el MERCOSUR navega sin rumbo. Rehúye iniciativas y
sobrevive en el estancamiento.
La asociación no ha concretado ningún paso
hacia la coordinación macroeconómica. El divorcio de monedas, tipos de cambios
y políticas fiscales entre sus integrantes es mayúsculo. No existen propuestas
para reducir las asimetrías entre países, y como la industria retrocede,
tampoco hay planes de coordinación fabril o utilización compartida de la renta
exportadora.
Los miembros del MERCOSUR comercializan los
mismos productos e individualmente priorizan la soja y la mega-minería. Este
último sector absorbió, por ejemplo, en el 2012 el 51% de las inversiones
externas.
La parálisis actual recrea viejos conflictos
entre Argentina y Brasil, en torno a normas arancelarias y restricciones
cambiarias. Las inversiones se suspenden (Minera Vale en Argentina) y los
proyectos se posponen (ferrocarril). En estas condiciones, Paraguay y Uruguay
mantienen abierta la posibilidad de tramitar sus propios TLC, quebrando la
cohesión del MERCOSUR[15].
Las indefiniciones de Brasil sofocan a la
asociación. Ese país tiene más convenios fuera del área que dentro de
Sudamérica y no quiere institucionalizar acuerdos regionales que obstruyan su
multilateralismo. Intenta mantener una doble inserción como exportador de
productos básicos al resto del mundo y como abastecedor de mercancías
elaboradas para sus vecinos. Pero cualquier iniciativa en el primer terreno
afecta la expansión del segundo y viceversa.
Una integración productiva sudamericana con
fondos regionales de estabilización cambiaria, moneda común y financiación del
Banco del Sur, obligaría a Brasil a concentrar inversiones en la zona, en
desmedro de su proyección internacional propia. A una escala inferior esta
misma tensión entre prioridades regionales y globales se verifica en Argentina,
que tiene distribuidas sus exportaciones por todos los continentes.
Las tendencias disolventes se acrecientan,
además, a la hora de negociar tratados con otros bloques. La Unión Europea
propicia un acuerdo de libre-comercio que privilegia las exportaciones del
Viejo Continente, sin atenuar el proteccionismo agrícola que limita las ventas
sudamericanas. Los europeos suelen tentar con ofertas unilaterales a
funcionarios de todos gobiernos para que acepten un acuerdo a espaldas del
resto[16].
El estancamiento del MERCOSUR contrasta con el
intenso activismo geopolítico que ha desplegado el bloque sudamericano en los
últimos años. Nunca hubo tantas reuniones presidenciales, ni eventos
compartidos por los mandatarios de la región. Esta frecuencia contrasta, por
ejemplo, con el declive de las Cumbres Iberoamericanas.
La nueva centralidad regional surgió de
acciones conjuntas del Grupo Rio (2010), que alumbraron la UNASUR y luego la
CELAC (2011-2013). Al asignar la presidencia rotativa de ese organismo a Cuba
se concretó un fuerte desafío a la OEA. También frente al golpe que desplazó a
Lugo hubo rápidas respuestas. El MERCOSUR suspendió a Paraguay y aceleró el
ingreso de Venezuela a la asociación.
Pero especialmente UNASUR es un conglomerado
muy heterogéneo y Estados Unidos presiona a través de sus socios. En el
organismo participan varios países de la Alianza del Pacífico que albergan
marines en su territorio.
El bloque sudamericano carecerá de
consistencia mientras Brasil se mantenga a mitad de camino. Busca sostén para
sus aspiraciones, mientras frena todas las iniciativas de integración. Pero a
la larga resultará imposible liderar un proyecto sin cargar con los costos de
su concreción. Estas contradicciones se han reforzado en los últimos años, con
los privilegios acordados a la agro-exportación, en competencia con los aliados
sudamericanos y en desmedro de la industria.
La opción brasileña por la soja afecta
localmente, además, la variedad de cultivos de la era cafetalera e incrementa
la tradicional concentración de la tierra. Sólo el 10% de los propietarios
controlan el 85% del valor total de la producción agropecuaria y 50 empresas
manejan toda la comercialización. La dependencia de los fertilizantes es
mayúscula. El país participa del 5% de la producción agrícola mundial, pero
consume el 20% de los agroquímicos. En este marco la reforma agraria quedó
totalmente detenida y 150.000 familias continúan acampando a la espera de un
terreno[17].
