◆ Esta es la
versión de un artículo publicado por la revista ‘América Latina XXI’, como un
tributo a Hugo Chávez y una reflexión crítica sobre su recepción fuera de Venezuela
con motivo de su muerte
Alan Freeman | Estaba
en Argentina durante el golpe de estado de Abril de 2002 en Venezuela, mientras
que las masas de gente traicionada luchaban con las consecuencias del colapso
del peso en Enero de 2002. Alrededor de mí todos sabían que dos países, en
polos opuestos del continente, estaban unidos en una lucha que cambiaría el
mundo. Nadie dudaba que el cambio sería para bien.
Regresando a Inglaterra fue como volver a la Edad de Piedra.
El golpe de estado había provocado la explosión de este escepticismo cultural
que la gente acomodada reserva para esos momentos en que los pobres hacen
historia. La intelectualidad liberal describió ávidamente, como si fueran
hechos de la línea frontal en la Guerra por la Civilización, los delirios de
los golpistas que habían conspirado para derrocar un gobierno democrático por
medio de la fuerza y el asesinato de su presidente electo. Al otro lado, la
clase media progresiva de Latinoamérica honestamente intentó convencerme que
Chávez era ‘sólo otro Caudillo’, mientras que la izquierda británica ofreció lecturas
piadosas sobre las clases, los peligros del tercermundismo y las distracciones
del cripto-comunismo.
La derrota del golpe de estado no dejó lugar a la duda sobre
la naturaleza del proceso, ni sobre la dirección que estaba tomando su
liderazgo. La constitución Bolivariana estableció libertades y derechos que
ninguna dictadura podría cumplir; cuando la población eligió un gobierno que
pretendía implementarla, las clases dominantes respondieron movilizando a la
clase media privilegiada para derrocarlo. Chávez respondió mostrando que
arriesgaría su vida en lugar de traicionar a su pueblo, y el pueblo se movilizó
para derrotar el golpe de estado. Esta era sin lugar a dudas un proceso
revolucionario dirigido por un liderazgo revolucionario.
Y como Luis Bilbao (2013) explicó lúcidamente, Chávez traía
vida a la comprensión histórica que encontramos en los escritos de grandes
líderes revolucionarios como Lenin, Trotsky, Mao, Fidel, Che, Ho Chi Minh, Vo
Nguyen Giap, y las revoluciones a las que condujeron. Así que ¿era tan difícil
para la ‘izquierda’ apoyar ese evidentemente proceso socialista? ¿Por qué los
escritores de historia, con pocas excepciones, tienen tantos problemas
entendiendo a quienes la hacen?
Le tomó cuatro años a la izquierda para ponerse al corriente,
y la intelligentsia liberal aún ofrece poco más que mentiras sofisticadas. La
entrada en el ‘about.com’ sobre Chávez, presuntamente escrita por un hombre
calificado, está titulada simplemente como ‘Hugo Chávez, el dictador
incendiario de Venezuela’. Una invención estilo Disney: ¿por qué nadie la ha
quitado de un sitio que se dice ser una fuente reconocida de información
certera?
Detrás de estas reacciones subyacen problemas más profundos.
Por ejemplo, uno no puede imaginar una universidad occidental enseñando a
Chávez según Weber. No obstante, tanto las palabras como las acciones de Chávez
expresan una teoría sistemática del mundo, sin la cual no podría haber tenido
éxito o siquiera hacer el intento. La academia contiene un seso permanente
contra tener una comprensión teórica de los actores de la historia,
especialmente de sus revolucionarios socialistas. En consecuencia,
sistemáticamente malinterpretan el proceso histórico en el que se ven
involucrados estos actores.
La izquierda occidental comete el error opuesto. Toman los
‘textos’ de la revolución como un manual de procedimiento y no como un análisis
teórico. Por tanto, fallan en preguntarse cómo aplica esa teoría en cada
circunstancia concreta. No vieron que Chávez, en lugar de contradecir los ‘textos’,
estaba escribiendo un nuevo volumen de ellos. Sus palabras y acciones no sólo
abarcan todos los entendimientos claves que heredamos de los primeros
revolucionarios, también nos brindó nuevos entendimientos inscritos
directamente en las páginas de la historia con la combinación de pasión
comprometida, imaginación refrescante y una lógica convincente con la que él
creó un nuevo lenguaje socialista para el Siglo XXI.
