José Carlos Mariátegui ✆ Julio Gando |
Consecuentemente, buscó afirmar su propio arsenal, a partir
de la identificación del proceso concreto, con la evolución del pensamiento
humano. El papel de la imaginación, el fenómeno del Mito, la fuerza de las
motivaciones espirituales en la acción de los pueblos, estuvo en el centro del
interés del Amauta que no
perdió sin embargo nunca su amor por el análisis de los fenómenos reales, y que jamás dejó de otear el horizonte con ojo avizor, para precisar el futuro. Para Mariátegui –lo recuerda en “El Alma Matinal y otras estaciones del hombre de hoy”, el mito mueve al hombre. Sin un mito -dice- “la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico”
perdió sin embargo nunca su amor por el análisis de los fenómenos reales, y que jamás dejó de otear el horizonte con ojo avizor, para precisar el futuro. Para Mariátegui –lo recuerda en “El Alma Matinal y otras estaciones del hombre de hoy”, el mito mueve al hombre. Sin un mito -dice- “la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico”
No contrapone esta base de su filosofía con un proceso
social que se desenvuelve como una máquina en el marco de la incesante lucha de
clases; sino que le da al pensamiento, a la idea, el lugar que le corresponde
para convertirla en un instrumento eficaz para la acción liberadora.
Muchos años más tarde, un hombre de nuestro tiempo -Fidel
Castro- diría “Un revolucionario debe darlo todo, estar dispuesto a darlo
todo a cualquier precio por un objetivo concreto, por el triunfo de una idea,
de una causa”
En otras palabras, la idea, el propósito, el objetivo del
hombre -su causa- se convierte en mito. Y a partir de allí asoma como una
vigorosa arma en la lucha por un mundo mejor. La inteligencia se pone al
servicio de la vida y las ideas pasan a jugar un rol protagónico para la
especie humana.
Si algo le reprocha Mariátegui a la burguesía, es
precisamente eso, la de carecer de ideas, de no poseer un mito. “La
burguesía no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incrédula, escéptica,
nihilista”. El proletariado, en cambio“tiene un mito: la revolución
social”.
Aníbal Ponce, quizá el argentino más parecido a Mariátegui
por su lucidez y su compromiso con el pensamiento, desarrolla conceptos
trasparentes referidos al papel de la inteligencia.
Hablando en 1926 de un incidente ocurrido en Milán cuando el
alcalde fascista la ciudad resolvió disolver el Congreso Italiano de Filosofía
porque uno de los expositores del evento dijo que “la autonomía espiritual no
podía ser amordazada por cuanto el deber de profesores y estudiantes, era
únicamente buscar la verdad”; Ponce, criticando acerbamente la inteligencia
complaciente, comentó: “Hay algo aún más grave que la humillación de los
inferiores: la servidumbre de la inteligencia”. Los pensadores deben ser para
su pueblo -añadió- “los vigías y los orientadores. Por eso cuando engañan
y cuando adulan, su palabra adquiere a veces una repercusión nefasta”.
Excelente función que tanto el peruano como el argentino
entregaban a los hombres de pensamiento, buscando convertirlos siempre en
procuradores del más alto compromiso humano: la lucha contra los mecanismos de
horror que intentan maniatar a las sociedades y a las multitudes, para
colocarlas al servicio de intereses deleznables. El combate por esta causa,
sostiene Mariátegui, es la lucha final en la voz de los pueblos.
Hemos vivido ya una larga experiencia. Y hemos sido testigos
de grandes victorias, y también de duras y sorpresivas derrotas. Más allá de
identificaciones o diferencias puntuales con el socialismo que se construía en
la antigua URSS, nadie puede negar que el país soviético fue, en su momento, un
baluarte de los pueblos y un contrapeso seguro a la agresiva voracidad del
impero. Cuando hoy falta, la gran potencia hegemónica se siente propietaria de
un mundo unipolar y asume como privilegio, la tarea de doblegar la resistencia
de pueblos y naciones a partir de una política de horror y muerte.
