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Francisco Sánchez Del Pino & Manuel Montejo López | El pasado 3 de octubre, coincidiendo con el 25 aniversario de la llamada “reunificación alemana”, el diario El País presentaba una serie de artículos orientada a la alabanza mitificadora que ha caracterizado el relato de dicho fenómeno histórico por parte de los vencedores, incluyendo en el despliegue propagandístico un artículo de opinión que directamente justificaba el actual papel hegemónico que Alemania juega en la Unión Europea, en las raíces de cuya configuración se sitúa la bendita “reunificación”.
¿Qué relación puede haber? ¿Resulta descabellado establecer
una relación entre aquel suceso y la actual situación europea? En absoluto. Sin
la “anexión” de 1990 no hay posibilidad de comprender la UE actual. Conociendo
aquella se alumbran muchos de los elementos que caracterizan la actual etapa
(desde la integración europea hasta el saqueo definitivo de Grecia
comprometido en el último memorándum). La lógica que conecta una cosa y la otra
es completamente válida. Sólo hay que darle la vuelta a unas premisas cargadas
de ideología de la peor especie para llegar a una conclusión radicalmente
opuesta a la leyenda que el mencionado diario contribuyó a reproducir hace
pocos días.
La llamada reunificación alemana podrá ser muchas cosas, pero difícilmente podría caracterizarse como un modelo a seguir. Y esto es especialmente relevante en días en que el “modelo alemán” (con varios significados) se convierte en un recurso reiterado para justificar agresiones que van desde el alargamiento de la edad de jubilación a la devaluación salarial, pasando por la asunción de la precariedad como modelo laboral y los recortes sociales.
La llamada reunificación alemana podrá ser muchas cosas, pero difícilmente podría caracterizarse como un modelo a seguir. Y esto es especialmente relevante en días en que el “modelo alemán” (con varios significados) se convierte en un recurso reiterado para justificar agresiones que van desde el alargamiento de la edad de jubilación a la devaluación salarial, pasando por la asunción de la precariedad como modelo laboral y los recortes sociales.
Con la efeméride coincide también la publicación (mucho más
modesta) de otro material de sumo interés: una traducción del libro del
italiano Vladimiro Giacché “Anschluss. La
anexión. La unificación de Alemania y el futuro de Europa” (2013). El
título resulta bastante revelador: hablar de “anexión” en lugar de
“reunificación” significa de por sí un desafío al relato mítico impuesto sobre
la incorporación de la RDA a la República Federal Alemana, tanto más provocador
en tanto se usa para hacer referencia a la política de un país para el que el
concepto de anexión (Anschluss) contiene tan incómodas reminiscencias. La
cuestión conceptual no es ninguna tontería: confrontar ese concepto al de
reunificación no supone confrontarse a un mito con la motivación de la simpatía
hacia un régimen derrotado que, por otra parte, puede ser objeto de fundamentadas
críticas (es decir, confrontar otro mito) sino la manifestación de la
dificultad de nombrar a un proceso como el que se analiza con un término que
alude a un acto soberano de dos sujetos políticos diversos. De eso va el libro
en cuestión, con respecto al cual es esta primera parte poco más que un modesto
resumen que, sin embargo, no debería excusar su lectura. Para una exposición
del proceso algo menos detallada que la de Giacché pero más completa que la
aquí se presenta, también se puede (o se debe) acudir al imprescindible trabajo
de Rafael Poch en su libro (escrito junto a Ángel Ferrero y Carmela Negrete) La
Quinta Alemania (Icaria, 2013).
La Anexión (Anschluss)
Si importante es la fecha del 3 de octubre (en la que se
produce la unión política), la fecha realmente clave para explicar el proceso
es la del 1 de julio de 1990, cuando entra en vigor la unión monetaria que
precede a la política. En la memoria impuesta por elaboraciones edulcorantes de
quienes arrollaron en todo el proceso, la reunificación de Alemania tiene que
ver fundamentalmente con el levantamiento de un pueblo harto de las carencias
materiales y limitaciones democráticas que derribó pacíficamente el comunismo,
al igual que en el resto de la Europa del Este que presentaba regímenes de socialismo
real. Sin embargo, lo que resultó al final tiene muy poco que ver con las
motivaciones iniciales de los alemanes orientales movilizados: los movimientos
de oposición se manifiestan por la democratización del Estado pero también por
el mantenimiento de la independencia nacional y del carácter socialista de la
RDA, impidiendo “la venta de nuestros valores materiales y morales” y la
reincorporación de la RDA a la RFA”, como se expresaba el manifiesto “Por
nuestro país”, encabezado por exponentes de la vida pública de la Alemania
oriental y firmado en enero de 1990 por 1,2 millones de personas. En ese
tiempo, un sondeo encargado por Der
Spiegel revelaba que el 73% de los alemanes orientales optaba por el
mantenimiento de la soberanía de la RDA.
