La evolución de Sudamérica brinda muchos argumentos para las tesis de la autonomía y el curso de Centroamérica para el diagnóstico de la dependencia. La misma contraposición se verifica si se generaliza el sendero que transita Venezuela o México. Los nuevos márgenes de independencia de la región cobran relevancia, cuando se pone el acento en la dimensión geopolítica y la reinserción periférica salta a la vista, cuando se prioriza la evaluación económica. “Pos-liberalismo” y “Consenso de commodities” son dos conceptos que sintetizan ambas miradas. La primera noción remarca la vigencia de una nueva etapa signada por la política exterior independiente, la multiplicación de gobiernos progresistas y el retroceso de la derecha[1]. El segundo término resalta el reforzamiento uniforme de modelos centrados en la exportación de bienes primarios[2]. ¿Cuál es la caracterización acertada? La respuesta exige evaluar las
grandes transformaciones económicas, sociales y políticas registradas en la región, durante las últimas dos décadas.
Agro-exportación y minería
La reestructuración neoliberal en América Latina afianzó desde los años 80 un patrón de especialización exportadora que recrea la inserción internacional de la región como proveedora de productos básicos.
Esta renovada gravitación de las commodities ha implicado una profunda transformación en el agro, basada en la promoción de cultivos de exportación en desmedro del abastecimiento local. En todos los países se reforzó un empresariado que maneja los negocios rurales con criterios capitalistas de acumulación intensiva. La vieja oligarquía encabezó esta reconversión, en estrecha asociación con las grandes compañías del “agrobusiness”.
Los pequeños productores soportan encarecimiento de los insumos, mayor presión competitiva y creciente transferencia de riesgos, a través de contratos amoldados a las reglas de la exportación. Deben adaptar su actividad a nuevas exigencias de refrigeración, transporte e insumos agro-químicos, para generar productos amoldados al marketing global. Frecuentemente se endeudan, venden la tierra y terminan engrosando la masa de excluidos que emigra a las ciudades.
Esta presión por elevar los rendimientos socava las reminiscencias de la agricultura no capitalista y diluye las viejas discusiones sobre la articulación de distintos modos de producción en este sector. Bajo la disciplina que impone la demanda externa se reducen las fronteras entre el sector primario y secundario y se amplía la gravitación del trabajo asalariado con modalidades tayloristas.
La soja es un típico ejemplo de este nuevo esquema agrícola. Se ha difundido en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, destruyendo otros cultivos, mediante un modelo transgénico de siembra directa y dependencia de Monsanto como proveedor de semillas. Como requiere poca fuerza laboral para producir aceite o alimentos de animales, genera un sólo empleo cada 100-500 hectáreas[3].
Pero la misma mutación se verifica en otras regiones y productos. Las frutas y vinos de Chile se elaboran con nuevos parámetros de venta externa, que incrementan la concentración rural y multiplican la sub-contratación de trabajadores temporarios. Las flores en Ecuador y Colombia se cultivan con técnicas intensivas de irrigación y elevada explotación de la mano de obra femenina, desplazando la producción alimenticia tradicional. Los nuevos vegetales de invierno en las plantaciones de Centroamérica se exportan a costa de la producción tradicional y ya han generando un dramático incremento de la importación de alimentos básicos[4].
Esta misma especialización en exportaciones primarias se verifica en la minería con la nueva modalidad de explotaciones a cielo abierto. Para extraer mineral se dinamitan montañas y las rocas son disueltas por medio de compuestos químicos (fracking). Como estas técnicas reemplazan al viejo socavón y necesitan mayor inversión se ha potenciado la presencia de compañías extranjeras, que obtienen cuantiosas ganancias tributando bajos gravámenes. Las empresas de Canadá -mixturadas con australianos, belgas, suecos y estadounidenses- controlan la mayor parte de esos emprendimientos.
Chile es un paraíso de esta actividad. El cobre ya no es extraído sólo por la estatal CODELCO. También participan otras compañías que pagan bajos impuestos (7,8%) y obtienen elevadísimas rentabilidades (50%). Lo mismo ocurre en Perú, que desarrolló un proyecto de alcance extractivo gigantesco en la región de Conga[5].
Esta minería utiliza enormes volúmenes de agua que afectan a los emprendimientos agrícolas y amplían la contaminación. Se refuerzan así las calamidades ambientales que soporta la región, ante la desaparición de los glaciares andinos, la sabanización de la cuenca amazónica y las inundaciones costeras. El extractivismo exportador acentúa todos los efectos del cambio climático[6].
Retroceso industrial
El declive industrial es la otra cara del auge agro-minero. El peso del sector secundario en el PBI latinoamericano descendió del 12,7% (1970-74) al 6,4% (2002-06) y la brecha con la industria asiática se ha ensanchado en producción, productividad, tecnología, registro de patentes y gastos en Inversión y Desarrollo[7].
Este retroceso es frecuentemente identificado con la “reprimarización” de la economía latinoamericana. Pero la industria no desaparece y más acertado es señalar su readaptación a un nuevo ciclo reproductivo dependiente. El repliegue es muy evidente en Brasil y Argentina, las dos economías más representativas de la industrialización de posguerra.
En el primer país la productividad decrece, los costos aumentan y el déficit industrial externo se expande, en un marco de inversiones estancadas e infraestructuras de energía y transporte muy deterioradas. Algunos analistas estiman que el aparato industrial brasileño ha quedado reducido a la mitad de la dimensión que alcanzó en los años 80[8].
La misma regresión se verifica en la industria argentina, a pesar de la recuperación registrada en la última década. Este sector ocupa un lugar menor que en los 80 (del 23% al 17% del PBI) y se encuentra altamente concentrado en cinco sectores, con predominio extranjero, importaciones crecientes y baja integración de componentes nacionales.
En México, la industria tradicional -erigida durante la sustitución de importaciones para abastecer al mercado local- ha sido reemplazada por el auge de las maquilas, en las zonas francas. Este tipo de fábricas jerarquizan la exportación y operan a través de redes adaptadas a las normas de la acumulación flexible. Comenzaron con la indumentaria y la electrónica, se expandieron a la rama automotriz y ya representan el 20% del PBI mexicano. En la frontera de Estados Unidos se ubica la localización emblemática de este modelo. Las 50 plantas iniciales (1965) se multiplicaron a 3000 fábricas mellizas (2004), asentadas a ambos lados de la zona limítrofe.
Al desenvolverse como ensambladoras con reducida calificación laboral, estas fábricas contienen muchos rasgos de la especialización básica que afecta a toda la economía latinoamericana. Su principal insumo es la baratura de la fuerza de trabajo.
Las empresas lucran con el reclutamiento de trabajadores provenientes de las zonas rurales y criminalizan la sindicalización. Mientras que la productividad se asemeja a los niveles vigentes en las casas matrices, los salarios son varias veces inferiores a la media estadounidense y se ubican por debajo del sector agremiado mexicano.
Este cimiento del modelo en la explotación
laboral es más visible en la nueva generación de empresas localizadas en
República Dominicana, Guatemala u Honduras. Allí contratan jóvenes sometidos a
una disciplina agobiante. La presión por aumentar la productividad es
permanentemente recreada por la competencia asiática.
