Todos
los problemas estratégicos discutidos en la izquierda durante la última
centuria han recobrado actualidad en Venezuela. En ese país se desenvuelve un
proceso de transformación política que proclama metas antiimperialistas e
idearios socialistas. El camino para alcanzar estos objetivos vuelve a
debatirse con la misma pasión que en el pasado.
Golpes, sabotajes y presiones
Venezuela soporta desde hace 14 años el asedio de la derecha. Durante el 2014 esa agresión incluyó una guarimba, que comenzó en febrero y fue doblegada en junio, con un saldo de 43 muertos, centenares de heridos y la detención del cabecilla fascista[1]. Las organizaciones ultra-derechistas recurrieron a todas las técnicas de la guerra de baja intensidad. Arremetieron con asesinatos, destrozos, amenazas y contaron con el asesoramiento directo de los paramilitares colombianos. Esa provocación incluyó un intenso sabotaje económico con acaparamiento de mercancías, especulación de divisas y contrabando, para desgastar al gobierno y desmoralizar a la sociedad.
Estados Unidos incentivó estas acciones, aportando un novedoso manual de sugerencias golpistas. Sus voceros financieros difundieron diagnósticos de colapso económico, mientras el Departamento de Estado promovía la inestabilidad política y el aislamiento internacional[2].
Pero el levantamiento derechista no logró trascender los barrios de la clase media-alta y la violencia extrema terminó socavando la propia base social de la asonada. El opositor Capriles tomó distancia del alzamiento y los militares se mantuvieron en la vereda opuesta, con la excepción de un pequeño grupo de conspiradores que fue apresado. Los conservadores perdieron otra partida de su larga escalada destituyente, pero el asesinato del joven diputado Robert Serra ilustra la persistencia del plan desestabilizador.
Golpes, sabotajes y presiones
Venezuela soporta desde hace 14 años el asedio de la derecha. Durante el 2014 esa agresión incluyó una guarimba, que comenzó en febrero y fue doblegada en junio, con un saldo de 43 muertos, centenares de heridos y la detención del cabecilla fascista[1]. Las organizaciones ultra-derechistas recurrieron a todas las técnicas de la guerra de baja intensidad. Arremetieron con asesinatos, destrozos, amenazas y contaron con el asesoramiento directo de los paramilitares colombianos. Esa provocación incluyó un intenso sabotaje económico con acaparamiento de mercancías, especulación de divisas y contrabando, para desgastar al gobierno y desmoralizar a la sociedad.
Estados Unidos incentivó estas acciones, aportando un novedoso manual de sugerencias golpistas. Sus voceros financieros difundieron diagnósticos de colapso económico, mientras el Departamento de Estado promovía la inestabilidad política y el aislamiento internacional[2].
Pero el levantamiento derechista no logró trascender los barrios de la clase media-alta y la violencia extrema terminó socavando la propia base social de la asonada. El opositor Capriles tomó distancia del alzamiento y los militares se mantuvieron en la vereda opuesta, con la excepción de un pequeño grupo de conspiradores que fue apresado. Los conservadores perdieron otra partida de su larga escalada destituyente, pero el asesinato del joven diputado Robert Serra ilustra la persistencia del plan desestabilizador.
La
derecha intentó en la mesa de negociaciones lo que no consiguió en las calles. Los
empresarios resumieron sus exigencias en un paquete de12 puntos avalados por 47
economistas de la oposición. Demandaron la liberación del dólar, un nuevo ciclo
de endeudamiento internacional, contrarreformas sociales, la anulación del
actual sistema de precios y la devolución de las plantas estatizadas. Reclamaron
un lugar en el gabinete para garantizar la devaluación y la derogación de las leyes
laborales.
Como
esas exigencias fueron desoídas el lobby capitalista ha redoblado la presión.
Busca recuperar pedazos de la renta petrolera socavando el control estatal de
ese excedente. Esta erosión se consuma con los dólares que obtienen a precios
preferenciales para el manejo de las importaciones. Suelen desviar esos
recursos hacia la especulación cambiaria.
Esta
tensión con la burguesía ha caracterizado a todo el proceso bolivariano. Chávez
respondía abriendo espacios de diálogo con los empresarios, mientras movilizaba
al pueblo para marcar el tono de la discusión. Mantuvo esa conducta frente al golpe
del 2002, luego de la victoria del referéndum del 2004 y en varias
oportunidades desde el 2006. Introdujo la modalidad de transformar cada
elección en una multitudinaria prueba de fuerza contra los capitalistas y sus
partidos[3].
Maduro
intenta retomar esta misma dinámica, lidiando con el enorme vacío que ha dejado
la muerte de Chávez y el gran malestar que genera el deterioro económico. En
estas condiciones logró una importantísima victoria frente a los fascistas[4].
