Organizar sindicatos era una idea bastante radical en una
época tan reciente como la primera mitad del siglo 19. Eran ilegales en casi
todas partes. Así que cuando las leyes que los prohibían fueron repudiadas en
algunos países europeos, en América del Norte y en Australia en la segunda
mitad del siglo 19, se pensaron como concesión ante las presiones de los
trabajadores (los obreros urbanos, de hecho), en la esperanza y expectativa de
que las clases trabajadoras fueran entonces menos radicales en sus demandas.
En casi todos los países, los sindicatos trabajaron
cercanamente con los partidos socialista y laborista que comenzaron a existir
al mismo tiempo. Los sindicatos se enfrentaban con muchos de los mismos
aspectos de estrategia de los partidos socialista y laborista. El más
importante de estos puntos era si podían participar en los procesos electorales
y de qué forma. Como sabemos, casi todos ellos decidieron participar y buscar
el poder al interior de las estructuras del Estado.
Además, los sindicatos, justo como los partidos laborista y
socialista, decidieron que el único modo en que podrían hacerse fuertes era
emplear a organizadores de tiempo completo, lo que significó la creación de una
burocracia que llevara a la organización. Y como es el caso en todas las
burocracias, aquellos que tenían tales empleos llegaron a tener intereses
materiales y políticos que no necesariamente eran los mismos que los de los
obreros que eran sus miembros.
Los sindicatos se orientaron hacia el Estado, en especial
porque sus propias organizaciones se definían como nacionales. Fue común que
proclamaran un internacionalismo nominal –una solidaridad con los sindicatos de
otros países. Pero el internacionalismo siempre quedó en segundo lugar en aras
de proteger los intereses de los obreros y los sindicatos en su propio Estado.
Aunque los sindicatos amainaron el tono de sus actividades
más radicales, los patrones seguían resistentes a la formación de sindicatos en
su empresa. Tuvieron que luchar de forma constante para lograr las legislaciones
que les permitieran organizarse y ganar acuerdos favorables en las
negociaciones con los patrones. Poco a poco, los sindicatos crecieron y se
hicieron fuertes.
Los 25 o 30 años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial
fueron excepcionalmente buenos para los sindicatos en todo el mundo. El número
y el porcentaje de agremiados crecieron, y los beneficios que podían obtener de
sus patrones creció también considerablemente. La increíble expansión de la
economía-mundo durante este periodo creó un crecimiento significativo de las
ganancias capitalistas. Esto significó que, para muchos patrones, los paros
laborales de cualquier tipo fueran más costosos que acceder a las demandas
sindicales en pos de mayores beneficios.
Esta muy favorable situación para los sindicatos vino con un
precio. Por lo general los sindicatos repudiaron toda la retórica y las
actividades radicales que les quedaban, y las remplazaron con varios modos de
cooperación con los patrones y los gobiernos. Esto, con frecuencia incluyó el
compromiso de no hacer huelga, por la duración de los contratos que habían
firmado.
En los estados más ricos los sindicatos estaban, por tanto,
poco preparados sicológica y políticamente para la recesión del crecimiento
económico y el estancamiento en la acumulación de capital que comenzaron en los
años 70. Los patrones de los países más ricos (y a nivel más general, la
derecha mundial) dejó de acceder a las demandas de mejores beneficios para los
trabajadores. Muy por el contrario, buscaron reducir los beneficios, utilizando
la amenaza de despido como el arma principal. Promovieron legislaciones
antisindicales.
En términos generales, durante los últimos 40 años esta
campaña antisindical ha tenido éxito. Los sindicatos lucharon una batalla
difícil que con frecuencia perdieron, en pos de mantener beneficios. Los
niveles salariales bajaron. Y la membresía en los sindicatos cayó abruptamente.
Los sindicatos con frecuencia reaccionaron volviéndose aún más acomodaticios a
las demandas patronales. Eso no pareció ayudar mucho.