Remesas y Turismo
El modelo de especialización en exportaciones básicas crea poco empleo, acentúa la emigración y ha generado en los pequeños países de la región un nuevo tipo de dependencia en torno a las remesas.
América Latina es la mayor receptora de estos fondos, que constituyen el principal ingreso de República Dominicana, El Salvador, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica y Nicaragua. Estas transferencias son la segunda fuente de divisas para Belice, Bolivia, Colombia, Ecuador, Paraguay y Surinam. Han sustituido la primacía del café en El Salvador y de las bananas en Honduras[9].
Con las remesas se estabiliza una inédita situación dual de ingresos producidos en un país y consumidos en otro. La fuerza de trabajo remunerada en un punto solventa la reproducción de sus semejantes de otra zona. La comunicación global y el abaratamiento del transporte han creado un espacio multinacional estable de personas que viven al mismo tiempo en dos mundos, puesto que la conexión del inmigrante con su localidad de origen se mantiene, forjando un doble patrón de vida en ciertas comunidades[10].
Este proceso potencia la fractura entre países que exportan población sobrante y economías que absorben selectivamente ese flujo. Los movimientos son multidireccionales, pero las regiones abandonadas y los destinos ambicionados son siempre los mismos, como lo prueban los 30 millones de latinos actualmente afincados en Estados Unidos.
También el turismo se ha tornado esencial para la supervivencia de los pequeños países de la región. Este servicio ya desplazó a las bananas como principal exportación de Costa Rica y es la segunda actividad de Honduras, Guatemala y el Caribe. A partir de la estandarización de las prestaciones, América Latina se ha tornado atractiva por su disponibilidad de fuerza de trabajo barata, sus ambientes naturales propicios y su valorado patrimonio cultural.
El capitalismo neoliberal reemplazó las viejas reglas del turismo social por criterios individualistas, que naturalizan la división entre ricos (con derecho a descansar) y pobres (con obligación de servir). Los medios de comunicación realzan la atracción de lo exótico, homogenizan la cultura y han convertido al Tercer Mundo en una “periferia del placer”.
La clase media accede a estas nuevas experiencias internalizando los mitos del libre-comercio, sin registrar la creciente desigualdad que rodea a este negocio. Al reavivar el racismo y el elitismo, el turismo global tiene un impacto ideológico muy significativo.
Persistencia del modelo
La mundialización neoliberal ha reconvertido a Latinoamérica en una economía con alta centralidad de la agro-exportación, la minería y los servicios, a costa del desarrollo industrial. Pero lo más llamativo es la continuidad de tendencias en el reciente período de crisis global.
Esta persistencia obedece al efecto intermedio del temblor financiero mundial sobre la región. Tanto en el período previo a la crisis (2003-2008) como en la fase posterior (2008-2013), la tasa de crecimiento latinoamericana se ha ubicado por encima de la media internacional. Ese promedio ha declinado en los últimos años sin tornarse irrisorio. Rondaría el 3,2% en el 2013 frente al 3% del año anterior [11].
En comparación a los devastadores colapsos sufridos entre 1980 y 2003, la crisis tuvo hasta ahora un efecto limitado sobre América Latina. No se produjeron quiebras de bancos, ni explosiones de la deuda externa. Esta neutralización fue más significativa en el sur que en el centro de la región, pero distingue a la región de la fuerte recesión registrada en los países centrales.
El contraste con la depresión del 30 es ilustrativo. Durante ese colapso las exportaciones de América Latina declinaron un 65% y las importaciones un 37%, mientras que el grueso de los países sufrió un desmoronamiento financiero, que los obligó a suspender el pago de la deuda externa. Esa caída se revirtió con el encarecimiento de las exportaciones y la acumulación de reservas que acompañó a la Segunda Guerra Mundial[12].
La continuidad del patrón de especialización exportadora ha sido también facilitada por el alto nivel de precios que mantienen las commodities. Estas cotizaciones cayeron en el 2008, pero se recuperaron rápidamente. La mejora de los términos de intercambio ha subsistido, con la triplicación de los precios de las materias primas registrada en la última década. El petróleo duplicó su cotización, el cobre se quintuplicó y la soja subió dos veces y media. Esta apreciación incentivó a su vez un incremento del 55% del volumen exportado[13].
Existen interpretaciones divergentes sobre las causas de este repunte de las materias primas. Algunas explicaciones remarcan la incidencia de los movimientos especulativo-financieros, otras caracterizaciones destacan la expansión de los agro-combustibles y un tercer enfoque considera que la demanda china ha establecido un nuevo piso de cotizaciones. Pero cualquiera sea la duración de este proceso ha incentivado la profundización de las transformaciones neoliberales precedentes.
Finalmente, la afluencia de inversiones extranjeras ha operado como determinante de la continuidad de tendencias. Esos ingresos totalizaron 173.000 millones de dólares en el 2012, superando en un 6% los porcentuales del año anterior y duplicando los montos de principio de la década. Los capitales ingresados y la valorización de las exportaciones facilitaron el incremento de las reservas y una reducción del ratio del endeudamiento[14].
El retrato de las últimas décadas y de la crisis reciente corrobora el diagnóstico que resalta la centralidad de las commodities en las economías latinoamericanas. Por esta gravitación la región luce menos vulnerable en la coyuntura (balance de pagos, reservas, deuda), pero ha incrementado su fragilidad estructural.
Los cambios por arriba
La consolidación de la región como exportadora de productos básicos ha impactado también sobre el perfil de las clases dominantes, reforzando la conversión de la vieja burguesía nacional en burguesía local. El primer molde correspondía a los industriales que fabricaban para el mercado interno, con protección aduanera y subsidios que privilegiaban la expansión de la demanda. El segundo perfil es propio de un sector que ya no restringe su actividad a la manufactura, ni pregona desarrollos auto-centrados. Promueve más la exportación que el mercado interno y prefiere la reducción de costos a la ampliación del consumo.
Esta transformación acentuó el enriquecimiento de una elite de millonarios. Algunos apellidos emblemáticos de este ascenso son Slim (México), Cisneros (Venezuela), Noboa (Ecuador), Santo Domingo (Colombia), Andrónico Lucski (Chile), Bulgheroni, Rocca, (Argentina), Lemann, Safra, Moraer (Brasil). Sus fortunas se remontan al pasado, pero registraron un gran incremento con los negocios de exportación de las últimas décadas.
En su conjunto los capitalistas latinoamericanos constituyen un sector minoritario de la población. Existe un enorme divorcio entre su poder y el número de sus integrantes. Los propietarios y receptores de utilidades de las empresas no superan el 1-2% de la población económica activa. Este porcentaje se incrementa al 10%, si se incluye a los ejecutivos y profesionales que administran y controlan la fuerza de trabajo o ejercen algún rol estratégico en las compañías. A través de esas funciones participan en la confiscación del trabajo ajeno[15].