Venezuela
volvió a contar con la red de alianzas internacionales que exige la batalla
contra las conspiraciones imperialistas. Durante años estos acuerdos
contribuyeron a contrarrestar los golpes apañados por el gobierno
estadounidense, la OEA y la corona española. Pero los diplomáticos de la
burguesía también volvieron a ensayar presiones para disuadir la radicalización
del proceso bolivariano. Estas exigencias apuntaron durante las guarimbas a la
formación de un gobierno de coalición con la oposición derechista. Maduro
resistió esta sugerencia y aprovechó el sostén de UNASUR, sin aceptar la
inmolación de su gobierno (Clarín, 2014).
La pulseada petrolera
Al concluir el año, Estados Unidos utiliza la caída del precio internacional del petróleo como un nuevo instrumento de desestabilización. La cotización del combustible declinó un 30% en el último semestre, afectando seriamente a una economía que obtiene el 95% de sus divisas de la exportación de crudo. No es lo mismo manejar el presupuesto público con un precio del barril por encima de los 100 dólares (última década)), que con los niveles actuales de 60/70 dólares.
La pulseada petrolera
Al concluir el año, Estados Unidos utiliza la caída del precio internacional del petróleo como un nuevo instrumento de desestabilización. La cotización del combustible declinó un 30% en el último semestre, afectando seriamente a una economía que obtiene el 95% de sus divisas de la exportación de crudo. No es lo mismo manejar el presupuesto público con un precio del barril por encima de los 100 dólares (última década)), que con los niveles actuales de 60/70 dólares.
La
depreciación del petróleo obedece, ante todo, a una contracción acumulativa de
la demanda en las economías desarrolladas. Esta retracción deriva de una crisis
irresuelta desde el 2008, que se acentúo en el último año con la desaceleración
de China y los países intermedios.
También
el cambio de la política monetaria estadounidense ha incidido en la caída del
precio. La primera potencia decidió restringir los estímulos monetarios
utilizados para socorrer a los bancos induciendo un esperado incremento de las
tasas de interés. Este giro precipita la salida de los capitales especulativos
de todos los mercados de materias primas.
En
el desplome del precio del petróleo influye, además, el incremento del volumen
de crudo extraído con formas no convencionales (shale oil). Esta innovación le
permite a Estados Unidos aumentar la producción y reducir las
importaciones.
El
petróleo barato se ha convertido en una herramienta de ofensiva imperial. Luego
de su reciente avance electoral, los neo-conservadores republicanos han impuesto
una agresiva agenda de política exterior a los liberales intervencionistas de
Obama.
Debilitar
a Venezuela no es el único objetivo de esta acción. La arremetida apunta a
reforzar las sanciones impuestas a Rusia frente a la crisis de Ucrania. También
se presiona a Irán para que abandone su programa atómico.
La
ofensiva yanqui cuenta hasta ahora con el sostén de Arabia Saudita, que
convalida el abaratamiento del petróleo para afianzar su poder en Medio Oriente.
El operativo busca asegurar la continuada primacía del dólar en el comercio
petrolero, frente al uso de otras monedas que ensayan varios exportadores.
Pero
Venezuela es una presa especialmente apetecida por Estados Unidos. No sólo
concentra una de las mayores reservas de crudo del mundo, sino que aportaba
hasta el 2008 el 14% del consumo de la economía del norte. Recuperar el manejo
de esos recursos para Exxon y Chevron es tan prioritario, como acelerar la
privatización de la empresa petrolera mexicana (PEMEX) y reforzar la fidelidad
de los gasoductos canadienses.
Con
esos tres proveedores el imperio se asegura el abastecimiento, más allá de la
incierta evolución del shale oil. Este tipo de extracción podría tornarse
inviable por su devastador impacto ambiental o por los altos costos de
inversión, en un marco de precios declinantes.
Estados
Unidos ha retomado un acoso sobre Venezuela que puede alcanzar niveles de
guerra económica, si la depreciación del petróleo es complementada con el
encarecimiento del crédito. Las calificadoras de riesgo ya bajaron el pulgar a
los bonos del país, tornando más gravoso el acceso a los préstamos
internacionales. Estos créditos son necesarios para compensar la pérdida de los
ingresos petroleros. El Senado yanqui completa el cerco con la introducción de sanciones
a los viajeros e inversores en Venezuela.
La
respuesta del chavismo ha sido inmediata. Maduro denunció con gran coraje las
nuevas conspiraciones de la embajada estadounidense, se burló de las
restricciones a las visas y convocó a la unidad latinoamericana para enfrentar
la guerra del petróleo[5].
