Rosa Luxemburgo ✆ John Berger |
Con frecuencia surges de alguna página que leo –y algunas
veces surges de la página que intento escribir–, me saludas con la cabeza y una
sonrisa, y nos reunimos. No hay página, ni celda alguna de las prisiones donde
en repetidas ocasiones te pusieron, que pueda contenerte.
Quiero enviarte algo. Antes de que me fuera obsequiado, este
objeto estaba en el pueblo de Zamosc, al sureste de Polonia. Es el pueblo donde
tú naciste, y donde tu padre fue comerciante maderero. Pero el vínculo contigo
no es tan simple. El objeto perteneció a una amiga polaca llamada Janine. Ella
vivía sola, no en la elegante plaza central donde tú habitaste durante los dos
primeros años de tu vida, sino en una casita común en las afueras del poblado.
La casa de Janine y su diminuto jardín estaban llenos de
plantas en macetas. Había macetas incluso en el piso de su dormitorio. Y cuando
tenía visitas, no había nada que le gustara más que señalar, con sus dedos de
vieja trabajadora, la particularidad de cada una de sus plantas. Ellas le
hacían compañía. Janine hacía chistes, y contaba chismes, con ellas.
Aunque no hablo polaco, el país europeo donde me siento más
como en casa es Polonia. Comparto con los polacos algo de su orden de
prioridades. A la mayoría de ellos no les intriga el poder, porque han
sobrevivido a toda la mierda del poder que se pueda concebir. Son expertos en
darle la vuelta a los obstáculos. No paran de inventar tácticas para irla
llevando. Respetan los secretos. Tienen recuerdos duraderos. Hacen sopa de
acedera con acedera silvestre (Rumex acetosa. Conocida como agrella, vinagreira
o romaza). Quieren ser alegres.
Tú dices algo semejante en una de tus enojadas cartas desde
la prisión. Le respondías a la doliente carta que te enviaba alguna amistad, y
la autocompasión siempre te hizo enojar.Ser un ser humano, decías, es la
cuestión principal, por encima de todo. Y eso significa ser firmes y claros y
alegres; sí, alegres, pese a todo y cualquier cosa, porque chillar es el
negocio de los débiles. Ser seres humanos significa que, si es necesario, con
alegría avientes tu vida entera a la gigante balanza del destino, y al mismo
tiempo te regocijes en la brillantez de cada día y en la belleza de cada nube.
En años recientes, en Polonia se ha desarrollado un oficio
nuevo. Todo aquel que lo practica es conocido como stacz,que significa ocupar
el sitio. Uno paga a algún hombre o mujer para que haga alguna larga fila y le
retoma su sitio cuando ya está casi hasta adelante. Son colas para la comida,
para los utensilios de cocina, para algún tipo de licencia, para algún sello
gubernamental en un documento, para conseguir azúcar o botas de hule.
Inventan muchas tácticas para irla llevando.
A principios de la década de 1970, mi amiga Janine decidió
tomar un tren a Moscú, como varios de sus vecinos lo habían hecho. No fue una
decisión fácil. Apenas uno o dos años antes, en 1970, había ocurrido la masacre
de Dansk y otros puertos marinos: cientos de los trabajadores de los astilleros
se habían ido a huelga y la policía y los soldados polacos los acribillaron a
tiros por órdenes de Moscú.
Y tú lo anticipaste, Rosa. En tu comentario sobre la
Revolución Rusa de 1918 tú anticipaste los peligros implícitos en el modo
bolchevique de responder a todo razonamiento. “Una libertad sólo para los
miembros del gobierno, sólo para los miembros del partido –aunque éstos sean bastante
numerosos– no es, para nada, libertad. La libertad es siempre la libertad de
aquéllos que piensan diferente. De esta característica esencial de la libertad
política depende todo lo que es aleccionador, pleno y purificante, y no de
algún fanático concepto de la justicia. Si la ‘libertad’ se vuelve un
privilegio especial, sus efectos se desvanecen”.
Janine tomó el tren a Moscú para comprar oro. El oro valía
allá una tercera parte de su costo en Polonia. Al dejar atrás la estación
Bielorusski, eventualmente encontró los callejones donde los joyeros
autorizados tenían anillos para vender. Siempre había una larga fila de otras
mujeres extranjerasque esperaban comprar. En razón de la ley y el orden
cada una de estas mujeres llevaba un número con gis en la palma de la mano, que
indicaba su lugar en la cola. Un policía era quien dibujaba los números. Cuando
por fin Janine llegó hasta el mostrador preparó sus rublos y compró tres
anillos de oro.
De camino a la estación, le atrapó la mirada el objeto que
quiero enviarte, Rosa. Le costó apenas 50 kopek. Lo compró en el vuelo del
momento, porque le hizo ilusión. Éste podría conversar con sus plantas metidas
en macetas.