Brasil no puede encabezar la integración
sudamericana repitiendo el molde de extractivismo con poca manufactura que
impera en la región. Su gravitación económica justamente emergió con el esquema
opuesto de expansión fabril, durante los años 60 y 70. En las últimas décadas
ha retrocedido en todos los planos de la industria. La tasa de inversión (17%
del PBI) fue inferior durante el ciclo expansivo reciente (2006-2011) a la
media histórica y la fuerte apreciación del tipo de cambio afectó
adicionalmente la competitividad.
Brasil abandonó además el cimiento energético
de la hidroelectricidad, a favor de una dudosa apuesta por la explotación
petrolera. Facilitó también la desnacionalización de la industria con aperturas
al capital extranjero. Casi 300 empresas pasaron a control foráneo desde el
2004, con grandes ventajas para las compañías estadounidenses (3,4 veces más
firmas que los franceses, alemanes y japoneses)[18].
Las recientes medidas adoptadas por Dilma para
apuntalar la industria con subsidios financiados por previsión social no
revierten la regresión fabril. Durante la última década se apostó a la
expansión del consumo sin correlato en la inversión. Más de 15 millones de
brasileños viajaron por primera vez en avión y 42 millones fueron incorporados
al sistema bancario. Se amplió el crédito y se recuperó el salario mínimo, pero
estas mejoras coyunturales no resuelven el bache estructural en la industria[19].
Esta vulnerabilidad se acentúa por la gran
afluencia de capitales de corto plazo, que tienden a salir del país con la
misma velocidad que ingresan, en función del rendimiento financiero. Por
primera vez en una década, el 2013 cerró con un peligroso déficit en los
movimientos de capital que siempre atormentaron a la economía brasileña.
Los
vaivenes de Argentina
Durante el siglo XX la economía argentina siguió
etapas semejantes a Brasil con resultados opuestos. Tuvo preeminencia durante
el liberalismo agro-exportador, perdió posiciones en la sustitución de
importaciones y decayó brutalmente bajo la valorización financiera. Aún no se
puede predecir cuál será el desemboque final del ensayo neo-desarrollista de la
última década, pero la clase dominante argentina ya no disputa hegemonía con su
socio mayor.
Aunque el entrelazamiento entre ambos países
se afianza, el MERCOSUR es timoneado desde Brasilia. Esta supremacía obedece a
condicionantes de largo plazo, derivados de las grandes diferencias en recursos
naturales, demografía y territorio que existen entre ambos países. El líder
cuenta con un espacio territorial cuatro veces superior a su vecino y alberga
una población cinco veces mayor.
Brasil mantuvo durante el siglo XIX la unidad
de su territorio original, mientras que su vecino padecía ingobernabilidad y
fracturas. Pero esta asimetría no impidió la primacía de Argentina hasta la
posguerra, ni la paridad entre ambos hasta los años 60. El posterior
distanciamiento no puede atribuirse a la conformación histórica de ambas
naciones. Obedece a procesos de la última centuria.
Algunos analistas ponen el acento en la
obstrucción que impuso el lobby agrario argentino al desarrollo industrial.
Otros remarcan el comportamiento rentista de la burguesía, que ha sido muy
proclive a la especulación financiera y todos resaltan la herencia cultural de
improductividad que legó la oligarquía vacuna.
Pero muchos estudiosos estiman que estos
condicionamientos no fueron tan significativos como la ausencia de estabilidad
política que singulariza a la Argentina. Esta fragilidad socavó la acción de la
burocracia estatal, en contraste con la cohesión y la mayor articulación con la
clase capitalista que exhibe ese estamento en Brasil.
Por otra parte, los grupos dominantes de este
último país siempre tuvieron más instrumentos para neutralizar las huelgas y
rebeliones, que han sido la nota dominante de los trabajadores de la primera
nación. Cualquiera sea la explicación acertada de esta variedad de
interpretaciones, la brecha entre ambos países ya es un dato definitivo.
Esta separación no elimina el status
semiperiférico de la Argentina. El país participa en el selecto grupo de 20
naciones que discuten las prioridades del orden global. Esta presencia obedece
a la relevancia que mantiene como exportador de alimentos. Se ubica en el
quinto lugar de ese ranking y es un actor de peso en la definición de las
regulaciones y los precios mundiales de ese sector.
Pero esta gravitación agro-exportadora ha
obstruido al mismo tiempo el intento de recomposición industrial de la última
década. El rebote de la gran debacle del 2001 se materializó con un gran
repunte del PBI, el empleo y el consumo. Pero al concluir esa recuperación el
deterioro de largo plazo ha reemergido.
