Hace poco, en Canadá, una amiga me preguntó si el movimiento
“Occupy Wall Street” [Ocupar Wall Street] podría sacar alguna lección de los
movimientos de protesta de los años 60. Le respondí que uno de los pocos
recuerdos más o menos claros que conservo de entonces –ya han pasado más de
cuarenta años– es justamente el de haberme prometido que nunca, nunca, me
convertiría en un viejo imbécil con lecciones que transmitir.
Pero ella insistió, y su pregunta acabó por despertar mi propia curiosidad.¿Qué puedo destacar, a fin de cuentas, de una vida entera entregada al activismo? Bueno, parece que me he convertido en un especialista, capaz de sacar mil octavillas de una multicopista de salud frágil, antes de que se desintegre. (He prometido a mis hijos llevarles uno de estos días al Museo Smithsonian para que admiren estos artilugios del demonio que tanto han aportado al movimiento por los derechos civiles y a los movimientos anti-guerra)
Texto original en
francés: Les
dix commandements du parfait militant
A todo esto, me acuerdo sobre todo de algunos consejos que me dieron mis camaradas con más edad y experiencia, y que memoricé como mis Diez Mandamientos personales (al estilo de los que se pueden encontrar en un libro de dietética o en algunos folletos bien impresos). Éstos son, para lo que puedan valer:
En primer lugar, el imperativo categórico es la
organización; o mejor dicho, facilitar la auto-organización de los otros
individuos. Catalizar está bien, pero organizar está mucho mejor.
En segundo lugar, los dirigentes del movimiento deben ser
temporales y dispuestos siempre a ser sustituidos. El trabajo de un buen
organizador, como se solía decir en la época del movimiento por los derechos
civiles, es organizar su retiro, y arreglárselas para no volverse indispensable.
En tercer lugar, los manifestantes deben trastocar la
permanente tendencia de los medios de comunicación a la metonimia, es decir, a
designar al todo por una de sus partes, a un grupo por uno de sus individuos
(¿no es extraño, por ejemplo, que conmemoremos el “Día de Martin Luther King”,
y no el “Día del Movimiento por los Derechos Civiles”?). Los portavoces deben
ser sustituidos con regularidad, abatidos incluso, si es necesario.
En cuarto lugar, vale la misma advertencia para las
relaciones existentes entre el movimiento y los individuos que participan en él
como bloque organizado. Creo muy sinceramente en la necesidad de una izquierda
revolucionaria orgánica, pero estos grupos sólo pueden pretender la
autenticidad si dan toda la prioridad a la construcción de la lucha, y se
prohiben a sí mismos tener una agenda secreta respecto a los otros
participantes.
En quinto lugar, como costosamente aprendimos en los años
60, la democracia consensual no es equivalente a la democracia participativa. A
escala de las comunidades o de los grupos de afinidad, la toma de decisiones
por consenso puede funcionar muy bien, pero cuando se trata de una lucha de
mayor duración o que reúne a más individuos, pasar a una forma de democracia
representativa es esencial para permitir la participación más igual y más
grande posible. Como siempre, el diablo está en los detalles: conviene
asegurarse que cualquier delegado pueda ser destituído de sus funciones,
formalizar el derecho de las minorías políticas para que estén representadas, y
así todo lo demás. Ya sé que es una herejía decirlo, pero los buenos
anarquistas, los que creen en la acción concertada y en el autogobierno por la
base, podrían encontrar enseñanzas de gran valor en el Robert’s Rules of Order1
[Reglamento parlamentario de Robert] (considerado un instrumento técnico útil
para las discusiones organizadas y para tomar decisiones).