Domenico Losurdo ha notado de manera penetrante que la
historia juzga las revoluciones por lo que las inspira. Una revolución triunfa
cuando las generaciones futuras reconocen que su causa fue tanto justa como
factible. Recordamos la revolución francesa por la Libertad, Igualdad y
Fraternidad y no por la derrota de Napoleón en Waterloo. Marx y Engels
confirieron elogios sin reservas a los Comuneros, quienes murieron por millares
después de que ‘irrumpieron en las puertas del cielo’ porque mostraron al mundo
que los trabajadores podían organizar un nuevo tipo de poder. Celebramos la
revolución de 1917 no por los actos de Joseph Stalin, sino porque un pueblo
entero se atrevió a clamar justicia internacional, libertad e igualdad, así
como el final la guerra, como un derecho de toda la humanidad.
Los ‘textos’ de cualquier revolución expresan el
entendimiento que condujo a millones de personas a actuar para intentar
conseguir y lograr sus ideales. Por su naturaleza, estos textos combinan
teorías con propuestas para la acción. Si no propusieran acción alguna, nada
pasaría. Si no contuvieran teoría alguna, las acciones fallarían. Esta es la
razón por la que los estudiamos. Son ejercicios en la ética racional, intentos
prácticos para moldear nuevas sociedades basadas en los más altos ideales de la
época.
Por esta misma razón, los textos de las revoluciones también
son pruebas. Los pueblos llevan a cabo experimentos en la lucha, no en los
laboratorios o en los salones de clase: los textos registran cómo los actores
de la historia comprenden lo que estaban haciendo. Ellos no deberían ser ni
descartados ni idolatrados. Ni pueden ser juzgados únicamente con base de su
éxito. Si después de cada derrota rechazamos las ideas que inspiraron a los
derrotados, renunciaríamos a toda lucha contra la injusticia sin batalla
alguna. Deberíamos estudiar estas ideas con un objetivo: luchas mejor por los
ideales que los inspiraron.
La ceguera condescendiente de la inteligencia occidental
respecto a los logros de Chávez tiene una base material, revelada por la
omisión deliberada del descubrimiento teórico principal del socialismo del
siglo XX. Las relaciones de clase, que Marx describió con esmerado detalle en
el Siglo XIX, están superpuestas y condicionadas, como Radhika Desai (2013) nos
ha recordado, por lo que él llamó las ‘relaciones entre naciones productoras’.
En el Siglo XX esto dividió al mundo en naciones opresoras y oprimidas,
sentando la base para todas sus revoluciones, comenzando con Rusia, que es
donde escribo este artículo. Las revoluciones china, coreana, cubana y vietnamita
nunca hubieran comenzado siquiera sin este entendimiento y mucho menos
sobrevivido. Cada vez que los intelectuales olvidan esto se equivocan.
Ya son 100 años desde que Lenin convenció por primera vez a
los comunistas de que el mundo estaba dividido entre un pequeño grupo de
‘naciones millonarias ladronas’ que dominaban económicamente y el resto de las
naciones, cuya subordinación estaba asegurada por la fuerza. Esta división ha
sido extraordinariamente estable. Un pequeño número de países se ha movido al
campo de los ricos: un puñado de penínsulas e islas en Asia del Este, la franja
Sur y Este de Europa Occidental y en las Américas ninguno.
La dimensión Nacional y Popular
La división es también extraordinariamente marcada. Cuando
Chávez tomó el mando, los países ricos tenían una quinta parte de la población
mundial con un ingreso promedio veinticuatro veces del resto; la brecha entre
las naciones más ricas y las más pobres era siete veces más grande en los
tiempos de Lenin. Dentro de cada grupo hay divisiones, pero la separación entre
los dos grupos es mucho más amplia y también mayor que aquello que divide al
trabajador del burgués en la mayoría de los países. Las contorciones teóricas
que se hacen para evitar reconocer este simple hecho y sus implicaciones
políticas son realmente sorprendentes.
Sin embargo, el Siglo XXI ha producido otro nuevo hecho
importante. El prospecto abre una genuinamente nueva era que puede terminar con
esta división del mundo. Más de una tercera parte de la población mundial vive
ahora en los países cuyas tasas de crecimiento ponen a sus hijos en miras de
los niveles de vida de primer nivel antes de que se vuelvan ancianos. Una
creciente lista de países, precisamente aquellos han aplicado cierta medida de
control soberano sobre sus economías, están creciendo dos o tres veces más
rápido que los países ‘avanzados’ que ahora entran a su séptimo año de
Depresión.
