Free State of Jones,
traducida como Los Hombres Libres de
Jones, la nueva película de Gary Ross (Los
juegos del Hambre), fue estrenada en junio de este año en Estados Unidos y
en noviembre desembarcará en nuestro país bajo el título El Valiente. Situada en Mississippi durante y después de la Guerra
de Secesión norteamericana (1861-1865), narra la historia del personaje real
Newton Knight (interpretado por un brillante Matthew McConaughey), granjero
sureño que lideró un grupo de pequeños granjeros blancos desertores del
Ejército de la Confederación que, no sin contradicciones, comenzaron una vida
en comunidad junto a esclavos negros fugados de las terribles condiciones a las
que eran sometidos en las plantaciones algodoneras y tabacaleras.
Desde las primeras escenas de la película –que transita
entre el subgénero del drama bélico, el biográfico y el cine social– se
transmite el desencanto reinante entre las tropas con una guerra librada en
nombre de los impopulares intereses de los propietarios esclavistas, una
auténtica “rebelión a favor de la esclavitud” como definió Marx al
levantamiento de los Estados sureños en sus escritos sobre la guerra civil
norteamericana. Es que a medida que se avanza en el film, se tiene la sensación
de que el director hubiese tomado inspiración de la brillante pluma de aquel,
que retrató como nadie la enorme conmoción social y el horizonte revolucionario
posibilitado por la Guerra de Secesión, que al abrir camino a la abolición de
la esclavitud encendía la mecha de una poderosa alianza social entre los negros
y la clase obrera blanca.
La disposición de la Confederación estableciendo que todo
aquel que posea “un mínimo de 20 esclavos está autorizado a retirarse del
frente de batalla” abre en el film ese primer núcleo de sentido: los pobres
mueren en una guerra para beneficio exclusivo de los ricos, algo que Knight
asimila rápidamente para asumir que esa no es su guerra, y desertar: “no vamos a luchar simplemente para que
sigan teniendo su algodón”.
Ser testigo, ya en la retaguardia, del saqueo sistemático
sufrido por las humildes familias campesinas para pertrecho del Ejército
Confederado, asienta la certeza: la guerra tensa, recrudece y torna despiadada
la opresión de clase, lo que llevará a Knight a sumar a su condición de
desertor la de abierto rebelde contra el sistema defendido por los confederados.
Pero deberá hacer frente a algo todavía más poderoso que un ejército: la
ideología racista inoculada por las clases dominantes sobre los blancos pobres
como vía para encubrir su opresión de clase. El cuestionamiento de esta “falsa
conciencia”, como denominó Marx a la adopción por parte de los poor whites, los pobres blancos, de la
visión del mundo y la ideología racista de una minoría social de 300 mil
propietarios de esclavos sureños, es uno de los grandes ejes argumentales sobre
los que gira la película. Escenas en que humildes granjeros profugados en los
pantanos de Mississippi niegan a los negros un trato igualitario detonan
discursos en los que el cruce entre raza y clase empezará a percibirse como
central. “¿Qué es ser negro?” “Nosotros somos ‘los negros’ de los ricos”,
alecciona Knigth, que va moldeando inconscientemente una ideología
revolucionaria que muestra que el blanco pobre y el negro esclavizado tienen
los mismos enemigos, hermanando su lucha. “¿Tú eres negro?”, le pregunta al
esclavo fugitivo Moses (interpretado por Mahershala Ali, más conocido por su
papel de Remy Danton en House of
Cards). “No, yo soy libre”, responderá este, en una profunda interpelación
sobre el estatuto del negro: la condición de subordinación que se pretende
inherente a este no es sino la imposición de una relación social, una categoría
subsidiaria de un sistema de opresión. Cuestión sobre la que insistió Marx, que
contrario a las concepciones hegemónicas en la época propias de la antropología
evolucionista, diferenció analíticamente las categorías de “esclavo” y de
“negro”.
Los rudos seguidores de Knight, desertores como él, irán
experimentando una transformación en su subjetividad al calor de la lucha codo
a codo contra los confederados que desembocará en la fundación del Estado Libre
de Jones, en el Condado homónimo, donde blancos y negros comenzaron a vivir en
condiciones de igualdad, tanto racial como de acceso a la tierra. El ejército
de insurrectos que ponen en pie incluye a las mujeres, que también se ganan su
lugar al fragor del combate, revelando la lucha por la libertad en toda su
magnitud. El derecho de elegir tendrá su expresión en los terrenos más
sensibles como el del amor, con el matrimonio contraído entre Knight y Rachel
(Gugu Mbatha-Raw), antigua esclava devenida en su compañera de lucha, y en la
arena de la amistad, con la profunda relación de afecto que trabará aquel con
Moses.
