Paula Bach / El
crecimiento económico mundial está resultando “demasiado lento por demasiado
tiempo”, había advertido la directora del FMI, Christine Lagarde. Días más
tarde el organismo anunciaba un nuevamente revisado a la baja crecimiento mundial para el año en curso del 3,2%mientras
advertía sobre mayores riesgos para la estabilidad financiera. Por su parte y
hace unos días el G-20 (que
aglutina a las veinte mayores economías del mundo) reunido en Washington,
coincidía en pronosticar un modesto crecimiento global con tendencias a la baja
para este año. También la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE) emitió un alerta por la desaceleración de las grandes
economías avanzadas en particular Estados Unidos, Inglaterra y Japón, junto con
la pérdida de impulso de la economía alemana.
Los riesgos -sin duda alguna muy reales- expresados como
insistente coincidencia de los organismos internacionales, se asemejan a un
gran lobby sobre la Reserva Federal norteamericana para evitar una eventual y
altamente riesgosa suba de tasas. Entre tanto, en esa gran pajarera que es la
Fed, se moderaba la riña entre “palomas” y “halcones”, al tiempo que la “voz de
aura” de la presidencia llamando a la “cautela” parecía marcar un norte
bastante claro.
Temores por un nuevo 2008Como señalamos en otra oportunidad –y en parte, a diferencia de 2008- los factores que se entremezclan y amenazan con un nuevo estallido y/o una nueva recesión resultan múltiples y bastante inasibles. Formulados un tanto caóticamente: la cuestión china, el riesgo de Brexit (salida del Reino Unido de la Unión Europea), la caída del precio de las materias primas y en particular las cuestiones petrolera y bancaria, la reversión del flujo de capitales hacia el centro, la aguda crisis de Brasil, los problemas de deuda en los llamados “emergentes” que se agudizan con la inversión de la ruta de los capitales y los primeros síntomas de contracción de las ganancias en Estados Unidos, son algunos de los más destacados. Todos ellos amenazan con magnificarse y traducirse en un eventual nuevo 2008 si efectivamente la Fed retomara su programa de incremento progresivo de tasas de principios de año.
Pero pase lo que pase en la coyuntura económica
internacional –si hay algo que pueda llamarse así- en gran parte las cartas ya
están echadas si se piensa en el más largo plazo. China no volverá a crecer a
las ya afamadas “tasas chinas” y ello quita
sustento “real” a las políticas monetarias expansivas (los capitales retornan
a “casa”) poniendo de manifiesto su costado “ineficaz”. Y esta
contradicción se hace presente en el corto plazo de un modo múltiple: por un
lado las políticas de dinero barato devienen una amenaza potencial mayor para
la economía norteamericana, por el otro aparecen como una de las mayores
preocupaciones si una nueva recaída se produjera y finalmente –lo que más
preocupa al “ahora” de los organismos internacionales- que el remedio -su
incremento- podría resultar mucho peor –¡“Dios” sabe cuánto!- que la
enfermedad.
¡A las tasas…!
Como también señalamos hace
un tiempo, los límites de la “sinergia” entre políticas monetarias y sus
fuentes “reales” -o sea fuentes para la creación de valor y plusvalor, léase
China y “emergentes”- hicieron sonar las alarmas. Hace rato que los alertas
sobre el riesgo inminente de una suba de tasas, se acompañan de voces
crecientes que reclaman “políticas fiscales” expansivas en las economías
centrales.
El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi,
acusando recibo de la situación y sumándose a la “cruzada internacional”,
mantuvo la tasa de interés en cero, enfrentó con dureza al ministro de finanzas alemán –Schaüble
“el terrible”- y prometió para junio una para nada “progre” aunque
“anticíclica” –eso sí- compra de deuda corporativa de empresas que no sean
bancos, incluyendo a las compañías aseguradoras. Según Thomas Fazi se trata de una medida sin precedentes, un
gran regalo a las multinacionales que hará que el Banco Central inyecte dinero
directamente en las grandes empresas no financieras. Tampoco se privó Draghi
–el “Supermario”, como lo llaman- de pedir reformas y sobre todo “inversión en
infraestuctura” a nivel europeo y nacional.
La doble cruzada por mantener políticas monetarias
expansivas e implementar políticas fiscales (inversión pública,
fundamentalmente) que aúna al FMI, al Banco Mundial, a la OCDE y al Banco
Mundial, entre otros, tiene su jerarquía. Y como de costumbre es pragmática. Lo
primero es lo primero… “¡A las tasas! (bajas)” es la voz de mando. Lo otro -la
inversión pública en los países centrales- es un hipotético y poco convincente
sustituto de verdaderas fuentes “reales”, aunque podría tomar cuerpo en algún
país o en varios, en un futuro, según la magnitud y derivaciones políticas que
adopte la crisis.