El gobierno de la RDA encabezado por Hans Modrow se comprometió con la oposición en un impulso de reformas que, por desgracia, no llegaría muy lejos ante el golpe de efecto decidido por el canciller federal Helmut Kohl, orientado a desbaratar de inmediato cualquier obstáculo a la incorporación política y de la economía oriental a la República Federal y garantizarse con ello la reelección en unas cercanas elecciones que, hasta entonces, se presentaban una perspectiva nada favorable. Antes estaban previstas las primeras elecciones en el Este, en las que su partido, la CDU, no albergaba mejores expectativas. El golpe de efecto no sería otro que la propuesta de una inmediata unión monetaria (la extensión del marco occidental al este), lo que generaría, en la población oriental, las expectativas necesarias para desbordar las aspiraciones democráticas de la oposición de la RDA y orientar los anhelos de las masas hacia otros objetivos, bajo el supuesto de que el bienestar de la Alemania occidental vendría de la mano de su moneda. El golpe no pudo ser más efectivo: la CDU arrasó en las elecciones de marzo de 1990 en la RDA, y entre los aplastados por ese rodillo se encontraba aquella sociedad civil que había organizado y participado en las manifestaciones masivas de pocos meses antes contra el inmovilismo de Honecker conquistando un importante espacio político y social, aquellos y aquellas que se la jugaron y padecieron la demencial actividad de la Stasi. Ahora, la idea de mantener la independencia de la RDA y su carácter social frente al capital alemán había saltado por los aires ante la perspectiva de un paraíso que vendría de la mano de la conversión de los ahorros orientales.
El gobierno de la RDA encabezado por Hans Modrow se comprometió con la oposición en un impulso de reformas que, por desgracia, no llegaría muy lejos ante el golpe de efecto decidido por el canciller federal Helmut Kohl, orientado a desbaratar de inmediato cualquier obstáculo a la incorporación política y de la economía oriental a la República Federal y garantizarse con ello la reelección en unas cercanas elecciones que, hasta entonces, se presentaban una perspectiva nada favorable. Antes estaban previstas las primeras elecciones en el Este, en las que su partido, la CDU, no albergaba mejores expectativas. El golpe de efecto no sería otro que la propuesta de una inmediata unión monetaria (la extensión del marco occidental al este), lo que generaría, en la población oriental, las expectativas necesarias para desbordar las aspiraciones democráticas de la oposición de la RDA y orientar los anhelos de las masas hacia otros objetivos, bajo el supuesto de que el bienestar de la Alemania occidental vendría de la mano de su moneda. El golpe no pudo ser más efectivo: la CDU arrasó en las elecciones de marzo de 1990 en la RDA, y entre los aplastados por ese rodillo se encontraba aquella sociedad civil que había organizado y participado en las manifestaciones masivas de pocos meses antes contra el inmovilismo de Honecker conquistando un importante espacio político y social, aquellos y aquellas que se la jugaron y padecieron la demencial actividad de la Stasi. Ahora, la idea de mantener la independencia de la RDA y su carácter social frente al capital alemán había saltado por los aires ante la perspectiva de un paraíso que vendría de la mano de la conversión de los ahorros orientales.
La forma de dar cuerpo jurídico a la promesa, con la CDU ya
en el gobierno de la RDA, fue el “Tratado sobre la unión monetaria, económica y
social” entre las dos Alemanias, en cuya negociación, por la parte occidental,
destacaron las personalidades de Hans Tietmeyer (que sería presidente del
Bundesbank desde 1993 y, por ello, uno de los principales negociadores alemanes
del euro) y el más que conocido actual ministro alemán de finanzas (entonces de
interior) Wolfgang Schauble. Dicho Tratado acordaba la unidad económica y
monetaria inmediata, en contra, conscientemente, de todas las recomendaciones,
que hacían previsibles las consecuencias de una pérdida irreversible de
competitividad de la economía de la RDA al impedírsele devaluar la moneda y
sufrir, además, un aumento anormal de los precios de las mercancías producidas
(finalmente de hasta un 450%) que las dejaba fuera del mercado. Nada de lo que
devino fue inesperado; el ministro Schauble conocía perfectamente las
implicaciones, ajenas a cualquier criterio de conveniencia económica, al igual
que un cuarto de siglo después conoció las del último memorándum impuesto a
Grecia. Entonces y ahora se trataba de una motivación muy clara: hacer morder
el polvo. Que uno de los malos de ambas películas sea el mismo protagonista
también da que pensar sobre la continuidad y el sentido de acontecimientos aparentemente
desconectados.
Gracias a la unión monetaria los ciudadanos de la RDA
pudieron acceder a las mercancías occidentales, pero a un precio mucho más alto
(el coste de la vida creció un 26,5% en 1991) y a costa de sacrificar su propia
producción: de golpe, las empresas de la RDA perdieron el mercado del Este, el
del RFA y el mercado interno, invadido por los productos del Oeste. La
producción industrial se redujo (en 1991 era 2/3 menor que antes de la
introducción del marco) y, como consecuencia, a partir del 1 de julio el número
de desempleados creció al increíble ritmo de 40.000 por semana. Realizada esta
“unificación”, la unificación política era un mero trámite sobre la base de un
nuevo Tratado sin contrapartidas (y con Schauble otra vez desempeñando un papel
de primer orden) que implicaba, simple y llanamente, “el ingreso de la RDA en
el campo de aplicación de la Ley Fundamental de la RFA.
