“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

26/4/16

Aprendiendo de quienes hacen historia: Bolchevismo, bolivarianismo y el legado de Hugo Chávez

La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia adelanteSøren Kierkegaard
Esta es la versión de un artículo publicado por la revista ‘América Latina XXI’, como un tributo a Hugo Chávez y una reflexión crítica sobre su recepción fuera de Venezuela con motivo de su muerte

 Alan Freeman  |    Estaba en Argentina durante el golpe de estado de Abril de 2002 en Venezuela, mientras que las masas de gente traicionada luchaban con las consecuencias del colapso del peso en Enero de 2002. Alrededor de mí todos sabían que dos países, en polos opuestos del continente, estaban unidos en una lucha que cambiaría el mundo. Nadie dudaba que el cambio sería para bien.

Regresando a Inglaterra fue como volver a la Edad de Piedra. El golpe de estado había provocado la explosión de este escepticismo cultural que la gente acomodada reserva para esos momentos en que los pobres hacen historia. La intelectualidad liberal describió ávidamente, como si fueran hechos de la línea frontal en la Guerra por la Civilización, los delirios de los golpistas que habían conspirado para derrocar un gobierno democrático por medio de la fuerza y el asesinato de su presidente electo. Al otro lado, la clase media progresiva de Latinoamérica honestamente intentó convencerme que Chávez era ‘sólo otro Caudillo’, mientras que la izquierda británica ofreció lecturas piadosas sobre las clases, los peligros del tercermundismo y las distracciones del cripto-comunismo.

La derrota del golpe de estado no dejó lugar a la duda sobre la naturaleza del proceso, ni sobre la dirección que estaba tomando su liderazgo. La constitución Bolivariana estableció libertades y derechos que ninguna dictadura podría cumplir; cuando la población eligió un gobierno que pretendía implementarla, las clases dominantes respondieron movilizando a la clase media privilegiada para derrocarlo. Chávez respondió mostrando que arriesgaría su vida en lugar de traicionar a su pueblo, y el pueblo se movilizó para derrotar el golpe de estado. Esta era sin lugar a dudas un proceso revolucionario dirigido por un liderazgo revolucionario.

Y como Luis Bilbao (2013) explicó lúcidamente, Chávez traía vida a la comprensión histórica que encontramos en los escritos de grandes líderes revolucionarios como Lenin, Trotsky, Mao, Fidel, Che, Ho Chi Minh, Vo Nguyen Giap, y las revoluciones a las que condujeron. Así que ¿era tan difícil para la ‘izquierda’ apoyar ese evidentemente proceso socialista? ¿Por qué los escritores de historia, con pocas excepciones, tienen tantos problemas entendiendo a quienes la hacen?

Le tomó cuatro años a la izquierda para ponerse al corriente, y la intelligentsia liberal aún ofrece poco más que mentiras sofisticadas. La entrada en el ‘about.com’ sobre Chávez, presuntamente escrita por un hombre calificado, está titulada simplemente como ‘Hugo Chávez, el dictador incendiario de Venezuela’. Una invención estilo Disney: ¿por qué nadie la ha quitado de un sitio que se dice ser una fuente reconocida de información certera?

Detrás de estas reacciones subyacen problemas más profundos. Por ejemplo, uno no puede imaginar una universidad occidental enseñando a Chávez según Weber. No obstante, tanto las palabras como las acciones de Chávez expresan una teoría sistemática del mundo, sin la cual no podría haber tenido éxito o siquiera hacer el intento. La academia contiene un seso permanente contra tener una comprensión teórica de los actores de la historia, especialmente de sus revolucionarios socialistas. En consecuencia, sistemáticamente malinterpretan el proceso histórico en el que se ven involucrados estos actores.

La izquierda occidental comete el error opuesto. Toman los ‘textos’ de la revolución como un manual de procedimiento y no como un análisis teórico. Por tanto, fallan en preguntarse cómo aplica esa teoría en cada circunstancia concreta. No vieron que Chávez, en lugar de contradecir los ‘textos’, estaba escribiendo un nuevo volumen de ellos. Sus palabras y acciones no sólo abarcan todos los entendimientos claves que heredamos de los primeros revolucionarios, también nos brindó nuevos entendimientos inscritos directamente en las páginas de la historia con la combinación de pasión comprometida, imaginación refrescante y una lógica convincente con la que él creó un nuevo lenguaje socialista para el Siglo XXI.

