El imperio, por tanto, concibe el control de las formas de
producir por medios violentos directos o indirectos. Se trata del dominio de
los recursos que mantienen las relaciones de producción que, a su vez, dividen
a la sociedad en dos grupos definidos: opresores y oprimidos. No hay puntos
medios en esta relación, aunque pareciera, en la forma, que así ocurre. El
imperialismo, por lo tanto, se nutre de la necesidad de expansión del mercado
al cual sirve, así como al modo de producción que lo ve nacer.
Los imperios teocráticos de la Antigüedad basaban su
desarrollo en la agricultura. La necesidad de expandir las zonas de cultivo y
el control de ciertos recursos los llevó a la aventura militar de conquista y
colonización de las zonas bajo su influencia. En la modernidad, tras el
desarrollo y consolidación de las monarquías absolutistas y el liberalismo
económico, la búsqueda de mercados de mano de obra, materias primas y
exportación, conllevó a un dominio de vastas zonas del planeta, tal fue el caso
de los imperios español y portugués (siglo XVII y XVIII), y el inglés o francés
(siglo XIX y XX). En el caso español y portugués, el interés de conquista y
colonización se explica por el carácter mercantilista de producir, basado en la
máxima extracción de oro y plata de los territorios dominados, los cuales
acabaron por convertirse en estados rentistas de las nuevas potencias
imperiales que veían el amanecer, principalmente Inglaterra. En este último
caso, su expansión se debió al aparato industrial que estaba creciendo.
El nacimiento de los imperios coloniales llevó a una
competencia por el control del mundo, los cuales terminarían enfrentándose en
la Primera Guerra Mundial, se trata pues de un combate entre viejos y nacientes
imperios europeos sin ningún carácter redentor cuanto sí económico. Bajo las
condiciones descritas, pueden extraerse algunas características básicas del
imperialismo como tal: expansionismo territorial para la obtención de materias
primas, sobreexplotación de los territorios y de la mano de obra que allí se
encuentra, y un mercado donde poner los bienes de consumo. Esto se repite, en
general, desde las culturas de regadío, con la diferencia de que la expansión
se daba para obtener tierras de cultivo y conseguir esclavos. Algo que también
caracteriza a los imperios es la necesidad de legitimación, por ello el peso
ideológico es de vital importancia a la hora de buscar consolidarse en los
territorios dominados. Ejemplo de ello es la imposición cultural que pretende
aplastar la autóctona. Someter por medio de la religión, la lengua, la
cosmovisión, las costumbres, los valores. Se trata de imponer la ética del
imperio que no es otra más que la opresión.
Bajo este mismo desarrollo es que aparece en la escena de la
geopolítica mundial los Estados Unidos, el cual se mueve entre las viejas
formas de dominación y las nuevas. Muy someramente, la historia de este país
transcurre desde la vida post-independiente hasta la actualidad en una
constante que marca la similitud con los imperios de regadío, pero con
elementos de los coloniales de finales de siglo XIX, aunque rescatando algunas
excepciones fundamentales.
En un primer momento, Estados Unidos necesitó territorio, es
así como inició su expansión hacia el oeste, ya sea comprando territorios, ya
sea ganándolos en combate. Los enfrentamientos más decisivos serán contra
México, al cual le desgarrará la mayor parte de sus tierras. Con salida por
ambos océanos, y ya desde muy temprano, se planteó la imposición ideológica que
legitimaría –hasta el día de hoy– la usurpación de otros territorios soberanos.
Es así como la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto se convierten en las
piedras angulares de las posteriores invasiones y la concreción de su espacio
vital: América Latina. En este contexto se desarrolla el filibusterismo, que
asolaría principalmente a Centroamérica y el Caribe.
Con poco éxito y sometida a sus problemas políticos internos
desde mediados de la década de 1850, los Estados Unidos buscaron primero su
propia unificación en la Guerra de Secesión. Calmada la tormenta y con un
aceleradísimo desarrollo industrial, se da un nuevo auge de intervenciones en
Latinoamérica en contra de los rezagos españoles en el Caribe: Cuba y Puerto
Rico, así como las nunca acabadas intenciones sobre Nicaragua. La guerra contra
España marcaría un precedente para las potencias europeas: una nueva fuerza con
claras intenciones buscaba el reconocimiento de los viejos imperios. La Primera
Guerra Mundial se convertiría en el laboratorio exitoso que posicionaría a los
Estados Unidos como la nueva cabeza del orbe.