La Treuhand y/o el desmantelamiento de todo una economía
Lo gordo no estaba sino por llegar: la liquidación de toda
una economía a través de la Treuhandanstalt,
la institución fiduciaria, sin obligaciones respecto al Parlamento, a la que se
le confirió la mayor parte del patrimonio de la RDA con el fin de privatizarlo
lo antes posible (a pesar de que su propósito, cuando se creó por el gobierno
de Modrow, era precisamente el de protegerlo). La Treuhand se adueñó de las fábricas y empresas estatales que
empleaban a 4 millones de personas, poniéndose de golpe y porrazo a disposición
de un plantel de compradores que incluía no sólo a empresarios del Oeste con
voluntad de apropiarse del mercado (como el dueño de la cadena de grandes
almacenes Kaufhof, que fue nombrado, con grandes beneficios, presidente del
consejo de vigilancia de la Treuhand),
sino también a estafadores con condenas y a especuladores inmobiliarios que
compraban empresas a un precio muy inferior a su valor sólo para vender los
terrenos en los que se alojaban después de desmantelarlas, mecanismo por el que
se liquidó a una multitud de empresas (y cientos de miles de puestos de
trabajo) perfectamente sostenibles.
El simple sueño de eliminar a la competencia estuvo también
entre las motivaciones centrales de los monopolistas del Oeste que
intervinieron en la operación. Uno de los casos más significados fue el del
productor de frigoríficos Foron. Esta empresa estatal de la RDA fabricaba más
de un millón de unidades al año y exportaba a treinta países, tanto del Este
como del Oeste. En 1992 llegó a desarrollar y producir el primer frigorífico
que no contribuía al agujero de ozono ni al calentamiento global, llegando a
recibir cien mil pedidos rápidamente. En ese momento los productores
occidentales (Siemens, Bosch, AEF, Miele, Electrolux,...) publicaron un
comunicado conjunto presionando a los concesionarios a no comprar esa
mercancía, por lo que, a base de mentiras, consiguieron eliminarla del mercado.
Pocos meses después, ellos mismos consiguieron repetir esa tecnología y
comenzar a venderla. Foron fue privatizada y vendida a un fondo de inversiones
que la llevó al abismo. Hoy en día sólo queda un museo en su recuerdo en la
ciudad donde operaba.
El proceso fue demoledor: Birgit Beuel, presidenta de la Treuhand después del asesinato del algo
más cauto anterior presidente (la trama podría hacer las delicias de cualquier
buen guionista de series o películas policiacas) declaraba con orgullo que “en
sólo 4 meses hemos vendido 1.000 empresas. La señora Thatcher privatizó
solamente 25 en dos años. (…) Ninguna otra institución del mundo habría podido
hacer lo que hemos hecho nosotros”. En el camino se habían dilapidado miles de
millones de marcos de dinero público en gastos injustificables y se habían
destruido, hasta 1994, 2,5 millones de puestos de trabajo.
Sin embargo, el desmantelamiento de la economía de la RDA no
se agotó con la Treuhand. Mecanismos
adicionales menos conocidos contribuyeron, en su medida, a dicho saqueo: una de
ellas fue la manera de regular las “antiguas deudas” de las empresas respecto
al Estado, que consistió en convertir las deudas de las empresas públicas de la
RDA con el banco estatal (que respondían a un circuito de transferencias que
nada tenía que ver con la relación capitalista entre entidades independientes)
en deudas con los bancos occidentales a cuyos balances se incorporaron con la
privatización del banco estatal, con un valor duplicado por la unión monetaria
y con unos tipos de interés mucho más elevados. Las consecuencias para las
empresas orientales fueron un desastre, pero un negocio delicioso para los
bancos occidentales: como ejemplo, el Berlinés Bank adquirió el Instituto de
Crédito Berlinés Stadtbank (de la RDA) por 49 millones de marcos, con una
cartera de antiguas deudas de !11.500 millones!
Con todo esto, el PIB de Alemania del Este era en 1991 un
44% más bajo que en 1989, y la producción industrial y las exportaciones un 67%
y un 56% menores respectivamente, una barbaridad sin parangón en país alguno de
Europa del Este. Significativo es el crecimiento inversamente proporcional de
las exportaciones de la RFA en ese periodo. En 1993 la devastación en la
antigua RDA era total, habiéndose conseguido convertir a un país industrial y
autosuficiente en uno de los territorios más subdesarrollados de la Unión
Europea en el plazo record de tres años. En este mismo tiempo se destruyeron 3,7
millones de puestos de trabajo a tiempo indeterminado, sin que la tendencia se
detuviera en los años posteriores. El porcentaje actual de desempleados en el
Este dobla al del Oeste, y eso teniendo en cuenta que el saldo negativo de
movimientos de población con el Oeste es de 1,7 millones, un saldo que cuenta a
los occidentales que fueron al Este a ocupar puestos de poder y
responsabilidad. 4 millones de alemanes del Este (jóvenes y mujeres bien
formados en su mayoría) abandonaron su territorio despoblando las ciudades y
dinamitando las posibilidades de futuro y desarrollo del mismo.