Domenico Losurdo ha notado de manera penetrante que la historia juzga las revoluciones por lo que las inspira. Una revolución triunfa cuando las generaciones futuras reconocen que su causa fue tanto justa como factible. Recordamos la revolución francesa por la Libertad, Igualdad y Fraternidad y no por la derrota de Napoleón en Waterloo. Marx y Engels confirieron elogios sin reservas a los Comuneros, quienes murieron por millares después de que ‘irrumpieron en las puertas del cielo’ porque mostraron al mundo que los trabajadores podían organizar un nuevo tipo de poder. Celebramos la revolución de 1917 no por los actos de Joseph Stalin, sino porque un pueblo entero se atrevió a clamar justicia internacional, libertad e igualdad, así como el final la guerra, como un derecho de toda la humanidad.

Los ‘textos’ de cualquier revolución expresan el entendimiento que condujo a millones de personas a actuar para intentar conseguir y lograr sus ideales. Por su naturaleza, estos textos combinan teorías con propuestas para la acción. Si no propusieran acción alguna, nada pasaría. Si no contuvieran teoría alguna, las acciones fallarían. Esta es la razón por la que los estudiamos. Son ejercicios en la ética racional, intentos prácticos para moldear nuevas sociedades basadas en los más altos ideales de la época.

Por esta misma razón, los textos de las revoluciones también son pruebas. Los pueblos llevan a cabo experimentos en la lucha, no en los laboratorios o en los salones de clase: los textos registran cómo los actores de la historia comprenden lo que estaban haciendo. Ellos no deberían ser ni descartados ni idolatrados. Ni pueden ser juzgados únicamente con base de su éxito. Si después de cada derrota rechazamos las ideas que inspiraron a los derrotados, renunciaríamos a toda lucha contra la injusticia sin batalla alguna. Deberíamos estudiar estas ideas con un objetivo: luchas mejor por los ideales que los inspiraron.

La ceguera condescendiente de la inteligencia occidental respecto a los logros de Chávez tiene una base material, revelada por la omisión deliberada del descubrimiento teórico principal del socialismo del siglo XX. Las relaciones de clase, que Marx describió con esmerado detalle en el Siglo XIX, están superpuestas y condicionadas, como Radhika Desai (2013) nos ha recordado, por lo que él llamó las ‘relaciones entre naciones productoras’. En el Siglo XX esto dividió al mundo en naciones opresoras y oprimidas, sentando la base para todas sus revoluciones, comenzando con Rusia, que es donde escribo este artículo. Las revoluciones china, coreana, cubana y vietnamita nunca hubieran comenzado siquiera sin este entendimiento y mucho menos sobrevivido. Cada vez que los intelectuales olvidan esto se equivocan.

Ya son 100 años desde que Lenin convenció por primera vez a los comunistas de que el mundo estaba dividido entre un pequeño grupo de ‘naciones millonarias ladronas’ que dominaban económicamente y el resto de las naciones, cuya subordinación estaba asegurada por la fuerza. Esta división ha sido extraordinariamente estable. Un pequeño número de países se ha movido al campo de los ricos: un puñado de penínsulas e islas en Asia del Este, la franja Sur y Este de Europa Occidental y en las Américas ninguno.
La dimensión Nacional y Popular
La división es también extraordinariamente marcada. Cuando Chávez tomó el mando, los países ricos tenían una quinta parte de la población mundial con un ingreso promedio veinticuatro veces del resto; la brecha entre las naciones más ricas y las más pobres era siete veces más grande en los tiempos de Lenin. Dentro de cada grupo hay divisiones, pero la separación entre los dos grupos es mucho más amplia y también mayor que aquello que divide al trabajador del burgués en la mayoría de los países. Las contorciones teóricas que se hacen para evitar reconocer este simple hecho y sus implicaciones políticas son realmente sorprendentes.

Sin embargo, el Siglo XXI ha producido otro nuevo hecho importante. El prospecto abre una genuinamente nueva era que puede terminar con esta división del mundo. Más de una tercera parte de la población mundial vive ahora en los países cuyas tasas de crecimiento ponen a sus hijos en miras de los niveles de vida de primer nivel antes de que se vuelvan ancianos. Una creciente lista de países, precisamente aquellos han aplicado cierta medida de control soberano sobre sus economías, están creciendo dos o tres veces más rápido que los países ‘avanzados’ que ahora entran a su séptimo año de Depresión.