Entonces, ¿se diferencia, hasta el día de hoy, Estados
Unidos de los viejos imperios? Para nada. Las características que predominaron
hasta el fin de la Guerra Fría básicamente fueron las mismas: control de
mercados, desarrollo de un potencial militar sin precedentes, sobreexplotación
de mano de obra en los territorios dominados, sometimiento ideológico de la
cultura dominante bajo los valores consumistas de la sociedad norteamericana,
extracción de materias primas para su industria.
Las formas de dominio de Estados Unidos hoy pueden verse
desde las militares-territoriales (Irak, Afganistán), económicas de dependencia
(países pequeños como Costa Rica), injerencias políticas directas (Honduras) o
intentos de desestabilización (Venezuela o Ecuador), o bien la legitimación
sociocultural bajo los nuevos patrones de consumo y cosmovisión (globalización)
o sus inacabadas tesis de “seguridad nacional” que durante la Guerra Fría
vieron al comunismo como un enemigo y con la caída del Muro de Berlín vio la
necesidad de configurar un nuevo mito fundacional: el terrorismo. Ambos
peligros sólo existentes en las cabezas fundamentalistas de sus creadores.
Estados Unidos, más que una potencia económica, es una
militar. Su necesidad de imponerse hegemónicamente, sobre todo después de la
Guerra Fría, se ha hecho por medios belicistas. Los desequilibrios en su
mercado lo han hecho amortiguarse en su “complejo militar industrial”. La
inestabilidad económica se debe a las contradicciones mismas del sistema creado
por ellos: la liberalización del comercio, en sí la globalización, se tambalea
frente a las necesidades de protección de un débil mercado interior ante la
avasalladora entrada de productos manufacturados y agrícolas de diferentes
partes del orbe. Por esta razón, su única salida ha sido invadir, someter por
la fuerza, saquear los recursos e imponer sus condiciones so pena de ganar su
enemistad.
El Destino Manifiesto (al igual que “la misión
evangelizadora” o “la carga del hombre blanco” en su momento) se ha convertido
en la carta legitimadora de sus intervenciones en el mundo para luchar contra
los “enemigos de la democracia”, el comunismo o el terrorismo. De ahí nace
incluso su carácter semiteocrático, pero sobre todo, su imperialismo. El peso
cultural hoy tiene una mayor envergadura en sus estrategias de control frente a
las desprestigiadas militares. Establecer los valores de la sociedad de consumo,
imponer su moneda y su lengua como única válida para las transacciones, el
comercio y el trabajo tienen un efecto más duradero y más servil. Los mismos
estados, con sus universidades incluidas, se apuntan al juego del sistema
capitalista, que en su visión más salvaje, acude al imperialismo aquí
analizado.
En resumen, Estados Unidos se ha valido de las estrategias
de dominación construidas históricamente para crear un estilo propio, pero a
fin de cuentas imperial. Es la necesidad de su burguesía, de sus industrias, de
sus bancos, de su agricultura, de sus actividades extractivas ante su propia
limitación. Expandirse, buscar recursos, saquearlos, imponerse por la fuerza o
por gobiernos títere, es su naturaleza. Hoy, su intervención militar es más
desagradable a los ojos de la opinión pública, por más manipulación de los
medios que haga. Por ello somete bajo nuevas formas: transnacionalización de la
economía, flexibilización de las leyes nacionales, tratados comerciales,
injerencia electoral, institucionalización del sistema-mundo (ONU, OEA, FMI,
BM), creación de dependencia económica de los países pobres. Ante una economía
débil, un poderío militar sin precedentes con el fin de imponer miedo, es la
medicina.
Estados Unidos es un imperio que está en el cénit de su
desarrollo. Que se tambalea entre las contradicciones del sistema que ha
creado. Su caída, pareciera, no vendrá de parte de otros países, sino más bien
desde adentro, caracterizada por esa debilidad económica, de constante crisis,
de una exigencia proteccionista de sus pequeños y medianos productores frente a
las importaciones masivas, de la población en general ante la alcahuetería para
con las poderosas corporaciones. Las demandas que poco a poco están naciendo en
Estados Unidos por la insostenibilidad del sistema capitalista lo llevarán a su
derrumbe, pero sólo el tiempo dirá la forma y el nuevo contenido que nacerá de
su decadencia.
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