Toda esta desolación supuso, por contra, un espléndido
festival en la otra parte, que fue bautizado como “el boom de la
reunificación”: los beneficios empresariales aumentaron en un 75%, la economía
creció a un ritmo de un 4% anual entre 1990 y 1992 (una tasa muy superior a la
tendencia anterior de la RFA y a la media en un contexto de debilidad
coyuntural) y el número de empleados en 1,8 millones, gracias a la conquista
del mercado oriental (alemán y europeo) por las empresas occidentales. Casi la
mitad del crecimiento del PIB de Alemania occidental en esos años se explica
por el aumento de las exportaciones a una Alemania oriental que se hace con un
déficit comercial nada menos que del 45%. En realidad, y dado que la compra de
bienes producidos en el Oeste se financiaba con transferencias del Oeste al
Este (transferencias “solidarias”), una vez destruida la autonomía económica
del territorio de la RDA (requisito además para esa conquista), lo que de hecho
se ha venido produciendo es una masiva transferencia de recursos públicos de
asistencia para sostener un consumo que acaba revirtiendo en el sector privado
alemán. Una carga para el Estado y para los contribuyentes alemanes, pero un
enorme beneficio para sus capitalistas.
¿Y la unión política?
Vladimiro Giacché realiza en su libro un detallado estudio
de los hechos e implicaciones de la llamada “reunificación alemana”, no sólo de
tipo económico sino también político y cultural. Para lo que aquí se trata, es
suficiente un resumen (no obstante incompleto) del tratamiento del aspecto
económico, si bien no resulta poco interesante hacer una muy breve mención a
algunas de las consecuencias políticas el proceso implicó para los ciudadanos
de la RDA, consecuencias algo más que anecdóticas y que permiten reforzar el
cuestionamiento de la idea de una “reunificación” e, incluso, aproximarse a
términos, como el de colonización, que utilizaran ex-altos cargos de la
Alemania del Este.
Tras la unión política se encausó penalmente (bajo el
derecho de la RFA) a 105.000 ciudadanos de la RDA (que habían actuado con
arreglo a otras leyes) por diversas formas de “cercanía al sistema”, quedando
en nada en la mayoría de los casos, pero con efectos terribles sobre sus
carreras y su vida cotidiana. Para ello se aplicó un plazo demencial de
prescripción de delitos (diez veces superior al aplicado a los nazis), llegando
a reconocerse incluso la vigencia de delitos imputados durante el periodo
hitleriano (como los de pertenecer a una organización ilegal en aquel periodo).
139 jueces y fiscales fueron condenados por “retorsión del derecho”, cuando
actuaban conforme a una legalidad distinta, y en la administración, la ciencia,
la educación y la cultura las depuraciones adquirieron dimensiones
descomunales, en muchas ocasiones contra personas que habían sido,
precisamente, opositoras políticas en la época de la RDA.
Jueces, profesores (el 70% en la universidad), militares,
etc., eran relevados de sus puestos y sustituidos por occidentales en una
dinámica propia de una pura y simple ocupación colonial. El sistema educativo
fue destruido para sustituirlo sin más por el occidental, sin criterio
educativo alguno y dando lugar a sucesos hechos verdaderamente estrambóticos:
cuando en el año 2000, Alemania salió mal parada del primer informe Pisa,
ministros, pedagogos y periodistas viajaron a Finlandia a conocer los secretos
del éxito de su sistema. Debió de ser divertido, y un poco embarazoso, que los
finlandeses contestaran que uno de sus principales referencias venían de las
enseñanzas de pedagogos de la RDA. Si no se hubiera eliminado al grueso de la
intelectualidad por razones puramente políticas, de borrar un país entero de la
Historia, seguramente podría haberse evitado un ridículo innecesario.
La relación que pueda establecerse entre aquel
acontecimiento de hace un cuarto de siglo y fenómenos actuales dentro de la UE
tiene básicamente dos vertientes que tienen que ver entre sí: una causal y otra
de semejanza. La última, dado el paralelismo de recetas aplicadas para
favorecer al capital alemán (frente a los países del sur de Europa) a partir de
la unión monetaria europea y consecuencias de las misma. La primera, en la
medida en que la Alemania reunificada alterara las relaciones de fuerza dentro
de la UE y facilitara la secuencia de una dinámica expansiva ventajosa que ya
contaba con un experimento previo “de éxito”. De eso se tratará en la
continuación.
Notas
1 Buisán,
A; Gordo, E. El saldo comercial no energético español: determinantes y análisis
de simulación (1964-1992)
https://www.bde.es/f/webbde/SES/Secciones/Publicaciones/PublicacionesSeriadas/DocumentosTrabajo/93/Fich/dt9329.pdf
2 Plaza,
B; Velasco, R. La industria española en democracia, 1978-2003.
https://www.minetur.gob.es/Publicaciones/Publicacionesperiodicas/EconomiaIndustrial/RevistaEconomiaIndustrial/349/14%2520ROBERTO%2520VELASCO.pdf
3 Ibíd.
4 Contabilidad
Nacional Trimestral - Instituto Nacional de Estadística. Serie
histórica. w ww.ine.es/prensa/cntr0314.pdf
II
[Con anterioridad] nos propusimos apoyar la tesis (poco
difundida) de que la reunificación alemana (o “anexión” de la República
Democrática Alemana en 1990) acabaría por ser un hecho determinante en la
evolución política y económica posterior de Europa, con consecuencias que se
dejarían sentir de una manera “privilegiada” en los países del sur, entre los
que se encuentra el nuestro, en un proceso larvado que llega hasta nuestros
días. Jóvenes que apenas eran parvulitos cuando ocurrió la reunificación
alemana buscan hoy una salida laboral a través del aeropuerto, quizá en la
misma Alemania, y... ¿quién diría que un fenómeno y el otro pudieran estar
ciertamente relacionados?
