Zygmunt Bauman ✆ Carlos Latuff |
Hablaba despacio porque pulía cada una de sus frases, un
hilo de ideas que daría para más libros de los que ha firmado en su prolífica
carrera. Algunos tomados al dictado, cabe creer que de un tirón. Quizás con
alguna pausa de las que aprovechaba para fumar en pipa. El sociólogo y filósofo de origen polaco (Poznan, 1925)
murió ayer “en su casa de Leeds, junto a su familia”, anunció su colaboradora
Aleksandra Kania en nombre de los suyos. En su larga vida sufrió los horrores
del siglo XX —la guerra, la persecución, las purgas, el exilio— pero eso no le
hizo conformista con nada de lo que vino después.
Durante más de medio siglo ha sido uno de los más
influyentes observadores de la realidad social y política, el azote de la
superficialidad dominante en el debate público, crítico feroz de la burbuja liberal
que inflaron Reagan o Thatcher en los ochenta y que reventó
más de 30 años después. Retrató con agudeza el desconcierto del ciudadano de
hoy ante un mundo que no ofrece seguridades a las que asirse. Se refería al
“precariado” como al nuevo proletariado, con la diferencia de que no tiene
conciencia de clase. Figura muy respetada por los movimientos de indignados del
nuevo siglo (desde el 15-M español
a Occupy Wall Street), él
comprendía sus motivos y se interesaba por sus experiencias, pero apuntaba sus
debilidades e incongruencias, convencido como estaba que es más fácil unir en
la protesta que en la propuesta. Desconfiaba del “activismo de sofá”, ese que
quiere cambiar el mundo a golpe de clic, y relativizaba el poder que se
atribuye a las redes sociales, porque pensaba que el verdadero diálogo solo se
produce en las interacciones con los diferentes, y no en esas “zonas de
confort” donde los internautas debaten con quienes piensan igual que ellos.
Su trayectoria avalaba su autoridad intelectual. Apenas
tenía 13 años cuando su familia, judía aunque no religiosa, escapó de la
invasión nazi de Polonia en 1939 refugiándose en la URSS. El joven Zygmunt se
alistó después en la división polaca del Ejército rojo, lo que le valió una
medalla en 1945. Tras la guerra pudo volver a Varsovia, casarse con Janina
Lewinson (superviviente del gueto de Varsovia, también escritora, su compañera
hasta su muerte en 2009) y compatibilizar su carrera militar con los estudios
universitarios, además de la militancia en el Partido Comunista.
Guerra de los Seis Días. Ese mismo año Bauman tuvo que dejar su tierra natal por segunda vez. Se instaló primero en Tel Aviv y, desde 1972, en la Universidad de Leeds (Inglaterra), de donde ya no se movió más que para explicar su pensamiento por el mundo.
Cuando llegó a Leeds, Bauman ya era una autoridad en el
ámbito de la sociología. Luego se convirtió en lo más parecido a una celebridad
que se puede ser en esa disciplina: fue a partir del libro Modernidad líquida, editado en 2000, el
mismo año que vio nacer en Seattle al movimiento de protesta contra la
globalización.
Reacio al término “posmodernidad” (porque falta
perspectiva histórica para dar por terminada la modernidad), Bauman clamaba: “La nuestra es una versión privatizada de la
modernidad”. Hoy la esfera pública “no tiene otra sustancia que ser el
escenario donde se confiesan y exhiben las preocupaciones privadas". Y
advertía contra las “comunidades perchero”, de quita y pon, declaraba “el fin
de la era del compromiso mutuo”, advertía de que “ya no hay líderes sino
asesores”. Y concluía: “Cuando las
creencias, valores y estilos han sido privatizados (....), los sitios que se ofrecen para el
rearraigo se parecen más a un hotel que a un hogar”.
Volvió a estas obsesiones en decenas de libros. En algunos
de los más recientes (Estado de crisis o ¿La riqueza de unos pocos
nos beneficia a todos?), dirigió su mirada a los perdedores de una crisis que
él no veía como un bache sino como el nuevo escenario. Y en su última obra
publicada, Extraños llamando a la
puerta (Paidós), observa la crisis de los refugiados desde la comprensión
de la ansiedad que genera en la población y el rechazo a vallas y muros. El
pensador volvía así a uno de los temas que más le han preocupado: el rechazo al
otro, el miedo al diferente, que ya había tratado en sus primeros años en
Varsovia en relación al antisemitismo.
Con su figura espigada, sus pelos blancos revueltos y su
pipa en los labios, Bauman posaba ante el fotógrafo hace un año en las calles
de Burgos con la actitud de una estrella del rock. Quizás era un pesimista,
pero nunca fue un gruñón. Solo que nunca quiso escribir para agradarnos. Sino
para agitarnos.
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