Gustavo Márquez Marín
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Especial para La Página |
En la IV República,
el Plan de la Nación funcionaba como un instrumento de la élite
dominante, para lograr que la asignación de los recursos se hiciese conforme a
sus intereses. Detrás de la retórica modernizadora y tecnocrática que lo moldeaba, subyacía la
intención de reproducir un sistema que
en su esencia, le otorga prioridad a los
planes de negocios de las corporaciones
privadas por encima del interés
colectivo.
En su tránsito por el neoliberalismo, los gobiernos cuartorepublicano, propugnaron sin
eufemismos la pulverización del Estado y demonizaron la planificación centralizada supuestamente
por “estar plagada de ineficiencias” e
interferir la sacrosanta “mano invisible del mercado”, gestora de
un “progreso” globalitario empobrecedor.