Conviene
recordar que cada intento desestabilizador de la última década desató
contragolpes populares que terminaron reforzando el proceso bolivariano. Esta
misma posibilidad reaparece en la actualidad, si el chavismo encuentra
respuestas a las adversidades de la economía.
Reformas y rentismo
El modelo económico de la última década permitió motorizar el consumo, en un marco de alto gasto social y creciente regulación estatal. Esta orientación facilitó la financiación de las mejoras populares con los cuantiosos recursos petroleros.
Reformas y rentismo
El modelo económico de la última década permitió motorizar el consumo, en un marco de alto gasto social y creciente regulación estatal. Esta orientación facilitó la financiación de las mejoras populares con los cuantiosos recursos petroleros.
Este
sostén es frecuentemente subrayado por la derecha para desmerecer (o
relativizar) los avances sociales. Olvidan que la misma riqueza petrolera fue
acaparada durante mucho tiempo por una minoría de privilegiados. La extensión
del usufructo de ese excedente al conjunto de la población no ha sido un efecto
espontáneo de las fuerzas del mercado. Requirió afectar los intereses de los capitalistas
con medidas de redistribución del ingreso.
Luego
de la expulsión de la elite tecnocrático-burguesa que manejaba la empresa
petrolera del estado (PDVSA) se pudo reducir la pobreza del 40% al 22%. También
la indigencia bajó del 20% (1999) al 8,5% (2011) y la diferencia entre el 20%
más rico y pobre de la población disminuyó de 14 a 8 veces. Se concretaron,
además, importantes avances en el acceso popular al agua potable, la salud y la
educación, a través de la activa intervención de las misiones[6].
Pero
esas mejoras fueron combinadas con el otorgamiento de subsidios a los
capitalistas, que acrecentaron las riquezas de la nueva boliburguesía [7].
Estos sectores recibieron cuantiosos montos de financiamiento público que
alimentaron la fuga de capital. Ese mismo destino externo tuvo una parte de los
fondos aportados por el gobierno para pagar las expropiaciones de empresas de
electricidad, telefonía, siderurgia, cemento y distribución de alimentos.
También
los banqueros locales absorbieron una significativa porción de esos beneficios.
Los financistas incrementaron su patrimonio, utilizando depósitos de las entidades
públicas para especular con bonos del estado y operaciones en exterior[8].
La
combinación de este drenaje de fondos con un modelo de pura expansión del consumo
ha recreado la estructura rentista de una economía poco productiva. Por esta
razón los desequilibrios tradicionales recobraron fuerza, a través de la
inflación, el déficit fiscal, el endeudamiento de PDVSA, la importación de
alimentos y las fallas en las iniciativas de industrialización (Zuñiga, 2013a,
2013b, 2014).
Estas
falencias son frecuentemente atribuidas a un mal manejo de la política
económica y ciertamente hubo desaciertos en muchas áreas. Pero el trasfondo del
problema son los límites que enfrentan todas las reformas ensayadas al interior
de una economía capitalista periférica y dependiente. Esa estructura neutraliza
el impacto de muchas transformaciones progresistas.
El
modelo aplicado hasta ahora facilitó desahogos, pero no permite lidiar con la
inflación, el estancamiento y el desabastecimiento de los últimos años. Para
confrontar con estos flagelos se requieren medidas radicales de control de
precios y punición de la especulación financiera, el desabastecimiento y el
contrabando.
Disputa de programas
Durante el 2014 la inflación trepó al 60 %, la brecha entre el dólar oficial (6 bolívares) y el paralelo (100 bolívares) alcanzó una inédita dimensión y el desabastecimiento se incrementó en forma significativa. Además, la caída del nivel de actividad se aproximó al 2%, la retracción de la inversión supera el 6% y las exportaciones se contrajeron en un 4,5%.
Disputa de programas
Durante el 2014 la inflación trepó al 60 %, la brecha entre el dólar oficial (6 bolívares) y el paralelo (100 bolívares) alcanzó una inédita dimensión y el desabastecimiento se incrementó en forma significativa. Además, la caída del nivel de actividad se aproximó al 2%, la retracción de la inversión supera el 6% y las exportaciones se contrajeron en un 4,5%.
En
ese contexto se han acortado los tiempos para optar entre el congelamiento y la
radicalización del proceso actual. Esta contraposición se verifica en las
intensas discusiones que se libran en el movimiento bolivariano, entre los
partidarios de implementar medidas pro-capitalistas y los defensores de una
transición socialista[9].
El
eje de estos debates es el destino de las cuantiosas divisas que obtiene
Venezuela. Un país tan dependiente del ingreso de petrodólares necesita una
gestión estricta de esos recursos por parte del estado. En los hechos gran
parte de esos fondos se pierde en el circuito de los bancos o la intermediación
importadora y termina en los bolsillos de los grandes capitalistas.