Quizá sea aún prematuro pretender hacer un análisis de lo
ocurrido en el inmenso territorio euroasiático en las dos últimas décadas del
siglo pasado. Pero es claro que pudiendo sentirnos identificados, o no, con el
legado que entregó a la humanidad la patria de Lenin, con aciertos y errores;
no podemos desconocer que de él, fluyen valiosas enseñanzas que hemos podido
percibir y asimilar en nuestro tiempo.
Ellas nos permiten enfrentar grandes retos que se nos
plantean en el escenario contemporáneo: el papel de las ideas en la hora actual
y los elementos básicos del socialismo del futuro, que debe integrar la vida de
los pueblos en la perspectiva de la historia. Diseñarlos, es también tarea de
la Inteligencia en las condiciones de hoy. Bien podría ser su aporte esencial.
Dos fueron los rasgos distintivos del llamado “modelo”
socialista que fracasó en la URSS; Por un lado, fue la expresión de una
sociedad casi herméticamente cerrada; y -por otro- erigió al Estado como su
protagonista principal.
Hay quienes gustan usar el tema para confirmar la vieja
tesis de que no es posible construir el socialismo en un solo país, olvidando
que intentarlo en un país o en varios, no es el resultado de una voluntad
aislada, sino la expresión de una realidad, que fluye del desarrollo universal
de la lucha de clases.
La Revolución Social triunfó en el viejo Imperio de los
Zares, pero no en otros países. Algunos de ellos vivieron días inolvidables
derivados de la Ola Revolucionaria de los años 20, pero sus procesos sociales
fueron finalmente abatidos. Fue la realidad la que impuso a los bolcheviques,
en su momento, la tarea de construir el socialismo sólo en su país.
Por lo demás, fue el capitalismo el que quiso aislar al
mundo socialista del resto de la humanidad. A esa idea se debió la tesis del “telón
de acero” que, en su momento, creyó indispensable levantar Winston
Churchill como una manera de separar artificialmente a unos pueblos de otros.
Esa “cortina” obligó al socialismo a construirse de manera
autónoma, sin tomar en cuenta el desarrollo de las sociedades más allá de sus
confines. Probablemente por eso no alcanzó a percibir en su real dimensión el
alto nivel alcanzado por la economía capitalista ni la necesidad de reorientar
la suya para no caer presa de una competencia que lo pondría en derrota.
Fueron condiciones materiales del desarrollo de la sociedad,
las que dieron lugar a una deformación estatista de la economía soviética.
Aunque Lenin alcanzó a darse cuenta de esto y buscó corregir la deformación a
partir de la NEP, lo real fue que el Estado se convirtió en a ex URSS en la
herramienta única para el desarrollo. Y esto, constriñó severamente su
capacidad creadora. Objetivamente, el Estado bloqueó todas las posibilidades de
una sociedad que pudo haber florecido mejor.
El papel del Estado en la economía soviética no solamente
impidió competencias fundamentales que podían estar en ámbitos privados, sino
que, adicionalmente, dificultó a los ciudadanos atender requerimientos de poca
monta que habrían podido ser absueltos sin resentimiento alguno para el modelo
en marcha.
A esto hay que añadir la tendencia a invertir inmensos
recursos en la carrera espacial, cuando las necesidades elementales de la
sociedad soviética estaban aún lejos de ser atendidas y subsanadas. Gastos
militares y presupuestos infinitos para la ayuda exterior -la solidaridad
indispensable con pueblos y países- hicieron el resto.
No se puede negar que el régimen socialista en la URSS y en
los países de Europa del Este cayó por sus propios errores y deformaciones,
pero también por limitaciones del mismo esquema social que les dio origen.
Además, por cierto, por el trabajo incesante el enemigo externo, que no
descansó nunca promoviendo elementos de dispersión y disonancia que afectaron
severamente la sociedad socialista en construcción.
Estos factores, en su momento, fueron percibidos por los más
lúcidos exponentes del pensamiento revolucionario. Es clásica ya la carta,
elaborada por Antonio Gramsci y que los comunistas italianos enviaron a
mediados de los años 20 del siglo pasado a la dirección del Partido Comunista
Soviético con referencia a su crisis interna. Pero es notable también el
conjunto de apuntes que en diversos países expresaron la preocupación de
hombres y pueblos ante fenómenos poco comprensibles.
