Para nosotros, esta pregunta está vinculada prioritariamente
con un intento de entender las condiciones de vida y de lucha que hacen de la
crisis una situación de inestabilidad y de apertura de perspectivas en un
sentido profundo. Es a partir de estas premisas que nos orientan y organizan,
tanto metodológica como políticamente, que abordamos temas claves que están en
el centro de la discusión crítica sobre la transición, aun actual, del
capitalismo. En particular, desplegando la cuestión de una transformación
radical de la lógica del régimen de acumulación más allá del paradigma
industrial y planteando el problema de la organización global de esta nueva
fase.
El neoliberalismo se convirtió en una de las narrativas más
difundidas para dar cuenta de estos procesos. Desde hace más de una década, en
América Latina se lo discute, se lo combate y, en los últimos años, aparece en
la retórica de varios gobiernos como una rémora arcaica, como parte de un
pasado ya superado. La crisis global de 2007-8 fue vista como una oportunidad
para el continente, frente a la evidencia del declive de Estados Unidos y
Europa. Las imágenes asociadas al BRIC se popularizaron como una alternativa en
el mapa mundial, suscitando expectativas de todo tipo para una suerte de nuevo
desarrollo en la región. Sin embargo, el continente no estuvo blindado frente a
la crisis. Brasil y Argentina muestran por diferentes vías las consecuencias de
ese impacto que no es sólo económico, sino también político en la medida que
cuestiona la fuente de la propia legitimidad de los gobiernos “progresistas”.
Al mismo tiempo, se evidencia el modo restringido bajo el
cual se caracterizó al neoliberalismo: básicamente como una serie de medidas
inspiradas en la ideología de los organismos internacionales de crédito y como
un conjunto de políticas macro-económicas de privatización y ajuste bajo la
consigna de un retroceso del Estado. Más allá de la crisis de legitimidad
política del neoliberalismo puesta en evidencia por las insurgencias populares
que lo cuestionaron y abrieron un espacio de posibilidad para otro tipo de
gubernamentalidad, queda aun pendiente su caracterización en términos de
producción de subjetividades vinculadas a las modificaciones estructurales ya
acontecidas en las décadas pasadas. Esto es algo que permanece impensado cuando
se nombra al momento actual como neodesarrollismo, contraponiéndolo de modo
lineal con el neoliberalismo.
En la actual coyuntura, se vuelve necesario desplegar una
perspectiva crítica capaz de identificar los rasgos constitutivos del momento
capitalista actual en América Latina y a nivel global para poner de relieve la
importancia de nuevas conflictividades sociales así como las dinámicas políticas
que abren el debate sobre qué sería un verdadero más allá del neoliberalismo.
Uno de los diagnósticos más difundidos sobre la etapa presente a nivel del continente se expresa en la idea de un neo-extractivismo que pondría a la región frente a una remozada forma de dependencia y primarización de su economía. La novedad, frente a otros momentos históricos, provendría de la forma en que el Estado es capaz de utilizar y direccionar cierta parte de la renta extraordinaria de los recursos naturales. Una fórmula con que se sintetiza esta escena regional es la que habla de un pasaje: del Consenso de Washington al Consenso de los Commodities (Svampa y Viale, 2014). Una serie de explotaciones vinculadas a recursos primarios generalmente no renovables que van de la megaminería al agrobusinnes, pasando por reservas hidrocarburíferas y la frontera forestal y pesquera (con las infraestructuras logísticas correlacionadas), recolocan a las economías latinoamericanas en su clásico papel de proveedoras de materias primas, sólo que esta vez dirigidas principalmente a China.
Uno de los referentes de los gobiernos progresistas, Álvaro
García Linera (2012), defiende este modelo justamente haciendo referencia a una
supuesta rigidez absoluta del mercado mundial y de la división internacional
del trabajo que limitaría estructuralmente las posibilidades de los países
latinoamericanos. Pero también marcando un realismo sobre la región: el
neoextractivismo funcionaría como vía posible de superación de la hegemonía
financiera tal como se desarrolló durante la década del 90. Sin embargo, a
pesar de ser contrapuestas (una crítica y otra celebratoria del momento actual)
ambas argumentaciones comparten un supuesto: el extractivismo aparece
diferenciado del momento financiero. Nos interesa, en cambio, radicalizar la
noción misma de extractivismo para, por un lado, señalar su relación orgánica
con las finanzas y, por otro, ir más allá de su sectorización en las materias
primas. Estamos convencidos de que una ampliación del concepto de extracción
puede ayudarnos a definir de una manera más sistémica rasgos fundamentales de
la lógica de funcionamiento del capitalismo actual, más allá de la recurrente
definición negativa (lo que ya no es), pero también de su inacabada transición
(un infinito post).