En sexto lugar, una “estrategia de organización” no consiste
sólo en un plan para aumentar el número de participantes en la lucha, sino
también en un trabajo de conceptualización para alinear esta lucha específica
con los objetivos privilegiados de la explotación y de la opresión. Por
ejemplo, una de las maniobras estratégicas más brillantes del movimiento de
liberación negro a final de los años 60 fue llevar la lucha al interior de las
fábricas de automóviles de Detroit y formar la League of Revolutionary Black
Workers [Liga de los trabajadores negros revolucionarios]. Hoy día podemos ver
un desafío y una oportunidad similares en “Occupying the Hood” [Ocupar los
barrios]. Los grupos que ocupan actualmente los patios de los plutócratas
deberían responder rápido y sin equívocos a la crisis de los derechos humanos
que atraviesa la comunidad de obreros inmigrados. Las manifestaciones por los
derechos de los inmigrantes, hace cinco años, están entre las mayores manifas
de la historia de los Estados Unidos. ¿Tal vez veamos converger el próximo
Primero de Mayo a todos estos movimientos contra la desigualdad en una única
jornada de acción?
En séptimo lugar, construir un movimiento que extienda
auténticamente los brazos hacia los pobres y los parados requiere tener acceso
a determinadas infraestructuras para responder a las necesidades humanas más
urgentes: alimentos, un techo, cuidados médicos. Si queremos que haya vidas
consagradas a la lucha, debemos crear cooperativas para repartir y redistribuir
nuestros propios recursos a los jóvenes que pelean en primera línea. De igual
manera, debemos crear una asociación de juristas implicados en el movimiento, como
la National Lawyers Guild [Asociación Nacional de Juristas], que resultó vital
para la contestación frente a la represión masiva de los años 60.
En octavo lugar, el futuro del movimiento “Occupy Wall
Street” vendrá menos determinado por el número de personas presentes en el
Liberty Park (aunque la permanencia de esta ocupación es una condición sine qua
non para la supervivencia del movimiento) como por su capacidad para estar
presente en Dayton, Cheyenne, Omaha y El Paso. Muchas veces, la expansión espacial
de las manifestaciones equivale a una implicación cada vez más diversificada de
los no-blancos y de los sindicalistas. La emergencia de las redes sociales
representa una oportunidad histórica para establecer un diálogo horizontal
nacional, incluso planetario, entre activistas que no pertenecen a la élite. El
caso es que “Occupy Main Street” [“Ocupar la Calle Mayor”, como contraste con
“Ocupar Wall Street”] necesita mayor apoyo por parte de los grupos más
telegénicos y que disponen de mejores recursos en los grandes centros
universitarios y urbanos. Una oficina nacional de oradores y contertulios sería
una baza inestimable. También es esencial dar una perspectiva nacional tanto a
las historias de la periferia como a las del corazón del país. El relato de las
manifestaciones debe convertirse en una pintura de la manera en que la gente
corriente está peleando por todo el país: contra la minería a cielo abierto en
Virginia Occidental, por la reapertura de los hospitales en Laredo, en apoyo a
los descargadores en Longview, contra una comisaría fascista en Tucson, contra
los escuadrones de la muerte en Tijuana, o incluso contra el recalentamiento
climático en Saskatoon.
En noveno lugar, la participación creciente de los
sindicatos en las manifestaciones de Occupy –incluyendo la espectacular
movilización que obligó a la policía de Nueva York a renunciar temporalmente a
su intento de desalojar “Occupy Wall Street”) – cambia el dato y hace nacer la
esperanza de que, tal vez, este levantamiento pueda llegar a convertirse en una
auténtica lucha de clases. Pero debemos recordar al mismo tiempo que la mayoría
de los líderes sindicales están incorregiblemente casados –y mal casados– con
el Partido Demócrata, y también que están empantanados en estas guerras
intestinas y amorales entre sindicatos que han arruinado cualquier esperanza de
un nuevo desarrollo de la lucha de los trabajadores. Los manifestantes
anticapitalistas deben conectarse más intimamente con los grupos de oposición
de base y con los comités electorales más progresistas en el seno de los
sindicatos.
Por último, una de las lecciones más simples pero también
más duraderas que se pueden extraer de la disidencia de las generaciones
anteriores reside en la necesidad de hablar un lenguaje popular. La urgencia moral
de un cambio adquiere su mayor valor cuando se expresa en una lenguaje
compartido por el mayor número de gente.
