Izq: 'Angelus Novus' ✆ Paul Klee Der: Foto del pasaporte de Walter Benjamin [Ampliar] |
Era Septiembre de 1940. Por fin había accedido a las
presiones de sus amigos y había decidido dejar Europa. Mientras muchos de sus
contemporáneos ya se encontraban cómodamente refugiados en Estados Unidos, él
había optado por continuar su trabajo en el viejo continente. Luego de haber
salvado exitosamente gran parte del viaje junto con otros antifascistas judíos,
llegó hasta Port-Bou, ciudad catalana ubicada en la frontera entre España y Francia.
Era el día 26 de Septiembre, y el grupo fue detenido por
policías franquistas, quienes al identificar a los refugiados decidieron
entregarlos a la policía colaboracionista francesa, quienes, no cabía duda, los
entregarían a la Gestapo.
Para ellos, la frontera había sido cerrada. Con toda seguridad Walter Benjamin y sus acompañantes terminarían recluidos en algún campo de concentración alemán, como consecuencia del conocido acuerdo entre la Francia de Vichy y el Tercer Reich, respecto de los denominados oficialmente como “los refugiados de la Alemania (les refugiés provenant d´ Allemagne)”. Más aún cuando se tratare, como era el caso, de conocidos contrincantes políticos.
Para ellos, la frontera había sido cerrada. Con toda seguridad Walter Benjamin y sus acompañantes terminarían recluidos en algún campo de concentración alemán, como consecuencia del conocido acuerdo entre la Francia de Vichy y el Tercer Reich, respecto de los denominados oficialmente como “los refugiados de la Alemania (les refugiés provenant d´ Allemagne)”. Más aún cuando se tratare, como era el caso, de conocidos contrincantes políticos.
Benjamin era hijo de una acaudalada familia berlinesa judía,
pero había renunciado a los lujos que lo ofrecía su condición para seguir una
carrera en filosofía, estética, teoría y crítica literaria. Y vaya que
experimentó penurias. Con el advenimiento del nazismo en Alemania en el año
1935 decidió exiliarse en Paris, ciudad que tuvo que abandonar como
consecuencia de la persecución nazi. De hecho, su departamento fue allanado y
gran parte de sus libros y manuscritos fueron destruidos o confiscados. Alcanzó
a salvar gran parte de su obra gracias a la ayuda que recibió de George Bataille,
quien las ocultó en la Biblioteca Nacional de París.
El intelectual había conseguido una visa de los Estados
Unidos (se dice que por intervención de Max Horkheimer) e incluso una visa
española de tránsito para llegar a Lisboa y desde allí embarcarse a Norteamérica,
pero le fue imposible obtener un salvoconducto de las autoridades francesas,
quienes, para conseguir el beneplácito de los invasores alemanes, se habían
negado sistemáticamente a brindar cualquier facilidad a los refugiados
políticos provenientes de este país. Ese día 26 por la noche, a los 48 años de
edad, Benjamin se quitó la vida. No pudo soportar más. Se dice que como
consecuencia de su acto suicida, las autoridades españolas permitieron al resto
del grupo proseguir su camino. Otros sostienen que Benjamin fue asesinado. La
verdad nunca se sabrá. Además, la tumba del filósofo nunca fue encontrada, pese
a los esfuerzos desplegados por uno de sus amigos y quien tomó sobre sí la
labor de difundir su obra, Theodor Adorno. Al día siguiente la frontera
española volvió a abrirse, tal como lo estaba el día anterior al 26 de
Septiembre.
¿Qué nos quedó de él? Una profusa obra literaria, que no fue
sistemática, y, muy similar a Nietzsche, fue intempestiva, elaborada en base a
ensayos.
Descubrí a Benjamin cuando me encontraba reuniendo material
para escribir mi libro sobre “Obediencia y Desobediencia Civil”. En particular,
me hizo mucha fuerza un trabajo del autor de nombre “Para una crítica de la
violencia”. En este ensayo, el autor, quien, pese a las dificultades que tuvo
con este grupo es frecuentemente identificado con la Escuela de Frankfurt -de
tendencia marxista- esboza una tesis del materialismo histórico muy particular,
que lo hizo granjearse varios enemigos en la izquierda dogmática. Él no veía en
la dialéctica necesariamente una vía inevitable hacia el progreso.