Esto se logró no por una mítica globalización sino por la
soberanía económica: el uso del estado para promover el desarrollo. Lo
destacado de los éxitos se deben a los controles de capital, sistemas bancarios
orientados al desarrollo nacional y el estímulo estatal, y sobre todo el
estímulo de inversión, el cual subyace el crecimiento sostenido sin precedentes
de China. Incluso India, un autoproclamado campeón del capitalismo de libre
mercado, ha nacionalizado bancos, aplicado controles de capital a la empresas y
tiene el 13 por ciento de su industria en manos del Estado, logrando una tasa
de crecimiento anual entre el 5 y el 8 por ciento.
La soberanía económica no es garantía de socialismo. Sin
embargo, despeja el camino para una lucha directa, libre de interferencia
externa entre las grandes masas de trabajadores y las clases pobres frente a
una montaña acumulada de reclamaciones creadas por el imperialismo y una
burguesía nacional cuyo poder está atado a un orden moribundo. Por supuesto,
ninguna clase entrega su poder voluntariamente y Chávez comprendió que la
soberanía únicamente podría lograrse a través de la lucha. Pero también
comprendió que debido a las crecientes contradicciones internas del
imperialismo, las probabilidades de éxito crecían día con día. Es odiado por
este descubrimiento.
Esto no es negar el poder del sistema actual de dominación,
el cual combina dos instrumentos. La subordinación económica mantiene que el
monopolio natural de la alta tecnología que genera el mercado internacional
espontáneamente, enfrentando a las naciones pobres con la rígida alternativa de
volverse en simples proveedores de recursos y trabajo barato o resistir. Terror
militar es la respuesta a la resistencia. Amenaza con un daño suficiente para
volver la oposición más costosa que la sumisión.
Las clases privilegiadas de las naciones oprimidas son
sobornadas o simplemente engatusadas en golpes de estado sin fin, revoluciones
de ‘color’ o actos de sabotaje económicos tales como los que trajeron abajo
tanto a Allende como a Alfonsí, junto con el acompañamiento de ese torrente
ensordecedor de falsedades que Radhika Desai y yo llamamos del ‘mito de la
industria’.
Chávez desbordó este sistema: un logro monumental,
pavimentando el camino para la radicalización de un continente enero y sin
duda, creando nuevas posibilidades para el mundo entero. Combinando una
comprensión tanto de la dimensión nacional como de clase del sistema de
opresión, él aprovechó la básica debilidad político-económica de la dominación
imperialista. Lo países dominantes monopolizan los recursos mundiales no sólo
para su propio uso, sino para evitar que los usen sus rivales. Es una de las
maneras primarias de competir. Así que una nación-estado que utiliza sus
recursos para beneficiar a su pueblo no sólo puede levantar a millones de la
pobreza, sino que derrumba un pilar sobre el cual descansa la dominación
mundial. Chávez también es detestado por este descubrimiento.
Chávez se percató después de que al combinar la soberanía de
recursos con el desarrollo humano podía construirse una alianza popular que
podría frustrar tanto la intervención externa como el sabotaje interno. Su
coraje en fundar la sobrevivencia tanto de su gobierno como de su propia vida
sobre esta brillante observación derrotó el golpe de estado.
La dimensión continental
Sus observaciones fueron más lejos: escribiendo un nuevo
capítulo de la teoría socialista, él se percató de la dimensión continental de
la resistencia. Sus orígenes yacen tanto en la formación de los EUA y en el
espectro continental de las revoluciones rusa y China. En 2004, cuando estaba
estudiando la desigualdad entre naciones (Freeman 2004) surgió un patrón.
Mientras mayor es la igualdad entre naciones de un mismo continente mejor lo
hacían. En ese tiempo Europa se encontraba hasta arriba en la lista, donde la
población de las naciones pertenecientes al primer quintil sólo estaba 1.8
veces mejor que aquellas en el último quintil. Si Europa se encuentra
actualmente en caos es precisamente porque no ha usado la redistribución fiscal
para mantener el ritmo de integración. Después aparecía Asia del Este y
Latinoamérica con una proporción de 4.2. Al final se encontraba África con una
proporción de 17.6. Para la URSS el mensaje era particularmente claro; en 1990
era la zona geopolítica más igual con una razón de 2.6, en 2002 era la segunda
menos igual con una razón de 9.8, y ha sido testigo del colapso más brutal de
los niveles de vida desde la guerra
Chávez se percató que en tanto Europa y Norteamérica
lidiaran separadamente con cada país Latinoamérica, ellos podrían aislar y
destruir cualquier gobierno. ‘Divide y vencerás’ era su moneda de cambio. Esto
tenía que ser enfrentado con una alianza continental en cada nivel
–económicamente, en las comunicaciones, financieramente, en las relaciones de
comercio, diplomáticamente y finalmente militarmente. Argentina y Brasil
captaron el mismo punto por una ruta distinta, al abordar la necesidad de la
independencia del FMI.
