Agustín Romey | La película se sitúa en la China de Mao, han
pasado dos años desde la Revolución Cultural, dos jóvenes estudiantes de
Beijing son enviados como profesores a la Mongolia Interior, en donde residen
pastores nómadas a los que deben “educar”, pero con la fuerte tradición del
"confucianismo" cultural (culto a los mayores, respeto a la
autoridad) la situación enseguida se revierte y las relaciones se trastocan.
Chen Zhen, el protagonista, es quien propicia un cambio radical, luego de unos
meses de convivencia su infinita curiosidad por las costumbres y un modo de
vida completamente hostil para un muchacho de ciudad lo confrontan con las
nociones de libertad, religión, responsabilidad que desarrollan el magma de
significaciones que se produce en aquella comunidad. Hay un nudo particular que
al desatarse hace devenir la historia; y es la relación que los pastores
nómadas mantienen con el lobo, considerado una criatura sagrada del lugar, un
Dios completamente libre.
El film contiene una dinámica inaudita desde el comienzo,
las permanentes imágenes del horizonte sobre las extensas praderas en ningún
momento agotan al espectador. La naturaleza se piensa, se hace, se
metamorfosea, al contrario que el gobierno chino, es dialéctica. La naturaleza
se dice en la voz del jefe de la comunidad, los diálogos de este con el
protagonista son escasos pero profundos. El saber es experimental y no por ello
menos racional; se conceptualiza el equilibrio natural sin ninguna mirada
romántica y el acontecer de los lobos, mientras se van completando las primeras
escenas, el director embiste en los primeros minutos con una de carácter fatal:
el protagonista compungido por no soportar un ritual de matanza a los cachorros
de lobo decide “salvar-domesticar” a uno de ellos.
Las cosas parecen marchar normales hasta que “una chispa
incendia la pradera”. El encargado estatal de la zona llega al lugar y es
culturalmente un completo extranjero. Es un personaje ultra kafkeano, su
discurso diría Deleuze, no es más que un desprendimiento del Urstaat despótico. Su misión es resolver
cuestiones contables, dejar al cuidado de los pastores ciento cuarenta caballos
del ejército popular y cazar gacelas para paliar la hambruna (una constante de
la china maoísta). Al perturbarse el ecosistema, los lobos quedan sin su fuente
de supervivencia y tendrán que atacar, irrecusablemente, a los animales de la
comunidad, acontecimientos que desencadenan el drama.
Contar una tragedia no es desde el punto de vista artístico
una cosa sencilla, uno puede recordar a los grandes como Sófocles, Eurípides o
Esquilo, pero una tragedia que trascienda lo puramente humano es de una
brillantez materialista inusitada. Uno no puede dejar de recordar una de las
principales enseñanzas de Marx, el que
niega a Dios sólo hace algo secundario, sólo lo niega para plantear la
existencia del hombre, para colocarlo en su lugar, pero el verdadero
materialista sabe que el lugar del hombre está en la co-extensividad del mismo
con la naturaleza, idea que Annaud despliega de manera brillante, invito a
verla.
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