Mientras que la crítica del neoextractivismo es muy eficaz en subrayar continuidades en el patrón de desarrollo, y por tanto en obligarnos a abrir un espacio para la búsqueda de alternativas, nos resulta problemática su perspectiva política inmediata. Por una parte, porque tiende a dejar de lado las complejas economías políticas de los territorios periféricos suburbanos, enfocándose en los sitios literales de las actividades extractivas, de modo tal que termina por desconectar ambos espacios y ambas economías. Por otra parte, al enfocar como único conector entre ellas a los subsidios estatales, la crítica del neoextractivismo contribuye a una pasivización de las poblaciones pobres urbanas que funciona en paralelo con una tendencia a la victimización de las poblaciones rurales afectadas. En esta modalidad de análisis, donde conceptos como desposesión y despojo se vuelven centrales, se opaca por un lado la categoría misma de explotación y, por otro, se desconoce la producción de valor de esas poblaciones que las propias finanzas ya evalúan como no marginales. En este sentido, hay que agregar que nuestro proyecto de ampliación del concepto de extracción se conecta metodológica y políticamente con una larga historia de luchas y elaboraciones teóricas que ampliaron el concepto mismo de explotación.
Operaciones
extractivas
Hay algunas imágenes-conceptuales que podemos tomar como
punto de partida para abrir el concepto de extracción. Dicho de otro modo:
ampliarlo en el sentido de proyectarlo, ensancharlo, complejizarlo. La primera
es, a simple vista, más clásicamente asociada a una variante neo-extractiva: la
nueva semilla de Monsanto Intacta RR2 Pro, propagandizada como parte de una
nueva generación de semillas cuya misión es permitir expandirse a las oleaginosas
incluso en áreas “cada vez más marginales” (Cáceres 2014:9). Esa expansión que
busca colonizar nuevos territorios está vehiculizada por un complejo juego
entre patentes intelectuales, insumos tecnológicos, instrumentos financieros y
una dinámica concreta de producción y apropiación de conocimiento. Al mismo
tiempo, ese avance territorial es imposible sin unas formas específicas de
violencia política sobre las tierras para volverlas “disponibles”, una
condición que no es para nada natural. De modo tal, que la extracción aquí se
basa en una dinámica que antecede a la semilla a la vez que la presupone: la
producción del territorio mismo y, por tanto, del proceso de valorización en el
que se inscribe. Esta imagen, puesta en estos términos, puede también funcionar
como metáfora de un proceso más amplio en el cual el capital ocupa espacios
marginales para convertirlos en suelo de sus operaciones. La dinámica vinculada
a las finanzas que desarrollaremos en el próximo punto es un buen ejemplo de
esta misma operatoria.
La segunda imagen nos lleva al mundo de la minería pero en
un sentido no tradicional: a lo que se podría llamar una forma de minería
digital. En algunas regiones de China, pero también en otras partes del mundo,
miles de jóvenes migrantes trabajan jugando. Pasan horas y horas en
talleres-galpones frente a computadoras y bajo control de sus patrones. Se
especializan en diferentes juegos donde se trata de recolectar puntos o
recompensas en su interior, por eso se denomina a esta actividad Gold Farming:
sus trabajadores-jugadores son una suerte de granjeros recolectores que le
dedican tiempo a estos juegos generalmente de multijugadores. Un tiempo que los
jugadores de otras latitudes, especialmente en Estados Unidos, no tienen pero
por el cual están dispuestos a pagar (Dyer-Witheford 2009 y Altenried 2014).
Esta imagen nos parece especialmente importante porque pone de relieve la
cuestión del trabajo, de su organización y explotación. Además, el tema de la
minería digital exhibe de modo directo el papel clave que juegan las
operaciones extractivas en el llamado capitalismo digital. Lo que se conoce
como data mining (minería de datos) es, otra vez, un suelo, una condición
preliminar necesaria, para la valorización del capital en espacios
empresariales que todos usamos cotidianamente, tales como Google o Facebook. La
manera en que se instrumenta esa extracción es a través de algoritmos cada vez
más sofisticados, no tan distintos de aquellos que arman la producción de
perfiles (de consumo, de salud, de conductas) y de aquellos que organizan las
operaciones financieras en el tiempo de la high-frequency trading (Pasquinelli
2014).
Por último, en los cordones de la periferia de Buenos Aires,
están las financieras que se montan en los mismos locales en los que se vende
ropa deportiva o electrodomésticos. A distancia de una escalera, se ofrecen los
créditos para el consumo que se van a destinar a comprar en ese mismo espacio
físico. A su vez, esos créditos de dinero efectivo inmediato se consiguen por
medio de una acreditación muy precisa: el número de beneficiario que se tiene
al recibir un plan social o subsidio. De modo tal que la extracción financiera
se organiza sobre sectores que no tienen una capacidad de solvencia dada por el
mercado de trabajo tradicional y que, sin embargo, al ser reconocidos como
población subsidiada, el Estado acredita su inscripción bancaria. Así, las
financieras extraen literalmente valor de un conjunto de actividades, formas de
cooperación y de obligaciones de laboriosidad a futuro, con garantía del
Estado.
Empezamos a ver cómo la extracción, tomada en un sentido
amplio, delinea unos rasgos preponderantes de las operaciones del capital en
sectores estratégicos de su desarrollo actual –de lo territorial a lo digital
pasando por lo financiero. La primera imagen nos habla en particular de la
importancia que toma, tanto literal como simbólicamente, la expansión de las
fronteras del capital hacia espacios y sujetos construidos como marginales y
periféricos (Mezzadra-Neilson, 2013). Como veremos en el punto 4, esta dinámica
expansiva caracteriza el concepto mismo del capital, y nos lleva en particular
hacia una discusión del tema de la llamada acumulación originaria. No es por
azar que este tema ha sido retomado intensamente en la discusión crítica sobre
el momento actual del capitalismo (cf. Mezzadra 2011). Por el momento podemos
singularizar tres rasgos salientes del concepto ampliado de extracción que nos
parece estar en juego en las imágenes que acabamos de presentar.