Ese
desemboque es motorizado por capas superiores del funcionariado y del sector
privado, que en los últimos dos años transfirieron entre 22.000 y 29.000
millones de dólares a las entidades privadas. Lo mismo ocurrió con los fondos que
los administradores del ente regulador del dólar (CADIVI) derivaron hacia una
veintena de empresas locales.
Para
romper con ese entramado se requieren medidas contundentes en el plano bancario
y comercial. Se ha tornado imprescindible nacionalizar la actividad financiera
para centralizar el manejo de los activos en moneda extranjera, transfiriendo a
la banca pública las principales responsabilidades de intermediación.
También
resulta necesario establecer un monopolio estatal efectivo de las transacciones
con el exterior, para poner fin a las maniobras cambiarias de los importadores.
No es necesario entregar dólares físicos a estos sectores para que realicen su
labor comercial. Con otro tipo de controles se podría racionalizar la
adquisición de bienes, siguiendo principios de reducción del derroche y
promoción de la productividad.
Estas
iniciativas son promovidas por muchos sectores de la izquierda del chavismo.
Proponen introducir una reorganización impositiva, que permita auto-financiar
el gasto corriente con la recaudación, para canalizar la renta petrolera hacia la
inversión. El saneamiento exige la repatriación de las fortunas resguardadas
por los capitalistas en el exterior. Esas medidas aportarían la legitimidad
requerida para racionalizar el gasto público en múltiples áreas, adecuando ante
todo el precio interno de los combustibles.
Confrontaciones cambiarias
Venezuela necesita cortar el círculo vicioso de presiones cambiarias e inflación. Una economía con enormes excedentes comerciales padece la injustificada enfermedad de la devaluación por ese descontrol en la asignación estatal de las divisas.
Confrontaciones cambiarias
Venezuela necesita cortar el círculo vicioso de presiones cambiarias e inflación. Una economía con enormes excedentes comerciales padece la injustificada enfermedad de la devaluación por ese descontrol en la asignación estatal de las divisas.
Esa
fragilidad no es un problema técnico. Define quiénes son los favorecidos y
penalizados con la distribución de los réditos del petróleo. Por esta razón la
principal batalla económica de la última década ha girado en torno al perfil del
régimen cambiario.
Durante
ese período se instrumentaron 26 modalidades de ese sistema (CADIVI,
dólar-permuta, SICAD II, SITME). El esquema del 2003-04 sintonizó con la recuperación
de PDVESA, los mecanismos prevalecientes en el 2004-10 buscaron una fallida
integración de los capitalistas al proceso bolivariano y en el 2010-2012 se intentó
nuevamente atraer a esos sectores. La burguesía ha respondido siempre con fraudes
y maniobras cambiarias que obligan a revisar una y otra vez el régimen
cambiario (Carcione, Pérez, Gómez, García, Matamoros, Marín, 2013).
Es
importante registrar el trasfondo social de esta batalla, evitando las miradas
tecnocráticas, que sólo evalúan los éxitos o las adversidades instrumentales de
cada modalidad cambiaria. Olvidan que estos resultados forman parte de
desenlaces políticos más o menos afines a la estabilización capitalista. En
Venezuela no faltan dólares. Lo que está en juego es el destino de la renta
petrolera (Guerrero, 2014a, 2014c).
Un
viraje en el manejo de ese excedente es insoslayable para comenzar el “sembrado
del petróleo” que necesita el país. No alcanza con apuntalar el poder de compra
de la población. Hay que transformar la estructura productiva mediante una
revolución agraria que reduzca la importación de alimentos. Se han invertido
sumas considerables en ese proyecto, pero persiste el éxodo hacia las ciudades
y la dificultad para recolonizar el agro (Chauran, 2014).
Lo
mismo vale para las iniciativas de industrialización que se han estancado, frente
a una difusión de talleres de ensamblaje que no atenúan la oleada de
importaciones. Para revertir esta tendencia ya existe una hoja de ruta (plan
Guayana Socialista). Pero todas las decisiones económicas están condicionadas
por un curso político, que exige revisar lo ocurrido en el pasado.
Antecedentes y comparaciones
La experiencia vivida con la Unidad Popular chilena de los años 70 ocupa un lugar central de los debates actuales en Venezuela. Las comparaciones con ese proceso han sido actualizadas por muchos intelectuales que participaron intensamente en ambos procesos (Dos Santos, 2009).
Antecedentes y comparaciones
La experiencia vivida con la Unidad Popular chilena de los años 70 ocupa un lugar central de los debates actuales en Venezuela. Las comparaciones con ese proceso han sido actualizadas por muchos intelectuales que participaron intensamente en ambos procesos (Dos Santos, 2009).
