“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

23/2/13

Stalin en su contexto

  • El historiador Antonio Fernández Ortíz presenta el libro “¡Ve y lucha!” 
Enric Llopis

José Stalin se despidió de su hijo mayor, Yakov Dzhugashvili, el 22 de junio de 1941 cuando éste se marchó al frente. “¡Ve y lucha!”, le espetó. Poco después, Yakov cayó prisionero del ejército alemán. El historiador Antonio Fernández Ortiz ha utilizado estas palabras para titular su último libro, “¡Ve y lucha. Stalin a través de su círculo cercano!” (Ed. El Viejo Topo), presentado la semana pasada en la Academia de Pensamiento Crítico de Socialismo 21.

El texto se aproxima a la figura de Stalin a través de los personajes que configuraron su círculo más íntimo, en concreto, a partir de una larga conversación que el autor mantuvo hace años con Vladimir Fiodorovich Allilvev, sobrino político de José Stalin.
En la entrevista se ofrecen claves para acercarse a la historia de la URSS con una mirada diferente, alejada de tópicos y simplificaciones al uso. Introduce el factor de la complejidad.

El libro está escrito por un especialista en Rusia y la Unión Soviética. Hace años que Antonio Fernández Ortiz reside en Moscú. Es autor de ensayos como “Chechenia versus Rusia: el caos como tecnología de la contrarrevolución” (Ed. El Viejo Topo) y en 2008 publicó la novela “Memorias de Espartania (retablo de gentes)” (Ed. Montesinos). Además, ha escrito numerosos artículos sobre su especialidad. De particular interés resultan las “33 tesis sobre la Unión Soviética” y las “Reflexiones sobre la naturaleza de la sociedad soviética. Necesidad de nuevos modelos de interpretación”, ambos publicados en “La Cieza Digital”.
Stalin ha sido una figura muy demonizada por la historiografía. Pero de modo maniqueo, sin introducir matices ni contextos. “Las situaciones de privilegio comenzaron mucho después de la época de Stalin”, cuenta en el libro Vladimir Fiodorovich Alliluev.

Reconoce su sobrino que Stalin 
“fue una persona dura y severa. Aunque en aquellas circunstancias no tuvo otra opción. Lo ocurrido en los años 1936 y 1937 fue una situación difícil, extrema, con intrigas, conspiraciones, robos y sabotajes. Se puede hablar de un cerco interior, corrosivo (….). Estaba en juego la existencia de la URSS. Y llegó el año 1937. Y todo acabó como es conocido. Sin las detenciones y juicios de aquellos años, eso que la gente llama las represiones de 1937, yo no sé si hubiésemos podido después ganar la guerra”.
¿Qué ocurrió en ese periodo? En 1937 se condenó a muerte en la Unión Soviética a más de 300.000 personas (no todas fueron ejecutadas). Los mismos picos se alcanzaron en 1938. Pero en los años anteriores y posteriores a este bienio, la cifra ronda los 1.300. ¿Qué ocurrió en estos años centrales del mandato de Stalin? Lo que explica la represión en 1937-38 es, en buena medida, la respuesta del poder a determinadas tramas civiles y militares que lo cuestionaban. Se producen entonces juicios sumarísimos. Ahora bien, la cuestión no se reduce, como habitualmente hace la historiografía dominante, a la voluntad política de Stalin o a la querella con los trotskistas. En ese bienio, asegura Fernández Ortiz, “eclosionan las tensiones; se producen luchas fratricidas entre todos los grupos políticos”.

Un superviviente de esos años fue Jruschov, quien “no era antisoviético, pero sí tenía en mente otro modelo de lo que debería ser la URSS”, explica el historiador. Y lo aplicó, según esta tesis, cuando llegó su momento. Cuenta en el libro Vladimir Fiodorovich Allilvev que Jruschov “renunció a la dictadura de la clase obrera, la consideró innecesaria y, en definitiva, sentó las bases para la transformación del estado en un ente burocrático”. Antonio Fernández Ortiz agrega que el XX Congreso del PCUS “intenta destruir la figura de Stalin y de la URSS pero, sobre todo, se dirige al exterior. Se utilizará por algunos disidentes y principalmente durante la guerra fría. Pero el pueblo ruso continuó valorando a Stalin”.

Por lo demás, los trabajos de Fernández Ortiz aportan dos elementos esenciales. Este historiador murciano reside en Moscú y lleva muchos años trabajando con fuentes rusas y soviéticas, cuando lo habitual es el uso de fuentes anglosajonas para el mismo objeto de estudio. Además, no parte de esquemas rígidos, los habitualmente utilizados para las realidades occidentales, sino que incorpora otros más útiles para la investigación histórica de Rusia y la URSS. Por ejemplo, la idea de sociedad tradicional campesina y sus redes de solidaridad, tradiciones y valores. “El protagonismo del campesinado en la revolución condicionó toda la evolución posterior del proyecto soviético”, afirma Fernández Ortíz en sus 33 tesis sobre la URSS. Y añade que el estado soviético fue un estado de nuevo tipo que incorporó las formas tradicionales de organización campesina.