Esto se logró no por una mítica globalización sino por la soberanía económica: el uso del estado para promover el desarrollo. Lo destacado de los éxitos se deben a los controles de capital, sistemas bancarios orientados al desarrollo nacional y el estímulo estatal, y sobre todo el estímulo de inversión, el cual subyace el crecimiento sostenido sin precedentes de China. Incluso India, un autoproclamado campeón del capitalismo de libre mercado, ha nacionalizado bancos, aplicado controles de capital a la empresas y tiene el 13 por ciento de su industria en manos del Estado, logrando una tasa de crecimiento anual entre el 5 y el 8 por ciento.

La soberanía económica no es garantía de socialismo. Sin embargo, despeja el camino para una lucha directa, libre de interferencia externa entre las grandes masas de trabajadores y las clases pobres frente a una montaña acumulada de reclamaciones creadas por el imperialismo y una burguesía nacional cuyo poder está atado a un orden moribundo. Por supuesto, ninguna clase entrega su poder voluntariamente y Chávez comprendió que la soberanía únicamente podría lograrse a través de la lucha. Pero también comprendió que debido a las crecientes contradicciones internas del imperialismo, las probabilidades de éxito crecían día con día. Es odiado por este descubrimiento.

Esto no es negar el poder del sistema actual de dominación, el cual combina dos instrumentos. La subordinación económica mantiene que el monopolio natural de la alta tecnología que genera el mercado internacional espontáneamente, enfrentando a las naciones pobres con la rígida alternativa de volverse en simples proveedores de recursos y trabajo barato o resistir. Terror militar es la respuesta a la resistencia. Amenaza con un daño suficiente para volver la oposición más costosa que la sumisión.

Las clases privilegiadas de las naciones oprimidas son sobornadas o simplemente engatusadas en golpes de estado sin fin, revoluciones de ‘color’ o actos de sabotaje económicos tales como los que trajeron abajo tanto a Allende como a Alfonsí, junto con el acompañamiento de ese torrente ensordecedor de falsedades que Radhika Desai y yo llamamos del ‘mito de la industria’.

Chávez desbordó este sistema: un logro monumental, pavimentando el camino para la radicalización de un continente enero y sin duda, creando nuevas posibilidades para el mundo entero. Combinando una comprensión tanto de la dimensión nacional como de clase del sistema de opresión, él aprovechó la básica debilidad político-económica de la dominación imperialista. Lo países dominantes monopolizan los recursos mundiales no sólo para su propio uso, sino para evitar que los usen sus rivales. Es una de las maneras primarias de competir. Así que una nación-estado que utiliza sus recursos para beneficiar a su pueblo no sólo puede levantar a millones de la pobreza, sino que derrumba un pilar sobre el cual descansa la dominación mundial. Chávez también es detestado por este descubrimiento.

Chávez se percató después de que al combinar la soberanía de recursos con el desarrollo humano podía construirse una alianza popular que podría frustrar tanto la intervención externa como el sabotaje interno. Su coraje en fundar la sobrevivencia tanto de su gobierno como de su propia vida sobre esta brillante observación derrotó el golpe de estado.
La dimensión continental
Sus observaciones fueron más lejos: escribiendo un nuevo capítulo de la teoría socialista, él se percató de la dimensión continental de la resistencia. Sus orígenes yacen tanto en la formación de los EUA y en el espectro continental de las revoluciones rusa y China. En 2004, cuando estaba estudiando la desigualdad entre naciones (Freeman 2004) surgió un patrón. Mientras mayor es la igualdad entre naciones de un mismo continente mejor lo hacían. En ese tiempo Europa se encontraba hasta arriba en la lista, donde la población de las naciones pertenecientes al primer quintil sólo estaba 1.8 veces mejor que aquellas en el último quintil. Si Europa se encuentra actualmente en caos es precisamente porque no ha usado la redistribución fiscal para mantener el ritmo de integración. Después aparecía Asia del Este y Latinoamérica con una proporción de 4.2. Al final se encontraba África con una proporción de 17.6. Para la URSS el mensaje era particularmente claro; en 1990 era la zona geopolítica más igual con una razón de 2.6, en 2002 era la segunda menos igual con una razón de 9.8, y ha sido testigo del colapso más brutal de los niveles de vida desde la guerra

Chávez se percató que en tanto Europa y Norteamérica lidiaran separadamente con cada país Latinoamérica, ellos podrían aislar y destruir cualquier gobierno. ‘Divide y vencerás’ era su moneda de cambio. Esto tenía que ser enfrentado con una alianza continental en cada nivel –económicamente, en las comunicaciones, financieramente, en las relaciones de comercio, diplomáticamente y finalmente militarmente. Argentina y Brasil captaron el mismo punto por una ruta distinta, al abordar la necesidad de la independencia del FMI.

