Arvind Subramanian
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Las consecuencias inmediatas de la salida o expulsión de
Grecia de la Eurozona sin duda serían devastadoras. La fuga de capitales se
intensificaría, lo que alimentaría la depreciación y la inflación. Todos los
contratos en vigor tendrían que expresarse en una nueva moneda y renegociarse,
lo que crearía un caos financiero. Aunque políticamente devastadora, la
austeridad fiscal quizá deba intensificarse puesto que Grecia todavía tiene
déficit primario que tendría que corregir si faltaran los fondos de la Unión
Europea y el Fondo Monetario Internacional.
Pero este proceso generaría también un tipo de cambio
considerablemente depreciado (¿A alguien le parecen bien 50 dracmas
por euro?). Y esto pondría en marcha un proceso de ajuste que pronto daría
una nueva orientación a la economía y le colocaría en la senda del crecimiento
sostenible. De hecho el crecimiento griego seguramente aumentaría
vertiginosamente, posiblemente durante un periodo prolongado, si se adoptaran
políticas sensatas con el fin de restaurar rápidamente y sostener la
estabilidad macroeconómica.
¿En qué nos basamos para afirmar esto? Durante las crisis
financieras de los años 90 hubo países que declararon suspensión de pagos y
devaluaron su moneda. Inicialmente todos padecieron recesiones severas. Pero
sólo duraron uno o dos años y luego hubo recuperación. Corea del Sur registró
nueve años de crecimiento con una media de 6%. Indonesia, que padeció una ola
de suspensiones de pago que tumbó casi todos los bancos del sistema, registró
un crecimiento por encima de 5% durante un periodo similar; Argentina cerca de
8% y Rusia por encima de 7%. El historial demuestra claramente que hay vida
después de las crisis financieras. Esto sería verdad también en Grecia, aun
teniendo en cuenta las particularidades de la situación allí. Se dice a menudo
que la baja relación entre las exportaciones y el PIB de Grecia excluye la
posibilidad de un alto crecimiento encabezado por las exportaciones. Pero dicho
argumento no está blindado porque las crisis pueden conducir a nuevas y
dramáticas orientaciones de la economía. Por ejemplo, India consiguió doblar la
relación igualmente baja entre las exportaciones y el PIB una década después de
la crisis de 1991, doblándola de nuevo durante la siguiente década sin una gran
depreciación de la moneda.
Además, Grecia experimentaría una mega-depreciación, igual
que los países mencionados, no una depreciación modesta. Un cambio de este tipo
crearía necesariamente nuevas oportunidades para las exportaciones y
convertiría las actividades que son marginalmente no comerciables en
comerciables. La naturaleza de estas exportaciones será, por definición,
impredecible. Pero las fuertes iniciativas que crearía un tipo de cambio muy
competitivo son innegables.
Supongamos que a mediados de 2013 la economía de Grecia se
recupera mientras el resto de la Eurozona sigue en recesión. Los efectos para
España y Portugal, podridos por la austeridad, e incluso Italia serían
poderosos. A los electores de esos países no se les escaparía la mejoría de su
vecino griego, hasta ahora desdeñado. Empezarían a preguntar por qué sus
gobiernos no siguen el camino emprendido por Grecia y pedirían salirse de la
Eurozona. En otras palabras, la experiencia griega podría alterar de manera
fundamental los incentivos para estos países de quedarse dentro de la Eurozona,
sobre todo si las condiciones económicas siguiesen siendo sombrías. En esta
fase, la política de Alemania también se vería afectada. Hoy Alemania hace a
regañadientes lo mínimo imprescindible para mantener intacta la Eurozona. Si la
salida del euro, para emular a Grecia, se convierte en una proposición
atractiva, Alemania se verá en un aprieto y la magnanimidad que demuestre en
lugar de su tacañería actual podría ser la última prueba de cuánto valora la
Eurozona. La respuesta podría sorprender. Quizá el pueblo alemán se dé cuenta
de repente de que la Eurozona dispensa a Alemania no uno, sino dos “privilegios
excesivos”: tipos de interés bajos como refugio para el capital europeo y un
tipo de cambio competitivo al estar enganchada a socios más débiles, en cuyo
caso Alemania tendría que ofrecer a sus socios un trato mucho más atractivo
para mantenerlos dentro de la Eurozona.
Un escenario de este tipo sería muy irónico. A Grecia se le
ve como el paria que contamina la Eurozona; su expulsión podría convertirla en
una amenaza mucho mayor para la supervivencia de la moneda única. Si la salida
de uno de los países de la Eurozona crea las condiciones para una recuperación
en Grecia, podría resultar un modelo contagioso. La tragedia griega en curso
todavía podría no salirles tan mal a los griegos. Pero bien podría ser una
tragedia para la Eurozona y quizá para el proyecto europeo.
Arvind Subramanian |
Arvind Subramanian es profesor investigador en la Universidad Johns Hopkins.
Ha trabajado en el Fondo Monetario
Internacional desde 1992, y más
recientemente como director asistente en
el departamento de investigación (2004-07);
en el GATT (1988-92)
durante la Ronda Uruguay de
negociaciones comerciales; en la
Universidad de Harvard Kennedy School
of Government (1999-2000). Durante
su carrera en el Fondo, trabajó en
el comercio, el desarrollo, África, India y el Medio Oriente. Ha escrito sobre el crecimiento, el comercio, el desarrollo, las
instituciones, la ayuda, el aceite, la India, África, la
Organización Mundial del Comercio, y la propiedad intelectual. Ha publicado
numerosos artículos en revistas académicas
y otras. Es coeditor de la
eficiencia, la equidad y legitimidad:
El sistema multilateral de comercio
en el nuevo milenio con Roger Porter y Pierre Sauvé
(Brookings / Harvard
University Press, 2002). Obtuvo
su licenciatura de St. Stephens College, Nueva Delhi, MBA
por el Instituto Indio de Gestión, Ahmedabad,
India, y M. Phil. y su Doctorado de la Universidad de Oxford.
Traducido del inglés para Rebelión por Christine Lewis Carroll |