Por el contrario, la Revolución Bolchevique se analiza en Europa como una realidad monolítica, a lo sumo con una o dos tendencias. Pero, a juicio de Antonio Fernández Ortiz, “es algo más complejo, que enlaza con las múltiples corrientes de pensamiento ruso del siglo XIX”. De hecho, al Partido Bolchevique acabaron incorporándose muchos miembros del partido Social Revolucionario, judíos y cristianos ortodoxos. No hay uniformidad, sino complejidad y mezcla.

A fin de cuentas, hay un debate que recorre las últimas centurias en la historia de Rusia y la Unión Soviética, y en el que el historiador hace singular hincapié: el modelo de modernización. ¿Seguir el paradigma occidental, con las pertinentes correcciones en materia de justicia social? O, por el contrario, adoptar un patrón que permanezca fiel a la herencia cultural rusa y a sus tradiciones. Esta es la matriz de los grandes debates, “que después aparecen simplificados, por ejemplo, cuando se habla del conflicto entre la revolución en un solo país y la revolución mundial”, subraya Fernández Ortiz.

Y no se trata de grandes polémicas metafísicas. Este debate sobre la modernidad se materializa en lo más concreto. Así, desde los años de la revolución hasta la década de los 30, estaban proscritos los libros de Pushkin (escritor del XIX y padre de la literatura rusa moderna). No figuraba este autor en los programas escolares, pues se consideraba una herencia de “lo viejo”. Pero en los años 33-34 se reedita a Pushkin y sus obras vuelven a los colegios.

Cuando se decide impulsar las colectivizaciones agrícolas, ¿Qué paradigma seguir? Se celebran congresos y debates políticos en la URSS sobre la cuestión. Y las colectivizaciones dan lugar a realidades poco subrayadas, como la incorporación de una parte del campesinado a la revolución; además, debido al éxodo rural, los campesinos que llegan a las fábricas urbanas traen consigo las tradiciones solidarias del campo ruso (por eso se ha apuntado que el obrero soviético es antropológicamente diferente al occidental). “La línea general del partido, representada por Stalin, tiene una parte de sus apoyos en esta gente que marcha de las aldeas a las ciudades”, recuerda el historiador murciano. La industrialización, asunto también muy debatido, se desarrolla a partir de enormes complejos fabriles, que dan lugar a muchas de las grandes ciudades (“La sociedad soviética se urbanizó a partir de los años 30 a un ritmo desconocido en la histórica”).

Muy a grandes rasgos, brota en este punto una de las semillas de la posterior implosión soviética. Porque en las décadas de los 50 y 60, coincidiendo con la recuperación de la posguerra, empieza a agrietarse la sólida tradición del milenarismo agrario y en las urbes se genera una necesidad de modelos y valores occidentales. Tal es la incertidumbre ante los cambios que Yuri Andropov (secretario general del PCUS entre 1982 y 1983) llega a afirmar que “no conocemos la sociedad en la que vivimos”. “Los hacedores de la ideología oficial no saben qué respuestas ofrecer a una sociedad soviética ya urbanizada”, subraya Fernández Ortíz.

¿A qué causas responde la debacle final de la URSS? Se han esbozado un sinfín de teorías. A juicio de Antonio Fernández Ortíz, 
“hay una traición de los dirigentes; por un lado, llegan a la élite del Partido Comunista una serie de políticos cuyos referentes son la socialdemocracia y la cultura escandinava; en ese momento, los personajes que se hallan al frente de las empresas públicas pretenden privatizarlas, aun a costa de empobrecer a la población; es más, la crisis de abastecimiento que tuvo lugar durante la Perestroika fue deliberadamente provocada por la élite del partido, para generar descontento pero sin estallido social. Por eso Gorbachov es el personaje más odiado de Rusia. Muchas personas hoy no votan al Partido Comunista porque lo consideran culpable de la caída de la Unión Soviética”.
En la actualidad, no es baladí el porcentaje de gente joven que tiene a Stalin como referente. Incluso por encima de Lenin, a la hora de buscar iconos de la Revolución Rusa. Y, frente a los apóstoles del fin de la historia, Antonio Fernández Ortíz recuerda algunas conquistas, inconcebibles sin la construcción de la URSS: las revoluciones de Cuba y Vietnam, los procesos de descolonización tras la Segunda Guerra Mundial o la implantación (y actual desmantelamiento) del estado del bienestar en Europa. Y otros pequeños logros, básicos para la vida cotidiana: generalizar la calefacción a precio casi gratuito. En las encuestas, la población continúa defendiendo hoy posiciones estatalistas. “Rusia sigue hoy viviendo gracias a los logros del socialismo”, concluye el historiador.