La reconversión de las últimas décadas aumentó la concentración e internacionalización de los principales grupos capitalistas, que se afianzaron como conglomerados regionalizados. Surgieron las nuevas empresas Multilatinas, a partir de familias adineradas que expandieron sus compañías, con gerenciamiento global y prioridades regionales. Los conglomerados de Brasil y México encabezan esta tendencia, secundados por Argentina y Chile.
La tradicional diversidad entre fracciones agro-mineras, industriales y bancarias no ha desaparecido, pero el entrelazamiento aumentó como consecuencia de la gran presión competitiva que introdujo la mundialización neoliberal. Esa rivalidad modificó la composición de las principales 500 empresas latinoamericanas. Entre 1991y 2001 decayó la participación de empresas estatales (de 20% al 9%) y se incrementó el peso de las extranjeras (27% a 39%)[16].
Los grupos locales reorganizaron su actividad con mayor financiación externa y capitalización bursátil. Este ingreso a los mercados de valores coincidió con el incremento de acciones circulantes en los denominados “países en desarrollo” (de 80.000 millones de dólares en 1981 a 5 billones en el 2005). Por esa vía aumentó la penetración del capital internacional en la estructura propietaria de las empresas latinoamericanas.
Las compañías actuales son más poderosas, pero la clase capitalista de la región no remontó su papel global secundario y perdió posiciones frente a los nuevos competidores de Oriente. Ese resultado ha sido congruente con su especialización en ramas básicas y su distanciamiento de las actividades más elaboradas. Por esa razón la brecha industrial con el Sudeste Asiático se transformó en una fractura irreductible.
La burguesía local ha estrechado vínculos con el capital extranjero, pero no desaparece como un segmento diferenciado. Mantiene pretensiones de acumulación propia que desbordan el marco nacional y se proyectan al escenario regional. Se han forjado burguesías más asociadas con empresas foráneas, afianzando un proceso que comenzó en los 60 en Brasil, continuó en los 80 en Argentina y se consolidó en los 90 en México. Este sector dejó atrás su debut industrial y se extendió a la agro-minería y los servicios[17].
La reciente incorporación de México, Brasil y Argentina al G 20 marca otro salto en la relación de las burguesías actuales con el capital extranjero. Pero entre ambos sectores existe una relación de cooperación antagónica, que combina el estrechamiento de las conexiones con el mantenimiento de las diferencias entre el socio mayor del Norte y el empresariado menor del Sur[18].
Aunque los negocios con el capital foráneo se han multiplicado, el país de origen persiste como base de operaciones, fuente privilegiada de las ganancias y centro de las decisiones de las burguesías locales. La internacionalización de los créditos, los mercados, y la propiedad accionaria, no anula el carácter localmente territorializado de los principales grupos capitalistas.
Clasificaciones erróneas
Las burguesías locales y asociadas que encabezan la especialización exportadora compartiendo beneficios con las empresas foráneas, no conforman una “nueva oligarquía”. Los rasgos pre-capitalistas que caracterizaban a ese sector se extinguen, junto al avance de los procesos de capitalización. Las viejas elites latinoamericanas -que recurrían a modalidades arcaicas de explotación y dominación para usufructuar de sus propiedades agro-mineras- pierden peso.
Algunos enfoques subrayan el carácter transnacionalizado de los grupos dominantes que optaron por globalizar sus negocios[19]. Pero aquí se confunde la asociación con la fusión, olvidando que la internacionalización en curso se desenvuelve a partir de clases y estados existentes. La mundialización neoliberal no anula esas estructuras, ni tampoco elimina el entrelazamiento prioritario entre los capitalistas del mismo origen nacional.
La transnacionalización plena se encuentra por el momento limitada a sectores cosmopolitas gerenciales o fracciones de la alta burocracia de los organismos mundializados. La propiedad de las empresas se mantiene, en cambio, enraizada en zonas geográficas diferenciadas y los estados nacionales persisten como el único instrumento con cierta legitimidad para disciplinar a los trabajadores.
Las burguesías locales latinoamericanas no son satélites manipuladas por las metrópolis. Actúan como clases capitalistas, que combinan el usufructo de la renta agro-minera con la plusvalía extraída a los trabajadores. Se comportan como clases dominantes y no como capas parasitarias, compradoras o tributarias del capital foráneo. Su incapacidad para desarrollar la región no implica desinterés por ese objetivo.
La economía latinoamericana está regida por patrones de competencia, inversión y explotación. Como esas normas difieren significativamente del pillaje es una simplificación utilizar el mote de “lumpen-burguesía” para retratar a la burguesía[20].
Esa denominación sólo corresponde a sectores que acumulan capital en los márgenes del circuito legal. El narcotráfico, por ejemplo, obtiene fortunas en la criminalidad y blanquea parcialmente esos ingresos en actividades financieras o productivas. Pero conforma un segmento marginal y no integrado al club estable de los dominadores.
También es erróneo generalizar situaciones propias de los pequeños enclaves. América Latina constituye una unidad analítica, pero las caracterizaciones referidas a Honduras o Panamá no valen para Brasil. Sólo en los primeros casos prevalecen “burguesías neo-coloniales” teledirigidas por Washington.
El giro hacia las commoditie torna más nítido el perfil de los opresores latinoamericanos. Son capitalistas que explotan económicamente a los asalariados, burgueses que someten políticamente a los trabajadores y dominadores que subordinan ideológicamente a los dominados. Desenvuelven las mismas funciones que sus pares de otros puntos del planeta.
Pero cargan también con la débil autoridad de un sector que no lideró luchas nacionales, no cooptó personal significativo a su dominación y no facilitó la movilidad de las clases medias. También estas flaquezas se han potenciado bajo el nuevo patrón de acumulación de especialización exportadora.
Los cambios por abajo
Las transformaciones de la estructura social latinoamericana han alterado también la configuración de las clases dominadas. Como un eje de este cambio se localiza en el agro se verifica una pérdida de cohesión del viejo campesinado, afectado por el creciente éxodo hacia los centros urbanos. Por esta razón las tensiones en el agro presentan otro cariz.
El viejo latifundio que recreaba la miseria campesina obstruyendo la gestación de una burguesía agraria, decae frente a las empresas capitalistas que despojan al agricultor de sus tierras, contratan asalariados precarios y fuerzan el tránsito hacia las ciudades.
Este desplazamiento engrosa la masa de excluidos urbanos con poco trabajo e ínfimos ingresos, en un marco de pocas salidas laborales para la población excedente de América Latina. Por eso la informalidad se afirma como norma, tanto en la recesión como en la prosperidad de las economías extractivistas.
La emigración -que fue la válvula de escape para los desequilibrios de la acumulación europea en varios momentos del siglo XIX y XX- solo aporta pequeños desahogos en la actualidad. Los jóvenes de la región no encuentran empleo en sus países, ni el exterior. Tienen simultáneamente vedado el arraigo y la emigración.
Una consecuencia directa de esta exclusión es el incremento exponencial de la criminalidad. La narco-economía se ha convertido en un refugio de supervivencia para los sectores empujados a la marginalidad. En la región se registra la tasa de homicidios más alta del mundo. La delincuencia crece junto a la fractura social y la obscena promoción de los consumos y placeres que disfrutan los enriquecidos.