1. En primer
lugar, la extracción no puede reducirse a operaciones vinculadas a materias
primas devenidas commodities a nivel global. Por un lado, porque la dinámica de
lo digital y de lo financiero tiene un papel fundamental incluso en las
operaciones de extracción de materias primas, en la organización de la
logística de su circulación y hasta en la determinación de alzas y bajas de
precios en las bolsas internacionales. Esto implica complejizar la imagen misma
de América Latina y de su posición en la llamada división internacional del
trabajo. Por otro lado, porque la extracción no puede ser confinada a materias
inertes. La extracción tiene también que ver con la extracción de fuerza de
trabajo, en un sentido tal que permite ampliar y complementar, como ya lo
señalamos, la noción misma de explotación. Si la extracción es un rasgo
constitutivo de las operaciones actuales del capital, hace falta plantear el
tema de cómo el capital mismo se relaciona con lo que en términos tradicionales
se puede llamar trabajo, y que sin embargo –como se observa en los ejemplos de
lo digital y de lo financiero– toma cada vez más la forma de una cooperación
social compleja y altamente heterogénea.
2. Desde este
punto de vista, el concepto de extracción supone cierta exterioridad del
capital frente al trabajo vivo, a la cooperación social. La relación extractiva
se presenta bastante distinta de la relación de explotación que se conforma en
una fábrica a partir de la estipulación de un contrato de trabajo asalariado.
Mientras que el contrato introduce al trabajador en un espacio que está
directamente organizado por el capital, en casos tan distintos como las
finanzas populares (vía créditos al consumo) o de Facebook (por medio de una
empresa que extrae valor de las interacciones de datos) nos encontramos con
actores capitalistas que no organizan directamente la cooperación social que
explotan. En este sentido hablamos de cierta exterioridad. Pero es
inmediatamente necesario complejizar y cuestionar la idea de exterioridad, por
lo menos en dos sentidos. Por un lado, si bien los actores capitalistas de los
que hablamos no organizan directamente la cooperación de los sujetos, esta
cooperación está lejos de ser libre: en el caso de Facebook está permeada por
las operaciones del algoritmo, en el caso de las finanzas populares se
desarrolla bajo el signo de la deuda. Por otro lado, en esta cooperación actúan
otros actores capitalistas, entre los cuales se encuentran también los más
clásicos empresarios industriales. De todas maneras, es justamente esta
coordenada compleja entre afuera-adentro la que abre un campo de batalla en el
sentido de una disputa por apropiaciones, codificaciones y posibilidades de
liberación.
3. En tercer
lugar, lo extractivo no puede asociarse unilateralmente al paisaje rural o no
urbano. Por los puntos anteriores –porque no se trata sólo de materias primas
ni porque no estamos frente a una exterioridad total–, lo que es necesario
subrayar son los circuitos en los cuales las operaciones extractivas toman
forma y velocidad, desarmando el binarismo campo-ciudad. Hasta ahora, cuando se
hace notar ese vínculo se lo hace criticando al populismo como momento político
que se adosa a un modelo económico de tipo extractivo. Como intentamos marcar,
esta división despolitiza otras formas extractivas en las que, de modos
precisos, se activa la extracción de valor de una vitalidad popular
crecientemente endeudada pero nunca totalmente sumisa. Esta ciudad, que aparece
formateada por el dinamismo urbano de las periferias, es también diferente a la
ciudad gentrificada con la que, otras veces, se vincula la renta extractiva
hablando de “extractivismo urbano” (Massuh 2014, 55-60). Las lógicas
extractivas cruzan en este sentido el gobierno de la pobreza, produciendo
violencia e hibridándose con las mismas lógicas y retóricas de inclusión
planteadas por el discurso de la ciudadanía. Bajo esta perspectiva, creemos, se
logra también una lectura de las nuevas conflictividades sociales que permiten
mapear la trama del agrobusiness, las finanzas, las economías ilegales (del
narco al contrabando) y los subsidios estatales según lógicas a la vez
complementarias y en competencia. Son estas lógicas, al mismo tiempo, las que
permiten correrse de la imagen victimista que la narración del despojo tiende a
enfatizar.
Extractivismo
financiero y finanzas populares
En la discusión crítica sobre el momento actual del
capitalismo el tema de las finanzas y la relevancia de los procesos de
financierización han sido clave en las últimas décadas. Sin embargo, hay que
subrayar, en la línea de los trabajos históricos de Fernand Braudel y de
autores vinculados a la llamada teoría del sistema-mundo como Immanuel
Wallerstein y Giovanni Arrighi, que la financierización no es para nada una
novedad en la historia del capitalismo. Lo que estos autores analizan como
ciclos hegemónicos de acumulación a nivel mundial, han estado marcados –desde
el principio de la modernidad pero especialmente en su momento de declive– como
momentos de desplazamiento de las actividades económicas hacia las finanzas.