La lucha de Chávez era realmente Bolivariana, pero la forma
de esta lucha dio al mensaje Bolivariano una forma enteramente moderna. Los
intelectuales occidentales han fallado por completo en entender esto, tratando
al Bolivarianismo como un atavismo romántico, a un llamado a tiempos pasados
sin relevancia. No podrían haber estado más equivocados. Los EUA dominaron
porque fue el primer poder capitalista continental. Debido a que la URSS,
después China, luego India, emergieron de luchas anticoloniales como poderes
continentales, pudieron implementar políticas de desarrollo en una escala
moderna. La continentalización, y no una mítica ‘globalización’ es el futuro
del desarrollo moderno. El futuro de cada nación Latinoamericana depende de la
unidad del continente, al igual que ningún país del Medio Oriente será libre hasta
que la gran repartición europea de los 1920s sea revertida.
La respuesta imperialista a cualquier lucha por la soberanía
al tratar de resquebrajar al oponente –uno de los múltiples hechos que vuelve a
la globalización una hipocresía que quita el aliento. El legado destructivo de
los británicos es muy conocido: la partición de India, Irlanda y Chope, así
como el desmantelamiento del mundo Otomano se convirtió en el modelo de una
política general de romper cualquier centro de resistencia, de cualquier escala,
a las unidades más pequeñas posibles de reclamos completamente fraudulentos de
‘autodeterminación’ como con las Malvinas o el norte de Irlanda. No obstante,
esto no se confina a resquebrajar a las naciones que ya existen, sino también
frustrar el surgimiento de nuevas políticas soberanas, ya sean nacionales o
continentales, en una escala geográfica y demográfica con el potencial de
presentar a los EUA un reto económico serio. Los EUA no sólo combinaron el
objetivo de derrotar al comunismo con el de resquebrajar a la Unión soviética y
a Rusia, sino sistemáticamente persigue el segundo objetivo hasta el día de
hoy. Los EUA y Europa desmantelaron Yugoslavia e incluso jugaron con juego como
la ‘independencia’ de la provincia boliviana de Santa Cruz.
El logro histórico de Chávez fue expresar la demanda clásica
de ‘autodeterminación’ al reunir los futuros de los procesos revolucionarios en
Venezuela y la unificación político-económica de los territorios
Latinoamericanos. La neutralización del Plan Colombia, la derrota del ALCA, los
primeros pasos para genuinas relaciones mutuas de comercio y finanzas, así como
muchas otras medidas no sólo sentaron las bases de la revolución energética de
Venezuela, sino que también crearon el espacio político para una serie de regímenes
radicales en Bolivia, Ecuador y a lo largo del continente. Si ayuda dar una
pausa para el pensamiento a los más irredentos sectarios, vale la pena señalar
que esto confirma un principio que dividió a Trotsky de Stalin; para
defenderse, la revolución debe expandirse a sí misma.
Nada de esto es comprendido por la intelligentsia liberal occidental, y mucho menos por su izquierda.
Los intelectuales occidentales viven en un mundo mítico sin fronteras definido
por una igualmente mítica igualdad de derechos internacionales donde su propio
estado ha ganado el derecho a intervenir en cualquier lugar y en todas partes
que elija con base en su presunta superior civilización. Nunca se les ocurre
que esta ‘civilización’ descansa sobre la supresión del resto del mundo,
mantenida y defendida precisamente por lo que su estado hace en el exterior.