Lo que escribimos anteriormente se apoyaba casi en exclusiva
sobre el trabajo realizado por Vladimiro Giacché acerca del proceso al que no
sin rigor se refiere como “anexión”. Podemos retomarlo como punto de partida
para la siguiente exposición, en tanto que en la misma obra se avanza una tesis
sobre las consecuencias para el proceso de construcción europea al que merece
la pena prestarle atención. Luego, en lugar de en Italia, intentaremos
centrarnos en la realidad específica española.
Decíamos que había una doble relación, causal y de
semejanza, dos aspectos que sólo pueden ser separados con una finalidad analítica.
En cuanto a lo primero, el aspecto fundamental es el de la reconquista, por
parte de Alemania, de la centralidad geopolítica (y geoeconómica) perdida por
Alemania, en el continente europeo, en 1945, una reconquista que alteró
profundamente los equilibrios en Europa. Hablar del “antes de 1945” es, por
otra parte, curiosamente pertinente, además, si se atiende a otro trabajo “Nacional-socialismo
y Nuevo Orden Europeo, en el que otro italiano, Paolo Fonzi, estudia las
elaboraciones de las teorías económicas nazis, en cuanto a la planificación de
un “gran espacio económico” para la Europa de posguerra, un área de intercambio
para la organización de economías formalmente independiente en función de las
necesidades alemanas y que garantizara su hegemonía. Para nosotros no se trata,
por supuesto, de sostener ideas de las que se expresan en caracterizaciones de frau
Merkel brazo en alto y con un bigotito recortado, ni de que la actual UE
sea la plasmación de un sueño nacionalsocialista que, por otra parte, estaba
muy lejos de tener una única concreción posible. Se trata simplemente de poner
de relieve la escasa juventud de un impulso hegemónico alemán cuya liberación
de ataduras se ve enormemente facilitada con el desmantelamiento de la RDA en
1990, cuyas consecuencias expusimos someramente en el anterior artículo.
En cuanto al carácter de semejanza, hay una doble enseñanza
fundamental que el investigador italiano extrae del proceso estudiado, algo que
ayuda a atisbar una analogía: una economía estructuralmente dependiente en
términos de balanza comercial necesita estructuralmente de transferencias, las
cuales, por sí mismas, no pueden resolver los problemas estructurales del
sistema industrial. En el caso alemán, las transferencias lo eran entre
sectores del Estado con recursos provenientes del presupuesto público (para
financiar, como vimos, la capacidad adquisitiva de los productos del Oeste); en
el de los países europeos deficitarios, en vísperas de la crisis actual, a
través de créditos bancarios (como veremos más adelante). Y todo ello con la desindustrialización
como base de un orden de dependencia que consigue en la evolución de la balanza
de pagos una de sus más gráficas representaciones.
La unión monetaria europea y la crisis del euro
Habitualmente se hace referencia a la actual, a pesar de la
repetida cantinela de la "recuperación", situación de crisis de la
economía española, y de los países periféricos de la Unión Europea en general,
como consecuencia de la crisis financiera mundial que, surgiendo a partir de la
crisis de las hipotecas subprime en EEUU, se extendió a Europa y al
conjunto de la economía mundial. Desde posiciones críticas, no obstante, se
alude a la particularidad de esta crisis en la zona euro, al añadírsele la
crisis específica del euro y de la Unión Económica y Monetaria europea (UEM),
debido a la propia estructura y características de la moneda única. Así es
como, cuando hablamos de la crisis, y parafraseando a un genio político
español, nos tenemos que preguntar: “¿y la europea?”
La decisión política de la creación del euro implicaba,
desde un punto de vista económico, una serie de inconvenientes de difícil
resolución y consecuencias nada beneficiosas (las dificultades de una unión
monetaria que ni tenía en cuenta las grandes diferencias en las estructuras
económicas de los países que la componían y sin la unión política de los países
que participasen en la misma, etc.) que tuvieron un escaso eco dentro de la
irracional y generalizada alabanza a la esperada prosperidad económica y al
refuerzo de los valores europeos más preciados que suponía la implantación del
euro.
En medio de esa espiral propagandística, unas pocas voces
advirtieron de las consecuencias de tendría la aceptación, por imposición
fundamentalmente de Alemania, de una separación entre la política fiscal y la
moneda soberana, separación determinada por un Banco Central Europeo (BCE) que
se había configurado como reflejo del Bundesbank. El hecho de que los Estados
europeos se convirtieran en usuarios de la moneda sin ser los emisores de la
misma, a la manera de la Alemania del Este tras la "Anexión", ha
conducido a la dependencia de los estados de la zona euro respecto del BCE y de
los mercados financieros privados para financiar los déficits y la deuda
públicos de estos países, especialmente de los periféricos. ¿En qué sentido?
