En el ínterin, el gobierno colombiano calla y mantiene su tradicional pasividad cómplice, habiendo llegado al colmo del cinismo en la gestión de “Varito Corleone”, al promover y facilitar el delito al usar a ECOPETROL, a través de los “centros de acopio fronterizo”, como receptor y exportador del combustible venezolano mal habido, al legitimar gremios de contrabandistas y permitir el liderazgo en la actividad de paramilitares y BACRIN y, al tolerar la aplicación de impuestos ilegales a los bienes procedentes del contrabando.
El contrabando se convirtió en un problema de Estado para Venezuela y también para Colombia, a partir del poder que dio el Estado colombiano a las casas de cambio fronterizas, para fijar el valor del bolívar respecto del peso con independencia del valor de este último con relación al dólar. De esa forma pasaron a determinar el valor del dólar paralelo y a controlar a discreción la brecha entre este y el dólar oficial, abriéndola progresivamente para acelerar el volumen y ampliar la variedad de bienes contrabandeados, impulsando la escasez y la inflación del lado acá y, la recesión del lado allá. En estas circunstancias no es posible consolidar una relación económica estable entre ambos países. Ello obliga a sincerar la situación porque el juego está trancado y para desbloquearlo se debe avanzar en una negociación que apunte a lograr una coordinación macroeconómica que propenda al equilibrio cambiario y al desmantelamiento del andamiaje mafioso construido por Uribe para promover el contrabando.