Mariátegui tuvo una impresión clara de lo que debía ser el
socialismo. Lo definió en distintas ocasiones y variados escenarios. Pero no
perdió de vista nunca el hecho que la teoría de la transformación
revolucionaria de la sociedad no debía salir de los libros, sino de la
realidad. “Sólo el conocimiento de la realidad concreta puede darnos una
base sólida para sentar condiciones sobre lo existente, permitiendo trazar las
directivas de acuerdo con lo real”,dijo el Amauta en uno de sus trabajos
fundamentales, el referido al problema de las razas en América Latina.
Para el Amauta, el trípode del socialismo podía definirse
como la integración de vértices complementaros: ética política, inteligencia
para el análisis y dominio de la realidad. Todo eso, naturalmente, en el marco
de una ideología, es decir, de una concepción del mundo y de la vida.
De ese modo fue como Mariátegui estudió y asimiló la
realidad continental y el sentido de nuestras tareas. Estaba convencido que “los
pueblos de América española se mueven en una misma dirección. La solidaridad de
sus destinos históricos no es una ilusión de la literatura americanistas -dijo- Estos
pueblos, realmente, no sólo son hermanos en la retórica, sino también en la
historia”.
Conceptos extraordinariamente semejantes a estos, podemos
encontrarlos en la literatura política de Venezuela Bolivariana de nuestros
días, pero también en los discursos de los mandatarios progresistas de la
región. De una u otra forma, Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa, Nicolás
Maduro, José Mujica, Cristina Kichner, Dilma Rouseff, Michele Bachelet y otros,
dicen lo mismo cuando se trata de hablar del proceso continental y de la lucha
que se libra hoy en nuestro continente contra el poder del Gran Capital y la
política del Imperio.
Es esa voluntad integradora, la que se suma a la decisión
irrevocable de transformar la realidad que nos agobia, y forjar un orden social
nuevo, más humano y más justo; la que constituye el cimiento del socialismo del
siglo XXI. De esa cantera saldrá el nuevo modelo social que habrá de
construirse en el futuro.
¿Cómo será el socialismo del siglo XXI? Esa es una pregunta
que aún no se puede responder porque no existe un proceso acabado. Por lo
demás, nunca acabaran los procesos que se desarrollan en nuestro continente,
por una razón muy simple: la historia no se detiene. En la medida que avancen
las edificaciones ideológicas y políticas de los pueblos, irán también asomando
nuevos retos y nuevas posibilidades para la evolución del hombre y de su
pensamiento.
Hay, sin embargo, bases para definir algunos criterios. La
Integración de las poblaciones latinoamericanas y caribeñas, será el eslabón
principal en la nueva modalidad de desarrollo y en la afirmación del futuro.
Nuestros países marcharán hacia la unidad continental, de la que tan sabiamente
son hablara Bolívar. “Unidad, Unidad, Unidad, debe ser nuestra divisa”.
Esa unidad, que será sn duda un largo proceso, sólo
culminará cuando hombres y pueblos se sientan en capacidad de atender y
resolver los grandes requerimientos, heredados del pasado.
Por lo demás, el socialismo del futuro implicará, en todos
los casos, un cambio de clases en la conducción de los Estados. No podrán ser
las costras burocráticas de antaño, ni sus partidos y movimiento obsoletos, los
que tengan en sus manos las riendas del Poder en nuestras naciones. Estas
fuerzas ya están condenadas por la historia y marcharán hacia su extinción.
Hacia delante, el rol conductor de las sociedades en nuestro continente tendrá
que estar, ineluctablemente, en manos de los trabajadores.
El término “trabajadores” debe ser, por cierto,
evaluado con amplitud. El desarrollo científico técnico y la evolución de las
sociedades, ha cambiado la composición de las clases, aunque no ha variado su
esencia. Del mismo modo cómo la clase obrera que tomó el poder en la Rusia de
los Zares en el año 17 del siglo pasado, no era igual a la Clase Obrera de la
Comuna de París, en 1871; así tampoco la clase obrera de nuestro tiempo es
igual a la del pasado. Por eso el término “trabajadores” luce más amplio,
aunque no aspire a representar en términos puntuales a lo que históricamente se
denominó “proletariado”. Hoy, Clase Obrera, Proletariado y Trabajadores, asoman
como expresiones en lo fundamental, equivalentes.