Como el modelo extractivo crea empleos de baja calidad, la precarización laboral supera en América Latina los promedios de los países centrales. Esa informalidad ya no se recrea en los circuitos agrarios pre-capitalistas, ni en la reproducción familiar de la fuerza de trabajo. Se extiende junto a la penetración del capitalismo en todas las esferas de la vida social.
Algunas investigaciones estiman que el sector precarizado reúne al 46% de los trabajadores latinoamericanos[21].
Otro dato clave es la extensión de la pobreza, que en América Latina desborda al sector informal. Afecta también a un amplio segmento de los trabajadores estables. A diferencia del grueso de las economías desarrolladas, el universo de los individuos con ingresos inferiores a la satisfacción de las necesidades básicas no se limita aquí a los excluidos. Se extiende a los trabajadores explotados de las empresas modernas. El porcentual de niños pobres (45% del total) es ilustrativo de la magnitud de este flagelo[22].
La extensión de la informalidad es también consecuencia de las maquilas y la regresión industrial. En el escenario manufacturero regional, la aceleración del cambio tecnológico incrementa la segmentación entre trabajadores especializados y descalificados. Los cargos estables con protección social decrecen, en comparación a los puestos de contratados sin ningún resguardo.
La magnitud de esta fractura es el rasgo descollante del mercado laboral. El típico operario masculino y sindicalizado de posguerra tiende a ser sustituido por trabajadoras femeninas más flexibilizadas. Este declive de los sectores formales es mayúsculo en las maquilas. La propia ampliación de la clase obrera industrial ha perdido el ímpetu precedente. El proletariado fabril no se extingue, pero su incidencia ha disminuido.
En el modelo actual de exportaciones primarias persiste la tradicional estrechez de la clase media latinoamericana en comparación a los países avanzados. Este segmento continúa aportando un colchón muy exiguo, al abismo que separa a los acaudalados de los empobrecidos. Además, perdura la vieja clase media frente a los nuevos segmentos de esa categoría. Subsisten muchas franjas de pequeños comerciantes y cuentapropistas y crecen poco los profesionales o técnicos altamente calificados. Este infradesarrollo es acorde a la estrechez de la industria.
Ciertamente los sectores medios amplían su consumo con la ampliación del crédito, la publicidad y el arribo de las grandes cadenas comerciales. Pero en economías tan atadas la exportación de productos básicos, los cimientos productivos del poder adquisitivo son muy frágiles.
Muchos analistas igualmente destacan la reducción de la pobreza, el desempleo y la desigualdad durante la última década, sin registrar el estrecho alcance de una mejoría derivada del repunte cíclico del nivel de actividad.
Lo más novedoso ha sido la generalización de la asistencia social para atemperar la pobreza. Pero los auxilios oficiales sólo han protegido transitoriamente a los desamparados, sin alterar las causas del problema. Estos planes coexisten con la precarización y convalidan la segmentación laboral.
Por otra parte, la leve disminución de la desigualdad no modifica el lugar que ocupa la región al tope de los indicadores globales de inequidad. El coeficiente de Gini que mide esta polarización supera en la zona (51,6) a la media mundial (39,5), duplica los promedios de las economías avanzadas e incluye a los cuatro países que encabezan el barómetro mundial (Colombia, Bolivia, Honduras, Brasil). El ingreso del 20% más rico de la población latinoamericana supera en casi 20 veces al 20% más pobre[23].
Explicaciones con problemas
El diagnóstico pos-liberal no condice con el contexto económico actual de Latinoamérica. En toda la región prevalece un esquema de especialización productiva, basado en la agro-exportación, la minería de cielo abierto, el declive de la industria tradicional, las remesas y el turismo. Este molde implica una generalizada reinserción periférica o semiperiférica en la división internacional del trabajo.
En consonancia con estas tendencias gestadas durante el neoliberalismo se ha reforzado la transformación de las burguesías nacionales en burguesías locales, más internacionalizadas y asociadas con el capital extranjero. El mismo cambio ha potenciado el éxodo campesino, la precarización laboral, la marginalidad urbana y la endeblez de la clase media.
Este escenario es más acorde a la visión contrapuesta de una “economía de commodities” en toda América Latina. Pero esta segunda caracterización no es puramente descriptiva, puesto que postula la existencia de un “consenso” en torno al extractivismo. Desborda, por lo tanto, el retrato de la economía y tiene implicancias políticas, que exigen evaluar que ha ocurrido en esfera geopolítica y gubernamental. Desarrollamos este análisis en la segunda parte del texto.
Resumen
La validez de los conceptos Pos-liberalismo y Consenso de commodities se dilucida analizando las transformaciones de la región. El capitalismo se ha extendido en el agro y la mega-minería se amplía, acentuando la preeminencia de las exportaciones básicas. La industria abastecedora del mercado interno retrocede frente a las maquilas, las remesas son un recurso de supervivencia y el turismo es un ingreso clave para los pequeños países. Estas tendencias económicas han sido reforzadas por desde el inicio de la crisis global.
La burguesía nacional que privilegia la demanda ha sido reemplazada por la burguesía local, que jerarquiza el abaratamiento de los salarios. Su carácter minoritario se consolida junto a la asociación con empresas extranjeras. Se extinguen sus rasgos pre-capitalistas y no conforman nuevas oligarquías. Mantiene sus bases de acumulación sin convertirse en un grupo transnacionalizado. Sólo fracciones marginales aglutinan una lumpen-burguesía y no se extiende a los países medianos la dependencia neo-colonial.
La expansión de la informalidad, el éxodo campesino y el estancamiento de la nueva clase media reconfiguran a las clases dominadas, en un marco de pobreza, desempleo y desigualdad. El escenario económico no corrobora el diagnóstico pos-liberal, pero la tesis opuesta debe ser evaluada incorporando la dimensión política.
Bibliografía
-Adamovsky Ezequiel, El mito del aumento de la clase media, www.clarin.com, 26/12/2012
Remesas y Turismo
El modelo de especialización en exportaciones básicas crea poco empleo, acentúa la emigración y ha generado en los pequeños países de la región un nuevo tipo de dependencia en torno a las remesas.
América Latina es la mayor receptora de estos fondos, que constituyen el principal ingreso de República Dominicana, El Salvador, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica y Nicaragua. Estas transferencias son la segunda fuente de divisas para Belice, Bolivia, Colombia, Ecuador, Paraguay y Surinam. Han sustituido la primacía del café en El Salvador y de las bananas en Honduras[9].
Con las remesas se estabiliza una inédita situación dual de ingresos producidos en un país y consumidos en otro. La fuerza de trabajo remunerada en un punto solventa la reproducción de sus semejantes de otra zona. La comunicación global y el abaratamiento del transporte han creado un espacio multinacional estable de personas que viven al mismo tiempo en dos mundos, puesto que la conexión del inmigrante con su localidad de origen se mantiene, forjando un doble patrón de vida en ciertas comunidades[10].
