Walter Benjamin ✆ Rocha |
Maciek
Wisniewski | Walter Benjamin (1892-1940) –incluso ya
cuando descubrió a Marx para su filosofía y crítica cultural, expandiendo
luego las fronteras del marxismo– no le prestó ninguna atención especial a la
cuestión del trabajo. Simplemente no era su principal tema de interés. Pero la
historia de su vida –como las historias de tantos de nosotros que, viviendo
bajo el capitalismo, estamos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo para
poder sobrevivir– estuvo íntimamente entrelazada con este asunto.
Los fantasmas de inseguridad y precariedad, los problemas
financieros y laborales, acechaban al autor de las Tesis sobre la historia desde
el principio hasta su muerte suicida; su vida en este sentido –y en sus propias
palabras– era una permanente ruina y catástrofe. Cuando sus
planes de emprender una carrera universitaria de tiempo completo se vieron
finalmente frustrados (en un momento, incapaz de mantener a su esposa e hijo,
tuvo que volver a vivir con sus padres), la única fuente estable de ingresos
eran sus colaboraciones para la radio, en aquel entonces una nueva oportunidad
laboral para los knowledge workers (véase: Radio
Benjamin, Verso, 2014, 424 pp.).
Si bien él mismo menospreciaba este trabajo, sólo para
el dinero –una de las razones por las que sus programas cayeron en el
olvido–, aquellos años fueron para él una época de una rara y preciada
seguridad, encima en los tiempos de la Gran Depresión de los años 30 (y el
único momento en que tuvo a un verdadero jefe: su amigo Ernst Scholem,
director artístico de la Radio Francfort); la llegada de los nazis al poder
–entre otros, gracias al desempleo rampante– lo dejó otra vez sin un empleo
fijo y lleno de pensamientos sombríos (Ibid., p. xx).
Entre sus programas hay dos sobre el trabajo: uno de los
jóvenes y el mercado laboral; otro de cómo relacionarse con un jefe. Ambos –más
allá de los cambios en las modalidades del trabajo– tocan problemas que siguen
siendo actuales, sobre todo a la luz de la crisis en curso.
Carousel of jobs (p.
283-291). ¿No es la imagen de un carrusel muy apta para hablar de lo que siente
un joven a punto de escoger una carrera, contemplando todos los pros y
contras?, preguntaba Benjamin, y añadía: ¡Pero qué tan graves y opresivas
se volvieron estas cuestiones a raíz del desempleo en Europa!
Si bien antes, en una era más idílica–continuaba–, el
lema era el hombre correcto en un lugar preciso, ahora el lugar preciso era
donde uno tenía oportunidad de quedarse. ¿Suena familiar?
Sin duda lo es hoy para millones de jóvenes europeos de la generación
perdida, a quienes el sistema es incapaz de ofrecer oportunidades de planear
y/o desarrollar sus vidas y carreras, contando con un buen salario y seguridad
social.
Y que –si tienen suerte– deben conformarse con cualquier
trabajo, por más precario que sea; como los jóvenes en España, donde el paro
juvenil es mayor de 50 por ciento (Público, 23/4/15).
Pero no sólo es problema de Europa: en México por ejemplo
siete de cada 10 jóvenes tienen un empleo informal y su tasa de desempleo es
del doble a la media nacional (La Jornada, 27/2/15).
Para Michael Roberts, marxista inglés que analizando los
ciclos capitalistas subraya que entramos en una gran recesión, esto ya es una brecha
generacional. Por ejemplo, él y otros nacidos entre 1946 y 1965 son unalucky generation que creció en
una era más idílica, en que el capital, gozando de altas tasas de ganancia
después de la guerra, era capaz de ofrecerle más concesiones al trabajo y
repartir la riqueza de manera más igual.
Pero ante la caída de la tasa de ganancia a partir de los
años 70, la contraofensiva neoliberal empujó por los recortes de salarios,
derechos y prestaciones, flexibilizando el trabajo ypromoviendo el
autoempleo (The Next Recession blog,
5/3/15).
Los jóvenes nacidos entre 1980 y 2000 –la generación
del milenio– ya fueron entrenados en estas nuevas modalidades, a
punto de asegurar ellos mismos que no desean estabilidad–¡sic!–, empleo,
ni salario fijo, prefiriendo ser sus propios jefes. Si bien esta postura
se parece a unnoble afán de liberarse de las restricciones
laborales/corporativas, en realidad es parte del proceso de alienación y
despojo –de lo que el sistema ya no es capaz ni está dispuesto a ofrecer– sólo
disfrazado de libre elección.
A pay rise?! Whatever
gave you that idea! (pp. 292-303). Fue uno de sus modelos
experimentales de escuchar, ideados para enseñarle al radioescucha cómo
lidiar con las situaciones conflictivas. Éste era una historia de dos empleados
–uno menos y otro más astuto– que pedían a su jefe un aumento.
Sólo el segundo, gracias a una táctica inteligente –diseñada por
el propio Benjamin, algo bastante irónico, dadas sus propias incapacidades en
este tema...–, lo logró, y a pesar de los tiempos como estos (¡la
crisis de los años 30!).
Una historia parecida –pero en forma de una carrera de
obstáculos (véase)–
narró Georges Perec (1936-1982) en su novela, también convertida en un programa
de radio, donde la solicitud de un aumento refleja la neurosis de una mente
corporativa (The art of asking your boss
for a raise, Verso, 2011, 96 pp.).
¿Y hoy? ¿Quién se atrevería a pedir un aumento hoy? Cuando la
nueva normalidad es trabajar más por menos dinero, tolerar la creciente
disparidad de ingresos –en los años 70 un director ejecutivo cobraba 30 veces
más que un trabajador promedio; hoy, 300 veces más (Economic Policy Institute Report, 2014)– y aceptar los recortes
salariales en nombre de combatir a la crisis ycrear nuevos empleos.
Pero como bien subraya Michel Husson, un destacado marxista
francés, bajar salarios para crear empleo nunca ha funcionado y es una estafa (Público,27/8/13).
Mientras tanto, el carrusel de la austeridad –puesto en
movimiento justamente para bajar los salarios, estándares laborales y asfixiar
aún más al mundo de trabajo– sigue girando.
Algunos jóvenes parados o subempleados le oponen resistencia,
como aquellos jóvenes griegos que apoyaron a Syriza; aunque otros, por la misma
frustración, decidieron apoyar a la neonazi Aurora Dorada.
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