Bajo esta perspectiva, los procesos contemporáneos de financierización se
podrían entender como síntoma del ocaso de la hegemonía estadounidense a nivel
global (cf. Arrighi 2007). En este sentido, el veloz ascenso de China como
poder a escala planetaria suele completar el diagnóstico. Desde cierta mirada
latinoamericana, hay posiciones que valoran positivamente este desplazamiento
del poder global hacia Asia argumentando que emerge una posibilidad de
autonomía frente a la dominación de Occidente (cf. Mignolo 2012).
Sin embargo, y sin negar que la situación global
contemporánea esté caracterizada por nuevas dinámicas y nuevos espacios, lo que
nos parece más importante subrayar respecto del momento actual es una posición
de lo financiero extremadamente singular en su aspecto tanto de escala como de
intensidad. Desde el punto de vista de la pregunta que planteamos al principio
sobre la persistencia o no del paradigma industrial en el capitalismo actual,
es necesario resaltar que justamente las mismas actividades industriales
aparecen subordinadas a la lógica y a la racionalidad financiera. Nos
encontramos entonces en una situación radicalmente distinta de la descripta en
los debates clásicos sobre el imperialismo del principio del siglo XX, como son
las posiciones, por ejemplo, de Hilferding y Lenin. En análisis recientes
propuestos por autores como Christian Marazzi (2014) y Randy Martin (2002), aun
desde distintas perspectivas teóricas, lo financiero emerge como momento de
mando y de articulación unitaria del capitalismo contemporáneo. Por un lado, la
interdependencia a nivel global, con las turbulencias, las tensiones y los
conflictos que la atraviesan, es regulada principalmente a través de los
mercados financieros. Por otro lado, lo financiero es caracterizado hoy por una
tendencia hacia la penetración intensiva en la vida social de las poblaciones,
convirtiéndose en la mediación cotidiana tanto del consumo como de las
múltiples formas de empleo. Como muchos análisis señalan, en las últimas
décadas se produjo un proceso de desplazamiento de las condiciones bajo las
cuales se implementa aquello que se había afirmado en el marco de los llamados
derechos sociales –de las jubilaciones a la vivienda– hacia los mercados
financieros (cf. por ejemplo Crouch 2009).
Ya mencionamos la importancia de las innovaciones
tecnológicas en la actividad financiera, hablando de high frequency trading.
Hay que agregar por lo menos algo sobre el tema de los derivados, que jugaron
un papel sobresaliente en la reorganización de las finanzas, sea en su
dimensión extensiva (en la articulación de la interdependencia global), sea en
su dimensión intensiva (en la penetración de lo social). Como señala Randy
Martin, la difusión y la sofisticación cada vez mayor de estos instrumentos
financieros produjeron una profunda alteración en la naturaleza misma de la
mercancía. Otra vez, el contraste con lo industrial es llamativo: donde la
línea de montaje junta todos los elementos en un lugar para construir una
mercancía integrada, la ingeniería financiera invierte el procedimiento, “desmontando
la mercancía en sus elementos variables y constituyentes y dispersando sus
atributos para ser conectados con elementos de otras mercancías de interés para
un mercado global orientado por el intercambio bajo la lógica del riesgo”
(Martin 2013, 89). Hay que subrayar que esta lógica puede ilustrar la dinámica
de los commodities asociados al extractivismo, remarcando su vinculación íntima
con las lógicas de las finanzas. Es precisamente el procedimiento de desmontaje
y reconexión el que nos permite también pensar las formas de ampliación del
extractivismo como lógica de valorización.
Desde otro ángulo, analizando la crisis de las hipotecas
subprime en EE.UU., Saskia Sassen pone de relieve la tendencia de las finanzas
a incorporar economías no financierizadas. Lo que nos parece relevante remarcar
es que, en esta expansión continua de las fronteras de la valorización
financiera a través de la “colonización” de territorios sociales ajenos a su
mando, aparece paulatinamente una dimensión extractiva de las operaciones
financieras. Saskia Sassen (2010, 27) toma este punto hablando de la relación
entre finanzas y acumulación originaria y de la persistencia de su lógica
extractiva en los procesos más avanzados de financierización. Haciendo hincapié
en la ola de ejecuciones hipotecarias y desalojos que siguieron a la crisis del
2007-8, Sassen (2014) destaca el momento de la expulsión como rasgo distintivo
del capitalismo contemporáneo. Sin embargo, en su argumento subraya la difusión
a nivel global de instrumentos financieros como los subprime, que tienen como
objetivo la incorporación de la economía vital de poblaciones pobres o
empobrecidas, bajo un patrón que parece reproducir lo que vimos en el caso de
la nueva generación de semillas Monsanto: conquistar nuevos territorios,
especialmente aquellos que parecían periféricos o marginales desde el punto de
vista de la valorización financiera. Mientras que Sassen plantea una oposición
binaria entra expulsión e incorporación (cf. Sassen 2014, 211), nos parece más
productivo trabajar la hipótesis según la cual lo que está en juego en la
expansión de las operaciones extractivas de las finanzas es el desplazamiento y
el continuo replanteo de la propia frontera entre incorporación y expulsión
(cf. Mezzadra-Neilson, 2015).
