◆ Esta es la
versión de un artículo publicado por la revista ‘América Latina XXI’, como un
tributo a Hugo Chávez y una reflexión crítica sobre su recepción fuera de Venezuela
con motivo de su muerte
Alan Freeman | Estaba
en Argentina durante el golpe de estado de Abril de 2002 en Venezuela, mientras
que las masas de gente traicionada luchaban con las consecuencias del colapso
del peso en Enero de 2002. Alrededor de mí todos sabían que dos países, en
polos opuestos del continente, estaban unidos en una lucha que cambiaría el
mundo. Nadie dudaba que el cambio sería para bien.
Regresando a Inglaterra fue como volver a la Edad de Piedra.
El golpe de estado había provocado la explosión de este escepticismo cultural
que la gente acomodada reserva para esos momentos en que los pobres hacen
historia. La intelectualidad liberal describió ávidamente, como si fueran
hechos de la línea frontal en la Guerra por la Civilización, los delirios de
los golpistas que habían conspirado para derrocar un gobierno democrático por
medio de la fuerza y el asesinato de su presidente electo. Al otro lado, la
clase media progresiva de Latinoamérica honestamente intentó convencerme que
Chávez era ‘sólo otro Caudillo’, mientras que la izquierda británica ofreció lecturas
piadosas sobre las clases, los peligros del tercermundismo y las distracciones
del cripto-comunismo.