Especial para La Página |
Todas las personas somos diferentes y sentimos el mundo de
manera diferente, fenómeno que queda demostrado en las actas de divorcio, en
las guerras mundiales y en las hipocresías políticas. Tal disparidad en los
juicios ha provocado que los hombres tengamos que fundamentarnos en lo
"común". Lo "común" es lo que todos pueden mirar.
Si mi vecino dice que el perro de enfrente es feroz, y si
todos los demás vecinos dicen lo mismo, lo mejor será que yo asienta ante tal
afirmación, pues de lo contrario los feroces serán los vecinos. Entonces, como
vivimos en un mundo de opiniones comunitarias, el lenguaje también se ha hecho
común, pero más corriente que común.
El lector comprenderá de inmediato que he usado la
prefabricada expresión "común y corriente", expresión impresa miles o
millones de veces en la prensa. ¿Qué pasa cuando escribimos con moldes? Pasa
que nuestros textos son simplemente la extensión de otros textos.
¿Cómo escribir noticias que parezcan verdaderos
acontecimientos y no vanas crónicas contadas por un tartamudo con poco léxico?
En 1946 G. Orwell escribió un ensayo llamado `La política y el idioma inglés´,
ensayo que debería ser la Biblia de todos los redactores. Orwell dijo ahí que
él mismo era incapaz de cumplir con todas las reglas que dictó, pero también
dijo que es mejor cumplir con algunas que faltarle al respeto al idioma inglés.
Si el inglés está decayendo, entonces el español también lo
está haciendo, pues todos los días éste pretende imitar al idioma de la
economía, al inglés. Cuando un idioma carece de palabras claras para pensar
claramente, se ve impelido a adoptar extranjerismos. Leer un texto lleno de
palabras inglesas o comerciales me dice que el autor del texto no sabe leer,
escribir o pensar el tema que trata.
Hoy en día las palabras se nos imponen, y pensamos con
palabras "inglesas" sólo porque dichas palabras están de moda. Orwell
afirma que al escribir es el significado quien debe elegir la palabra, y no al
revés. Las palabras son ropajes, no cuerpos... pero son ropajes que se
impregnan en el cuerpo, que se pegan a la piel confundiéndose con ella.
¿Qué pasa cuando vamos mal vestidos a un evento social?
Todos se ríen de nosotros. Bueno, pues hoy todo el mundo anda vestido de
político todo el día, y vemos tenderos que hablan como políticos, amas de casa
que hablan como Hannah Arendt, albañiles con arengas dignas de Hitler y médicos
que hablan más de dinero que de curaciones.
¿Cómo evitar el lenguaje "común y corriente", es
decir, el extraído de la política, que está tan de moda? Pensando por uno
mismo. Usar mal el lenguaje es pensar mal. Decir que los impuestos son como
barricadas que impiden el paso de los inversionistas es fundir dos imágenes que
no tendrían por qué estar fundidas. ¿Por qué unir lo económico con lo bélico?
Podríamos decir, con Orwell, que los impuestos obstruyen el paso de los
inversionistas como las hojas de té obstruyen un lavaplatos. La segunda imagen
es más saludable, menos peligrosa, pues no mezcla cosas que juntas podrían
explotar o causar malentendidos.
¿Por qué hemos dejado de escribir con claridad? Porque
tememos la burla de los científicos, de los filósofos y de los profesores, que
siempre buscan adornar su ignorancia con palabras complicadas. Pensar con
claridad exige pensar más en las cosas, más en su materia y menos en su pura
forma. Pensar es desempolvar.
Hoy, sí, el "¿Cómo lo dijo?" es más importante que
el "¿Qué dijo?". Hoy buscamos más la unión que la separación, la
sociabilidad que la individualidad. Nos cuesta mucho trabajo decir "pienso",
como ejemplifica Orwell.
Pongamos algunos ejemplos. Si buscáramos en el diccionario
la definición del agua nos toparíamos con una descripción minuciosa que tal vez
no entenderíamos sin tener ciertos saberes químicos. Sí, la definición del
agua, que es un bien de todos, ha sido acaparada por los químicos, y quien no
sepa de química simplemente no sabrá qué es el agua, y no sabrá, dirán los
químicos, si toma agua o leche.
Una bella expresión de Balzac dice: "El agua es un
cuerpo quemado". La línea anterior es perfecta, pues engloba la idea de la
"evaporación", del "calor", de la "vida". Balzac
va de la forma a la materia, y su lenguaje nos parece arcaico, sí, arcaico pero
todavía útil para hacer que cualquiera, incluyendo a los químicos, se haga una
buena imagen del agua.
Otro escritor ha dicho esto: "Si cuanto más piadosos,/
más bellos parecéis a aquel que os mira". Cetina, en vez de hablar de
azules, de redondez, de alargamiento o de pestañas, habla de
"piedad", de algo material que sale por los ojos. Cetina no cree que
unos bellos ojos transmitan "piedad": él piensa que la
"piedad" hace que los ojos luzcan bellos.
Sí, sin confundir la causa con el efecto podemos escribir
mucho mejor. Leamos lo siguiente: "El imperio de Roma se derrumbó porque
los romanos eran decadentes". Tal manifestación política encubre muchas
cosas, confunde muchas causas con muchos efectos. Nietzsche ha escrito que los
romanos primero se creyeron decadentes, y que luego decayeron. Orwell pone otro
ejemplo, a saber: el bebedor primero "cree" que es mediocre, y por
eso bebe, y bebiendo se hace de verdad un mediocre. Pensando en las causas
reales llegamos a pensar en objetos reales, en cosas que sí existen
substancialmente o que son capaces de transmutar la substancia, como la
"piedad".
Llegando a la oficina leí `El Economista´ y me encontré con
el siguiente adefesio: "Pekín también busca apresurar el desarrollo de
instituciones financieras privadas y profundizar las innovaciones de mercado
para sentar las bases de un sistema financiero más moderno".
"Pekín", como el Estado, no es una persona, sino una idea, y según
entiendo las ideas no buscan, busca el hombre. ¿Cómo es una
"innovación" profunda? ¿Cómo son las bases de un "sistema
financiero más moderno"? ¿Quién dicta qué sí y qué no es "moderno"?
Vemos que el castellano de `El Economista´ (que pretende ser
científico) está impregnado de terminología económica inglesa (de ideología, de
palabrería sin sentido), vemos que está impregnado de traducciones léxicas y
conceptuales. El texto anterior tal vez suene muy bien en inglés, pues
Inglaterra ha desarrollado su discurso económico durante siglos, cosa que no
pasó en Iberoamérica. Escribir sin saber qué significan las palabras es, como
dijo Orwell, charlotear, ser mentirosos, deshonestos.
Un escritorzuelo usa palabras como "yunque" o como
"martillo", y lo hace pensando que el "yunque" siempre
sufre ante el martillo, cuando la realidad dicta lo contrario. Goethe,
conocedor de lo que decía, escribió un poema que dice: "Que sucumbas o que
triunfes, /que yunque o martillo seas". Goethe no favorece ni al yunque ni
al martillo, dejando que el lector elija su interpretación.
Concluyamos. Palabras como "desarrollo",
"industrial", "capitalista" o "economía" no dejan
espacio para la interpretación, pues todas, parece ser, deben ser interpretadas
desde la idea del "progreso". "Desarrollo",
"instituciones financieras", "innovaciones" o
"modernos" son desperdicios de tinta de un pulpo que quiere encubrir
su ignorancia, como diría Orwell. Los periodistas modernos aparentan ser
letrados leones, cuando son simplemente retóricos "perros romanos".