A
diferencia de la victoria precedente de Cuba, en Chile no se registró una
captura revolucionaria del poder. Se conquistó un gobierno popular a partir de
las urnas. Ese escenario era poco corriente en una época de dictaduras,
violencia represiva, persecución anticomunista y guerra fría.
El
contexto actual es muy diferente y el proceso bolivariano se inscribe en un marco
regional de comicios periódicos y menor capacidad de intervención
estadounidense directa. Pero las analogías con lo ocurrido en Chile hace
cuarenta años son significativas en dos terrenos: las confrontaciones con la
derecha y las dificultades para traspasar la barrera que separa al gobierno del
poder.
La
presidencia de Salvador Allende coronó en 1970 varias décadas de gran
influencia política y sindical de la izquierda, pero su gestión sólo duró tres
años. También el chavismo tuvo origen en la izquierda, aunque en variantes más
próximas al nacionalismo antiimperialista. Como en Panamá (Torrijos) o en Perú
(Velazco Alvarado) se forjó en la radicalización de la oficialidad militar.
Estas
diferencias de gestación no reducen el parentesco. Ambos procesos declararon
propósitos socialistas a partir de victorias electorales, fueron hostilizados
por el imperialismo y contaron con el apoyo de la movilización popular.
Las
semejanzas entre los conspiradores derechistas de Chile y Venezuela saltan a la
vista. En los dos casos se conformaron grupos fascistas, impulsados por un gran
odio social contra los oprimidos y un enfermizo anti-comunismo. Pero la gran
diferencia radica en la inexistencia de un Pinochet en la patria de Bolívar. En
este marco el golpismo clásico ha sido reemplazado por variantes más institucionales
e indirectas.
La
vieja asonada militar es poco viable a principios del siglo XXI, pero su
preparación y sus objetivos no han cambiado. Venezuela soporta el mismo tipo de
sabotajes, caceroleos, boicots financieros y conspiraciones mediáticas que
padeció Allende entre 1970 y 1972. Lo ocurrido con Zelaya en Honduras ilustra
mayores parecidos con ese antecedente y la propia captura de Chávez en el 2002
confirma esas semejanzas. En actualidad los golpistas no asumen su intención dictatorial,
sino que priorizan alguna legitimación cívico-electoral (Nicanoff, 2014).
Como
la derecha necesita consumar el desgaste de los gobiernos populares en períodos
más prolongados y carece del auxilio directo del ejército, invierten más recursos
en el boicot económico. Por eso Venezuela ha soportado una escalada tan
persistente de fugas de capital, desabastecimientos, remarcaciones de precios y
especulaciones cambiarias. Las espaldas petroleras que tiene el estado le han
permitido aguantar ese aluvión, con más fuerza que las débiles barreras
construidas por la UP chilena.
A
diferencia de Allende el chavismo cuenta con una gran experiencia e influencia
dentro de las fuerzas armadas. Surgió en ese ámbito y se consolidó mediante una
sistemática limpieza de agentes de la CIA. En ningún momento Chávez cometió la
ingenuidad del ex presidente trasandino, que desplazó a un general aliado
(Prats) para designar a su enterrador (Pinochet).
El
líder bolivariano tampoco repitió el sometimiento de Allende a la presión de
los fascistas, que impusieron el desarme de la resistencia popular luego del
primer ensayo golpista (tacnazo de junio del 73). Frente al mismo peligro,
Chávez comenzó un reclutamiento de milicias y forzó la renuncia de generales
opositores (Baduel). Maduro reafirmó esta actitud encarcelando a los oficiales
involucrados en la guarimba.
El
triunfo electoral de Allende incentivó un gran ascenso popular, que incluyó
ocupaciones campesinas de tierras y acciones directas de los obreros. Estos
mismos trabajadores protagonizaron un pico de lucha revolucionaria, al crear
los cordones industriales que precedieron al golpe. Venezuela ha vivido
manifestaciones del mismo alcance desde el Caracazo y algunos analistas estiman
que la intensidad de esas movilizaciones supera el nivel alcanzado en Chile (Guerrero,
2014b).
Balances y propuestas
Existieron dos miradas contrapuestas a la hora de trazar un balance de la tragedia padecida por la Unidad Popular. Un enfoque postuló que ese proceso sufrió una exagerada aceleración y soportó presiones de radicalización que precipitaron un conflicto evitable con los militares. Esta visión proponía contrarrestar la amenaza golpista con un freno de las reformas y un cogobierno con la Democracia Cristiana (Cueva, 1979: 97-140).
Balances y propuestas
Existieron dos miradas contrapuestas a la hora de trazar un balance de la tragedia padecida por la Unidad Popular. Un enfoque postuló que ese proceso sufrió una exagerada aceleración y soportó presiones de radicalización que precipitaron un conflicto evitable con los militares. Esta visión proponía contrarrestar la amenaza golpista con un freno de las reformas y un cogobierno con la Democracia Cristiana (Cueva, 1979: 97-140).