¿Cómo afectan estos procesos de financierización a la región
latinoamericana? Una hipótesis es que esta financierización aparece bajo una
paradojal doble negación. Por un lado, porque desde los llamados gobiernos
progresistas, como ya señalamos, la hegemonía de las finanzas parece ser una
cuestión limitada a la década del 90. Sin embargo, en el actual momento de
desaceleración del crecimiento en países como Argentina y Brasil, las formas en
que se vuelve a pensar la relación especialmente con el crédito externo pero en
forma más general con el desarrollo mismo, repone varias de aquellas premisas
que parecían del pasado (Cepal 2014). Por otro, porque la combinación entre
finanzas e inclusión social, bajo la fórmula de una financierización de los
derechos sociales, remarca especialmente en las retóricas oficialistas su
dimensión inclusiva y deja en las sombras los instrumentos financieros con los
que ésta se operativiza.
Las finanzas, sin embargo, no dejan de desocultarse y
evidenciarse por abajo. Un escenario en el que estos desplazamientos exhiben
una velocidad y una movilidad sorprendente es el mercado inmobiliario informal,
producido por secuencias que van de la ocupación de tierras (expansión
horizontal) al crecimiento vertical de las villas, favelas o slums (ocupación
intensiva del espacio). En Buenos Aires, en particular, esta dinámica popular
no es ajena a la lógica financiera y lo hace de un modo que nos obliga a pensar
cómo las finanzas se sumergen y no sólo capturan desde arriba las economías
vitales. Se abre así un terreno más promiscuo que conjuga de manera variable
incorporaciones, expulsiones, pero también formas diferenciales de acceso a la
vivienda y disputa por la tierra en contextos urbanos. El mercado inmobiliario
informal, además, expresa una combinación que no es tenida en cuenta por la
lógica exclusión/inclusión en términos absolutos: la vinculación orgánica entre
progreso económico y crecimiento de las villas, favelas o slums y
asentamientos, clásicamente pensados como lo otro del desarrollo. La mixtura de
temporalidades, que desbordan el progreso en su sentido lineal pero que no
dejan de tener en cuenta esa noción y de disputarla, también puede verse en el
mundo del trabajo. El crecimiento de modalidades de empleo formal es
inescindible de una proliferación y multiplicación de espacios informales,
ilegales, que no funcionan como un mundo aparte sino conectándose, también de
maneras variadas, con el llamado “crecimiento económico” (Gago, 2014 y 2015).
Es en este terreno promiscuo donde las finanzas se
concretizan, tocan el piso, y aparecen de manera a la vez violenta y seductora,
abriendo una serie de disputas y tensiones. Las lógicas de consumo a través del
endeudamiento de los sectores populares pone de relieve no sólo su dimensión de
sometimiento (Lazzarato 2013), sino que nos obliga a pensar cómo promueven
formas de inclusión que ponen en cuestión el término mismo. Pero sobre todo,
nos exigen analizar las articulaciones concretas entre territorios y finanzas y
el papel del Estado en dicha trama. Una tríada que está redefiniendo, en su
accionar, la frontera misma de lo que entendemos por neoliberalismo. Es el
“polimorfismo” que caracteriza al neoliberalismo el que desplaza esas fronteras
y avanza sobre el modo en que son incorporadas economías clásicamente
consideradas periféricas o marginales a una dinámica de valorización financiera
en la medida en que se evalúan como rentables una serie de actividades (de la
autogestión a ciertas estrategias comunitarias), de flujos (de favores,
migraciones e intercambios) y espacios (como el mercado inmobiliario informal
que ya mencionamos). El extractivismo ampliado es una fórmula que debe poder
dar cuenta, desde nuestro punto de vista, de las maneras en que múltiples
dispositivos financieros actúan en estos territorios extrayendo valor de una
cooperación y una vitalidad social que no contribuyen a organizar.
¿Afuera del
capital?
Lo que acabamos de argumentar sobre la relación que el
capital financiero despliega con la cooperación social que explota nos lleva a
retomar y a desarrollar de una manera más fina la cuestión de la exterioridad
que parece pertenecer al concepto mismo de extracción. Nos encontramos así con
un problema clásico en el análisis del capitalismo: ¿qué constituye el afuera
del capital si es que podemos sostener que existe? Dicho de otra manera, ¿el
capital logra y hasta necesita totalizar el conjunto de las relaciones
sociales? Desde distintas perspectivas, tanto Rosa Luxemburgo [1913] como Karl
Polanyi [1944] plantearon estos interrogantes y concluyeron que el capitalismo
necesita algo así como un afuera constitutivo, capaz de proveer recursos de
renovación permanente. En el caso de Luxemburgo, el afuera se define en
términos espaciales y geográficos, tomando en primer lugar la forma de territorios
todavía no capitalistas que podían ser subsumidos a través de una continua
repetición de los procesos descritos por Marx en su análisis de la llamada
acumulación originaria. En el caso de Polanyi, se incorporan recursos y
relaciones no mercantiles, que constituyen los presupuestos sociales y
culturales del propio capitalismo. Las dinámicas de mercantilización,
involucrando mercancías “ficticias” como tierra, dinero y trabajo, desafían
estos presupuestos y dan lugar a un contra-movimiento de defensa de la
sociedad.