“Demasiada capacidad instalada”
Lo dijimos pero
vale la pena insistir. Llama la atención que tras tantos años de bajo
crecimiento de la inversión y la productividad en el “centro”, recién ahora,
los organismos internacionales se muestren tan preocupados por el carácter
“insuficiente” o “ineficaz” de las políticas monetarias expansivas para
estimular la economía real. Incluso, no es que el amplio degradé que compone el
ala de los economistas neokeynesianos como Stiglitz, Krugman y hasta Summers,
no lo haya mencionado. Lo hicieron, pero muy tímidamente y mientras apoyaban
políticas de tasas bajas como “mal menor”.
Sin embargo ahora sus exponentes más de “izquierda”, como
Stiglitz, irrumpen denunciando la ausencia de una relación positiva entre
bajas tasas de interés e inversión –una verdad a gritos. Señala que durante los
últimos años, tasas -incluso negativas en términos reales- acompañaron caídas
en el crecimiento de la inversión integrada mayoritariamente por plantas y
equipos. Remarca Stiglitz que según datos de la OCDE en Estados Unidos, la
inversión cayó desde el 8,4% del PBI en el 2000 al 6,8% en 2014 y en la UE del
7,5 al 5,7 en igual período. Agrega que manifiestamente es absurda la idea de
que las corporaciones estarían dispuestas a realizar un gran número de
proyectos si solamente las tasas se redujeran en otros 25 puntos básicos y que
a decir verdad las corporaciones están sentadas sobre cientos de miles de
millones de dólares porque ya tienen demasiada capacidad instalada –hemos
insistido sobre este
punto.
Pero para Stiglitz, el verdadero problema reside en que las
empresas pequeñas y medianas –las que necesitan crédito de los bancos- no
pueden tomar préstamos a la misma tasa de interés de los bonos del tesoro.
Remarca que por más negativas que sean las tasas, existe una gran brecha –spread-
entre la tasa de interés que fijan los bancos y la tasa de los bonos del
tesoro. Por lo que concluye que los bancos no desempeñan ningún papel en el
modelo económico que los formuladores de política monetaria vienen
implementando. En definitiva, y siempre según Stiglitz, mientras la capacidad
de las políticas monetarias para restaurar una economía en declive son
limitadas, confiar en el “modelo equivocado” evita que los bancos centrales
contribuyan en la medida de sus posibilidades, pudiendo incluso causar un
empeoramiento de la situación.
Sin pretender desarrollar aquí una polémica con Stiglitz es
preciso remarcar que su fundamentación contiene como mínimo tres puntos
extremadamente débiles. El primero es una simple contradicción en los términos:
suponiendo que las pequeñas y medianas empresas tuvieran efectivamente acceso
al crédito barato ¿dónde invertirían si –como bien señala- las corporaciones
que manejan todas las palancas de la economía tienen capacidad instalada
excedente? Si existiera “espacio virgen” para la inversión lucrativa, sería
utilizado por las grandes corporaciones…El segundo, guarda la enorme ingenuidad
–por decir lo menos- de presuponer que el problema de los bancos centrales
reside en sus “esquemas teóricos” desactualizados…El tercero, derivado del
segundo, consiste en disfrazar de “error teórico” los maravillosos salvatajes
-fundamentalmente bancarios- que los estados de los principales países
centrales vienen operando post 2008 sin olvidar el regalo a las multinacionales
no financieras que el Banco Central Europeo está prometiendo para junio
próximo.
No se trata ni de “errores” ni de “excesos”…Son políticas
destinadas a salvar al gran capital concentrado que, como está inscripto en la
propia lógica del desarrollo del sistema capitalista, es el que tiene la sartén
por el mango. Pero el asunto es que las políticas de salvataje son eficaces
mientras en alguna parte se esté creando valor y plusvalor. Dicho de otro modo,
mientras existan sectores de la economía o alguna economía que ostente niveles
de crecimiento real capaz de absorber al menos parte de las masas de capital
que no encuentran lugar para su valorización productiva. Ese rol durante los
últimos años, lo cumplieron –aún de manera parcial- China,
los “emergentes”, las materias primas y en particular el sector “shale”
gasífero y petrolero en Estados Unidos.