Tuvo que esperar mucho tiempo en la estación para tomar el
tren de regreso. Como lo supiste en tu época, estas estaciones rusas se
volvieron campamentos para los pasajeros que esperaban largo tiempo. Janine se
puso uno de sus anillos en el cuarto dedo de la mano izquierda, y los otros dos
se los escondió en sus partes íntimas. Cuando el tren arribó y ella se trepó,
un soldado le ofreció un asiento en un rincón. Suspiró con alivio –podría
dormir un poco. No tuvo problemas en la frontera.
En Zamosc vendió los anillos por el doble de la suma que
pagó por ellos, y aun así eran considerablemente más baratos que cualquiera que
se pudiera comprar en una tienda polaca. Después de deducir el boleto del tren,
Janine había logrado una ganancia inesperada.
El objeto que quiero enviarte, lo colocó en el quicio de la
ventana de su cocina.
Este objeto tiene algo de enciclopédico. Diderot explicó
así, en 1750, la enciclopedia que justo acababa de ayudar a concretar: El
objetivo de una enciclopedia es ensamblar todo el conocimiento esparcido por la
superficie de la Tierra, con el fin de demostrar el sistema general a la gente
que vendrá después de nosotros, de tal modo que los esfuerzos de los siglos
pasados no sean inútiles para los siglos venideros, para que nuestros
descendientes se vuelvan más letrados, puedan ser más virtuosos y más
felices...
Es una caja de cartón delgado, del tamaño de una cuartilla
antigua [de las conocidas como quartos. Su medida es de 23x30 centímetros].
Impreso en su tapa está un grabado a color del pájaro conocido en Europa
central como papamoscas collarino, y debajo hay dos palabras en cirílico ruso:
pájaros cantores.
Abre la tapa. Adentro hay tres hileras de cajas de cerillos,
seis cajas por hilera. Y cada caja tiene un etiqueta con el grabado en colores
de un pájaro cantor diferente. Dieciocho cantores diferentes. Y debajo de cada
grabado, en letra muy pequeña, está el nombre del pajarito en ruso. Tú que
escribiste furiosamente en ruso, polaco y alemán habrías podido leerlos. Yo no
puedo. Tengo que adivinar a partir de mi vaga memoria de cuando he observado
pájaros alguna vez.
Es extraña la satisfacción de identificar un pájaro vivo
mientras vuela o desaparece tras unos setos, ¿no crees? Implica una momentánea
y peculiar intimidad, como si en ese momento de reconocimiento uno se dirigiera
al pájaro –pese al estruendo o las confusiones de otros incontables eventos–
por su particular apodo: ¡aguzanieves!, ¡aguzanieves!
De los 18 pájaros en las etiquetas, reconozco tal vez cinco.
Las cajas están llenas de cerillos con cabeza verde. Sesenta
en cada caja. Lo mismo que los segundos en un minuto y los minutos en una hora.
Cada uno es una flama potencial.
La moderna clase proletaria, escribiste, no desarrolla
su lucha de acuerdo con el plan establecido en algún libro o teoría: la actual
lucha de los trabajadores es parte de la historia, es parte del progreso
social. Y en el centro de la historia, en el centro del progreso, en medio de
la lucha, es que aprendemos cómo debemos luchar.
En el interior de la tapa de la caja de cartón hay una breve
nota explicativa (era la URSS de la década de los 70) dirigida a los
coleccionistas de cajas de cerillos (los filumenistas, como se les conoce).
La nota brinda la siguiente información: en términos
evolucionarios los pájaros preceden a los animales. En el mundo actual existe
un estimado de 5 mil especies de pájaros. En la Unión Soviética hay 400
especies de pájaros cantores. Por lo general son los pájaros machos los que
cantan. Los pájaros cantores han desarrollado cuerdas vocales en el fondo de
sus gargantas, por lo común anidan en los arbustos, en los árboles o en el
suelo, y son de gran ayuda para la agricultura cerealera porque comen y, por
ende, eliminan hordas de insectos. Recientemente se han identificado tres
nuevas especies de gorriones cantores en áreas remotas de la Unión Soviética.
Janine guardaba su caja en el quicio de la ventana de la
cocina. Le daba placer, y en el invierno le recordaba del canto de los pájaros.