Dentro de la filmografía norteamericana destinada a la
temática, Free State of Jones tiene
el mérito de mostrarnos una historia desde abajo, donde los héroes no son los
grandes personajes ilustres sino los desposeí- dos, los parias que pelean
decididamente porque “no tienen nada para perder”, frase que se repite una y
otra vez en el film casi evocando la histórica sentencia de Marx: “los trabajadores no tienen nada que perder
salvo sus cadenas.” Como si anhelase ser la versión fílmica de La Otra
Historia de los Estados Unidos de Howard Zinn, apoyándose en fotografías
históricas que le aportan más realismo a la narrativa, su gran virtud está en
explorar la faceta más negada en la historia difundida en ese país sobre la
Guerra de Secesión: la potencialidad revolucionaria de un combate que el bando
unionista libró bajo la bandera de la abolición de la esclavitud, que además de
emancipar a los afroamericanos podría actuar como un verdadero ariete para la
lucha por la liberación social del conjunto de las clases oprimidas por el
capitalismo. La misma potencialidad que supo conmover y despertar el entusiasta
apoyo de la clase obrera europea, que desde la Asociación Internacional de
Trabajadores (Primera Internacional) tomó como suya la causa abolicionista. No
por casualidad a la salida de la guerra las clases dominantes se empeñaron en
obturar cualquier cuestionamiento profundo al orden social, sosteniendo la
propiedad concentrada de la tierra que impidió el avance de una verdadera
revolución agraria, central para trastocar las relaciones sociales existentes.
En este aspecto el programa de los republicanos radicales, que postulaba el reparto
de 16 hectáreas (los famosos “cuarenta
acres”) y una mula a los esclavos liberados, fue apoyado por Marx, que en
el prefacio de 1867 de El Capital, planteó:
Wade, vicepresidente de los Estados del Norte de América, declaró abiertamente en varios mítines políticos, que después de la abolición de la esclavitud, estaba en la agenda la transformación de las relaciones del capital y de la propiedad de la tierra.
Cuestión que no fue llevada a cabo en función del pacto
reaccionario sellado entre las clases dominantes. En el film vemos cómo los
propietarios de las plantaciones, que habían huido dejando abandonadas sus
grandes mansiones a medida que los Ejércitos de la Unión avanzaban sobre las
regiones sureñas, comienzan a regresar y retoman sus títulos de propiedad,
poniendo fin a las experiencias de reparto de la tierra. Además, recurriendo a
distintos artilugios legales como el sistema del aprendiz, comenzaron a
restablecer sistemas de trabajo casi esclavistas; y mediante la aplicación del
terror abierto, cuya expresión organizada más brutal fue el Ku Klux Klan,
forzaron el retroceso de los derechos políticos recientemente conseguidos por
los negros, en lo que será el comienzo del régimen segregacionista conocido
como Jim Crow (1). Free State of
Jones no es sólo una película sobre la guerra civil, sino
esencialmente sobre el carácter abiertamente conservador que tuvo la
postguerra, la desilusión de los “hombres libres” será la muestra de la derrota
de las aspiraciones más revolucionarias de quienes entraron en combate para
labrarse un destino mejor. Lejos de la épica del cine bélico, no son las
escenas de grandes batallas las que ocupan el centro, lo que llevó a muchos
críticos a devaluar la categoría de la película, que no pocos interpretaron
como una aburrida lección de historia. Lo cierto es que, no exenta de muy
buenos pasajes de acción, Free State
of Jones se erige, encendiendo en el espectador una intensa emoción,
como un profundo alegato por la libertad en momentos en que la violencia
racista vuelve a recrudecer en Estados Unidos. Incluso tematiza la continuidad
del racismo apelando al recurso del flash-back con saltos históricos que llevan
hasta la década del 50 en un Estados Unidos signado por el segregacionismo,
donde se aplicaba la “ley de la gota de sangre” por la cual bastaba “una gota”
de sangre afroamericana para definir a alguien como negro, independientemente
de sus rasgos fenotípicos blancos.
La película lanza una interpelación sobre ese “muerto en el
placard” que el Estado racista y gran parte de la sociedad norteamericana son
reacios a admitir, e indaga sobre el amor y la amistad de nuevo signo que
surgen del compañerismo, la solidaridad y el anhelo compartido de una sociedad
más igualitaria. Nos recuerda que aquellos que no tienen nada que perder sino
sus cadenas tienen en cambio un mundo que ganar, una vida que merezca ser
vivida, en libertad.
Nota
(1) “El muerto en el
placard de Estados Unidos. Aproximaciones a la historia del racismo y la lucha
antirracista desde la guerra civil a la Segunda guerra mundial”, Paula
Schaller y Javier Musso, IdZ 32, agosto 2016; “Cuando rugió la pantera negra. El activismo negro norteamericano del
movimiento por los derechos civiles a las Panteras Negras”, Paula Schaller
y Javier Musso, IdZ 33, septiembre 2016.
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