Algunos de mis lectores han notado que desde hace algunos meses había dejado de escribir. Primero fue mi traslado definitivo de Caracas para Choroní, lugar donde esperaba iba a encontrar la tranquilidad, la paz necesaria para comenzar a vivir junto a mi esposa los días que le restaran a nuestras vidas. ¡Vana ilusión! A partir de enero de este año, comencé a transitar un camino para mí desconocido e inesperado: la enfermedad y muerte de mi Amelita.
Muy difícil ha resultado para mí reponerme de estos duros golpes que inmerecidamente, así lo creo, he recibido. Muy pocos son los que podrán entender la situación en la que me encuentro, porque pocos también son los que han vivido un gran amor. Yo sabía que la quería, que la amaba intensamente, que con ella era muy feliz; pero no sabía que todo lo había sido en grado superlativo.
Se imaginarán los consejos que he recibido de mi familia y de mis amigos para “superar” esta crisis emocional que se ha apoderado de mí. Los agradezco todos porque presumo que han sido formulados de muy buena fe. El problema es que al amor por Amelita no lo quiero profanar con el olvido. Sería inmensamente cruel olvidarla para curar mis heridas, porque no hay otra forma en que la pueda arrancar de mi piel, de mi alma…, y no lo quiero ni lo puedo hacer, ni lo haré.
No quiero tampoco dilapidar su herencia de amor con el olvido, la resignación, la conformidad y el consuelo. De ella me quedan además de sus bellas piezas de cerámica --forjadas con sus frágiles manos y fraguadas en su inmenso corazón--, nuestros hijos, que fueron moldeados a su imagen y semejanza, y los nietos, que seguramente contribuirán a hacer más llevadero este gran dolor que horada mis sentimientos.
Me reservo en lo más íntimo de mí otros calificativos, revelaciones y consideraciones acerca del amor que durante casi 38 años nos mantuvo en una perfecta comunión de carne, huesos y espíritu, porque sólo a mi pertenecen e importan.
Ahora sólo me queda la tarea de tratar de sobreponerme a esta mi tragedia, a mi desgracia particular, y volver a comenzar a escribir, como un homenaje a su memoria. Ella siempre me acicateaba con sus comentarios, me animaba mucho: trataré de seguir complaciéndola.