Especial para La Página |
Realmente yo he aprendido más del señor Quevedo, quien dice
cosas menos ingeniosas pero mejor dichas. Trataré de comparar de mala manera
unos versos, unos de Cervantes y otros de Quevedo, y todo para que mis lectores
sientan, al menos, por qué leer profunda y profusamente a tales autores
beneficia nuestra pluma.
Usando al pésimo escritor Kant formularé algunas preguntas. ¿Qué creen los gramáticos que es la lengua? ¿Qué esperan esos señores de la lengua castellana? ¿Qué hacen por la lengua tan señoriales preceptores de reglas tartamudas? ¿Son los gramáticos de la Real Academia Española los mejores jueces de la lengua? Para ellos la lengua es un cadáver, y esperan de ella recuerdos añejos, y por ella no hacen más que anquilosarla, y no creo que sean mejores jueces que Rubén Darío.
Usando al pésimo escritor Kant formularé algunas preguntas. ¿Qué creen los gramáticos que es la lengua? ¿Qué esperan esos señores de la lengua castellana? ¿Qué hacen por la lengua tan señoriales preceptores de reglas tartamudas? ¿Son los gramáticos de la Real Academia Española los mejores jueces de la lengua? Para ellos la lengua es un cadáver, y esperan de ella recuerdos añejos, y por ella no hacen más que anquilosarla, y no creo que sean mejores jueces que Rubén Darío.
Si no hubiera sido por el gandul pájaro azul de Rubén Darío
y por otros más seguiríamos hablando como el ‘Quijote’. Pero, ¿qué tendría de
malo seguir hablando así: "Esta que
veis de rostro amondongado, / alta de pechos y ademán brioso, / es Dulcinea,
reina del Toboso / de quien fue el gran Quijote aficionado"? Al usar
la lengua usamos indiscriminadamente palabras demasiado trabajadas por la
ideología científica ("filológicas", dirían los Pelayo), palabras que
construyen tautologías, es decir, necedades visuales o retóricas. Y leyendo a
Cervantes aprendemos la evitación de tales entuertos literarios.
Analicemos la soltura de Cervantes, quien ha dicho que
"una" tiene la cara "gorda", los senos
"pronunciados" y los ademanes "viriles" (Ortega y Gasset
escribió que el español ha olvidado que el ademán alemán es parte de su
sangre). Nótese que mis palabras parecen "eufemismos" junto a las de
Cervantes, nótese, sí, que aunque parecen pálidas o elegidas terminologías
éstas suenan burdas, toscas.
¿Por qué Cervantes logra con esas palabras desarrapadas la
elegancia? Pues porque Cervantes se entonaba antes de hablar, porque después
elegía la palabra idónea, y porque después, sí, muy después, pensaba en la
sintaxis, actos todos contrarios a los llevados a cabo por Quevedo, que primero
pensaba en el orden y en las palabras, y luego en el tono, si es que después
del raciocinio volteriano le quedaba algo que entonar.
De este modo concluimos que para escribir sueltamente hay
que llegar primero al ensueño y luego al sueño, pues el sueño es algo hecho (lo
dice el ‘Imaginismo’ de Pound), mientras que el ensueño es algo caótico, siendo
el caos el origen del arte. ¿Cómo llegar al ensueño? Recordando nuestras
memorias primigenias, recordando los cuatro elementos. Gastón Bachelard, al que
aprovecho al máximo, ha preguntado: ¿qué sería del ideal de pureza sin el agua
clara?, ¿qué sería de los mitos mortuorios sin el agua, agua que nos ayuda a
comprender que la muerte es un viaje o una travesía?
Usando los elementos podemos escribir sueltamente,
despreocupadamente como Cervantes, y no como Quevedo. Yo, malamente, creo que
Alfonso Reyes es como Quevedo, y que Sor Juana y que Paz son como Cervantes.
Pero no, no estoy seguro, y por amor a la paz retiro lo dicho.
Cervantes dice "Esta que veis", sí, y lo dice como
para confirmar que todavía podemos confiar en nuestros sentidos, en nuestra
"imaginación material". Luego el castizo soldado escribe: "de
rostro amondongado". ¿No es la indicación hacia la redondez una indicación
hacia la geometría, que es una de las primeras formas de nuestra percepción?
Cervantes sigue cabalgado su sintaxis y nos obliga a ver que Dulcinea es
"alta de pechos" y de "ademán brioso", y lo hace para
remontarnos a la idea de maternidad ("pechos") y a la idea de vida
("bríos").
Confianza (fuego), percepción (agua), naturaleza (tierra) y
movimiento (aire) son los cuatro ingredientes para lograr una suelta escritura.
Si creemos que nuestra pluma no puede elevar las cosas, entonces hagamos
preguntas así: ¿qué quedaría de este objeto si se mojara?, ¿qué quedaría de
este objeto después de mil años enterrado?, ¿qué parte de este objeto
resistiría los chirridos del fuego?, ¿qué parte de este objeto preferiría el
aire para hacerlo volar?
Ahora veamos la antielemental quietud de Quevedo, retórico
profesional por excelencia: "Bien acierta
quien sospecha que siempre yerra". Los gramáticos dirán que comparo
cosas incomparables, pero yo respondo que sí son comparables y que lo hago para
que el lector comprenda las generalidades que distinguen a cada autor.
Quevedo es pura abstracción. Quevedo inicia con la palabra
"Bien", que nos refiere a la palabra "virtud", que nos
refiere a la palabra "virilidad", que nos lleva a la idea de
"varón", según las etimologías dictadas una noche por Borges. Después
del bien viene la certeza, la verdad, y ante la verdad sólo el filósofo
"sospecha", y ante la eterna "sospecha" nace la desolación
del error perseverante, desolación estoica típica en Quevedo, que dedicó su
talento a la escritura de la vida de Marco Bruto.
Para Quevedo el lenguaje era algo así como un féretro en el
cual meter sus cadáveres léxicos. Quevedo pudo haber escrito los versos de Poe,
que dicen: "No he podido amar sino
donde la Muerte / mezclaba su hálito al
de la Belleza". Quevedo nos salva cuando tenemos muchas ideas, poco
orden y mucha vida, y Cervantes lo hace cuando tenemos pocas ideas y demasiada
consciencia del lenguaje.