Ante una situación de recesión económica en los países periféricos, se
producirá un círculo vicioso que conocemos bien y que tiene difícil salida:
habrá un déficit público y una deuda pública cada vez mayor, por lo que deberán
buscar financiación a través del BCE y los mercados financieros, lo que
aumentará los tipos de interés y las primas de riesgo, y esto significará, a su
vez, más déficit público y más deuda pública.
Siguiendo el modelo impuesto a la RDA, la aceptación de una
moneda demasiado fuerte, como lo fue el euro para los países periféricos a
partir de 1999, dio lugar a los déficits de la balanza por cuenta corriente y a
los correspondientes préstamos del exterior para financiarlos. Estos déficits
estructurales de los países periféricos fueron financiados por los países
centrales que tenían excedentes, especialmente Alemania, que gracias al tipo de
cambio fijo que significa la existencia del euro podía tener un mercado, el de
los países europeos, para vender allí la mayor parte de sus productos. ¿Nos
suena de algo?
Por su parte, las sucesivas reformas laborales en Alemania
(reformas Hartz), fruto de gobiernos socialdemócratas, con la correspondiente
disminución de los salarios reales y los costes laborales unitarios, permitió
un menor aumento de los precios relativos y un tipo de cambio real favorable
con respecto a los países periféricos, a costa, eso sí, de precarizar hasta el
extremo la vida de millones de alemanes, víctimas también de la política
neomercantilista de su Estado, dicho sea a modo de un reconocimiento que nos
evite acusaciones de una germanofobia que no puede estar más lejos de lo que
está de nuestras motivaciones.
Mientras esto ocurría, los países periféricos aumentaron su
déficit externo y la deuda externa, que fueron financiados por préstamos
fáciles y a buen precio que venían de los países centrales. Sin embargo, este
aumento de déficit hizo aumentar posteriormente, también, los tipos de interés
y las primas de riesgo de la deuda de los países periféricos. Finalmente, en un
sistema de tipos de cambio fijos como el euro, los ajustes se acabaron
produciendo donde siempre, en el mercado de trabajo, aumentando el desempleo:
la "devaluación interna" que hemos venido sufriendo en los últimos
años a través de recortes y reformas laborales.
La aparición del euro, y su tipo de cambio fijo, se vino a
sumar a la desregulación y liberalización financiera que impera desde los años
80, provocando que los países de la zona euro no fueran capaces de controlar la
moneda en la que pedían prestado, especialmente por parte del sector privado.
En los países periféricos, la deuda externa privada se vio incrementada con la
llegada de flujos de capital extranjero que aumentaron la liquidez interna y el
crédito al sector privado. Así se empezó a inflar una burbuja que en ese
momento solo dejaba ver las luces brillantes de "los beneficios del
euro", ya que se redujeron los tipos de interés, aumentó el PIB y el
empleo y mejoró el saldo fiscal. Las consecuencias sólo se apreciaron más
tarde, cuando esta situación se hizo insostenible, hubo una disminución de los
flujos de capital hacia los países periféricos, las burbujas estallaron y la
deuda privada se convirtió en deuda pública, debido a la fuerte disminución de
los ingresos públicos y a la gran cantidad de recursos dedicados a rescatar
instituciones financieras.
La integración europea de España y las consecuencias sobre su economía
Haciendo un repaso de la evolución del sistema productivo
español se puede observar el papel jugado por la integración europea. A partir
de la década de los sesenta se inició un proceso de modernización de la
economía española que supuso la disminución del peso de la agricultura, una
incipiente industrialización (basada en un modelo orientado a la demanda
interna, en el que las exportaciones eran residuales) y la urbanización del
país. Este proceso de industrialización no fue equilibrado, ni sectorial ni
territorialmente, resultando un modelo industrial frágil que no fue capaz de
arraigarse ni consolidarse plenamente. En 1970 se produjo la firma de un
acuerdo preferencial con la CEE, que permitía acceder a los mercados europeos
mientras se mantenía un elevado nivel de protección sobre el mercado interior,
lo que posibilitó un aumento de las exportaciones y la reducción significativa
de los déficits comerciales. Pero el lado negativo del acuerdo fue el acentuado
proceso de reconversión industrial de finales de los setenta y principios de
los ochenta, que llevó al desmantelamiento de algunos sectores que habían sido
la punta de lanza del desarrollo industrial de los años sesenta, como la
minería, la siderurgia o la construcción naval. Entre 1975 y 1985, con la
reconversión industrial, se destruyó casi un millón de empleos en un proceso
que, como en el caso alemán, tuvo en la socialdemocracia (PSOE) al alumno más
aventajado y que se justificó por la voluntad de “prepararse para entrar en la
CEE o Mercado Común”.
El gran perjudicado por el proceso de adhesión fue el sector
industrial. La eliminación de trabas a las importaciones, que era un requisito
ineludible de la integración, en un período relativamente corto de tiempo,
implicaba exponer a la atrasada, ineficiente y frágil industria española a la
competencia de la dinámica y fuerte industria europea (con Alemania y Francia a
la cabeza). El resultado fue pasar de un superávit comercial del 1,4% del PIB
en 1985 a un déficit del 11,2% PIB en 19891, debido al crecimiento exponencial
de las importaciones. Obviamente, esto supuso el cierre de numerosas pequeñas y
medianas empresas, que no fueron capaces de competir con los productos europeos
de mayor calidad, y la consiguiente destrucción de empleo. El déficit comercial
y las elevadas tasas de desempleo pasaron a convertirse en elementos
estructurales de la periférica economía española.