La
tesis opuesta estimaba que se cometió el error inverso. En lugar de apuntalar
la gran disposición de lucha popular, Allende aceptó el chantaje de la derecha.
Limitó todas sus acciones a un cuadro constitucional que la burguesía había
desechado. De esta forma desorientó a los jóvenes que buscaban resistir y confundió
a los trabajadores que aspiraban al socialismo (Marini, 1976).
En
condiciones políticas muy distintas a los años 70 ha reaparecido un debate
semejante al registrado en Chile. Quienes estiman que la Unidad Popular avanzó
más de la cuenta, ahora consideran que el chavismo debe moderar su acción. Este
enfoque es afín a la perspectiva social-demócrata que promueve el PT brasileño (Pomar,
2013: 44-45).
La
misma mirada adoptan los economistas que proponen evitar medidas adversas a los
capitalistas. Promueven adoptar parte del paquete cambiario y financiero
exigido por las cámaras patronales, con la esperanza de atenuar la
inestabilidad que padece el gobierno.
En
la vereda opuesta se ubican todas las corrientes de la izquierda bolivariana,
que auspician drásticas iniciativas para frenar el desangre de divisas,
capitales y productos. Estas medidas apuntan a evitar la repetición de lo
ocurrido en Chile, cortando el sustento económico-financiero de la conspiración
derechista.
Pero
ese objetivo no se alcanzará solamente con un acertado paquete de medidas
comerciales o bancarias. Se requiere el sustento de movilización social, que la
UP disuadió cuando Pinochet ultimaba sus preparativos. Ese protagonismo de las
masas no se improvisa. Necesita ser construido, forjando el poder popular en
los lugares de trabajo y en las comunas para intimidar a los golpistas. Con esa
estrategia se pueden corregir las ingenuidades de la vía institucional al
socialismo que postulaba Allende.
El
líder de la UP apostaba a una paulatina extensión de los espacios legales
conquistados por su coalición, para concretar una superación gradual del
capitalismo. Promovía este avance sin rupturas radicales, ni construcciones
populares paralelas al constitucionalismo burgués.
El
chavismo enfrenta un dilema semejante luego de haber obtenido más victoriales
electorales que la UP con márgenes muy superiores de sufragios. También
introdujo reformas constitucionales y mecanismos de democracia participativa,
que nunca se implementaron en Chile.
Estrechez y dogmatismo
El proceso bolivariano cuenta con un margen de tiempo significativamente superior al antecedente chileno, para ensayar un pasaje de la administración del gobierno al manejo del poder. Las viejas controversias entre marxistas sobre la forma de concretar este salto vuelven al centro de la escena. Pero no existe una receta pre-determinada que asegure el éxito de la izquierda. Las estrategias socialistas sólo pueden desenvolverse con prácticas políticas, contrastando proyectos con resultados y teorías con experiencias.
Estrechez y dogmatismo
El proceso bolivariano cuenta con un margen de tiempo significativamente superior al antecedente chileno, para ensayar un pasaje de la administración del gobierno al manejo del poder. Las viejas controversias entre marxistas sobre la forma de concretar este salto vuelven al centro de la escena. Pero no existe una receta pre-determinada que asegure el éxito de la izquierda. Las estrategias socialistas sólo pueden desenvolverse con prácticas políticas, contrastando proyectos con resultados y teorías con experiencias.
Este
ejercicio exige superar las creencias dogmáticas que imaginan el futuro como
una simple reiteración de las revoluciones del siglo XX. Esas visiones suelen
mistificar un modelo exitoso (soviets, guerra popular prolongada, foco),
desconociendo los cambios de escenario que dificultan esa reiteración. Tampoco perciben
la preeminencia actual de caminos intermedios y temporalidades más prolongadas
para alcanzar esa meta.
Las
miradas dogmáticas caracterizan al chavismo como una corriente pro-capitalista
y estiman que sus líderes corporizan versiones contemporáneas de un Bonaparte. No
reconocen la existencia de golpes reaccionarios y la consiguiente prioridad de
derrotar al enemigo fascista. Consideran que Maduro y Capriles son dos opciones
de la burguesía y que la represión gubernamental ha sido tan perniciosa como la
violencia derechista (Prensa Obrera, 2014).
Este enfoque impide registrar la evidente
existencia de una provocación destituyente. Si los asesinatos de militantes,
los asaltos a locales partidarios, los atentados contra funcionarios, los
sabotajes económicos y las campañas mediáticas internacionales no forman parte
de un intento golpista: ¿Cuál es el parámetro de una asonada? ¿Habrá que
descubrir su existencia luego del desangre?