La lucha de Chávez era realmente Bolivariana, pero la forma de esta lucha dio al mensaje Bolivariano una forma enteramente moderna. Los intelectuales occidentales han fallado por completo en entender esto, tratando al Bolivarianismo como un atavismo romántico, a un llamado a tiempos pasados sin relevancia. No podrían haber estado más equivocados. Los EUA dominaron porque fue el primer poder capitalista continental. Debido a que la URSS, después China, luego India, emergieron de luchas anticoloniales como poderes continentales, pudieron implementar políticas de desarrollo en una escala moderna. La continentalización, y no una mítica ‘globalización’ es el futuro del desarrollo moderno. El futuro de cada nación Latinoamericana depende de la unidad del continente, al igual que ningún país del Medio Oriente será libre hasta que la gran repartición europea de los 1920s sea revertida.

La respuesta imperialista a cualquier lucha por la soberanía al tratar de resquebrajar al oponente –uno de los múltiples hechos que vuelve a la globalización una hipocresía que quita el aliento. El legado destructivo de los británicos es muy conocido: la partición de India, Irlanda y Chope, así como el desmantelamiento del mundo Otomano se convirtió en el modelo de una política general de romper cualquier centro de resistencia, de cualquier escala, a las unidades más pequeñas posibles de reclamos completamente fraudulentos de ‘autodeterminación’ como con las Malvinas o el norte de Irlanda. No obstante, esto no se confina a resquebrajar a las naciones que ya existen, sino también frustrar el surgimiento de nuevas políticas soberanas, ya sean nacionales o continentales, en una escala geográfica y demográfica con el potencial de presentar a los EUA un reto económico serio. Los EUA no sólo combinaron el objetivo de derrotar al comunismo con el de resquebrajar a la Unión soviética y a Rusia, sino sistemáticamente persigue el segundo objetivo hasta el día de hoy. Los EUA y Europa desmantelaron Yugoslavia e incluso jugaron con juego como la ‘independencia’ de la provincia boliviana de Santa Cruz.

El logro histórico de Chávez fue expresar la demanda clásica de ‘autodeterminación’ al reunir los futuros de los procesos revolucionarios en Venezuela y la unificación político-económica de los territorios Latinoamericanos. La neutralización del Plan Colombia, la derrota del ALCA, los primeros pasos para genuinas relaciones mutuas de comercio y finanzas, así como muchas otras medidas no sólo sentaron las bases de la revolución energética de Venezuela, sino que también crearon el espacio político para una serie de regímenes radicales en Bolivia, Ecuador y a lo largo del continente. Si ayuda dar una pausa para el pensamiento a los más irredentos sectarios, vale la pena señalar que esto confirma un principio que dividió a Trotsky de Stalin; para defenderse, la revolución debe expandirse a sí misma.

Nada de esto es comprendido por la intelligentsia liberal occidental, y mucho menos por su izquierda. Los intelectuales occidentales viven en un mundo mítico sin fronteras definido por una igualmente mítica igualdad de derechos internacionales donde su propio estado ha ganado el derecho a intervenir en cualquier lugar y en todas partes que elija con base en su presunta superior civilización. Nunca se les ocurre que esta ‘civilización’ descansa sobre la supresión del resto del mundo, mantenida y defendida precisamente por lo que su estado hace en el exterior.