Este proceso potencia la fractura entre países que exportan población sobrante y economías que absorben selectivamente ese flujo. Los movimientos son multidireccionales, pero las regiones abandonadas y los destinos ambicionados son siempre los mismos, como lo prueban los 30 millones de latinos actualmente afincados en Estados Unidos.
También el turismo se ha tornado esencial para la supervivencia de los pequeños países de la región. Este servicio ya desplazó a las bananas como principal exportación de Costa Rica y es la segunda actividad de Honduras, Guatemala y el Caribe. A partir de la estandarización de las prestaciones, América Latina se ha tornado atractiva por su disponibilidad de fuerza de trabajo barata, sus ambientes naturales propicios y su valorado patrimonio cultural.
El capitalismo neoliberal reemplazó las viejas reglas del turismo social por criterios individualistas, que naturalizan la división entre ricos (con derecho a descansar) y pobres (con obligación de servir). Los medios de comunicación realzan la atracción de lo exótico, homogenizan la cultura y han convertido al Tercer Mundo en una “periferia del placer”.
La clase media accede a estas nuevas experiencias internalizando los mitos del libre-comercio, sin registrar la creciente desigualdad que rodea a este negocio. Al reavivar el racismo y el elitismo, el turismo global tiene un impacto ideológico muy significativo.
Persistencia del modelo
La mundialización neoliberal ha reconvertido a Latinoamérica en una economía con alta centralidad de la agro-exportación, la minería y los servicios, a costa del desarrollo industrial. Pero lo más llamativo es la continuidad de tendencias en el reciente período de crisis global.
Esta persistencia obedece al efecto intermedio del temblor financiero mundial sobre la región. Tanto en el período previo a la crisis (2003-2008) como en la fase posterior (2008-2013), la tasa de crecimiento latinoamericana se ha ubicado por encima de la media internacional. Ese promedio ha declinado en los últimos años sin tornarse irrisorio. Rondaría el 3,2% en el 2013 frente al 3% del año anterior [11].
En comparación a los devastadores colapsos sufridos entre 1980 y 2003, la crisis tuvo hasta ahora un efecto limitado sobre América Latina. No se produjeron quiebras de bancos, ni explosiones de la deuda externa. Esta neutralización fue más significativa en el sur que en el centro de la región, pero distingue a la región de la fuerte recesión registrada en los países centrales.
El contraste con la depresión del 30 es ilustrativo. Durante ese colapso las exportaciones de América Latina declinaron un 65% y las importaciones un 37%, mientras que el grueso de los países sufrió un desmoronamiento financiero, que los obligó a suspender el pago de la deuda externa. Esa caída se revirtió con el encarecimiento de las exportaciones y la acumulación de reservas que acompañó a la Segunda Guerra Mundial[12].
La continuidad del patrón de especialización exportadora ha sido también facilitada por el alto nivel de precios que mantienen las commodities. Estas cotizaciones cayeron en el 2008, pero se recuperaron rápidamente. La mejora de los términos de intercambio ha subsistido, con la triplicación de los precios de las materias primas registrada en la última década. El petróleo duplicó su cotización, el cobre se quintuplicó y la soja subió dos veces y media. Esta apreciación incentivó a su vez un incremento del 55% del volumen exportado[13].
Existen interpretaciones divergentes sobre las causas de este repunte de las materias primas. Algunas explicaciones remarcan la incidencia de los movimientos especulativo-financieros, otras caracterizaciones destacan la expansión de los agro-combustibles y un tercer enfoque considera que la demanda china ha establecido un nuevo piso de cotizaciones. Pero cualquiera sea la duración de este proceso ha incentivado la profundización de las transformaciones neoliberales precedentes.
Finalmente, la afluencia de inversiones extranjeras ha operado como determinante de la continuidad de tendencias. Esos ingresos totalizaron 173.000 millones de dólares en el 2012, superando en un 6% los porcentuales del año anterior y duplicando los montos de principio de la década. Los capitales ingresados y la valorización de las exportaciones facilitaron el incremento de las reservas y una reducción del ratio del endeudamiento[14].
El retrato de las últimas décadas y de la crisis reciente corrobora el diagnóstico que resalta la centralidad de las commodities en las economías latinoamericanas. Por esta gravitación la región luce menos vulnerable en la coyuntura (balance de pagos, reservas, deuda), pero ha incrementado su fragilidad estructural.
Los cambios por arriba
La consolidación de la región como exportadora de productos básicos ha impactado también sobre el perfil de las clases dominantes, reforzando la conversión de la vieja burguesía nacional en burguesía local. El primer molde correspondía a los industriales que fabricaban para el mercado interno, con protección aduanera y subsidios que privilegiaban la expansión de la demanda. El segundo perfil es propio de un sector que ya no restringe su actividad a la manufactura, ni pregona desarrollos auto-centrados. Promueve más la exportación que el mercado interno y prefiere la reducción de costos a la ampliación del consumo.
Esta transformación acentuó el enriquecimiento de una elite de millonarios. Algunos apellidos emblemáticos de este ascenso son Slim (México), Cisneros (Venezuela), Noboa (Ecuador), Santo Domingo (Colombia), Andrónico Lucski (Chile), Bulgheroni, Rocca, (Argentina), Lemann, Safra, Moraer (Brasil). Sus fortunas se remontan al pasado, pero registraron un gran incremento con los negocios de exportación de las últimas décadas.
En su conjunto los capitalistas latinoamericanos constituyen un sector minoritario de la población. Existe un enorme divorcio entre su poder y el número de sus integrantes. Los propietarios y receptores de utilidades de las empresas no superan el 1-2% de la población económica activa. Este porcentaje se incrementa al 10%, si se incluye a los ejecutivos y profesionales que administran y controlan la fuerza de trabajo o ejercen algún rol estratégico en las compañías. A través de esas funciones participan en la confiscación del trabajo ajeno[15].
La reconversión de las últimas décadas aumentó la concentración e internacionalización de los principales grupos capitalistas, que se afianzaron como conglomerados regionalizados. Surgieron las nuevas empresas Multilatinas, a partir de familias adineradas que expandieron sus compañías, con gerenciamiento global y prioridades regionales. Los conglomerados de Brasil y México encabezan esta tendencia, secundados por Argentina y Chile.
La tradicional diversidad entre fracciones agro-mineras, industriales y bancarias no ha desaparecido, pero el entrelazamiento aumentó como consecuencia de la gran presión competitiva que introdujo la mundialización neoliberal. Esa rivalidad modificó la composición de las principales 500 empresas latinoamericanas. Entre 1991y 2001 decayó la participación de empresas estatales (de 20% al 9%) y se incrementó el peso de las extranjeras (27% a 39%)[16].
Los grupos locales reorganizaron su actividad con mayor financiación externa y capitalización bursátil. Este ingreso a los mercados de valores coincidió con el incremento de acciones circulantes en los denominados “países en desarrollo” (de 80.000 millones de dólares en 1981 a 5 billones en el 2005). Por esa vía aumentó la penetración del capital internacional en la estructura propietaria de las empresas latinoamericanas.
