Se cumple el centenario del estallido de una revolución que
conmovió al mundo. En su corazón estaba, anotando cuanto sucedía, un joven e
idealista reportero estadounidense, John Reed, que nos legó uno de los grandes
libros de la historia del periodismo: Diez días que conmovieron al mundo. Según
la recreación de Ángel Fernández-Santos (El País, 2 de enero, 1982), eran las
dos y media de la tarde del 7 de noviembre [25 de octubre en el calendario
juliano entonces vigente en Rusia]…
“En el Instituto Smolny, de San Petersburgo, cuartel general de los revolucionarios bolcheviques, en medio de una indescriptible barahúnda de idas y venidas de soldados, guardias rojos, obreros famélicos y ateridos, un hombre joven, un corpulento norteamericano que sobresale un palmo por encima de las cabezas de la multitud de rusos que atesta el edificio, se abre paso a codazos hasta el salón de sesiones del Soviet de Petrogrado, reunido allí en sesión permanente. Inclina su cuerpo sobre los hombros de un soldado y logra así trasladar la línea de sus ojos al otro lado de una columna que le impide la visión de un hombre que, encaramado en un taburete, anuncia con voz metálica una nueva época para Rusia y la humanidad. El orador ruso y el joven norteamericano cruzan un instante sus miradas”.