Se levantan de sus camas, comen sus desayunos, se visten y conducen al trabajo sin reflexionar una sola vez que su petróleo, sus dispositivos, su café, sus alimentos, sus minerales y metales, la base misma de su existencia diaria cuesta una octava parte de lo que hubieran pagado si todo el trabajo mundial fuera recompensado igualitariamente. Sus gobiernos vigilan los mares y el cielo, tratando alternadamente a Bin Ladens, Husseins o Ghadaffis como aliados perdonados de cualquier atrocidad o como los demonios que justifican cualquier grado de violencia contra los civiles en nombre de la ‘lucha contra el terrorismo’. Violan al mundo y asesinan a todos aquellos que se les oponen. Conspiran interminablemente para derrocar cualquier gobierno que se interpone en su camino, ya sea por medio de sanciones, desestabilizaciones, golpes de estado o llanamente con terror militar. Esta lo defiende la intelligentsia occidental en nombre de principios ‘humanitarios’.

La primera medida ‘humanitaria’ requerida por cualquier poder occidental es permanecer al margen, cesar por completo todo involucramiento externo. Si y cuando se lograra, se abre entonces el prospecto, un mundo futuro de iguales no agresivos cuyos fundamentos Chávez podría haber ayudado a fundar, para establecer genuinamente estándares internacionales para salvaguardar los derechos humanos y defendidos por genuinos arreglos multilaterales.

Hasta ese momento, el principio de Lenin sobre las naciones ladronas no tienen asuntos fuera de sus propias fronteras continua siendo la única manera de ‘lidiar con’ la dictadura y los abusos a los derechos humanos. Si no fuera por los reclamos absurdos de la Gran Bretaña sobre una pequeña isla a ocho mil millas de sus costas, Galtiere nunca podría haber prolongado una gastada dictadura yendo a la guerra. Si Reagan y Bush no hubiera provisto a Hussein con grandes cantidades de municiones, dinero –y químicos– cuando les convenía para que los usara contra Irán, su propio pueblo hubiera saldado cuentas con él mucho antes de que el mismo Bush, y sus herederos, comenzaran a masacrarlos en cientos de miles, sin piedad, en nombre de la libertad.

La izquierda occidental olvida frecuentemente, en nombre del Leninismo, la propia conclusión de Lenin de que los comunistas en las naciones opresoras tienen diferentes tareas de aquellos en las naciones oprimidas. En estas últimas, los comunistas necesitan ser la punta de lanza del movimiento de liberación exponiendo y desplazando a la vacilante o colaborativa burguesía. Pero esta no es la tarea de los comunistas en los países opresores. La 8ª condición para la admisión a la Internacional Comunista (Lenin 1920) establece que:
“…. los partidos de los países cuya burguesía posee colonias u oprime a otras naciones deben tener una línea de conducta particularmente clara. Todo partido perteneciente a la Tercera Internacional tiene el deber de denunciar implacablemente las proezas de “sus” imperialistas en las colonias, de sostener, no con palabras sino con hechos, todo movimiento de emancipación en las colonias, de exigir la expulsión de las colonias de los imperialistas de la metrópoli, de despertar en el corazón de los trabajadores del país sentimientos verdaderamente fraternales hacia la población trabajadora de las colonias y las nacionalidades oprimidas y llevar a cabo entre las tropas metropolitanas una continua agitación contra toda opresión de los pueblos coloniales.
Esta tarea es completamente independiente del carácter de clase del movimiento de liberación. Nada de la herencia del leninismo o el marxismo dice que los comunistas occidentales deban limitar o condicionar su apoyo dependiendo de si va en una dirección socialista o tenga un liderazgo de la clase trabajadora. Tal condicionalidad es lo más destacado de la tradición nacionalista-sectaria de la izquierda occidental. Ha seducido capa tras capa de los alguna vez revolucionarios socialistas occidentales para respaldar en contra de cualquier ‘atrocidad reciente’ que sirva como excusa: pobre pequeña Eslovenia, el trato de Milosevic a Kosovo, los talibanes, la ‘supresión’ de los Falung Gong, las abruptamente descubiertas prácticas autoritarias de Ghadafi, el terror islámico en Mali. La lista es interminable.

Aquellos izquierdistas que gastan cuatro años esperando para que el proceso Venezolano desvele su ‘carácter socialista’ confundieron su tarea de detener, impedir, frustrar, tirar piedras en el camino y generalmente hacer difícil para sus propios imperialistas intervenir en otros países, con una tarea que no es suya –asistir a la clase trabajadora o socialista de aquellos países que mejor pueden pelear con la burguesía de esos países. Las únicas personas con el derecho a tomar esa tarea son aquellos cuyas vidas están atadas al destino de esos países. La única tarea de aquellos que no dependen de ese futuro es quitarse del camino.