Argentina afronta nuevamente las tensiones
clásicas de su economía: altísima inflación, desajuste cambiario y bache
fiscal, aunque sin cargar por ahora, con los niveles de endeudamiento que la
empujaron a colapsos periódicos.
Este retorno al estancamiento obedece a la
preservación de una economía que no remontó sus desequilibrios estructurales.
Se renunció a un desarrollo productivo basado en la apropiación estatal de la
renta agro-sojera y la burguesía local volvió a su costumbre de fugar capital y
remarcar precios sin invertir. En estas condiciones afloran los límites de una
estrategia exclusivamente basada en empujes de la demanda[20].
Centroizquierda
con sorpresas
La correspondencia actual entre el MERCOSUR y
las administraciones de centro-izquierda confirma la correlación general que
existe entre bloques regionales y tipos de gobierno. Pero tal como ocurre con
el binomio TLC-derecha, tampoco aquí rigen estrictas sintonías.
El MERCOSUR precedió a los gobiernos actuales
y tuvo una larga consolidación durante el cenit neoliberal de Fernando Henrique
Cardoso y Carlos Menen. Pero el regionalismo capitalista que intenta la
asociación es más acorde con los gobiernos actuales, que contemporizan con los
movimientos sociales y auspician políticas externas más independientes de
Estados Unidos. El lulismo y el kirchnerismo constituyen dos variantes de este
mismo posicionamiento, pero con grandes diferencias en la acción política.
Durante la última década, el Partido de los
Trabajadores (PT) decepcionó en Brasil a quienes esperaban un gobierno afín a
los asalariados. El peso de esa organización expresó la influencia alcanzada
por un proletariado fuerte y concentrado, pero con escasa experiencia y
capacidad para contrarrestar la asimilación al sistema burgués, que impuso el
lulismo. El PT quedó integrado a la estructura de las clases dominantes y
aseguró la continuidad sin imprevistos, que caracteriza al régimen político de
ese país.
Este afianzamiento conservador multiplicó la
despolitización, generalizó el consenso pasivo y modificó la base social del
gobierno. Los sectores plebeyos de las regiones empobrecidas sustituyen a la
clase obrera, las capas medias y la intelectualidad, en el sostén de la actual
administración. El gobierno se ha guiado por el principio de otorgar sólo
aquellas concesiones que aceptan las clases dominante. Su norma ha sido dar
algo a los de abajo, sin quitar nada a los de arriba[21].
Esta política genera incontables contradicciones,
pero no es neutral. Es una orientación al servicio del capital con algunos
rasgos de tibio reformismo. Permitió una década de estabilidad burguesa,
socavando la legitimidad del proyecto obrero original y se ha mantenido
concertando alianzas con la derecha y haciendo concesiones ideológicas al
establishment. El lulismo ha seguido la misma trayectoria de involución que
transitaron los partidos socialdemócratas.
Con ese soporte Dilma desarrolló su gestión.
Pero afrontó el año pasado la sorpresiva irrupción callejera de jóvenes
indignados que impusieron sus demandas. Esta enorme movilización sólo tiene dos
antecedentes contemporáneos: la lucha por las directas en 1984 y por el
impechment de Collor en 1992.
Las protestas iluminaron la realidad del pueblo
brasileño, que sufre desigualdad en gran escala, deterioro del transporte y
degradación de la educación pública. El PT quedó desorientado frente a
movilizaciones que retrataron su alejamiento de la calles. Ahora la derecha
buscará aprovechar este desgaste, para hacer demagogia e intentar un improbable
retorno a la presidencia en el 2014.
Escenarios
contrapuestos
La novedosa oleada de manifestaciones que
sacudió a Brasil es un dato corriente de Argentina. El ejercicio excepcional de
la política en las calles en el primer país constituye la forma habitual de
acción ciudadana en el segundo. Aquí radica la principal causa del carácter
divergente que asumieron dos gobiernos del mismo cuño.
Mientras que el lulismo acentuó la
desmovilización durante su gestión, las continuidades de la rebelión del 2001
obligaron al kirchnerismo a gobernar con un ojo puesto en la reacción de los
oprimidos.
Esta peculiar variante del peronismo se abocó
inicialmente a restaurar el sistema político tradicional amenazado por la
sublevación popular. Pero recompuso el poder de los privilegiados, otorgando
importantes concesiones democráticas y sociales al grueso de la población. A
diferencia de Lula -que se manejó en un escenario de escasas reformas y sin
ninguna presión desde abajo- los
Kirchner actuaron en un tembladeral. Reconstruyeron un estado colapsado, en
contraste con un PT que mantuvo casi intacta la estructura transferida por
Cardoso.