Son las limitaciones que todos estos sectores unánimemente
están presentando, las que ponen nerviosa a una gama muy amplia de actores.
Gama que tuvo poco que decir en tanto el esquema funcionaba, incluso con muy
bajo crecimiento de la inversión, la productividad y la economía en los países
centrales. De todos modos y en el mientras tanto, sospechan que el retiro de
las políticas monetarias sería mucho peor que la enfermedad. Por ello el
objetivo consiste en demorar lo más posible una eventual recaída dramática
logrando algún nivel más o menos sostenible de estabilización económica. Esa la
apuesta. Veamos.
Objetivos no descartables (o el “mal menor”)
La intención de la Reserva Federal norteamericana de
abandonar las políticas monetarias expansivas arrastra un doble objetivo. Por
un lado y primordialmente busca enfriar un mercado bursátil que ha estado
acusando cada vez más el impacto de la reversión del flujo de capitales. Por el
otro, persigue recuperar la herramienta de la política monetaria en caso de
desencadenarse una crisis aguda.
La idea fundamental para la primera meta es que si la Fed
sube la tasa de referencia, ello debería traducirse en el mercado de bonos bajo
la forma de incremento del interés que rinden estos instrumentos. Una tal
situación debería convertir a este mercado en más atractivo y frenar las sumas
de dinero que se dirigen hacia la bolsa sobrevaluando permanentemente las
acciones y agudizando las tensiones financieras. Pero lo cierto es que a pesar
del retiro del quantitave easing (políticas de expansión cuantitativa), de la
propaganda sobre el incremento de tasas y de su primer aumento a principios de
año, la afluencia de dinero hacia la bolsa continuó incrementándose.
Una nota reciente de Financial Times se pregunta por qué los
rendimientos de los bonos continúan en mínimos históricos y aún más bajos de lo
que estaban hace un año, siendo que la Fed llevó a cabo su primer incremento de
tasas y la idea de profundizar la suba no salió de su discurso. El artículo
resalta que aún cuando se registraron fuertes caídas durante los primeros meses
del año, el valor promedio de las acciones representa un poco menos de 2,8
veces su valor de libro -el valor de los activos en el balance menos los pasivos-.
Relación que fue más o menos la que ostentaban las acciones en su punto más
alto antes del crack de 2007-2009. Según la nota, el problema tiene una doble
respuesta. La primera es que el mensaje de la Fed respecto de la suba de tasas
se ha vuelto cada vez más ambiguo durante los últimos meses respondiendo al
incremento de los riesgos globales. De hecho el mercado de futuros de los bonos
de la Fed reconoce hoy una probabilidad de sólo 50% de que aumenten las tasas
nada más que una vez en el curso del año. La segunda respuesta sería de origen
“económico”: Estados Unidos puede exhibir crecimiento pero la ira del
electorado muestra que no se trata de nada demasiado emocionante.
Supongamos que Estados Unidos adopta una política decidida
hacia la suba de tasas. Probablemente el interés de los bonos se incremente y
amainen las cotizaciones en el mercado de valores. Sin embargo y en paralelo,
el petróleo
retomaría el rumbo descendente junto con el resto de las commodities, la
presión sobre los “emergentes” se incrementaría y en China la salida de
capitales presionaría por una devaluación del yuan. Y esto por mencionar sólo
algunos de los efectos sobre la economía mundial. Es en este entramado complejo
que los organismos internacionales confluyen en su cruzada para exigir que se
mantengan las tasas y resulta muy probable que la Fed consume las expectativas.
El objetivo: una estabilización temporaria en la que el precio del petróleo
prosiga una recuperación leve –allende la falta de acuerdos en la OPEP- y los
precios del resto de las materias primas se estabilicen –sin descartar incluso
algún incremento suave. Si efectivamente Estados Unidos mantiene las tasas sin
cambios durante todo el año, la reversión del flujo de capitales podría
detenerse e incluso mostrar un retorno –moderado y senil, de más está decirlo-
hacia el mundo “emergente”. En este contexto sería altamente probable que China
tras sus pasos hacia la internacionalización
del yuan –y manteniendo un crecimiento estable de alrededor del 6,9%-
evite nuevas devaluaciones de su moneda.
De cumplirse este escenario no puede descartarse algún nivel
de estabilización de corto plazo. Pero el problema central es que no hay
estabilización posible de largo plazo sin nuevas fuentes “reales” para la
acumulación de capital. Y es este asunto de carácter estratégico el que, sean
cuales fueran los escenarios coyunturales, mantiene latente la probabilidad de
una nueva recesión mundial.
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