Se levantan de sus camas, comen sus desayunos, se visten y
conducen al trabajo sin reflexionar una sola vez que su petróleo, sus
dispositivos, su café, sus alimentos, sus minerales y metales, la base misma de
su existencia diaria cuesta una octava parte de lo que hubieran pagado si todo
el trabajo mundial fuera recompensado igualitariamente. Sus gobiernos vigilan
los mares y el cielo, tratando alternadamente a Bin Ladens, Husseins o
Ghadaffis como aliados perdonados de cualquier atrocidad o como los demonios
que justifican cualquier grado de violencia contra los civiles en nombre de la
‘lucha contra el terrorismo’. Violan al mundo y asesinan a todos aquellos que
se les oponen. Conspiran interminablemente para derrocar cualquier gobierno que
se interpone en su camino, ya sea por medio de sanciones, desestabilizaciones,
golpes de estado o llanamente con terror militar. Esta lo defiende la
intelligentsia occidental en nombre de principios ‘humanitarios’.
La primera medida ‘humanitaria’ requerida por cualquier
poder occidental es permanecer al margen, cesar por completo todo
involucramiento externo. Si y cuando se lograra, se abre entonces el prospecto,
un mundo futuro de iguales no agresivos cuyos fundamentos Chávez podría haber
ayudado a fundar, para establecer genuinamente estándares internacionales para
salvaguardar los derechos humanos y defendidos por genuinos arreglos
multilaterales.
Hasta ese momento, el principio de Lenin sobre las naciones
ladronas no tienen asuntos fuera de sus propias fronteras continua siendo la
única manera de ‘lidiar con’ la dictadura y los abusos a los derechos humanos.
Si no fuera por los reclamos absurdos de la Gran Bretaña sobre una pequeña isla
a ocho mil millas de sus costas, Galtiere nunca podría haber prolongado una
gastada dictadura yendo a la guerra. Si Reagan y Bush no hubiera provisto a
Hussein con grandes cantidades de municiones, dinero –y químicos– cuando les
convenía para que los usara contra Irán, su propio pueblo hubiera saldado
cuentas con él mucho antes de que el mismo Bush, y sus herederos, comenzaran a
masacrarlos en cientos de miles, sin piedad, en nombre de la libertad.
La izquierda occidental olvida frecuentemente, en nombre del
Leninismo, la propia conclusión de Lenin de que los comunistas en las naciones
opresoras tienen diferentes tareas de aquellos en las naciones oprimidas. En
estas últimas, los comunistas necesitan ser la punta de lanza del movimiento de
liberación exponiendo y desplazando a la vacilante o colaborativa burguesía.
Pero esta no es la tarea de los comunistas en los países opresores. La 8ª
condición para la admisión a la Internacional Comunista (Lenin 1920) establece
que:
“…. los partidos de los países cuya burguesía posee colonias u oprime a otras naciones deben tener una línea de conducta particularmente clara. Todo partido perteneciente a la Tercera Internacional tiene el deber de denunciar implacablemente las proezas de “sus” imperialistas en las colonias, de sostener, no con palabras sino con hechos, todo movimiento de emancipación en las colonias, de exigir la expulsión de las colonias de los imperialistas de la metrópoli, de despertar en el corazón de los trabajadores del país sentimientos verdaderamente fraternales hacia la población trabajadora de las colonias y las nacionalidades oprimidas y llevar a cabo entre las tropas metropolitanas una continua agitación contra toda opresión de los pueblos coloniales.
Esta tarea es completamente independiente del carácter de
clase del movimiento de liberación. Nada de la herencia del leninismo o el marxismo
dice que los comunistas occidentales deban limitar o condicionar su apoyo
dependiendo de si va en una dirección socialista o tenga un liderazgo de la
clase trabajadora. Tal condicionalidad es lo más destacado de la tradición
nacionalista-sectaria de la izquierda occidental. Ha seducido capa tras capa de
los alguna vez revolucionarios socialistas occidentales para respaldar en
contra de cualquier ‘atrocidad reciente’ que sirva como excusa: pobre pequeña
Eslovenia, el trato de Milosevic a Kosovo, los talibanes, la ‘supresión’ de los Falung Gong, las abruptamente descubiertas prácticas autoritarias
de Ghadafi, el terror islámico en Mali. La lista es interminable.
Aquellos izquierdistas que gastan cuatro años esperando para
que el proceso Venezolano desvele su ‘carácter socialista’ confundieron su
tarea de detener, impedir, frustrar, tirar piedras en el camino y generalmente
hacer difícil para sus propios imperialistas intervenir en otros países, con
una tarea que no es suya –asistir a la clase trabajadora o socialista de
aquellos países que mejor pueden pelear con la burguesía de esos países. Las
únicas personas con el derecho a tomar esa tarea son aquellos cuyas vidas están
atadas al destino de esos países. La única tarea de aquellos que no dependen de
ese futuro es quitarse del camino.