Las compañías actuales son más poderosas, pero la clase capitalista de la región no remontó su papel global secundario y perdió posiciones frente a los nuevos competidores de Oriente. Ese resultado ha sido congruente con su especialización en ramas básicas y su distanciamiento de las actividades más elaboradas. Por esa razón la brecha industrial con el Sudeste Asiático se transformó en una fractura irreductible.
La burguesía local ha estrechado vínculos con el capital extranjero, pero no desaparece como un segmento diferenciado. Mantiene pretensiones de acumulación propia que desbordan el marco nacional y se proyectan al escenario regional. Se han forjado burguesías más asociadas con empresas foráneas, afianzando un proceso que comenzó en los 60 en Brasil, continuó en los 80 en Argentina y se consolidó en los 90 en México. Este sector dejó atrás su debut industrial y se extendió a la agro-minería y los servicios[17].
La reciente incorporación de México, Brasil y Argentina al G 20 marca otro salto en la relación de las burguesías actuales con el capital extranjero. Pero entre ambos sectores existe una relación de cooperación antagónica, que combina el estrechamiento de las conexiones con el mantenimiento de las diferencias entre el socio mayor del Norte y el empresariado menor del Sur[18].
Aunque los negocios con el capital foráneo se han multiplicado, el país de origen persiste como base de operaciones, fuente privilegiada de las ganancias y centro de las decisiones de las burguesías locales. La internacionalización de los créditos, los mercados, y la propiedad accionaria, no anula el carácter localmente territorializado de los principales grupos capitalistas.
Clasificaciones erróneas
Las burguesías locales y asociadas que encabezan la especialización exportadora compartiendo beneficios con las empresas foráneas, no conforman una “nueva oligarquía”. Los rasgos pre-capitalistas que caracterizaban a ese sector se extinguen, junto al avance de los procesos de capitalización. Las viejas elites latinoamericanas -que recurrían a modalidades arcaicas de explotación y dominación para usufructuar de sus propiedades agro-mineras- pierden peso.
Algunos enfoques subrayan el carácter transnacionalizado de los grupos dominantes que optaron por globalizar sus negocios[19]. Pero aquí se confunde la asociación con la fusión, olvidando que la internacionalización en curso se desenvuelve a partir de clases y estados existentes. La mundialización neoliberal no anula esas estructuras, ni tampoco elimina el entrelazamiento prioritario entre los capitalistas del mismo origen nacional.
La transnacionalización plena se encuentra por el momento limitada a sectores cosmopolitas gerenciales o fracciones de la alta burocracia de los organismos mundializados. La propiedad de las empresas se mantiene, en cambio, enraizada en zonas geográficas diferenciadas y los estados nacionales persisten como el único instrumento con cierta legitimidad para disciplinar a los trabajadores.
Las burguesías locales latinoamericanas no son satélites manipuladas por las metrópolis. Actúan como clases capitalistas, que combinan el usufructo de la renta agro-minera con la plusvalía extraída a los trabajadores. Se comportan como clases dominantes y no como capas parasitarias, compradoras o tributarias del capital foráneo. Su incapacidad para desarrollar la región no implica desinterés por ese objetivo.
La economía latinoamericana está regida por patrones de competencia, inversión y explotación. Como esas normas difieren significativamente del pillaje es una simplificación utilizar el mote de “lumpen-burguesía” para retratar a la burguesía[20].
Esa denominación sólo corresponde a sectores que acumulan capital en los márgenes del circuito legal. El narcotráfico, por ejemplo, obtiene fortunas en la criminalidad y blanquea parcialmente esos ingresos en actividades financieras o productivas. Pero conforma un segmento marginal y no integrado al club estable de los dominadores.
También es erróneo generalizar situaciones propias de los pequeños enclaves. América Latina constituye una unidad analítica, pero las caracterizaciones referidas a Honduras o Panamá no valen para Brasil. Sólo en los primeros casos prevalecen “burguesías neo-coloniales” teledirigidas por Washington.
El giro hacia las commoditie torna más nítido el perfil de los opresores latinoamericanos. Son capitalistas que explotan económicamente a los asalariados, burgueses que someten políticamente a los trabajadores y dominadores que subordinan ideológicamente a los dominados. Desenvuelven las mismas funciones que sus pares de otros puntos del planeta.
Pero cargan también con la débil autoridad de un sector que no lideró luchas nacionales, no cooptó personal significativo a su dominación y no facilitó la movilidad de las clases medias. También estas flaquezas se han potenciado bajo el nuevo patrón de acumulación de especialización exportadora.
Los cambios por abajo
Las transformaciones de la estructura social latinoamericana han alterado también la configuración de las clases dominadas. Como un eje de este cambio se localiza en el agro se verifica una pérdida de cohesión del viejo campesinado, afectado por el creciente éxodo hacia los centros urbanos. Por esta razón las tensiones en el agro presentan otro cariz.
El viejo latifundio que recreaba la miseria campesina obstruyendo la gestación de una burguesía agraria, decae frente a las empresas capitalistas que despojan al agricultor de sus tierras, contratan asalariados precarios y fuerzan el tránsito hacia las ciudades.
Este desplazamiento engrosa la masa de excluidos urbanos con poco trabajo e ínfimos ingresos, en un marco de pocas salidas laborales para la población excedente de América Latina. Por eso la informalidad se afirma como norma, tanto en la recesión como en la prosperidad de las economías extractivistas.
La emigración -que fue la válvula de escape para los desequilibrios de la acumulación europea en varios momentos del siglo XIX y XX- solo aporta pequeños desahogos en la actualidad. Los jóvenes de la región no encuentran empleo en sus países, ni el exterior. Tienen simultáneamente vedado el arraigo y la emigración.
Una consecuencia directa de esta exclusión es el incremento exponencial de la criminalidad. La narco-economía se ha convertido en un refugio de supervivencia para los sectores empujados a la marginalidad. En la región se registra la tasa de homicidios más alta del mundo. La delincuencia crece junto a la fractura social y la obscena promoción de los consumos y placeres que disfrutan los enriquecidos.
Como el modelo extractivo crea empleos de baja calidad, la precarización laboral supera en América Latina los promedios de los países centrales. Esa informalidad ya no se recrea en los circuitos agrarios pre-capitalistas, ni en la reproducción familiar de la fuerza de trabajo. Se extiende junto a la penetración del capitalismo en todas las esferas de la vida social.
Algunas investigaciones estiman que el sector precarizado reúne al 46% de los trabajadores latinoamericanos[21].
Otro dato clave es la extensión de la pobreza, que en América Latina desborda al sector informal. Afecta también a un amplio segmento de los trabajadores estables. A diferencia del grueso de las economías desarrolladas, el universo de los individuos con ingresos inferiores a la satisfacción de las necesidades básicas no se limita aquí a los excluidos. Se extiende a los trabajadores explotados de las empresas modernas. El porcentual de niños pobres (45% del total) es ilustrativo de la magnitud de este flagelo[22].