La izquierda del Reino Unido, desatendiendo estos principios comunistas ha olvidado erróneamente a Argentina, donde encontramos hoy en día la mayor amenaza militar a la soberanía Latinoamericana, organizada directamente por su propio gobierno. En el apogeo de la Guerra de las Malvinas el segundo grupo de izquierda más grande del Reino Unido hizo el llamado una federación socialista de la Argentina, Gran Bretaña y las Malvinas, apoyando la guerra porque iría en contra un dictador. A partir de entonces, a pesar de que Argentina es el único país de América Latina en el que el gobierno británico está directamente implicado (con la posible excepción de menor importancia de Belice), ha desempeñado un papel secundario en la celebración justificada, de la izquierda del RU, de los logros de Castro y Chávez.

Siempre que la izquierda occidental fusiona la tarea de ‘exponer despiadadamente las maquinaciones coloniales de los imperialistas de su propio país’ con sus bien intencionados deseos de apoyar el progreso social en las naciones oprimidas, su identidad comienza a fusionarse con los de la intelligentsia liberal pro-intervencionista. La manera más efectiva en que los socialistas occidentales pueden apoyar el progreso social en el Tercer Mundo es defender incondicionalmente el derecho de todas las naciones y, como Chávez nos ha mostrador, de todos los continentes a los que pertenecen, a elegir su propio curso –usando todos los medios disponibles para conseguir que nuestros propios gobiernos se quiten de encima.

Chávez ha portado un arma en ambos lados, insuficientemente explorada porque es muy nueva. Contrario a los creadores de mitos, Chávez elevó la democracia a un nivel más alto que en cualquier otra experiencia socialista. El pueblo venezolano aún se encuentra escribiendo capítulos de esta experiencia: el criterio de su éxito, como se explicó al inicio de este tributo, no depende de lo que finalmente logren, sino de lo que ya han logrado mostrar que es posible.

La ‘democracia parlamentaria’, justamente criticada por Lenin como una dictadura disfrazada mientras el estado permanece siendo un monopolio privado, se presenta actualmente como una suerte de pináculo de la civilización. Pero incluso en esos países que se presentan como tal, las instituciones parlamentarias se confinan a las condiciones de los tiempos de paz. Durante la Segunda Guerra Mundial, los EUA recluyeron a todos los japoneses étnicos y el RU prohibió toda huelga y no sostuvo elecciones por diez años, mientras que esos países ‘civilizados’ como Canadá prohibieron incluso al Partido Comunista por un tiempo. La vigilancia contra potenciales colaboradores y la supresión de quienes han sido probados, es una norma en las políticas de tiempo de guerra, cuyas poblaciones apoyan entusiastamente como se espera debido a que sus vidas están en juego.

Esta es la razón por la que las libertades ‘parlamentarias’ son rutinariamente suprimidas en vista de amenazas externas fomentadas para derrocar gobiernos por la fuerza, incluyendo amenazas míticas como vemos en el actual estado cuasi-militarizado de la sociedad estadounidense, el trato de Bradley Manning, los extremismos de la Seguridad Nacional o, ciertamente, la rendición especial, la re-legitimación de la tortura o Guantánamo. ¿Qué hacemos realmente a una sociedad que sostiene el derecho a gobernar el mundo en nombre de las libertades democráticas que no puede siquiera proteger dentro de sus propias fronteras con el fundamento de que el mundo se está resistiendo?

Y en cuanto las amenazas reales, ¿quién puede concebir un gobierno occidental que no sólo permitiría a los líderes de un golpe de estado irse libres y no tomar acciones contra sus seguidores, sino dotarlos con un cheque en blanco para intentar de nuevo –la demanda secreta que yace detrás de la interminable condena cobarde y estúpida de Chávez como un ‘dictador’?

No obstante, la actividad militar de Occidente, junto con sus incesantes intentos de desestabilización, colocan a todos excepto as países más supinos del tercer mundo en una permanente alarma de guerra, Cuba siendo un caso evidente de esto. Este sistemático terror promovido por el estado ha hecho, por muchos años, de las instituciones parlamentarias un vehículo suplementario de la dominación externa. La derrota de los sandinistas en 1990 fue realmente un voto para detener la guerra. Después de diez años de luchas agotadoramente contra los opositores financiados por los EUA, el pueblo nicaragüense fue literalmente puesto bajo sumisión. Esto difícilmente puede ser considerado un veredicto democrático sobre la política social sandinista.