El nuevo orden social tendrá la posibilidad de expresarse
mediante distintos caminos. Predominarán, sin embargo, las formas democráticas
de gestión gubernativa, razón por la que las fuerzas más avanzadas se verán
ante el apremio histórico de compartir, en un buen estrecho, posiciones de
poder con las fuerzas que vayan siendo desplazadas. Un periodo de aguda
confrontación y dura luchas de clases se escenificará en distintas modalidades
en cada uno de los países de la región, lo que obligará a los pueblos a
construir estructuras de Poder con genuino sustento popular. La Venezuela de
hoy, lo confirma.
Esto nos lleva, en todos los casos a comprender la
naturaleza de las fuerzas que objetan los cambios. Ellas, responden a los
intereses históricos de las clases parasitarias que durantes siglos fueron
dominantes. Pero en ningún caso podrán batirse solos contra los pueblos de modo
exitoso para sus egoístas propósitos. Se cobijarán siempre a la sombra del
Imperio y contarán en todos los casos en apoyo de éste. Esa realidad derivará
en una constatación ineludible: nuestros procesos tendrán un claro sesgo
antiimperialista. El antiimperialismo será el gran instrumento aglutinador de
pueblos y naciones en lucha por la defensa de nuestra Independencia y
Soberanía.
En estos países, el Estado tendrá que definir su rol, pero
éste será sin duda, protagónico para el desarrollo. En otras palabras, el
Estado deberá orientar y regular la economía, tener bajo su conducción áreas
estratégicas y reservar para sí los esquemas de planificación del desarrollo,
que no podrán quedar bajo conducción privada. No será omnipresente, pero
tampoco inerte.
La nueva modalidad de gestión estatal, deberá ser
eminentemente participativa. La vida ha acabado ya con los esquemas
burocráticos del pasado, con formas anodinas de gestión y con las pautas
elitistas que caracterizan aún la administración del Estado.
El sesgo común para todos, será el desarrollo de políticas
inclusivas, que respeten la multiculturalidad, que sientan como suyas los
legados de las culturas originarias y que respeten e integren a las poblaciones
nativas, en todos los niveles de la gestión gubernativa.
La eficiencia en la gestión pública y la acrisolada honradez
de funcionarios y dirigentes, será, por cierto, un requisito fundamental hacia
delante. La etapa en la cual pequeñas camarillas de Poder hacían de las suyas,
saqueaban el Estado y se enriquecían a costa de las grandes mayorías
nacionales, quedará en el recuerdo como el espectro de un pasado vencido. Y las
nuevas generaciones tendrán que aprender -como lección suprema- la idea que
ética y política son expresiones siamesas. En palabras del Libertador, “Moral
y Luces, serán los polos de nuestras Repúblicas”.
En el mundo futuro, los pueblos estarán imbuidos por los más
altos ideales. Como parte del acopio de pensamientos y acciones, estará, sin
duda, el ejemplo de quienes lucharon en distintas épocas por afirmar los
derechos de las poblaciones de nuestro continente, desde los años de Hatuey,
Manco Inca y Caupolicán; hasta nuestros libertadores a partir de Tupac Amaru, y
hasta San Martín, Bolívar y Antonio José de Sucre. Todos ellos alimentarán
nuestra sociedad del futuro. Todos recordarán, entonces, lo que decía José
Carlos Mariategui: “A Norte América capitalista, plutocrática,
imperialista, solo es posible oponer eficazmente una América, latina o íbera,
socialista”.
Y con el Amauta en septiembre de 1928, diremos: “No
queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser
creación heroica. Tenemos que dar vida con nuestra propia realidad, en nuestro
propio lenguaje, al socialismo indo-americano. He aquí una misión digna de una
generación nueva”. Muchas gracias
Ponencia
en el Simposio Internacional "José Carlos Mariátegui vive entre nosotros",
celebrado entre el 12 y el 14 de junio de 2014 en Lima (Perú)