La extensión de la informalidad es también consecuencia de las maquilas y la regresión industrial. En el escenario manufacturero regional, la aceleración del cambio tecnológico incrementa la segmentación entre trabajadores especializados y descalificados. Los cargos estables con protección social decrecen, en comparación a los puestos de contratados sin ningún resguardo.
La magnitud de esta fractura es el rasgo descollante del mercado laboral. El típico operario masculino y sindicalizado de posguerra tiende a ser sustituido por trabajadoras femeninas más flexibilizadas. Este declive de los sectores formales es mayúsculo en las maquilas. La propia ampliación de la clase obrera industrial ha perdido el ímpetu precedente. El proletariado fabril no se extingue, pero su incidencia ha disminuido.
En el modelo actual de exportaciones primarias persiste la tradicional estrechez de la clase media latinoamericana en comparación a los países avanzados. Este segmento continúa aportando un colchón muy exiguo, al abismo que separa a los acaudalados de los empobrecidos. Además, perdura la vieja clase media frente a los nuevos segmentos de esa categoría. Subsisten muchas franjas de pequeños comerciantes y cuentapropistas y crecen poco los profesionales o técnicos altamente calificados. Este infradesarrollo es acorde a la estrechez de la industria.
Ciertamente los sectores medios amplían su consumo con la ampliación del crédito, la publicidad y el arribo de las grandes cadenas comerciales. Pero en economías tan atadas la exportación de productos básicos, los cimientos productivos del poder adquisitivo son muy frágiles.
Muchos analistas igualmente destacan la reducción de la pobreza, el desempleo y la desigualdad durante la última década, sin registrar el estrecho alcance de una mejoría derivada del repunte cíclico del nivel de actividad.
Lo más novedoso ha sido la generalización de la asistencia social para atemperar la pobreza. Pero los auxilios oficiales sólo han protegido transitoriamente a los desamparados, sin alterar las causas del problema. Estos planes coexisten con la precarización y convalidan la segmentación laboral.
Por otra parte, la leve disminución de la desigualdad no modifica el lugar que ocupa la región al tope de los indicadores globales de inequidad. El coeficiente de Gini que mide esta polarización supera en la zona (51,6) a la media mundial (39,5), duplica los promedios de las economías avanzadas e incluye a los cuatro países que encabezan el barómetro mundial (Colombia, Bolivia, Honduras, Brasil). El ingreso del 20% más rico de la población latinoamericana supera en casi 20 veces al 20% más pobre[23].
Explicaciones con problemas
El diagnóstico pos-liberal no condice con el contexto económico actual de Latinoamérica. En toda la región prevalece un esquema de especialización productiva, basado en la agro-exportación, la minería de cielo abierto, el declive de la industria tradicional, las remesas y el turismo. Este molde implica una generalizada reinserción periférica o semiperiférica en la división internacional del trabajo.
En consonancia con estas tendencias gestadas durante el neoliberalismo se ha reforzado la transformación de las burguesías nacionales en burguesías locales, más internacionalizadas y asociadas con el capital extranjero. El mismo cambio ha potenciado el éxodo campesino, la precarización laboral, la marginalidad urbana y la endeblez de la clase media.
Este escenario es más acorde a la visión contrapuesta de una “economía de commodities” en toda América Latina. Pero esta segunda caracterización no es puramente descriptiva, puesto que postula la existencia de un “consenso” en torno al extractivismo. Desborda, por lo tanto, el retrato de la economía y tiene implicancias políticas, que exigen evaluar que ha ocurrido en esfera geopolítica y gubernamental. Desarrollamos este análisis en la segunda parte del texto.
Resumen
La validez de los conceptos Pos-liberalismo y Consenso de commodities se dilucida analizando las transformaciones de la región. El capitalismo se ha extendido en el agro y la mega-minería se amplía, acentuando la preeminencia de las exportaciones básicas. La industria abastecedora del mercado interno retrocede frente a las maquilas, las remesas son un recurso de supervivencia y el turismo es un ingreso clave para los pequeños países. Estas tendencias económicas han sido reforzadas por desde el inicio de la crisis global.
La burguesía nacional que privilegia la demanda ha sido reemplazada por la burguesía local, que jerarquiza el abaratamiento de los salarios. Su carácter minoritario se consolida junto a la asociación con empresas extranjeras. Se extinguen sus rasgos pre-capitalistas y no conforman nuevas oligarquías. Mantiene sus bases de acumulación sin convertirse en un grupo transnacionalizado. Sólo fracciones marginales aglutinan una lumpen-burguesía y no se extiende a los países medianos la dependencia neo-colonial.
La expansión de la informalidad, el éxodo campesino y el estancamiento de la nueva clase media reconfiguran a las clases dominadas, en un marco de pobreza, desempleo y desigualdad. El escenario económico no corrobora el diagnóstico pos-liberal, pero la tesis opuesta debe ser evaluada incorporando la dimensión política.
Bibliografía
-Adamovsky Ezequiel, El mito del aumento de la clase media, www.clarin.com, 26/12/2012
-Boito Jr Armando, “As relacoes de classe na
nova fase do neoliberalismo no Brasil”, sujetos sociales y nuevas formas de
protesta en la historia reciente de América Latina, CLACSO, Buenos Aires, 2006.
-Boron Atilio, Teorías de la dependencia,
Realidad Económica, n 238, agosto-septiembre 2008.
-Carchedi,
Guglielmo. Frontiers of political economy, Verso 1991, (cap 2)
-Fazio Hugo, “Las grandes crisis
latinoamericanas de los últimos 15 años”,
La explosión de la crisis global, LOM, Santiago, 2009.
-Frank André Gunder, Capitalismo y
subdesarrollo en América Latina, Siglo XXI, Buenos Aires, 1974
-Gandasegui Marco América Latina y las
inversiones extranjeras, alainet.org,30/05/2013
-Gudynas Eduardo, “Los gobiernos progresistas
justifican”, 23/12/2013, www.mediosdelospueblos.org.
-Jessop Bob, Crisis del estado de bienestar.
Siglo del Hombre Editores, Bogotá, 1999.
-Katz Claudio, Bajo el imperio del capital.
Edición argentina, Luxemburg, diciembre de 2011
-Mandel Ernest, “Comentario”, Clases sociales
y crisis política en América Latina, Siglo XXI, 1977, México
-Osorio Jaime, “Padrao de reproducao do
capital: una proposta teórica”, Padrão de reprodução do capital, Boitempo, Sao
Paulo, 2012
-Pasarinho Paulo - El milagro
propagandístico de la explosión de la “clase media”, vientosur, 06/08/2012
-Salama Pierre, Europa debe aprender de
Argentina, Página 12, 28/10/2012
-Seoane José, Taddei Emilio, Algranati Clara,
Extractivismo, despojo y crisis climática, Ediciones Herramienta, 2013
-Serrano Franklin, Brasil debe ser locomotora,
www.pagina12.com.ar, 26/04/2013
[1]Es la visión de: Sader Emir, “La
crisis de la derecha
latinoamericana”, 05-12-2013, www.rebelion.org/mostrar.