La izquierda del Reino Unido, desatendiendo estos principios
comunistas ha olvidado erróneamente a Argentina, donde encontramos hoy en día
la mayor amenaza militar a la soberanía Latinoamericana, organizada
directamente por su propio gobierno. En el apogeo de la Guerra de las Malvinas
el segundo grupo de izquierda más grande del Reino Unido hizo el llamado una
federación socialista de la Argentina, Gran Bretaña y las Malvinas, apoyando la
guerra porque iría en contra un dictador. A partir de entonces, a pesar de que
Argentina es el único país de América Latina en el que el gobierno británico
está directamente implicado (con la posible excepción de menor importancia de
Belice), ha desempeñado un papel secundario en la celebración justificada, de
la izquierda del RU, de los logros de Castro y Chávez.
Siempre que la izquierda occidental fusiona la tarea de
‘exponer despiadadamente las maquinaciones coloniales de los imperialistas de
su propio país’ con sus bien intencionados deseos de apoyar el progreso social
en las naciones oprimidas, su identidad comienza a fusionarse con los de la
intelligentsia liberal pro-intervencionista. La manera más efectiva en que los
socialistas occidentales pueden apoyar el progreso social en el Tercer Mundo es
defender incondicionalmente el derecho de todas las naciones y, como Chávez nos
ha mostrador, de todos los continentes a los que pertenecen, a elegir su propio
curso –usando todos los medios disponibles para conseguir que nuestros propios
gobiernos se quiten de encima.
Chávez ha portado un arma en ambos lados, insuficientemente
explorada porque es muy nueva. Contrario a los creadores de mitos, Chávez elevó
la democracia a un nivel más alto que en cualquier otra experiencia socialista.
El pueblo venezolano aún se encuentra escribiendo capítulos de esta
experiencia: el criterio de su éxito, como se explicó al inicio de este
tributo, no depende de lo que finalmente logren, sino de lo que ya han logrado
mostrar que es posible.
La ‘democracia parlamentaria’, justamente criticada por
Lenin como una dictadura disfrazada mientras el estado permanece siendo un
monopolio privado, se presenta actualmente como una suerte de pináculo de la
civilización. Pero incluso en esos países que se presentan como tal, las
instituciones parlamentarias se confinan a las condiciones de los tiempos de
paz. Durante la Segunda Guerra Mundial, los EUA recluyeron a todos los
japoneses étnicos y el RU prohibió toda huelga y no sostuvo elecciones por diez
años, mientras que esos países ‘civilizados’ como Canadá prohibieron incluso al
Partido Comunista por un tiempo. La vigilancia contra potenciales colaboradores
y la supresión de quienes han sido probados, es una norma en las políticas de
tiempo de guerra, cuyas poblaciones apoyan entusiastamente como se espera
debido a que sus vidas están en juego.
Esta es la razón por la que las libertades ‘parlamentarias’
son rutinariamente suprimidas en vista de amenazas externas fomentadas para
derrocar gobiernos por la fuerza, incluyendo amenazas míticas como vemos en el
actual estado cuasi-militarizado de la sociedad estadounidense, el trato de
Bradley Manning, los extremismos de la Seguridad Nacional o, ciertamente, la
rendición especial, la re-legitimación de la tortura o Guantánamo. ¿Qué hacemos
realmente a una sociedad que sostiene el derecho a gobernar el mundo en nombre
de las libertades democráticas que no puede siquiera proteger dentro de sus
propias fronteras con el fundamento de que el mundo se está resistiendo?
Y en cuanto las amenazas reales, ¿quién puede concebir un
gobierno occidental que no sólo permitiría a los líderes de un golpe de estado
irse libres y no tomar acciones contra sus seguidores, sino dotarlos con un
cheque en blanco para intentar de nuevo –la demanda secreta que yace detrás de
la interminable condena cobarde y estúpida de Chávez como un ‘dictador’?
No obstante, la actividad militar de Occidente, junto con
sus incesantes intentos de desestabilización, colocan a todos excepto as países
más supinos del tercer mundo en una permanente alarma de guerra, Cuba siendo un
caso evidente de esto. Este sistemático terror promovido por el estado ha
hecho, por muchos años, de las instituciones parlamentarias un vehículo
suplementario de la dominación externa. La derrota de los sandinistas en 1990
fue realmente un voto para detener la guerra. Después de diez años de luchas
agotadoramente contra los opositores financiados por los EUA, el pueblo nicaragüense
fue literalmente puesto bajo sumisión. Esto difícilmente puede ser considerado
un veredicto democrático sobre la política social sandinista.