Un poco más sobre esto. En 1921 Benjamin compró un cuadro
llamado “Angelus Novus”, del expresionista suizo Paul Klee, pintura que lo
fascina y se convierte en su fetiche. Antes de abandonar Paris en 1940, y como
testamento filosófico, escribió “Conceptos de filosofía de la historia”, (que
también ha sido traducido como “Tesis de filosofía de la historia”) y el cuadro
se lo entregó a Bataille, quien después de la guerra se lo dio a Adorno, quien
a su vez lo donó al Israel Museum de Jerusalén, donde es exhibido hasta el día
de hoy.
Vale la pena transcribir la tesis IX de estos Conceptos, en
la que sostiene:
“Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener este aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso”.
Me marcó mucho este pequeño texto. Es algo críptico, pero
claro, si se piensa en el desenvolvimiento del caos de los hechos históricos,
cuando todos pretenden afirmar el irreductible avance de la técnica, del
sistema económico, de la participación ciudadana; cuando se nos manifiesta que
hay cada vez menos pobres y más seguridad y nos encontramos con Bosnia, con
Serbia, con Chechenia, con Rwanda, con Haití, con Libia, con Siria, etc., que
están a la vuelta de la esquina.
Es decir, países en que hay personas que se matan o se han
matado unas con otras masivamente, en que las necesidades son apremiantes y no
se ve salida posible. Mientras, pequeños grupos concentran enormes parcelas de
poder de toda naturaleza, y al dominar los medios de comunicación, se contentan
en sostener que estamos avanzando.
Para no ir más lejos… ¿Recuerdan las ilusiones que nos
hicimos en los 90? ¿Recuerdan que nos abrazamos y lloramos porque todo iba a
cambiar? ¿Qué pasó? Al parecer era más fácil administrar lo que estaba. Era más
fácil concentrar parte del poder político y dejar que se concentrara aún más el
poder económico. Era mejor dejar que el sistema educacional, que ya era malo,
se desplomara sin decir nada.
¿Había otra manera de salir de la dictadura? Creo que no, a
menos que hubiésemos asumido un inútil derramamiento de sangre que habría
culminado con una consolidación del régimen. Soy de los que cree que la
transición ni siquiera ha comenzado, que los pilares sobre los que se construyó
la dictadura militar son los mismos que sostienen hasta hoy nuestra
institucionalidad, pese a la vanidad de un presidente que le puso su rúbrica a
una Constitución Política en cuya génesis no participaron todos y la cual, por
muchas reformas que se le hayan hecho, sigue siendo la misma.
Nuestro muertos, los muertos de la dictadura ya no son
vistos como víctimas, sino como un estorbo, cuando los familiares sólo piden
justicia. Si hasta el gran número de revistas alternativas o periódicos de
trataron de marcar la diferencia, han sucumbido en nombre del “progreso”.
El ángel de la historia, al mirar hacia atrás, sin lugar a
dudas constata que los que creíamos en la democracia, en la justicia social, en
la igualdad, en la reivindicación, en fin, en el cambio, perdimos. Ya no
podemos detenernos y volver a resucitar a nuestros muertos y recomponer lo
despedazado. Todo sigue igual. La tempestad nos arrastró hacia el futuro y nos
arrebató nuestras utopías. De un golpe, nos arrebataron nuestros sueños.
Y aquí estamos [en Chile], preparándonos para participar en un proceso
electoral en el que votaremos por los mismos de siempre, o por sus hijos, o por
sus hermanos o por quienes nos impongan las clases políticas y las económicas,
las mismas que crearon la ilusión de los 90.
Por el momento, la oportunidad que queda es tratar de salir
de la inercia y responsablemente participar, crear y buscar una salida
alternativa, que nos permita no darle la razón a la interpretación de la
historia de Walter Benjamin. El filósofo argentino José Pablo Feinmann lo dice
muy bien:
“El ángel de la historia, el que ve horrorizado el paisaje de ruinas insensatas que es la historia de los hombres, quisiera despertar a las víctimas y construir algo nuevo con las ruinas. Pero el ángel es débil ante la historia, ante el progreso”.
Sin perjuicio de ello, creo que entonces nos corresponde no
olvidar a las víctimas, a nuestros muertos. Somos los vencidos, y como tales,
debemos mantener la memoria y reconstruir nuestros sueños, nuestras utopías,
levantarlas y hacerlas posibles, seguir luchando, para no morir en ninguna
frontera, como ocurrió con Benjamin.
Andrés
Cruz Carrasco es abogado, magister en Filosofía Moral y autor del libro
“Obediencia y desobediencia civil”.
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