Las principales voces radicales –Tom Paine, Sojourner Truth,
Frederick Douglass, Gene Debs, Upton Sinclair, martin Luther King, Malcolm X y
Mario Savio– supieron siempre ganarse al pueblo americano con ayuda de palabras
familiares y poderosas, ecos de las principales tradiciones de la conciencia
americana. Un ejemplo extraordinario de esta aptitud fue la campaña casi
victoriosa de Sinclair a la investidura de gobernador de California en 1934. Su
manifiesto, “Acabar con la pobreza en California ahora”, consistía en realidad
en una simple traducción del programa del Partido Socialista en términos
bíblicos, y más en concreto en parábolas del Nuevo Testamento. De esta forma se
ganó a millones de electores.
Hoy día, cuando los movimientos Occupy se preguntan si
necesitan una definición política más concreta, hay que plantearse qué
reivindicaciones pueden ganar al mayor número de personas, manteniéndose
radicales, en el sentido de antisistémicas. Algunos jóvenes militantes bien
podrían guardar temporalmente sus Bakunin, sus Lenin o sus Slavoj Zizek, para
desempolvar el programa de campaña de Roosevelt de 1944: el Economic Bill of
Rights [Declaración de derechos económicos] /2.
Era un toque de corneta a una ciudadanía social y la
declaración del carácter inalienable de los derechos al empleo, a la vivienda,
al acceso a la atención sanitaria y a una vida feliz –muy alejada por tanto de
la tímida política de la administración Obama, esa política de rebajas del
“Por-favor-no-nos-maten-más-que-a-la-mitad-de-los-judíos”. El programa de este
cuarto mandato (al margen de cuáles pudieran ser las motivaciones oportunistas
de la Casa Blanca) se servía del lenguaje de Jefferson para plantear las
reivindicaiones fundamentales del CIO /3 y del ala socialdemócrata del New
Deal.
No era desde luego el programa “máximo” de la izquierda (que
reivindica una propiedad social y democrática de los bancos y de las mayores
empresas), pero es la posición más progresista nunca adoptada por un partido de
gobierno o un presidente americano. Hoy día, está claro, el Economic Bill of
Rights es una idea completamente utópica, pero al mismo tiempo es la simple
definición de lo que necesitan los americanos. Los nuevos movimientos, a
semejanza de los antiguos, deben ocupar a cualquier precio el terreno de las
necesidades fundamentales, y no el de un “realismo” político de corto alcance.
Si optamos por ello, ¿por qué no beneficiarnos entonces de la bendición de Roosvelt?
Notas
1. Publicado por primera vez en 1876, el Robert’s Rules of
Order, escrito por Henry Martyn Robert, trata del procedimiento parlamentario,
esto es, de las reglas y convenciones denesarias para el vuen desarrollo de una
asamblea deliberante o de una reunión. En 2011 apareció la 11ª edición.
2. Los “Bill of Rights” [Declaración de Derechos] hacen referencia a las diez primeras enmiendas de la Constitución americana adoptadas en 1789. Garantizan las libertades fundamentales.
3. Creado en 1938, el Congress of Industrial Organizations (CIO) fue uno de los principales sindicatos americanos, hasta su unificación con la American Federation of Labor (AFL) en 1955.
2. Los “Bill of Rights” [Declaración de Derechos] hacen referencia a las diez primeras enmiendas de la Constitución americana adoptadas en 1789. Garantizan las libertades fundamentales.
3. Creado en 1938, el Congress of Industrial Organizations (CIO) fue uno de los principales sindicatos americanos, hasta su unificación con la American Federation of Labor (AFL) en 1955.
Mike Davis |
Mike Davis es
profesor de historia en la Universidad de California, Riverside, y miembro del
comité de redacción de la New Left Review. [Entre sus obras más recientes en
castellano están: Ciudad de cuarzo, Lengua de Trapo, 2002; Planeta de ciudades miseria,
Foca, 2008; El coche de Buda, el Viejo Topo, 2009].
Texto original en francés:
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Traducción de Viento Sur
Título original: “EEUU/ de los 60 a Occupy: Los diez mandamientos del perfecto militante”
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