Entretanto, en los países a los que gravitaba la producción
industrial (que en épocas recientes se les llama países “emergentes”), la
inicial represión de los sindicatos condujo a su radicalización, y se unieron
en los esfuerzos por derrocar a los regímenes opresivos (como en Corea del Sur,
Sudáfrica y Brasil). Los sindicatos se ligaron con partidos políticos de
centroizquierda, los cuales eventualmente llegaron al poder en estas naciones.
pero una vez que estos partidos se hacían del poder, los sindicatos enmudecían
sus posturas más radicales.
La llamada crisis financiera que comenzó en 2007 cambió todo
esto. El mundo vio la emergencia de nuevos tipos de movimientos radicales como
Occupy, los indignados, Oxi y otros. Y de repente vimos que los sindicatos
respondían luchando con nuevo vigor, y que participaban en los levantamientos
generales de los estratos de trabajadores, especialmente porque romper los
sindicatos era uno de los esfuerzos continuados de las fuerzas políticas de la
derecha.
Entonces vino el nuevo dilema. Las culturas de los nuevos
movimientos radicales y de los sindicatos eran bastante diferentes. Los nuevos
movimientos eran “horizontalistas” –creían en movimientos construidos desde
abajo que no tenían una orientación hacia el Estado y que esquivaban la
creación de jerarquías organizativas. Los sindicatos eran “verticalistas” y
enfatizaban la planeación, la disciplina, las tácticas balanceadas, coordinadas
por las estructuras centrales.
Y no obstante, era en interés de los sindicatos y de los
nuevos movimientos radicales trabajar juntos, o por lo menos eso pensaban
muchos. Pero, ¿qué significaba trabajar juntos? ¿Cuál de las dos culturas
prevalecería en cualquier cooperación? Esto se ha vuelto un asunto importante
de debate en ambos campos –un debate en el que hay quienes son intransigentes y
otros que están buscando combinar esfuerzos.
La fortaleza de las fuerzas horizontalistas es que pueden
convocar la energía y el esfuerzo de las personas que de algún modo se
mantenían pasivas, fuera por una sensación de impotencia política o una falta
de claridad acerca de lo que estaba ocurriendo y lo que podía lograrse. No hay
duda de que los movimientos horizontalistas han probado ser muy exitosos hasta
ahora en hacer esto. Tienen una mejor visión estratégica de más largo plazo que
los sindicatos.
La fuerza de los sindicatos es que pueden movilizar a un
grupo relativamente disciplinado de personas y una cantidad de dinero
relativamente significativa para lanzarse a las batallas cotidianas que se
luchan en comunidades por todo el mundo. Tienen una mejor visión táctica de más
corto plazo que los movimientos horizontalistas.
El primero de mayo celebra la lucha histórica. En mayo de
1886, durante un plantón en pos de una jornada de ocho horas en Haymarket
Square, en Chicago, alguien aventó una bomba después de la cual fueron
asesinados algunos policías y algunos civiles. El Estado acusó a los
“anarquistas” y colgó a algunos de ellos. Haymarket se tornó un símbolo del
naciente movimiento sindicalista por todo el mundo, el cual proclamó el primero
de mayo como un hito (en todas partes menos en Estados Unidos). Los
“anarquistas” fueron de hecho acusados falsamente y la historia los ha
exonerado. Pero a partir de sus “radicales” demandas por una jornada de ocho
horas, se fortalecieron los sindicatos en sus intentos por organizarse.
Habremos de ver si el primero de mayo de 2012 juntó de nuevo
a las alas horizontalistas y verticalistas de la lucha contra las desigualdades
en el sistema-mundo existentes. Es sólo mediante la combinación de un
movimiento sindicalista radicalizado y de movimientos horizontalistas
disciplinados tácticamente lo que podría hacerles lograr, a cualquiera de
ellos, sus objetivos.
Traducción: Ramón Vera Herrera |