Barack Obama ✆ Jason Mecier |
Especial para La Página |
Se reconoce que la actuación del gobierno federal frente a la catástrofe provocada por la tormenta “Sandy” ha sido uno de los factores inesperados que el presidente Obama supo aprovechar con mucha astucia para adquirir una posición de liderazgo frente a su oponente.
No obstante, es claro que muchas de las esperanzas y expectativas que se habían levantado en torno al líder demócrata han quedado atrás. Ya no estamos ante la promesa de un “Yes We Can” sino más bien ante un tímido intento de administración y reformas en medio de una crisis: “Yes We Try”
No podemos esperar grandes cambios en la política de Washington en los próximos meses. Obama es, ahora, un gobierno menos ambicioso e idealista, tanto en el plano doméstico frente a los republicanos como en el plano internacional, asediado por un horizonte de recesión mundial. La disminución de los gastos en defensa a través de la modernización de sus fuerzas armadas, la lucha contra el desempleo y la reactivación económica serán los grandes temas.
En la arena internacional, la cuestión más candente se va a resolver en Siria - Líbano, Israel e Irán, así como las relaciones con la eurozona. No se prevé un cambio fundamental respecto al gigante chino y todo indica un largo periodo de negociaciones comerciales y políticas. Desde esta perspectiva, América Latina está lejos de ser una cuestión sensible, salvo por el tema migratorio, considerando que el voto latino en varios estados ha sido decisivo en el triunfo de Obama; y, desde luego, la lucha contra los carteles del narcotráfico apenas al otro lado de la frontera. Sin embargo, es innegable que esta parte del mundo ha dejado de ser una prioridad en la agenda del gobierno estadounidense. Ni siquiera Venezuela, tras la reelección de Chávez, aparece ya como una urgencia.
Si Obama ha triunfado esta segunda vez, no es porque es el mejor sino, más bien, porque se trata, en términos generales y en el contexto local, del mal menor. De ambos candidatos es el único que asegura una mínima sensibilidad hacia las reformas y prestaciones sociales y una preocupación por el déficit fiscal de su país frente a poderes que superan el poder democrático del presidente. Barack Obama, a pesar de todo, es todavía un presidente que goza de simpatías en el mundo y, quizás, lo más importante, es alguien con quien los más diversos líderes del mundo se pueden sentar a conversar sin sentirse avergonzados, y eso no es poco.