Esta diferencia determinó también la
implementación de políticas económicas distintas. En Argentina se ensayó un
esquema neo-desarrollista con creciente regulación estatal, para recomponer un
mercado interno devastado. En Brasil la inicial continuidad socio-liberal fue
pausadamente sustituida por acotadas medidas de intervención, tendientes a
contrarrestar la erosión provocada por la ortodoxia monetarista.
El kirchnersimo encabezó un régimen asentado
en el liderazgo presidencial, el arbitraje del poder ejecutivo y la influencia
de organismos para-institucionales. Este molde político informal retomó ciertas
modalidades neo-populistas del peronismo clásico, en contraposición al
institucionalismo negociado que continuó imperando en Brasil. Por dos caminos
diferentes, el kirchnerismo y el lulismo han buscado neutralizar el
protagonismo de los sindicatos y la clase obrera.
Los dos gobiernos pertenecen a la misma
especie de centroizquierda y han recurrido a la misma retórica progresista. Los
Kirchner retomaron el proyecto de mixturar el peronismo con la variante
socialdemócrata anticipada por el alfonsismo y Lula-Dilma transformaron al PT
en un típico partido del orden vigente.
El kirchnerismo afronta ahora un declive, que
le ha impedido a Cristina seleccionar al próximo presidente como hizo Lula con
Dilma. La derecha se prepara desde el oficialismo o la oposición para liderar
el recambio del 2015. Pero temen la repetición del tormentoso traspaso
presidencial, que ha sido la norma en Argentina y la excepción en Brasil.
Uruguay ha transitado la década con un
gobierno de centro-izquierda, más parecido a su par brasileño que a su vecino
del Río de la Plata. El Frente Amplio gestionó algunas mejoras en materia de
empleo, salario y pobreza, que resultaron suficientes para asegurar su
preeminencia. Pero gobierna con la misma desmovilización del PT, generando el
mismo tipo frustraciones, especialmente en el terreno democrático (veto a la
despenalización del aborto, persistencia de la ley de amnistía).
El presidente Mugica sustituyó la vieja
cultura institucionalista de la clase media por una retórica plebeya, que
generó cierta identificación afectiva en una sociedad estancada por la
emigración y el envejecimiento. Sostiene su popularidad en una exitosa
exhibición de generosidad personal y desinterés.
Su trayectoria guerrillera ha sido utilizada,
además, para legitimar la depredación de los recursos naturales, la primacía de
la soja y la especulación inmobiliaria en Punta del Este. Los líderes de la
coalición oficialista apuestan a un ajuste de figuras para asegurar la
continuidad en la elección presidencial del 2014.
Interrogantes
irresueltos
El escenario neoliberal uniforme de los años
90 ha quedado sustituido por un contexto geopolítico más diverso. El proyecto
de regionalismo capitalista que lidera Brasil altera ese cuadro, a pesar de la
gran ambivalencia que caracteriza a la sub-potencia sudamericana. El MERCOSUR
se mantiene estancado y Argentina no despunta, pero al compás de los gobiernos
centroizquierdistas la UNASUR y la CELAC han logrado un inédito protagonismo.
La tesis pos-liberal resalta estas mutaciones
y le asigna un gran impacto progresista. Pero olvida que esta configuración
coexiste con un alineamiento neoliberal del Pacífico, que tiene el mismo (o
mayor) peso regional. También omite que Brasil y Argentina han acentuado su
amoldamiento económico a la exportación primaria.
Esta última adaptación es presentada por la
visión opuesta, como una evidencia del “Consenso de commodities”. Pero con esta
denominación se diluyen las diferencias y se pierde de vista el posicionamiento
de un bloque sudamericano, que no adhiere económicamente a los TLC, no está
sometido a la geopolítica del Pentágono y no opera a través de gobiernos
derechistas.
La clarificación de estos problemas exige
abordar otras dos singularidades latinoamericanas: el papel de la lucha social
y la incidencia de los procesos radicales, que analizados en la tercera parte
del texto.
Resumen
Estados Unidos no se desinteresa de América
Latina. Con una diplomacia más afable despliega tropas para reorganizar su
dominación. Todas las potencias apetecen los recursos naturales de la región.
El avance europeo se ha detenido y la presencia china se acrecienta, disputando
negocios pero no preeminencia político-militar.
El objetivo del ALCA resurge con el Tratado
del Pacífico. El NAFTA ilustra las consecuencias sociales de estos convenios,
que la burguesía mexicana utiliza para internacionalizar sus negocios. Existe
una estrecha conexión entre esos acuerdos y los gobiernos derechistas, que no
se renuevan sólo por medios constitucionales. El golpismo ha reaparecido en los
pequeños países y fracasó en sus intentos de mayor alcance.
