“Solo trato de llamar la atención, porque la atención es el
único modo de conseguir que pasen cosas”, dijo el actor George Clooney cuando
fue detenido ante la Embajada de Sudán en Estados Unidos.
Fue el 16 de marzo, tres días después de volver de Sudán y ver allí la escalada de la violencia contra el pueblo nuba. Poco antes, se puso en circulación por las redes sociales el vídeo Kony 2012 con el objetivo de forzar a Estados Unidos a intervenir para detener al ugandés Joseph Kony, dirigente del Ejército de Resistencia del Señor. Una vez más, parece que la salvación de África solo es posible desde fuera, porque ella sola no puede ni sabe resolver sus problemas. De estos dos acontecimientos noticiosos, me quedo con las palabras del actor George Clooney: “Solo trato de llamar la atención, porque la atención es el único modo de conseguir que pasen cosas”. Y me quedo con esta denuncia, porque es un alegato contra el silencio que pesa sobre África. Se podría incluso recurrir al oxímoron de “silencio clamoroso” para sintetizar la presencia de África en los medios de comunicación social de gran alcance en España.
Fue el 16 de marzo, tres días después de volver de Sudán y ver allí la escalada de la violencia contra el pueblo nuba. Poco antes, se puso en circulación por las redes sociales el vídeo Kony 2012 con el objetivo de forzar a Estados Unidos a intervenir para detener al ugandés Joseph Kony, dirigente del Ejército de Resistencia del Señor. Una vez más, parece que la salvación de África solo es posible desde fuera, porque ella sola no puede ni sabe resolver sus problemas. De estos dos acontecimientos noticiosos, me quedo con las palabras del actor George Clooney: “Solo trato de llamar la atención, porque la atención es el único modo de conseguir que pasen cosas”. Y me quedo con esta denuncia, porque es un alegato contra el silencio que pesa sobre África. Se podría incluso recurrir al oxímoron de “silencio clamoroso” para sintetizar la presencia de África en los medios de comunicación social de gran alcance en España.
El silencio es especialmente
atronador porque se trata de un continente que tiene 54 países soberanos, en el
que viven actualmente mil millones de habitantes. Si apuramos aún más el
oxímoron, el silencio es aún más estruendoso si tenemos en cuenta que la
cornisa septentrional de África se encuentra a tan solo 14 kilómetros de
España.
Este silencio se rompe a veces con noticias rocambolescas,
si exceptuamos las informaciones sobre
la llegada de cayucos, generalmente a Canarias. La llegada de africanos a estas
islas es muy real. Nos suelen ofrecer más imágenes reales de África: los niños
soldados, la Somalia desgobernada y ensangrentada, con más persistencia en los
piratas que asaltan barcos occidentales.
Son imágenes patéticas, pero reales. Ahora bien, ¿compendian
la realidad africana? De ninguna manera; pero son imágenes que nos parecen
normales, porque encajan con la imagen que suelen ofrecernos de África: un
continente pobre, miserable, al borde de la extenuación y gobernada por
déspotas inmisericordes. Quizá los africanos que nos muestran nos den un poco
de lástima, pero es una sensación momentánea, porque el desasosiego que generan
no conviene que cuestione a unas sociedades que bastante tienen, dirán algunos,
con lo que les está cayendo encima: paro y descenso del nivel de bienestar.
Sucedió lo mismo cuando disfrutábamos de una economía boyante.
Los africanos no
cuentan porque no dan negocio
Si en África son los
gobiernos los que yugulan la información y persiguen a los periodistas que
investigan las malas artes de la Administración pública, en Occidente son los
grupos financieros que controlan los medios de comunicación social los que
sofocan la libertad de los periodistas.
Todo esto no es casual. Existe el silencio y se cultiva el
olvido, porque, en el esquema de los medios de comunicación social
occidentales, África juega un papel marginal. Esto no se debe, como yo mismo he
creído algunas veces, a una actitud racista, más o menos encubierta, que nos
movería a repudiar al negro, en cuanto sujeto de todas las maldades y
degeneraciones. Así se refleja ya en algunas coplas tan hirientes o xenófobas
como esta que aparece en El Gaucho Martín Fierro y que José Hernández llama
“coplita fregona”:
A los blancos hizo
Dios,
a los mulatos San Pedro,
a los negros hizo el diablo
para tizón del infierno.
a los mulatos San Pedro,
a los negros hizo el diablo
para tizón del infierno.