Cualquier división simplista del mundo en ‘democracias’ y
‘dictaduras’ pierde el punto. Debido a que la democracia parlamentaria es una
institución de tiempos de paz, esta paz debe primero asegurarse. Por tanto, la
libertad de compulsión externa es una precondición para la realización de
‘derechos democráticos’. El proyecto liberal intervencionista es completamente
auto-contradictorio: propone hacer cumplir un derecho universal al remover las
condiciones para su existencia.
El punto de vista de la clase trabajadora va más allá de
estos limitados horizontes liberales. La democracia, definida correctamente como
la aserción de la voluntad pública tiene muchas expresiones además de la
parlamentaria, muchas de las cuales permanecen válidas bajo condiciones de
batalla e incluso mejoran las posibilidades de victoria. La derrota del golpe
de estado por una irrupción de masas del pueblo venezolano a las calles fue la
mayor expresión de voluntad popular que los gobiernos occidentales electos por
una tercera parte de la población.
En cuanto al sistema de partidos, ese favorito de los
corresponsales parlamentarios que critican el ‘clientelismo’ de los partidos
Latinoamericanos o que arremete contra China donde un fuerte Partido Comunista
de 80 millones permanece un genuino campo de lucha de clases, no es por nada
que la legislatura de los EUA es descrita como ‘el mejor gobierno que el dinero
puede comprar’. El día laboral de esos mismos críticos es animar la conversión
de lo que resta de los partidos socialistas occidentales a frentes manipulados
por líderes celebridades comprados.
Estas contradicciones han llegado a un extremo que es
intolerable incluso bajo los estándares de la lógica FOX de TV, en la negativa
de los EUA al no reconocer la elección de Maduro sólo cinco años después de que
George Bush Junior ‘derrotara’ a Al Gore habiendo asegurado medio millón menos
de votos en el endeble resultado de una contienda en Florida que todos sabemos
fue muy manipulada.
El logro más grande de Chávez puede ser quizás que incluso
bajo las circunstancias de las amenazas militares e internas de Venezuela, él
no sólo creó instituciones parlamentarias de estándar internacional a las que
occidente mismo no puede ajustarse, sino que hizo posible para las fuerzas
populares de Venezuela expresar su voluntad a través de ellas. El
establecimiento de un partido socialista de masas no es una pequeña parte de
este logro.
La hostilidad ante los éxitos electorales de Chávez expresa
una ansiedad creciente de que él ha mostrado cómo incluso el sistema
parlamentario, desde la derrota de Bismark y el modo tradicional de dominación
burgués, puede convertirse en una expresión de la voluntad popular, con la
suficiente determinación del liderazgo político y por el grado de polarización
de clases que ha creado el imperialismo en las tierras que ya no puede
controlar. En resumen, el mayor temor de los ‘defensores’ occidentales de la
democracia parlamentaria es que Chávez la haya hecho realmente democrática. Si
el pueblo Venezolano mantiene este logro, la intelligentsia occidental tendrá algo nuevo sobre qué pensar.
Referencias
Alan Freeman |
Desai, R.
(2013) Geopolitical Economy: after
Globalization, Empire and Hegemony. London: Pluto Press, New York: Palgrave
and Winnipeg: Fernwood Press.
Freeman, A.
‘The Inequality of Nations’ in
Freeman, A. and B. Kagarlitsky (eds). 2004. The
Politics of Empire: Globalization in Crisis. London: Pluto Press. http://ideas.repec.org/p/pra/mprapa/5589.html
Lenin, V.I. 1920. Conditions for admission to the
Communist International. Proceedings of the second congress of the Communist
International.
Nota biográfica
Alan Freeman es
cofundador del Comité Científico de Unión entre Gran Bretaña y Cuba,
posteriormente de la Campaña de Solidaridad con Cuba y el Centro de Información
sobre Venezuela, conjuntamente con la Campaña de Solidaridad con Venezuela. Se
retiró de su actividad profesional en la Autoridad del Gran Londres en 2011, y actualmente
vive en Winnipeg Canadá. Junto con Radhika Desai edita la serie del libro El futuro del Capitalismo Global.
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