Lo
mismo ocurre con la equiparación del chavismo con sus oponentes. Se supone que
la categoría burguesa es auto-suficiente y ya no requiere distinguir a las vertientes
radicales y conservadoras del nacionalismo. Se olvida que las corrientes
antiimperialistas han sido protagonistas de grandes procesos revolucionarios
que abrieron compuertas al socialismo, cuando la izquierda supo comprender la
naturaleza de esos procesos (Orovitz Sanmartino, 2014).
Los
dogmáticos suelen presentar las convocatorias al socialismo que retomó Chávez,
como un simple ejercicio retórico para embaucar a las masas. Pero si hubiera
perseguido ese propósito de engaño, no se entiende por qué razón recurrió a una
causa internacionalmente disminuida, con reducido impacto entre los
trabajadores y controvertida significación entre la juventud.
Las
visiones sectarias no registran el giro que introdujo la reivindicación del
socialismo en la vida política de Venezuela. Este horizonte surgió al calor del
choque que opuso al proceso bolivariano con las clases dominantes.
Cualquiera
que visite el país notará la difusión alcanzada por el planteo socialista. Es
una meta enfáticamente postulada en las misiones, los hospitales, las empresas
o las comunas que adoptaron esa denominación. El cuestionamiento del
capitalismo y la crítica a la burguesía han quedado incorporados al lenguaje
corriente del chavismo e impactan fuertemente sobre la conciencia de la
población.
Las
ideas socialistas formaron parte de la maduración política de Chávez que evolucionó
a través de giros a la izquierda. Estos cambios incluyeron el rechazo del nacionalismo
burgués tradicional y la rehabilitación del proyecto comunista. Cuando nadie
pronunciaba la palabra socialismo, el líder bolivariano reinstaló el término en
la agenda política de los movimientos latinoamericanos (Katz, 2013).
Este
legado ha sido ratificado por Maduro en las tesis que orientan la estrategia de
su gobierno. Esas definiciones subrayan que el socialismo es indispensable para
reafirmar la soberanía, forjar una economía productiva y lograr la plenitud
democrática (PSUV, 2014).
La
mirada dogmática no percibe el efecto de estos pronunciamientos. Supone que el
tratamiento contemporáneo del socialismo se equipara a cualquier momento del
siglo XX, como si el colapso de la URSS constituyera un acontecimiento irrelevante.
Los ideales de la izquierda sólo pueden ser actualizados con otra postura y
otra sensibilidad.
Socialismo del siglo XXI
Venezuela cuenta con ciertas ventajas para embarcarse en una transición al socialismo. No es la típica nación pobre que tradicionalmente afrontó ese desafío. Es un país exportador de petróleo que funciona con elevados patrones de consumo. Pero necesita superar la larga tradición rentista de ineficiencia económica, que le impide utilizar esos ingresos para su desarrollo industrial.
Socialismo del siglo XXI
Venezuela cuenta con ciertas ventajas para embarcarse en una transición al socialismo. No es la típica nación pobre que tradicionalmente afrontó ese desafío. Es un país exportador de petróleo que funciona con elevados patrones de consumo. Pero necesita superar la larga tradición rentista de ineficiencia económica, que le impide utilizar esos ingresos para su desarrollo industrial.
El
proyecto socialista implica saltar el escalón inicial de reformas que introdujo
el chavismo, para diversificar la economía, modificar la gestión del estado y
reducir la atadura a la factura petrolera. El logro de esas metas exige
erradicar los privilegios de la burguesía.
Muchos
dirigentes bolivarianos comparten este diagnóstico, reflexionan en términos
marxistas y promueven una transición socialista. En este plano se distancian
por completo de los procesos centro-izquierdistas de Sudamérica. Quiénes
desconocen esta diferencia, no logran asimilar las nuevas pistas que aporta la
experiencia venezolana para una estrategia anticapitalista.
En
la tradición revolucionaria del siglo XX la formación de un gobierno de
trabajadores, la captura del estado y la transformación de la sociedad eran
concebidas como procesos simultáneos o con reducidas diferencias temporales.
Ahora se puede vislumbrar ese curso como una sucesión de momentos más
diferenciados. Es evidente que Venezuela cuenta desde hace más de una década con
un gobierno popular, un estado en disputa y grandes fracturas en la sociedad.
El
manejo del estado no opone sólo a funcionarios genéricamente afines y opuestos
al chavismo. Hay organismos que aseguran la defensa del régimen contra las guarimbas
y otros que contribuyen a una acumulación de riquezas convergente con la
derecha. También la sociedad está erosionada por el conflicto entre clases
capitalistas -que mantienen los cimientos tradicionales de su poder económico-
y un poder popular que se ha extendido significativamente.
