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Woody Allen ✆ Pablo Lobato |
Álvaro del Amo | Irrational
Man, la última película de Woody Allen, vuelve a
plantear la peculiar relación que el espectador que conserva aún la costumbre
de ir al cine mantiene con un grupo de directores cada vez más escaso. Los
realizadores veteranos que se mantienen activos, capaces de ofrecer un nuevo
título cada año, cuentan con un público fiel al que se dirigen desde una
posición caracterizada por una coloración personal. Un libro clásico
consideraba al director de cine la estrella capaz de caracterizar una película,
sustituyendo la antigua costumbre de apoyarse sobre los actores y actrices para
sintetizar el reclamo, el atractivo, el tirón, que animará a acudir a una sala
para pagar una entrada por el privilegio de ver a Clark Gable o a Sarita
Montiel. Algunos realizadores siguen siendo la estrella, y, entre ellos, Woody
Allen destaca con un fulgor quizá más brillante que el irradiado por otros
colegas como su compatriota Clint Eastwood o, entre nosotros, Pedro Almodóvar.
Una nueva entrega de Woody Allen concita un inmediato interés, en su caso
teñido por una gama de emociones que exceden la curiosidad o apetencia
estrictamente cinematográfica. Porque no es solo una película lo que nos
convoca en el cine. Vamos a volver a visitar a un pariente, a encontrarnos con
un amigo, a confirmar la admiración que sentimos por el artista que dejamos de
admirar, o a conceder otra oportunidad al artífice que tanto nos decepcionó la
última vez.