No es esta la
cuestión. El problema es que el africano no cuenta, porque no da juego informativo,
es decir, no produce negocio. Como no lo generan la pobreza, ni la marginación.
Informar ya no es dar
noticias veraces, sino elaborar informaciones que vendan. Y África solo vende
cuando hay blancos de por medio. Ese maestro del reporterismo vivo que fue
Ryszard Kapuscinski dijo en España, cuando vino a recibir el Premio Príncipe de
Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003, que “actualmente la información
es solo objeto de mercancía”. Lo había escrito con mucha claridad en ese pequeño
pero magnífico libro titulado Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el
buen periodismo (Barcelona, Anagrama, 2002).
Se consuma así el nuevo fenómeno de la colonización
cultural, que determina una interpretación unívoca de la realidad, la que
brindan los poderes mediáticos. A pocos periodistas les interesa hoy estudiar a
fondo las causas de las periódicas matanzas en el norte de Nigeria, azuzadas
por las luchas religiosas, porque las empresas periodísticas no los envían a
esa zona para ver de cerca qué sucede y cómo vive la gente. Cuando se produce
alguna matanza, se recibe la noticia por télex o internet y se le da más o
menos espacio, siempre poco, según el número de muertos. No se cubrieron
adecuadamente las últimas guerras africanas, ni las de Liberia, Sierra Leona,
Angola, Sudán, Costa de Marfil, República Democrática de Congo, Sudán, Somalia,
norte de Uganda, porque los medios de comunicación se cansaron muy pronto de
informar sobre ellas. Sale más barato dar las cifras de muertos, de cuando en
cuando.
La información, insisto, no se mueve por razones de verdad,
sino por motivos de intereses. De ahí que valgan más unos hechos, incluso menos
graves o importantes, que otros. Esto ha llevado, por ejemplo, a silenciar una
guerra tan brutal como la desencadenada en el este de la República Democrática
de Congo, que entre 1998 y 2003 causó no menos de cuatro millones de muertos.
Cubrir informativamente esta guerra hubiera llevado a analizar sus causas, que
no fueron otras que la explotación del coltán, del oro y de los diamantes. Era
más que sabido. Se denunció en revistas como Mundo Negro que soldados de Ruanda
y de Uganda invadieron y ocuparon militarmente durante más de dos años parte
del territorio congoleño, para explotar los recursos mineros; pero ni la ONU,
ni los países occidentales, ni los medios de comunicación social tomaron cartas
en el asunto; sí lo hicieron cuando Irak invadió Kuwait, ocho años antes, en
agosto de 1990.
Un periodista curtido en muchas guerras africanas y en no
pocos desencantos, mi buen amigo Alfonso Armada, ha escrito: “África, como
siempre, ha vuelto a desaparecer de las pantallas, de los periódicos, de la
brillante realidad que fabrican cada día los medios de comunicación: tantas
páginas de noticias bien medidas y maquetadas, con su publicidad y su canesú.
Es un criterio perfectamente económico, perfectamente razonable, perfectamente
mercantil. África sigue sin contar casi nada en la memoria y en la conciencia.
Fuera de los focos de la actualidad, que deslumbran, pero no iluminan, su
historia parece la de un espacio extraterrestre, como si sus pueblos
pertenecieran a otro planeta. La actualidad aliena, nos mantiene en un
constante bombardeo que aniquila nuestra capacidad de reacción, de averiguar la
verdad, nos borra la idea de que podemos intervenir en nuestras vidas. África
es acaso el contrapunto de esa rabiosa actualidad...”.
¿África sin Historia?
Cuando aparece África
en los medios la imagen más corriente que nos suministran es la de un
continente hambriento, incapaz de arreglar sus problemas por sí misma. De
hecho, las crisis alimentarias han desencadenado noticias relacionadas con el
hambre y el envío de ayudas. Sin detrimento del bien que se hace, salvando de
la muerte a quien no tiene qué comer, a veces se reduce el tema de manera
simplista: si hay hambre, se mandan alimentos y se acaba el problema. De ahí
que mucha gente se pregunte por qué sigue el problema del hambre en África
después de tantas toneladas de víveres enviadas; pero nadie les explica que se
ha obligado a los países africanos a producir para la exportación y no para
satisfacer las necesidades primarias, ni que existe un grave desajuste
comercial, ni que las subvenciones de la Unión Europea a los productos
agrícolas europeos impide a los productos africanos ser competitivos. Por no
hablar del tópico del “enséñale a pescar”, que hace del africano una especie de
ser ignorante que muere de hambre por no saber pescar o cultivar la tierra.