Cuando te encarcelaron por oponerte con vehemencia a la
Primera Guerra Mundial, escuchabas a un carbonero, un herrerillo azul que
siempre se quedaba cerca de tu ventana. “Venía con los otros a ser alimentado,
y diligente cantaba su graciosa cancioncita: tsii-tsii-bey. Sonaba como la
broma traviesa de un niño y siempre me hacía reír y yo le contestaba con el
mismo llamado. Luego el pájaro se desvaneció con los demás, a principios de
este mes, sin duda para hacer nido en otra parte. No vi ni escuché nada por
semanas. Pero ayer sus bien conocidas notas vinieron de repente del otro lado
del muro que separa nuestro patio de otra sección de la prisión; había alterado
su canto considerablemente porque ahora cantaba tres veces seguidas en rápida
sucesión: tsii-tsii-bey, tsii-tsii-bey, tsii-tsii-bey y luego se quedaba
callado. Y eso se me metió al corazón, porque era tanto lo que me transmitía en
este apresurado canto desde la distancia –toda la historia de la vida de los
pájaros”.
Tras varias semanas Janine decidió poner la caja en la alacena
debajo de la escalera. Pensó que esta alacena sería una suerte de refugio, lo
más cercano a una bodega, y en ella guardó lo que ella llamaba su reserva. La
reserva consistía en una lata de sal, una lata de azúcar para cocinar, una lata
más grande de harina, un paquete de kasha (sémola o gachas de trigo
sarraceno, cebada, centeno o trigo) y cerillos. La mayoría de las amas de casa
polacas mantenían un guardado como medio de supervivencia mínima para el día en
que, repentinamente, las tiendas ya no tuvieran nada en sus estantes, debido a
alguna crisis nacional.
Una crisis así llegó en 1980. De nuevo comenzó en Dansk,
donde los trabajadores se fueron a la huelga en protesta contra el alza en el
precio de los alimentos, y su acción hizo nacer el movimiento nacional conocido
como Solidarnosc [Solidaridad] que derrocó al gobierno.
La moderna clase proletaria, escribiste, no desarrolla
su lucha de acuerdo con el plan establecido en algún libro o teoría: la actual
lucha de los trabajadores es parte de la historia, es parte del progreso
social. Y en el centro de la historia, en el centro del progreso, en medio de
la lucha, es que aprendemos cómo debemos luchar.
Cuando Janine murió en 2010, su hijo Witek encontró la caja
en la alacena debajo de las escaleras y la trajo a París, donde ha estado
trabajando como plomero y albañil. Un día me la trajo y me la dio. Somos viejos
amigos. Nuestra amistad comenzó jugando cartas juntos, de tarde en tarde.
Jugábamos un juego ruso y polaco conocido como Imbecile. En él gana el jugador
que pierda primero todas sus cartas. Witek adivinó que la caja me dejaría
pensando.
Uno de los pájaros de la segunda fila de cajas de cerillos
lo reconocí como un pardillo, por su pico rosado y sus dos estrías blancas en
la cola. ¡Tsuuiit. Tsuuiit! A veces varios de ellos lo cantan a coro desde las
copas de los arbustos.
“El que más ha logrado
restaurarme a la razón es un amiguito cuya imagen les mando en un sobre. Este
camarada que sostiene su pico, con gallardía, con su frente en alto y ojos de
saberlo todo es llamado Hippolais hippolais, que en lenguaje
cotidiano es el zarcero común”.
Estás presa en Poznan en 1917 y continúas tu carta diciendo:
“este pájaro es un bicho raro. No canta una sola canción o una sola melodía
como los otros pájaros, sino que es un orador público por la gracia de Dios, y
se echa para adelante para hacer sus discursos en el jardín y lo hace con voz
muy fuerte y plena de emoción dramática, brincándose las transiciones, buscando
pasajes hasta llegar al arrebato. Parece plantearnos cuestiones imposibles, y
luego se apresura y se responde solo, con sinsentidos, haciendo las
aseveraciones más audaces, refutando acalorado opiniones que nadie ha
expresado, para salir volando por entre esas puertas abiertas de par en par y
de repente exclama triunfal: ‘¿no te dije, no te dije?’ Y de inmediato le
advierte a todos, lo quieran escuchar o no: ‘¡te lo dije, te lo dije!’ (Tiene
el sagaz hábito de repetir cada uno de sus agudas observaciones dos veces.)”
La caja del zarcero, Rosa, está llena de cerillos.
Las masas, decías en 1900, en realidad son su propio
líder, creando dialécticamente sus propios procedimientos de desarrollo.
Cómo te puedo enviar esta colección de cerillos a ti. Si los
matones que te asesinaron tiraron tu cuerpo mutilado a un canal en Berlín. Lo
encontraron en el agua estancada tres meses después. Algunos dudaron de que
fuera tu cadáver.
Puedo enviártela escribiendo estas páginas en estos oscuros
tiempos.
Yo fui, yo soy, yo seré, dijiste. Vives en tu ejemplo para
nosotros, Rosa. Y aquí está, te la estoy enviando a tu ejemplo.
Traducción del inglés por Ramón
Vera Herrera
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