La Araucanía enfrenta una tragedia de la que todos los
actores políticos son parte. Algunos, por llamar a una criminalización y
justificar la represión invocando un terrorismo inexistente. Otros, por
plantear la cortoplacista solución del asistencialismo, que deja en un estado
permanente de inferioridad y subordinación a un grupo que tiene características
históricas particulares. Ambas visiones tienen en común el desechar el
empoderamiento del movimiento Mapuche, que lleva veinte años planteando la
autodeterminación como eje programático. Los actores políticos Mapuche, que en
sus discrepancias internas no han asumido el desafío de plantear propuestas que
colaboren en la construcción de la utopía nacional, también son parte de esta
tragedia.
Los que plantean el empate catastrófico en contabilidad de
víctimas, van hacia un sendero sin salida. Es cierto: la impunidad hacia las
víctimas Mapuche es real y la criminalización de las demandas, al llevarlas al
rincón de la delincuencia, no aportó a la solución de este desencuentro; por el
contrario, las acrecentó a niveles que hoy todos debemos lamentar. Por lo
mismo, la aplicación una vez más de la Ley Antiterrorista y la posibilidad de
imponer un Estado de excepción en la región, no aportan en nada. Tomar ese
camino, al contrario, aumentará la tensión y es asumir la derrota de la clase
política y del Estado, que por veinte años no han querido enfrentar de forma
seria y concreta el desencuentro.
Lemun, Catrileo y Mendoza Collío son símbolos de una tragedia
evitable. Hoy, el apellido Luchsinger también. Es la demostración de que la
política ha quedado ausente hace mucho tiempo de este conflicto y que no es
capaz de contestar a la pregunta de cómo ingresamos a una democracia imperfecta
las aspiraciones de los otros pueblos que conviven en Chile.
Las declaraciones del senador Alberto Espina exigiendo una
nueva militarización no son un aporte a la solución. Pareciera que la tragedia
que hoy enluta a la Araucanía genera un contexto político apropiado para los
que han venido justificando el “garrote” hace años, porque se legitiman las
ópticas de “extremismo”, “terrorismo” y “violentismo”. El retorno a escena del
fiscal Ljubetic, además, grafica el retroceso político, junto a las
declaraciones de dirigentes UDI y RN en pro de acabar con los “beneficios” que
se le han otorgado al pueblo Mapuche. La derecha autoritaria y colonial está
ganando la partida con el aval del Gobierno, que ha caído en un frenesí
represivo en vez de buscar consenso y diálogo.
La construcción del Movimiento Político Mapuche ha sido
lenta: si en 1992 emergió una subjetividad con la bandera nacional, cinco años
después dio un paso cualitativo con los sucesos de Lumako, observándose un
ascenso en el empoderamiento indígena y un florecimiento intelectual,
concretado en obras de historiadores y literatos. Pero hoy la muerte de una
familia de colonos es un nuevo hito que lleva a la urgencia de reflexionar
sobre el estado actual del movimiento.
La forma en que los medios de comunicación han mostrado la
tragedia de los Luchsinger, hace que parte del Movimiento Político Mapuche
parezca perder el sustento moral y legitimidad que lo había llevado a
arrinconar los planteamientos más “duros” de la derecha. Esto fuerza la
necesidad de un debate interno para una nueva etapa de la historia del
movimiento. Un porcentaje mayoritario del pueblo Mapuche ha rechazado los
hechos ocurridos, en las voces de los dirigentes Huenchullan, Melinao y Juana
Calfunao. No se puede perder de vista que se está frente a una reivindicación
de identidades étnicas, que pone en el centro al ser humano y basada en el
derecho de tener una identidad y control sobre ella. Por lo mismo, la muerte de
la familia Luchsinger empaña la construcción de la utopía nacional Mapuche, profundamente
humanista.
Para los colonos y agricultores también es un punto de
inflexión. No sería extraño que a partir de ahora se legitime la violencia
contra los Mapuche. En parte, es una cultura política. No se debe olvidar que
sus antepasados ocuparon la región para mantener al bandolerismo a raya luego
de la Ocupación de La Araucanía. El mismo sentimiento retornó durante la
Reforma Agraria, cuando los Mapuche decidieron correr los cercos de los
latifundios. La historia vuelve. Los gritos de armas irrumpieron desde el mismo
día en que el movimiento ascendió. Los agricultores tienen hoy un símbolo que
los aglutina. ¿Estaremos ante la emergencia de un Comando Rolando Matus? He ahí
la gravedad de los vientos de guerra que soplan desde La Moneda, que hoy debiera
actuar con altura de miras.
La Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato del 2003
reconoció que la raíz del actual desencuentro emergió en la Ocupación de La
Araucanía. ¿Cómo resolvemos una historia que no concluyó, a pesar de lo que
dijeran los liberales de aquel entonces? Las razones del enojo del presente
están en las heridas que se abrieron en ese despojo territorial que llevó al
pueblo Mapuche a un estado de inferioridad racial y subordinación que se aplicó
en las reducciones, eufemísticamente llamadas hoy “comunidades”. Y estos no son
argumentos “papanatas”, como escribió el acérrimo concertacionista Ascanio
Cavallo: son construcciones históricas de las que el Estado debe hacerse cargo.
En cierta medida, existe una deuda histórica y una deuda política con el pueblo
Mapuche.
Cómo nos enfocamos hoy en las soluciones debería ser la
discusión. El Presidente Piñera lo señaló en octubre: la necesidad de un pleno
reconocimiento constitucional que, unido al Convenio 169 de la OIT, “permitirá
participar y contribuir más activamente en la sociedad y organizarse conforme a
sus propias visiones, costumbres y valores”. Luego, agregó, dejar atrás la
estrategia de asimilación para una integración. Todo esto, acompañado de un
ingreso real a las decisiones políticas que afecten al pueblo Mapuche.
El ministro Chadwick no aporta a la solución del problema
con el envío de equipos de inteligencia y nuevos convoy de carabineros a Wallmapu. Solo incrementa la tensión y
genera nuevos dolores que se politizarán en la rabia. Es hora de imaginarse la
relación entre el pueblo Mapuche y Estado chileno hacia el 2050; de asumir la
tragedia de los Luchsinger y de los Lemun, Catrileo y Mendoza Collío. Hoy, el
deber impone generar los espacios para el diálogo político con las organizaciones
representativas del pueblo Mapuche, considerando el proyecto indígena sembrado
hace veinte años en la autodeterminación, que desafía constantemente a una
democracia imperfecta.
Fernando Pairican |
Fernando Pairican es Licenciado
en Historia por la USACH, actualmente candidato a Magíster en Historia de
América por la misma casa de estudio. De origen Williche, se ha focalizado en la historia Mapuche de los noventa,
ha publicado artículos relacionado con el tema: La Nueva Guerra de Arauco: La
Coordinadora Arauco-Malleco y los nuevos movimientos de resistencia Mapuche en
el Chile de la Concertación (1997-2009). En “Una década en movimiento. Luchas
populares en América Latina (2000-2009). Coordinador por Massimo Modonesi.
Editorial CLACSO y PROMETEO,2011. Dicho artículo en coautoría con Rolando
Álvarez Vallejo. También Sembrando ideología: el Aukiñ Wallmapu Ngulamen la
transición de Aylwin (1990-1994). Publicado en la revista SudHistoria, Nº4,
enero-junio 2012, México. (En impresión). Desde el año 2010 ha publicado
columnas en The Clinic, relacionados con historia y política en torno al
movimiento Mapuche.