Estos temas están al centro de la discusión crítica
contemporánea, en la cual reaparecen por ejemplo las controversias sobre
imperio e imperialismo así como los múltiples intentos de replantear la
distinción entre capital y capitalismo. En un ensayo reciente, Nancy Fraser,
proponiéndose “una concepción ampliada del capitalismo”, argumenta como base de
su idea de ampliación que la mercantilización y monetarización de las
relaciones sociales nunca ha sido ni es completa. Más bien, por el contrario,
el capital dependería “para su misma existencia de zonas no mercantilizadas”
(Fraser 2014, 70). Emerge así lo que ella llama “enfrentamientos por los
límites”: o sea, un conjunto de conflictos que surgen en las fronteras entre
“zonas” mercantilizadas y no mercantilizadas. Hay que agregar que para Fraser
estas últimas no dan “un punto de observación completamente externo que permita
una forma de crítica absolutamente pura y plenamente radical” (74). En otros
términos: no se plantea una idealización de espacios incontaminados por la
lógica del capital. Esto nos parece sumamente relevante desde el punto de vista
de las premisas de una política anticapitalista.
Aun si este planteo resulta sugerente e interesante,
nosotros queremos proponer otra vía de entrada en la discusión sobre el tema
del “afuera” del capital. Justamente retomando el análisis marxiano de la
acumulación originaria, hay que subrayar que planteando la hipótesis de su
continuidad a lo largo y a lo ancho del desarrollo del capitalismo es difícil
considerar la existencia de zonas no mercantilizadas en el presente. Mientras
que el análisis de Marx se concentraba en el momento de la transición hacia el
capitalismo, el uso contemporáneo de la categoría misma de acumulación
originaria se refiere a transiciones al interior del capitalismo y, más en
general, a momentos constitutivos del actuar del capital. Si por esta razón
detectar las fronteras de valorización se vuelve un punto clave, que ellas se
muevan al interior del capitalismo implica también dejar abierta la pregunta
sobre un potencial desborde, lo que quiere decir un más allá del propio
capitalismo.
Cercamientos, violencia extra-económica, apertura del
mercado mundial: estos procesos destacados por Marx como característicos de la
acumulación originaria se representan de forma distinta en el momento en que el
problema ya no es la “colonización” de espacios geográficos y sociales no
capitalistas, sino la violenta reorganización de espacios y sociedades ya
sumidos a la lógica de la valorización capitalista. En un pasaje de los
Grundrisse, Marx escribe que “la tendencia a crear el mercado mundial está dada
directamente en la idea misma del capital. Todo límite se le presenta como una
barrera a superar” (Marx 1989, II, 360). Si bien en este pasaje Marx subraya la
dimensión extensiva de la expansión de las fronteras del capital, nos parece
que la dialéctica entre “límite” y “barrera” es extremadamente sugerente
también para analizar la dimensión intensiva de la misma expansión. Es la
combinación precisa entre las dos dimensiones lo que permite al capital
reproducirse aun cuando se haya completado su expansión geográfica. Al mismo
tiempo, si bien hay una tendencia totalizante que pertenece al “concepto mismo
de capital” en cuanto modo de producción, el encuentro con el “límite” sigue
siendo un recurso fundamental para su desarrollo. Y en el momento en que no hay
más límites en un sentido literal, los límites son producidos por el propio
capital a través de dinámicas que recuerdan de una manera muy similar las
dinámicas de la acumulación originaria (Mezzadra 2014).
Entre estas dinámicas juegan un papel sobresaliente los
procesos de desposesión vinculados a operaciones extractivas. En este sentido,
el concepto de “acumulación por desposesión” propuesto por David Harvey (2004)
es un avance importante, porque permite desprender a la acumulación originaria
de su vinculación únicamente con el “origen” del capitalismo para reconectarla
con cada momento de crisis y relanzamiento de la acumulación y, de manera particular,
con nuestra época. Es notable la difusión particular que este concepto alcanzó
en América Latina durante los últimos años, como idea capaz de explicar las
dinámicas neo-extractivas. La desposesión o el despojo se convirtieron así en
un vocabulario también disponible para muchas experiencias de resistencia que
parecían ser aquellas que emergían tras “el fin del trabajo” y las luchas
asociadas a aquel ciclo. Nuevamente, nos resulta una transición problemática:
ya que ese pasaje del conflicto ligado al empleo y, más precisamente, al
desempleo hacia lo que se ha denominado “giro eco-territorial” de las luchas
(Svampa-Viale, 2014), deja de lado –en su argumento secuencial– las formas en
que la explotación se reconfigura justamente en paralelo a las formas
desposesivas. El propio Harvey ha contribuido a este énfasis: mientras que su
concepto de desposesión resulta novedoso y atractivo, su concepto de
explotación queda relegado en una definición tradicional, convirtiéndose en el
otro de la desposesión y quedando vinculado con la realidad del trabajo
asalariado definida por una esfera de la producción pensada bajo el paradigma
industrial.