El
nuevo entramado comunal podría aportar los pilares de la configuración igualitaria
del futuro, que algunos teóricos denominan “sociedad civil socialista”. A
diferencia de los soviets o los organismos de base surgidos al calor de
victorias militares, el poder popular emerge en Venezuela con más diversidad
política y con gran construcción desde abajo. Es un proceso en pleno desarrollo
que enfrenta obstrucciones burocráticas con asombrosa capacidad de movilización
y renovación (Iturriza, 2014).
Las
nuevas batallas en torno al gobierno, el estado y la sociedad distinguen a la
experiencia chavista de la revolución socialista clásica consumada en Cuba. En
el país se verifica un proceso revolucionario caracterizado por varios momentos
de avance cualitativo (recuperación de PDVESA, nueva Constitución), que se han
concretado madurando la conciencia socialista, en la confrontación con la
burguesía. Un nutriente clave de esta transformación es la percepción subjetiva
que tienen los involucrados de este proceso como una revolución. Todos utilizan
ese término para nominar la experiencia que protagonizan.
Para
consumar la transición socialista el proceso revolucionario requiere saltos de
mayor envergadura en el plano económico-social. La nacionalización de los
bancos y del comercio exterior podrían constituir los dos peldaños centrales de
esta etapa. Aportarían el cimiento necesario para dinamizar la economía, a
partir de un modelo industrial de expansión del empleo genuino y superación del
asistencialismo. La ayuda social que acompañó al surgimiento y afianzamiento
del chavismo necesita transformarse en trabajo productivo, para evitar los
efectos nocivos del clientelismo (Cieza, 2014).
Una
transición pos-capitalista exige sustituir los modelos de renta, consumo y baja
productividad por esquemas de plan, mercado y desarrollo socialista.
Venezuela
persiste como el principal laboratorio de proyectos y prácticas de los
marxistas latinoamericanos. La respuesta a los nuevos desafíos emergerá del
propio desenvolvimiento de la lucha. Con mentes abiertas y mayor compromiso
militante resulta posible develar todos los enigmas del socialismo del siglo
XXI.
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Resumen
La conspiración golpista fue doblegada pero la desestabilización continúa. Hay que lidiar con la ausencia de Chávez, el deterioro económico y la presión internacional. Estados Unidos retoma el acoso financiero y utiliza la depreciación del petróleo para debilitar al gobierno.
Resumen
La conspiración golpista fue doblegada pero la desestabilización continúa. Hay que lidiar con la ausencia de Chávez, el deterioro económico y la presión internacional. Estados Unidos retoma el acoso financiero y utiliza la depreciación del petróleo para debilitar al gobierno.
El
modelo económico actual permitió grandes mejoras populares, pero no transformó
la estructura improductiva, ni permite afrontar los desequilibrios actuales. La
confrontación por el destino de la renta petrolera es la causa de las tensiones
cambiarias y la conducta de los capitalistas impide gestar una economía
industrializada.
Lo
ocurrido en Chile en los 70 constituye un antecedente esclarecedor del comportamiento
de la derecha y de la necesidad de avanzar desde el gobierno al poder. La
rehabilitación del proyecto socialista por parte del chavismo es incomprensible
con miradas dogmáticas. Un proceso revolucionario con ritmos inéditos y
transformaciones no sincronizadas entre el gobierno, el estado y la sociedad
replantea la estrategia de la transición socialista.
Notas
[1]Guarimba es la denominación utilizada para retratar la
violencia destituyente de la derecha.
[2] La agencia Fitch describió desmoronamientos
financieros, Moody’s habló de colapso económico, The Economist presagió el “fin
de la fiesta” y Merrill Lynch anticipó una “primavera venezolana”. Luego el
vicepresidente Biden y el secretario de Estado Kerry amenazaron con sanciones
económicas, Serrano (2014).
[3]Analizamos estos antecedentes en Katz (2014).
[4] Distintos balances de su reacción contra el golpismo en: Boron (2014), Almeyra (2014), Gómez (2014) y Carcione (2014).
[5] La declaración aprobada por el “Encuentro de
la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad” realizada en Caracas sintoniza con esa
reacción e incluye un detalle de esas denuncias, alainet.org, 12-12-2014.
[6]Ver: Álvarez, (2009, 2012), Monedero, El
Troudi, (2007), Asiaín, (2012), PNUD, (2013).
[7]En Venezuela se denomina boliburguesía a los sectores capitalistas que lucran con negocios
surgidos de la asociación (o participación) en el gobierno.
[8] Un ejemplo es el caso del financista Víctor
Vargas Irausquín, presidente del Banco Occidental de Descuento de Maracaibo, (Clarín, 2014a)
[9] Un ejemplo de estas controversias en: Pérez
Martí (2013), Zuñiga, (2013c).