Convendría recordar que llevan siglos haciéndolo, y lo que habría que
reivindicar, más bien, sería su derecho a tener el río o los mares para ellos
mismos.
Esta imagen de un África
subdesarrollada es, en realidad, la manifestación de algo más profundo: se nos
presenta un África sin Historia, donde el hecho –normalmente negativo– no
remite a unas causas. Parece entonces que cada problema surge de la nada, hasta
el punto de que el lector puede llegar a pensar que África carece de cultura.
En contraposición a la pacífica Europa, donde todo marcharía bien, existiría un
África peligrosa. Determinados personajes, como Idi Amin, Jean-Bédel Bokassa,
Francisco Macías, Mobutu Sese Seko y ahora Robert Mugabe acaparan la
información sobre África. Sus nombres suenan más que los de Léopold Sédar
Senghor, Kwame Nkrumah, Wole Soyinka, Kenneth Kaunda, Julius Nyerere o Thomas
Sankara. Lo malo es que al final se acaba pensando que todos los africanos son
como Amin, Bokassa, Mugabe, etcétera. Solo Nelson Mandela ha gozado –y goza– en
los medios del prestigio que se merece.
Se cree todavía hoy que Europa tiene la patente de la misión
civilizadora, que le sirvió de coartada para explorar primero y conquistar
después el continente africano.
Lo más grave, a la hora de informar, es la falta de interés
por conocer la realidad africana. No se le puede exigir a ningún periódico que
tenga corresponsales permanentes en todos los países africanos, porque sería
antieconómico. A falta de ello, se recurre a los enviados especiales, pero
siempre sucede cuando se produce alguna guerra. Y ni siempre.
Esto ocurrió de manera ostensible en el caso de Ruanda.
¿Cuántos periodistas escribieron sobre los problemas de las luchas por el
poder, la escasez de tierras, la pobreza de la mayoría, fuera hutu o tutsi?
¿Cuántos se molestaron en analizar la estratificación social o el problema de
las castas? ¿Cuántos indagaron sobre el trasfondo de la política internacional
en una zona como la de los Grandes Lagos donde existen unas tierras fabulosas
con toda clase de recursos mineros y un enorme potencial agrícola? No se hizo
así, porque la mayoría fue a Ruanda en busca de otra cosa, es decir, de otras
emociones. Hubo muy pocas excepciones.
Una excepción de la
regla y una ocasión perdida
Hay revistas, como
Mundo Negro, que son la excepción de la regla. La conozco muy bien, porque he
trabajado en ella 42 años. Nació en abril de 1960, al socaire del boom de las
independencias africanas. Aunque está editada por una congregación religiosa,
los Misioneros Combonianos, ha informado siempre con rigor y seriedad sobre África,
muy en particular sobre el África subsahariana, para hacer honor a su cabecera.
Política, economía, cultura, arte, historia, religiones, sociedad –con especial
referencia a la mujer– son temas recurrentes, pero siempre colgados de la
percha de la actualidad.
¿Cuál ha sido y es el secreto de Mundo Negro? En primer
lugar, tratar a los africanos con respeto y dignidad, tanto en la información
escrita como en la representación gráfica. En segundo lugar, contar con los
mejores expertos en temas africanos. En tercer lugar, y muy importante, dar la
voz a los propios africanos. No es una metáfora, ni un buen propósito. Desde
hace 16 años, el periodista y escritor Donato Ndongo Bidyogo cuenta con una
columna fija en la revista. Tengo el legítimo orgullo de haberlo fichado en
cuanto volvió a España desde Gabón como corresponsal de la agencia EFE. Y lo
digo con especial satisfacción, porque le brindé, en enero de 1996, una columna
en la sección de Actualidad que solía escribir yo. Estaba convencido de que había
que dar la voz a los africanos, y actué en consecuencia. También desde
diciembre de 2005 trabaja en la redacción de la revista un africano, el
costamarfileño Jean-Arsène Yao. Doctorado en Historia, colaboraba con Mundo
Negro –como también lo hacía Donato– y le ofrecimos un puesto en la redacción.