[2]Es el enfoque de: Svampa Maristella, “El consenso de commodities y lenguajes de valoración en América Latina”, 02/05/2013, www.iade.org.ar/modules/noticias
[3] Katz Claudio, “El agro-capitalismo de la soja”, Anuario EDI, n 4, año 2008, Buenos Aires
[4] Una descripción en: Robinson William I, Latin America and global capitalism: a critical globalization perspective, Johns Hopkins University Press, Baltimore, 2008, pag 58-101.
[5]Ver: Gudynas Eduardo, “Cinco hipótesis sobre el caso Conga”, brecha.com.uy, 17-7-2012. También: Hernández Navarro Luis, “La reinvención de Latinoamérica”, 26/12/2013, alainet.org/active.
[6] CEPAL, “La economía del cambio climático en América Latina y el Caribe”, Síntesis 2010, www.eclac.cl
[7] Rodríguez José Luis, “Las alternativas actuales de la industrialización en América Latina”, segundo semestre 2012, www.espaciocritico.com.
[8] Palma Gabriel, “Optar por el desarrollismo”, Página12, 15-7-12.
[9] Las remesas han generado un lucrativo negocio para las agencias de intermediación (Western Union, Thomas Cook, MoneyGram). Aquí la región acompaña aquí una tendencia mundial, puesto que las transferencias a los países en desarrollo pasaron de 332.000 millones de dólares (2010) a 372.000 (2011) y se esperan 399.000 (2013) y 467.000 (2014) Wall Street Journal, “Las remesas ayudan a los países emergentes”, 24/9/2012, online.wsj.com.
[10]Ver: Anderson Benedict, “Exodus”, Critical Inquiry, n 2, Winter, 1994.
[11] Ver: Ugarteche Oscar, “Las tres velocidades de la crisis” 03/05/2013, alainet.org. También: Rubinzal Diego, “Década ganada”, 17/02/2013, Página 12.
[12]Ver: Guerra Vilaboy Sergio, Breve Historia de América Latina, Habana, Ciencias Sociales, 2006, pag 163-165.
[13] Arriazu Ricardo, “Pequeñas señales de alerta”, 27/01/2013, Clarín.
[14] Naim Moises, “La latinoamericanización de Europa”, La Nación, 6-11-11. También Clarín, 27/01/2013.
[15] Ver: Portes Alejandro. El desarrollo futuro de América Latina: neoliberalismo, clases sociales y transnacionalismo, Ediciones Antropos, Bogotá, mayo de 2004, cap 1.
[16]-Santiso Javier, “La emergencia de las multilatinas”, Revista CEPAL 95, agosto 2008
[17] El giro implicó mayor subordinación de la burguesía nacional al capital extranjero y consiguiente renuncia a implementar transformaciones progresistas, en el balance que planteó: Dos Santos Theotonio, La teoría de la dependencia un balance histórico y teórico, en Los retos de la globalización, UNESCO, Caracas, 1998.
[2]Es el enfoque de: Svampa Maristella, “El consenso de commodities y lenguajes de valoración en América Latina”, 02/05/2013, www.iade.org.ar/modules/noticias
[3] Katz Claudio, “El agro-capitalismo de la soja”, Anuario EDI, n 4, año 2008, Buenos Aires
[4] Una descripción en: Robinson William I, Latin America and global capitalism: a critical globalization perspective, Johns Hopkins University Press, Baltimore, 2008, pag 58-101.
[5]Ver: Gudynas Eduardo, “Cinco hipótesis sobre el caso Conga”, brecha.com.uy, 17-7-2012. También: Hernández Navarro Luis, “La reinvención de Latinoamérica”, 26/12/2013, alainet.org/active.
[6] CEPAL, “La economía del cambio climático en América Latina y el Caribe”, Síntesis 2010, www.eclac.cl
[7] Rodríguez José Luis, “Las alternativas actuales de la industrialización en América Latina”, segundo semestre 2012, www.espaciocritico.com.
[8] Palma Gabriel, “Optar por el desarrollismo”, Página12, 15-7-12.
[9] Las remesas han generado un lucrativo negocio para las agencias de intermediación (Western Union, Thomas Cook, MoneyGram). Aquí la región acompaña aquí una tendencia mundial, puesto que las transferencias a los países en desarrollo pasaron de 332.000 millones de dólares (2010) a 372.000 (2011) y se esperan 399.000 (2013) y 467.000 (2014) Wall Street Journal, “Las remesas ayudan a los países emergentes”, 24/9/2012, online.wsj.com.
[10]Ver: Anderson Benedict, “Exodus”, Critical Inquiry, n 2, Winter, 1994.
[11] Ver: Ugarteche Oscar, “Las tres velocidades de la crisis” 03/05/2013, alainet.org. También: Rubinzal Diego, “Década ganada”, 17/02/2013, Página 12.
[12]Ver: Guerra Vilaboy Sergio, Breve Historia de América Latina, Habana, Ciencias Sociales, 2006, pag 163-165.
[13] Arriazu Ricardo, “Pequeñas señales de alerta”, 27/01/2013, Clarín.
[14] Naim Moises, “La latinoamericanización de Europa”, La Nación, 6-11-11. También Clarín, 27/01/2013.
[15] Ver: Portes Alejandro. El desarrollo futuro de América Latina: neoliberalismo, clases sociales y transnacionalismo, Ediciones Antropos, Bogotá, mayo de 2004, cap 1.
[16]-Santiso Javier, “La emergencia de las multilatinas”, Revista CEPAL 95, agosto 2008
[17] El giro implicó mayor subordinación de la burguesía nacional al capital extranjero y consiguiente renuncia a implementar transformaciones progresistas, en el balance que planteó: Dos Santos Theotonio, La teoría de la dependencia un balance histórico y teórico, en Los retos de la globalización, UNESCO, Caracas, 1998.
[18]Esta caracterización fue anticipada por: Marini Ruy Mauro, “La dialéctica del desarrollo
capitalista en Brasil”, Subdesarrollo y revolución, Siglo XXI, 1985.
[19]Es la visión de Robinson William I, Latin America and global capitalism, pag 176-178.
[20] Los orígenes de este error en: Frank André Gunder, Lumpenburguesía y lumpendesarrollo, Laia, Barcelona, 1979.
[21] Portes El desarrollo futuro, cap 1 y 4
[22] Ver; CEPAL-UNICEF, “Boletín Desafíos” n 10, mayo 2010, www.oei.es/noticias/
[23]-Guillemi Rúben, América Latina la región más desigual, www.lanacion.com.ar, 22/09/2012
[19]Es la visión de Robinson William I, Latin America and global capitalism, pag 176-178.
[20] Los orígenes de este error en: Frank André Gunder, Lumpenburguesía y lumpendesarrollo, Laia, Barcelona, 1979.
[21] Portes El desarrollo futuro, cap 1 y 4
[22] Ver; CEPAL-UNICEF, “Boletín Desafíos” n 10, mayo 2010, www.oei.es/noticias/
[23]-Guillemi Rúben, América Latina la región más desigual, www.lanacion.com.ar, 22/09/2012