En vez de aislar el momento de la desposesión del momento de
la explotación nos resulta fundamental destacar que en el análisis de Marx de
la acumulación originaria hay un enfoque muy fuerte sobre lo que hoy podemos
llamar producción de subjetividad. La desposesión, en este análisis, es
justamente la separación de los productores de los medios de producción, el
presupuesto de la posibilidad misma de la explotación. Lo que hay que agregar
es que el propio Marx trabajaba con la hipótesis de que esta explotación, en el
capitalismo plenamente desplegado, habría operado bajo la norma del trabajo
asalariado “libre”. Esta hipótesis se tornó insostenible frente al desarrollo
de los estudios históricos (por ejemplo de la llamada historia global del
trabajo), y también de luchas que cuestionaron categorías binarias como trabajo
productivo e improductivo, manual e intelectual, así como la frontera entre
producción y reproducción. Es esta ampliación de las categorías mismas de
trabajo y explotación que vuelve a poner en el centro la cuestión la
subjetividad ya no únicamente bajo el canon de la interpretación de la
proletarización como impulso hacia el trabajo asalariado “libre”. El hecho de
que, como señalan muchas investigaciones en distintas partes del mundo (cf. por
ejemplo Sanyal 2007), los procesos contemporáneos de acumulación originaria no
desembocan en una absorción de los “desposeídos” en las fábricas nos pone
frente a la necesidad de abrir el concepto de explotación a las maneras en que
el trabajo se multiplica bajo modalidades informales, ilegales, serviles,
incluso en momentos que no dejan de ser caracterizados como de progreso y desarrollo.
Esta ampliación incluye dispositivos de explotación financiera que operan bajo
modalidades extractivas como las que mencionamos más arriba.
Lo común en
disputa
La propuesta de ampliación de las categorías de extracción y
extractivismo que desarrollamos en este artículo apunta a delinear unos rasgos
fundamentales de la lógica que caracteriza los procesos de valorización y
acumulación en el capitalismo contemporáneo. Extracción y extractivismo no son
sinónimos pero están íntimamente ligados. Por un lado, el extractivismo está
referido a un tipo de actividad que hemos intentado descentrar de sus imágenes
más usuales, tomando especialmente en cuenta la discusión latinoamericana. Por
otro, la extracción, en nuestro argumento, refiere a una operatoria abstracta
que usualmente se vincula a la hegemonía de las finanzas y que, sin embargo,
aquí intentamos describir desde sus aterrizajes territoriales. Este planteo
permite combinar ambos niveles de análisis, con el objetivo de ampliar, como
venimos diciendo, tanto la noción misma de extractivismo (en términos de
recursos, modalidades y conflictos), como de finanzas (en términos de su
capilaridad pero también de sus sentidos más allá del sometimiento unilateral).
Esta ampliación no se propone reducir el capitalismo
contemporáneo al extractivismo o a lo financiero (releído a través de la
categoría de extracción), sino que más bien apunta a subrayar la relevancia de
un conjunto de operaciones extractivas dentro del capitalismo entendido como
campo heterogéneo de articulaciones. Ese campo heterogéneo implica comprender
la ampliación que proponemos no en términos puramente abstractos, sino más bien
enraizar las dinámicas del capitalismo global en coordenadas espaciales y
temporales cada vez más diferenciadas. Las operaciones que llamamos extractivas
son articuladas, por un lado, con otras operaciones del capital, que se
desarrollan bajo una lógica distinta de la extractiva; mientras que, por otro
lado, tienen que articularse con un tejido complejo de actividad y trabajo, de
formas de vida y de cooperación.
Lo que nos parece importante subrayar es que el conjunto de estas operaciones extractivas configuran un patrón de valorización muy distinto de aquel que era hegemónico en las condiciones del capitalismo industrial, reproduciendo una suerte de prototipo que se multiplica en distintas escalas y bajo diversas modalidades, y en tanto tal juega un papel sobresaliente en la organización del marco global del desarrollo capitalista actual. La importancia estratégica del momento articulatorio exige, entonces, la versatilidad de los dispositivos de financierización que funcionan como formas de traducción de realidades crecientemente heterogéneas, intentando sincronizarlas hacia la valorización y al mismo tiempo planteando una relación novedosa y peculiar con lo social en general, bajo distintas modalidades de explotación de lo vital. Lo novedoso es que el prototipo financiero permite una relación directa entre el capital y la extracción de valor, produciendo la imagen de un fin de las mediaciones y hasta de una producción de dinero a través del dinero que no necesitaría pasar por una relación social con el otro del capital: es decir, para retomar una categoría de Marx, con el “trabajo vivo”.
Lo que nos parece importante subrayar es que el conjunto de estas operaciones extractivas configuran un patrón de valorización muy distinto de aquel que era hegemónico en las condiciones del capitalismo industrial, reproduciendo una suerte de prototipo que se multiplica en distintas escalas y bajo diversas modalidades, y en tanto tal juega un papel sobresaliente en la organización del marco global del desarrollo capitalista actual. La importancia estratégica del momento articulatorio exige, entonces, la versatilidad de los dispositivos de financierización que funcionan como formas de traducción de realidades crecientemente heterogéneas, intentando sincronizarlas hacia la valorización y al mismo tiempo planteando una relación novedosa y peculiar con lo social en general, bajo distintas modalidades de explotación de lo vital. Lo novedoso es que el prototipo financiero permite una relación directa entre el capital y la extracción de valor, produciendo la imagen de un fin de las mediaciones y hasta de una producción de dinero a través del dinero que no necesitaría pasar por una relación social con el otro del capital: es decir, para retomar una categoría de Marx, con el “trabajo vivo”.
Nuestra insistencia en la importancia de las operaciones
extractivas del capital dialoga con otras perspectivas críticas que, en el
marco de las teorías del llamado capitalismo cognitivo por ejemplo, plantean
que la renta (uno de los elementos de lo que Marx definía como la “formula trinitaria”
del capital) deviene el elemento central en tanto dispositivo de valorización y
acumulación, redefiniendo el sentido mismo de la “ganancia” (cf. Míguez 2013).