Debo confesar que tanto Donato como Jean-Arsène están en Mundo Negro no por
paternalismo y condescendencia hacia los africanos, sino porque son dos
magníficos profesionales africanos.
Además de la revista Mundo Negro, los Misioneros Combonianos
tienen en la sede de Madrid un Museo Africano único por sus características
pedagógicas. Asimismo, cuentan con una biblioteca especializada, con unos
10.000 volúmenes. Esta biblioteca es, con la que existe en la sede de la
Fundación Sur, también en Madrid, una de las mejores que hay en España. A ellas
hay que añadir, con toda justicia, el Centro de Estudios y de Documentación
Internacionales de Barcelona (CIDOB), que edita la Revista CIDOB d’Afers
Internacionals. Creada en 1983, tiene una periodicidad cuatrimestral.
Frente a esta persistencia en el tiempo de una revista como
Mundo Negro, hay que lamentar la desaparición de una entidad como el Instituto
de Estudios Africanos (IDEA), que impulsó de forma extraordinaria el
africanismo español a mediados del siglo XX. Era lógico que tenía que
reconvertirse, al sobrevenir en España la transición política, y no solo porque
dependiera del ministerio de la presidencia del régimen franquista. Pero lo que
no es de recibo es que desapareciera y que muchos de sus libros acabaran
vendiéndose a precio de saldo, cuando no al peso de papel. La falta en España
de un instituto de estas características, que potenció también estudios de
campo y de investigación, ha dado un tiro de gracia al africanismo español y ha
favorecido el desinterés por el continente africano que hoy padecen los medios
de comunicación social.
IDEA se creó en
Madrid en 1945, tres años después de que la Dirección General de Marruecos y
Colonias reiniciara la publicación en su III época de la revista África,
heredera de la histórica Revista de tropas coloniales (Ceuta, 1924), fundada y
posteriormente dirigida por el general Francisco Franco. Esta revista dependió
posteriormente del propio IDEA, que se adscribió al Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC).
Fue esta la culminación de un largo proceso de numerosas
revistas especializadas en asuntos africanos, como África Semanal (Ceuta 1891),
África: Revista Política y Comercial (Barcelona 1905), África: Revista Española
Ilustrada (Barcelona 1906), España en África (Madrid 1908), Europa en África
(Madrid 1909), África Española (Madrid 1913) –una publicación de la Liga
Africanista Española, que publicaría posteriormente la Revista Hispano-Africana
(Madrid 1922) –, La España Colonizadora (Madrid 1915) y Mauritania (Tánger
1928), editada por los franciscanos.
IDEA tenía como
finalidad potenciar y divulgar las investigaciones sobre el África española. En
1946 el Instituto de Estudios Políticos lanzó los Cuadernos de Estudios
Africanos, reconvertido nueve años después en Cuadernos de Estudios Africanos y
Orientales. En 1957 estos ‘Cuadernos’ quedaron englobados en la Revista de
Política Internacional. Desde el primer trimestre de 1947, el IDEA publicó una
buena revista, los Archivos del Instituto de Estudios Africanos; hasta su
desaparición, en 1966, editó 81 números, en los que colaboraron historiadores,
etnógrafos, diplomáticos, misioneros, lingüistas, ingenieros, etcétera. Todos
ellos eran profundos conocedores de África. Asimismo, el IDEA publicó más de
300 textos monográficos de gran calidad.
El IDEA realizó, en
suma, una labor magnífica, por lo que considero que no mereció desaparecer.
Todos los analistas coinciden en señalar que la labor comunicadora del
Instituto de Estudios Africanos fue excelente; algunos achacan esta excelencia
a su creador, el geógrafo, militar, escritor y periodista José Díaz de
Villegas. Desgraciadamente, con la desaparición del IDEA, se dio un duro golpe
al africanismo español.
Gerardo González Calvo |
Gerardo
González Calvo es periodista. Trabajó en la redacción de la revista Mundo Negro
durante 42 años, buena parte de ellos como redactor jefe. Ha publicado, entre
otros, los libros África, ¿por qué?; África: la tercera colonización, Hola,
África y África. Saqueo a tres bandas.