Cualquier división simplista del mundo en ‘democracias’ y ‘dictaduras’ pierde el punto. Debido a que la democracia parlamentaria es una institución de tiempos de paz, esta paz debe primero asegurarse. Por tanto, la libertad de compulsión externa es una precondición para la realización de ‘derechos democráticos’. El proyecto liberal intervencionista es completamente auto-contradictorio: propone hacer cumplir un derecho universal al remover las condiciones para su existencia.

El punto de vista de la clase trabajadora va más allá de estos limitados horizontes liberales. La democracia, definida correctamente como la aserción de la voluntad pública tiene muchas expresiones además de la parlamentaria, muchas de las cuales permanecen válidas bajo condiciones de batalla e incluso mejoran las posibilidades de victoria. La derrota del golpe de estado por una irrupción de masas del pueblo venezolano a las calles fue la mayor expresión de voluntad popular que los gobiernos occidentales electos por una tercera parte de la población.

En cuanto al sistema de partidos, ese favorito de los corresponsales parlamentarios que critican el ‘clientelismo’ de los partidos Latinoamericanos o que arremete contra China donde un fuerte Partido Comunista de 80 millones permanece un genuino campo de lucha de clases, no es por nada que la legislatura de los EUA es descrita como ‘el mejor gobierno que el dinero puede comprar’. El día laboral de esos mismos críticos es animar la conversión de lo que resta de los partidos socialistas occidentales a frentes manipulados por líderes celebridades comprados.

Estas contradicciones han llegado a un extremo que es intolerable incluso bajo los estándares de la lógica FOX de TV, en la negativa de los EUA al no reconocer la elección de Maduro sólo cinco años después de que George Bush Junior ‘derrotara’ a Al Gore habiendo asegurado medio millón menos de votos en el endeble resultado de una contienda en Florida que todos sabemos fue muy manipulada.

El logro más grande de Chávez puede ser quizás que incluso bajo las circunstancias de las amenazas militares e internas de Venezuela, él no sólo creó instituciones parlamentarias de estándar internacional a las que occidente mismo no puede ajustarse, sino que hizo posible para las fuerzas populares de Venezuela expresar su voluntad a través de ellas. El establecimiento de un partido socialista de masas no es una pequeña parte de este logro.

La hostilidad ante los éxitos electorales de Chávez expresa una ansiedad creciente de que él ha mostrado cómo incluso el sistema parlamentario, desde la derrota de Bismark y el modo tradicional de dominación burgués, puede convertirse en una expresión de la voluntad popular, con la suficiente determinación del liderazgo político y por el grado de polarización de clases que ha creado el imperialismo en las tierras que ya no puede controlar. En resumen, el mayor temor de los ‘defensores’ occidentales de la democracia parlamentaria es que Chávez la haya hecho realmente democrática. Si el pueblo Venezolano mantiene este logro, la intelligentsia occidental tendrá algo nuevo sobre qué pensar.
Referencias
Alan Freeman
Bilbao, L. 2013. Hugo Chavez, Internationalism and Revolution. Links March 8, 2013 http://links.org.au/node/3264
Desai, R. (2013) Geopolitical Economy: after Globalization, Empire and Hegemony. London: Pluto Press, New York: Palgrave and Winnipeg: Fernwood Press.
Freeman, A. ‘The Inequality of Nations’ in Freeman, A. and B. Kagarlitsky (eds). 2004. The Politics of Empire: Globalization in Crisis. London: Pluto Press. http://ideas.repec.org/p/pra/mprapa/5589.html
Lenin, V.I. 1920. Conditions for admission to the Communist International. Proceedings of the second congress of the Communist International.

Nota biográfica

Alan Freeman es cofundador del Comité Científico de Unión entre Gran Bretaña y Cuba, posteriormente de la Campaña de Solidaridad con Cuba y el Centro de Información sobre Venezuela, conjuntamente con la Campaña de Solidaridad con Venezuela. Se retiró de su actividad profesional en la Autoridad del Gran Londres en 2011, y actualmente vive en Winnipeg Canadá. Junto con Radhika Desai edita la serie del libro El futuro del Capitalismo Global.
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