Hay que recordar que el propio Marx, hablando de la renta del suelo,
argumentaba que el capital desarrolla en este caso un poder de “apropiarse” y
aprovecharse de “valores creados sin su intervención” (Marx 1981: 822). Esta
definición de la renta como dispositivo de captura nos permite plantear de otra
manera la pregunta sobre la naturaleza de lo que es explotado por las
operaciones extractivas del capital. El “trabajo vivo”, en el caso de las
finanzas populares, se presenta como conjunto irreductible de prácticas
heterogéneas de cooperación (donde la informalidad aparece como espacio particularmente
propicio para esa vitalidad social cuando la forma asalariada tradicional ya no
es hegemónica), mientras que las operaciones literalmente extractivas movilizan
un conjunto de saberes y tecnologías que redefinen el aspecto estrechamente
“natural” de lo que se denomina recursos naturales.
Queda claro que nuestro trabajo sobre extracción y extractivismo nos conduce a abrir otra perspectiva sobre un problema clave del debate contemporáneo: ¿cómo pensar lo común? En América latina, esta discusión está directamente asociada a la discusión sobre el extractivismo y, aún antes, a la emergencia de los movimientos indígenas y los diversos planteos políticos y epistémicos que se coagularon en la fórmula para nada cerrada del Buen Vivir (Acosta y Martínez 2009). Como contrafigura, aun si reforzando los estereotipos de la división internacional del trabajo, la imagen es confinar el debate de Europa y Estados Unidos a lo común como especialmente referido a los derechos de propiedad intelectual y lo digital. Nos parece que ambas imágenes exigen ser complejizadas. Por un lado, para no cristalizar en América Latina lo común como sinónimo de bienes naturales ni como prácticas solidarias incontaminadas. Por otro, para no caricaturizar al Norte como el continente sin cuerpo, de trabajo puramente inmaterial. Del mismo modo, se trata de evitar ubicar las tramas que se despliegan por abajo sólo en América latina, como el revés de una topología eurocéntrica.
Creemos que la manera en que lo común emerge del análisis
conceptual del cruce entre extractivismo literal y finanzas populares que
propusimos arriba permite abrir a otras nociones de lo común. Por un lado,
porque permite ver el dinamismo y las temporalidades disímiles asociadas a esa
sincronización que producen las finanzas, también en la organización de los
ritmos de la extracción y apropiación de “recursos naturales”; por otro, porque
lo común aparece como un campo cruzado por subjetividades en disputa, más allá
de las formas de clasificarlas entre incluidas y excluidas. Hay una dimensión
productiva y creativa de lo común que exige no ser idealizada pero que, sin
embargo, es en ella donde se plantean “principios operativos” (Gutiérrez
Aguilar 2008) de organización de la cooperación social. En esos principios se
operativizan formas de construcción de autoridad, de organización territorial y
de producción de la riqueza que actualizan la dimensión colectiva más allá de
las fórmulas del socialismo estatal. Son estos principios operativos los que
compiten y colaboran, aun si no de manera esquemática, con las operaciones
extractivas del capital de las cuales venimos hablando. Y también los que
vinculan la cuestión de la comunidad hacia lo común, descentrando sus atributos
rurales y étnicos pretéritos hacia los dilemas de las metrópolis y de las áreas
rurales actuales, pero también volviendo a poner en el centro la cuestión misma
de un horizonte de liberación.
El enfrentamiento con estas operaciones requiere el
desarrollo de un realismo político de lo común, capaz de asumir las dimensiones
múltiples de la extracción y de producir otras normas e instituciones de
organización de la cooperación social, que incluyen desde formas de autodefensa
hasta imágenes controversiales de “progreso” y “desarrollo”. Los antagonismos
que emergen por las variadas formas de extracción y que, como vimos, conectan
de manera profunda las vidas en las periferias suburbanas y las resistencias
directas frente a la violencia del extractivismo literal, requieren ser
mapeados y vinculados de manera precisa, destacando su interdependencia. Sólo
poniendo énfasis en esta interdependencia, como trama compleja de conexiones y
campo de articulaciones, es posible pensar en un conjunto de luchas capaces de
reabrir la disputa misma sobre el patrón de desarrollo que se afirmó en América
Latina en el marco de un nuevo régimen de acumulación capitalista a nivel
global.
En este sentido lo común es para nosotros el campo de
potencialidades en cuyo interior la disputa sobre el patrón de desarrollo se
hace posible. Y, sobre todo, exige evitar el binarismo entre las retóricas
neo-desarrollistas de los gobiernos “progresistas” y la crítica únicamente
enfocada en el “otro” (o el revés oculto) de estas retóricas entendido como la
violencia de las actividades literalmente extractivas. Lo común, pensado en su
versatilidad y tomando en cuenta sus dimensiones productivas y creativas, puede
ofrecer una referencia fundamental para articular este mapeo “desde abajo”.
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Este trabajo es una versión ampliada de
lo publicado en la revista Nueva Sociedad con el título siguiente: 'Para una crítica de las
operaciones extractivas del capital. Patrón de acumulación y luchas sociales en
el tiempo de la financiarización', [Enero-febrero 2015], pp. 38-52.
http://nuso.org/ |
http://www.euronomade.info/ |