En 1986, el Acta Única supuso un nuevo paso liberalizador en
el proceso de integración (mercado único con libre movimiento de mercancías,
capitales y personas) y en el de armonización de las políticas económicas de
los países miembros. Ambos aspectos contribuyeron a acentuar las debilidades
del modelo productivo español. La política industrial, ya muy escasa en el período
anterior, prácticamente se abandonó, mermada por la ideología neoliberal
incorporada en las limitaciones que imponían las directivas europea,
configurando un modelo productivo basado en los bajos costes salariales,
niveles tecnológicos medio-bajos y mano de obra poco cualificada. A partir de
1993 se produjo una fuerte recesión (300.000 empresas cerradas, una tasa de
desempleo cercana al 25%, y serias dificultades para frenar el crecimiento del
déficit comercial español) que sólo remitió gracias a las cuatro devaluaciones
consecutivas de la peseta por un total del 25% entre 1992 y 19952.
El año 1999 supuso el establecimiento no tan solo de una
mayor integración económica sino también monetaria, lo que llevaría a la
creación de la eurozona. En esta etapa se acentuó el proceso de
desindustrialización que se había iniciado con la integración y se exacerbaron
los desequilibrios económicos.
La producción industrial en España, tomando como nivel de
referencia el que tenía antes del estallido de la crisis, ha caído a niveles
aterradores. El Índice de Producción Industrial (IPI) sin energía pasó de 106,2
en 2007 a 74,6 en el primer trimestre del 2013. Para encontrar un nivel
similar, nos tenemos que remontar al primer semestre de 1994, cuando el IPI era
de 76.93. Las producciones de bienes de
consumo duradero y de bienes intermedios son los que presentan unas mayores
caídas. Estos datos parecen indicar que prácticamente nos hemos quedado sin
producción de línea blanca y de electrodomésticos (bienes de consumo duraderos)
y que la industria está estancada, pues la producción de bienes intermedios se
ha reducido prácticamente a la mitad. La competencia no sólo se centraba en los
sectores más tradicionales, sino también en sectores de tecnología intermedia
en los que el Estado español estaba bien posicionad (como el automóvil). Este
es un factor clave en el proceso de desindustrialización y degradación de las
cuentas externas de nuestra economía.
Si se mide cuánto significaba el valor añadido de la
producción industrial en el PIB antes de la crisis y se compara con la
situación actual, se observa que ha disminuido casi un 15%4. A modo de comparación, entre 1989
y 1993, la caída del peso del sector industrial en el PIB en los Países de Este
en los años posteriores a la caída del Muro fue similar, a excepción, claro,
del caso de la RDA que, como hemos visto anteriormente, no tiene parangón.
Mientras la especialización productiva basada en productos
de bajo valor añadido se encontraba con crecientes dificultades en los países
de la periferia Sur, los países centrales de la UE, como Alemania, los Países
Bajos y los países nórdicos, experimentaban un proceso inverso: su
especialización industrial en altas tecnologías, su privilegiada situación en
el espacio europeo y su política económica de austeridad les conducía a ser
altamente competitivos.
Antes del euro, esta diferencia entre exportaciones e
importaciones se podía compensar a través de devaluaciones monetarias, como de
hecho se hizo en numerosas ocasiones. Pero desde el año 1999 la ausencia de
esta posibilidad convirtió el desequilibrio comercial de una economía
comparativamente débil y retrasada como la española en un problema de difícil
solución.
Además, mientras la burbuja inmobiliaria y financiera
estaban en su máximo esplendor, la financiación del déficit se afrontaba sin
problemas a través de la financiación exterior. En efecto, ante esos déficit
crecientes la única posibilidad de una economía dependiente como la española
era el aumento del endeudamiento exterior. Ante esta problemática, la única
solución contemplada por la ortodoxia neoliberal, toda vez que la salida del
euro es una cuestión que ni siquiera puede ser planteada ante la todopoderosa
Alemania, al ser su herramienta de dominación, es el ajuste interno,
posibilitando una depresión económica que disminuya el déficit exterior.
Al mismo tiempo, es necesario aumentar la competitividad de
los productos españoles del único modo posible dentro del euro: disminuyendo
los costes de producción, es decir, los salarios de los trabajadores. Teniendo
en cuenta el tamaño del déficit comercial español, esta reducción no puede ser
más que desproporcionada en los términos en los que realmente lo está siendo:
en los últimos 8 años, la disminución ha sido cercana al 15% y el proceso sigue
aún en marcha.
El problema es que, una vez empobrecido y precarizado el
conjunto de la clase trabajadora, se deja sin solución la deuda externa
acumulada. ¿Cuál es la “audaz” solución (presentada además como la única
posible)? Ni más ni menos que mantener el empobrecimiento social a través de la
parte indirecta de los salarios, es decir, todo el sistema de prestaciones
públicas, con la educación y la sanidad en primer lugar.
