En ocasiones, la práctica literaria pareciera transformarse
en un ejercicio de despliegue de técnicas y recursos complejos que, de una
manera u otra, apunta a una espectacularización inútil del lenguaje y a
estructurar un monumental vacío camuflado por tramas de sentido que solamente
una estrategia autorial, pensada para un “otro”, podría develar al lector. Así,
para muchos autores, la yuxtaposición abismal de sensaciones y de imágenes
simbólicas debiera ser entendida como una mirada profunda de la existencia
humana, aunque lo evidenciado al lector sea una paquidérmica estructura
lingüística en la cual la esencia de la narrativa, la ficcionalización de los
referentes inmediatos, sería desplazada por una escritura hirsuta y
sobrecargada de sí misma.
En una panorámica a la obra de Juan Mihovilovic (Punta
Arenas, 1951), revisando los cuentos de Restos mortales (2004) y los libros El
contagio de la locura (2006), Desencierro (2008) y Grados de referencia (2011),
el primer acercamiento resulta sospechoso: viajes hacia el interior de la
locura humana; realidades alternas desarrolladas casi junto con partir la
narración; diálogos entre un sujeto narrador y un tú incompleto y, al parecer,
construido únicamente como excusa para el despliegue de la trama, en fin, una
amplia variedad de estrategias que, si no hubiesen sido manejadas con técnica y
habilidad –como lo ha hecho Mihovilovic–, colaborarían, de seguro, a engrosar
las filas de aquellas obras clasificables como grosísimos “proyectos
escriturales” que nunca completan su propósito inicial.
No obstante, la propuesta de Mihovilovic es seria,
congruente, coherente y, sobre todo, demuestra una fineza en la lectura de
autores fundamentales como Dostoievski, Kafka o Joyce, de los cuales logra la
esencia de la escritura como un ejercicio introspectivo y de una densidad
lógica y concordante con la profundidad del viaje interior.
Un continuum temático como el de Mihovilovic avanza a
contrapelo en una época en que el “deber” de la literatura es ser depositaria y
punto de convergencia y discusión de discursos contemporáneos, reafirmando, de
esta manera, que cada libro es, primeramente, texto antes que obra, entramado
antes que artefacto, lenguaje de valor documental antes que monumental… Con
esto no se pretende señalar que en Mihovilovic hay un afán preciosista per se y
que la contemplación de su escritura solamente provoca un arrobamiento
irreflexivo; todo lo contrario: su temática de fondo es develar la capacidad
creadora de la literatura en cuanto arte, cuya base es la ficcionalización y
mostrar cómo el tema de la intangibilidad de la existencia humana sigue siendo
referente en la escritura.
Nos animamos entonces, a comparar, a Mihovilovic con
Kertész, Camus y otros a quienes el ejercicio de la creación literaria sirve
para plasmar disquisiciones trascendentes y permanentes en la cultura
occidental, en relatos atemporales que sirven de plataforma para que aquello
que transcurra sea el lenguaje y no precisamente las acciones o el tiempo en el
cual se desarrollan los acontecimientos. Asimismo, planteamos las obras
revisadas como parte de un proyecto escritural importante y novedoso (valga la
paradoja), pues la temática del hombre pensando y construyendo al hombre
pareciera tan manida, que son pocos los que se atreven a superar el temor de
adentrarse en laberintos minotáuricos en busca de un “yo” solo posible de
liberar a través del lenguaje de la forma en que lo hace Mihovilovic,
reafirmando la condición de la literatura en cuanto arte y como espejo de los
recovecos humanos.
Para finalizar, cabe acompañar esta aproximación a la obra
de Mihovilovic parafraseando el epígrafe de Kertész que, a modo de paratexto,
encabeza Desencierro: la propuesta escritural de este autor es un constante
vaivén entre lo imaginario y lo real (intratextualmente hablando), en el cual
los sujetos protagonistas, al narrar, van construyendo una realidad alterna que
el lector aprecia como el “verdadero” texto. Es decir, mientras se habla/se
escribe, se crea, ya que la verdad ha sido desplazada hacia el interior de la
conciencia.
Por esto, la riqueza de este ejercicio es aún mayor, ya que
además de proponer una relectura de la naturaleza humana, también devela el
acto demiúrgico de la literatura. Y eso se admira y se agradece, pues también
exige al lector especial atención en cómo se lee.
Luis
Rodríguez Araya es licenciado en Literatura; Magíster en Literatura, con
Mención en Literatura Hispanoamericana y Chilena, y estudiante del Programa de
Doctorado en Literatura, con igual mención, por la Universidad de Chile. Su
línea de investigación comprende narrativa hispanoamericana contemporánea y
posmodernidad; narrativa urbana y literaturas del margen, y narrativa y
frontera. Ha participado en diversos congresos latinoamericanos con ponencias
que abordan dichas temáticas de investigación, y ha publicado, entre otros
artículos, “Márgenes y ciudad: Santiago en la narrativa del siglo XX”, en la
Gaceta de Estudios Latinoamericanos, revista del Programa de Magíster en
Literatura de la Universidad de Santiago de Chile.