Brasil encabeza otro bloque con metas más
autónomas de regionalismo capitalista. Se ha consolidado como sub-potencia
semiperiférica y adopta posturas ambivalentes frente a Estados Unidos. Ese
posicionamiento conduce al estancamiento del MERCOSUR. El país se expande en
forma multilateral y evita los costos de la integración. Su opción por el
agro-negocio limita la intervención geopolítica de UNASUR y CELAC.
Argentina ha quedado relegada y sujeta a
imprevisibles vaivenes. Ya afloran los límites de una recuperación que preservó
la renta y el comportamiento burgués improductivo. Los presidentes de
centroizquierda son afines, pero el Lulismo gobernó desmovilizando y asimilando
al PT al sistema. El Kirchnerismo reconstruyó el estado afrontando luchas
sociales. Estas condiciones disímiles determinaron políticas económicas
distintas. La tesis pos-liberal sobrevalora la gravitación del bloque autónomo
sudamericano y la visión opuesta diluye la singularidad de este alineamiento
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[1] Ver: Berterretche Juan Luis, “El embuste de
la guerra contra la droga”, www.argenpress.info,
7-12-2010.
[2] Tokatlian Juan Gabriel, “Bye Bye Monroe,
Hello Troilo”, elpais.com/elpais/2013/11/27.
[3] Tokatlian “Bye Bye”.
[4] Hernández Navarro Luis, “La reinvención de
Latinoamérica”, 26/12/2013, alainet.org/active
[5] Morgenfeld Leandro, “Alianza del Pacífico
hacia un nuevo ALCA”, www.albatv.org, 05/05/2013.
[6] Dos exponentes de estos mitos: Oppenheimer
Andrés, “El plan de Kerry para América Latina”, 15/12/2013, www.elnuevoherald.com.
Cárdenas Emilio, “El éxito del Nafta, veinte años después”, La Nación,
9-1-2013.
[9]Ver: Aguilar Mora Manuel, “Los primeros siete
meses de la restauración priista”, www.rebelion.org, 25-7-2013.
[10] El 1% más rico acapara el 31% del ingreso y
el 5% más rico percibe 257 veces más que el 5% más pobre. Quijano José Manuel, “El
difícil cambio hacia el combate de la desigualdad”, Brecha, 21-12-2013. También
Brum Horacio, “¿Segundas partes serán buenas?”,
23/11/2013 vientosur.info/
[11] Ver: Chalmers Camille,” Haití y la permanencia de la Minustah”, 18/10/2013, brecha.com.uy/index.
[12] Arkonada Katu, “Del golpe
de estado al golpe en las urnas”, 26/11/2013, alainet.org/active.
]Un ejemplo en: Sanguinetti Julio
María, “Se nubla el cielo de América Latina”, www.lanacion.com.ar, 16-11-2012.
[14] Luego del conflicto de espionaje, las
empresas estadounidenses quedaron fuera de la licitación del gran yacimiento de
Libra y perdió fuerza el ala pro-norteamericana de Patriota frente al sector
crítico de Amorin-Figueiredo. Dos evaluaciones opuestas de la decisión de
compra de aviones en: Boron Atilio, “Un increíble y enorme error geopolítico”, 30/12/2013, www.globalresearch.
Zibechi Raúl, “Una decisión que fortalece la independencia”, 23/12/2013, alainet.org/active/
[15] Turzi Mariano, “Al MERCOSUR le haría falta
una remodelación”, www.clarin.com, 03/07/2013
[16]Ver: Marchini Jorge,
“Negociaciones por un acuerdo MERCOSUR-UE”, 8-1-2014
alainet.org/active.
[18]Ver: Lessa Carlos, “Dilma precisa
de coragem”,
www1.folha.uol.com.br, 14/01/2013. También: Chade Jamil, “Brasil se transforma no 4to
maior destino”, www.iberoamerica.net, 24/01/2013.
[19] Nepomuceno Eric, “Brasil y sus
contradicciones”, www.pagina12.com.ar, 18/02/2013.
[20] Nuestro análisis en Katz Claudio, “La Economía
desde la Izquierda. Coyuntura y ciclo Modelo y propuestas”, http://www.geocities.com/economistas_de_izquierda/28-11-2013.
[21]Ver: Machado Joao, “También la izquierda
radical ha sido sorprendida”, vientosur.info, 25/06/2013