Llegamos así a la situación actual de una país dependiente,
intervenido y en proceso de absorción de todos sus recursos económicos para
satisfacer las necesidades de los países centroeuropeos, especialmente
Alemania. Antes la RDA; ahora España y el resto de países periféricos europeos.
Mención aparte merecería el caso de Grecia, con el papel reforzado que, después
de la firma del tercer memorándum el pasado agosto, ha adquirido el Fondo de
Desarrollo de Activos de la República Helena, el fondo de privatizaciones
tasado en 50.000 millones de euros que, a semejanza de la Treuhand (mencionada en nuestro
anterior artículo) está llamado a ser el mecanismo para la venta a plazos del
vecino país mediterráneo (aeropuertos, autoridades portuarias, acciones en
empresas de suministro de gas o de agua, etc.). El fondo funciona desde 2011
(si bien ahora ha asumido una importancia renovada) y llama la atención el hecho
de que entre las ventas realizadas figuren algunas como la de la compañía
estatal de telecomunicaciones o catorce aeropuertos cuyos compradores,
respectivamente, son (¿sorpresa?) Deutsche Telekom y Fraport (empresa ubicada
en Fráncfort del Meno). No es de extrañar que el término “colonización”
aparezca también, de vez en cuando, para referirse al tipo de relaciones
establecidas entre centro y periferia de la Unión Europea.
A cuento de todo esto, conviene recordar que nuestro país
tampoco es ajeno a la dinámica mencionada de rapiña sobre los restos que aún no
han sido sacrificados. De ninguna otra manera se puede entender, por ejemplo,
la venta, por parte de la Junta de Andalucía, de setenta inmuebles por valor de
300 millones de euros al fondo de inversión norteamericano WP Carey en 2014,
esto es, en la última fase del gobierno de PSOE e IU en Andalucía. Se trataba
de locales, todos ellos situados en zonas céntricas de las capitales andaluzas,
que podrían seguir siendo usados por la Junta a cambio del pago de 23,6
millones de euros en concepto de alquiler. Sin duda, un negocio redondo para el
fondo de inversión. A cambio, la Junta de Andalucía, sometida a la Ley de
Estabilidad Presupuestaria, impuesta por Bruselas, podría obtener liquidez
inmediata. Este es el “espíritu” que alimenta también, ayudando a entenderla,
la “Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local”,
aprobada por el gobierno en 2013 a la medida del apetito privado por los
recursos y servicios públicos municipales.
¿Conclusión?
Aunque esa recuperación tan cacareada alcanzara de verdad a
la economía española, quedarían por resolver los problemas estructurales de un
país que ha sufrido la transformación productiva acorde al papel asignado en el
diseño del sistema euro: paro estructural, desindustrialización, falta de
competitividad comercial, etc. Es por ello que la recuperación solo podría
llegar, dentro del euro y la dictadura del BCE, a través de una nueva burbuja
que aumentara la financiación externa y el endeudamiento generalizado (el
eterno retorno de nuestra realidad económica). Otro tipo de “recuperación”
posible, que sería más bien una “re-creación” (dado que de lo que se trataría
es, en buena parte, de desandar un camino andado a lo largo de los últimos
treinta años en forma de reformas laborales, privatizaciones y cesión de
soberanía y de plantear un modelo de desarrollo propio), implica, aquí y ahora,
plantearse muy en serio sus límites en un marco como el actual.
La experiencia traumática de Grecia nos enseña el recorrido
de un europeísmo cándido basado en especulaciones y sin relación con la base de
realidad material existente. Curioso es que quienes suelen protagonizar
restauraciones “transformistas” apelando al realismo (frente a los utópicos)
son quienes menos atención dispensan a dicha realidad (“sin Plan B”) y se
acicalan con ideas que poco significan y conducen, en cambio, a la frustración
popular. Pero el trauma vivido en agosto nos brinda también la oportunidad de
abrir una reflexión que evite la repetición de procesos sin horizonte. Desde
luego que el contexto pre-electoral no parece presentarse, paradójicamente,
como el más indicado para tal tipo de reflexiones en el seno de la izquierda.
Pero esta Historia no termina cuando se celebren las próximas elecciones generales.
Si no se quiere o no se puede antes, el día después de las mismas puede
representar el momento en el que mayor vigencia adquiera el debate sobre el
euro. Cada día un poco menos, pero claro que aún tenemos tiempo.
Notas
1 Buisán, A; Gordo, E. El saldo
comercial no energético español: determinantes y análisis de simulación
(1964-1992) https://www.bde.es/f/webbde/SES/Secciones/Publicaciones/PublicacionesSeriadas/DocumentosTrabajo/93/Fich/dt9329.pdf
2 Plaza, B; Velasco, R. La
industria española en democracia, 1978-2003.
https://www.minetur.gob.es/Publicaciones/Publicacionesperiodicas/EconomiaIndustrial/RevistaEconomiaIndustrial/349/14%2520ROBERTO%2520VELASCO.pdf
3 Ibíd.
4 Contabilidad
Nacional Trimestral - Instituto Nacional de Estadística. Serie
histórica. w ww.ine.es/prensa/cntr0314.pdf
http://www.rebelion.org/ |